POV LIA ROMANOVA
Al ver su torso desnudo, sentí que el deseo ardía aún más fuerte en mí. Cada línea, músculo y cada tatuaje de su cuerpo eran una obra de arte, y no pude evitar pasar mis manos por su piel, admirando su fuerza y belleza.
—Eres perfecto —gemí.
—Tu eres perfecta, Lia —susurró, mientras tomaba una gran cantidad de helado y dejaba caer una porción fría en cada uno de mis senos.
Me ericé de inmediato.
Bajó rápidamente la cabeza para besar y chupar, tomando su tiempo para disfrutar cada centímetro de mi piel, arrancándome gemidos de placer absoluto. El contraste entre el frío del helado y el calor de su boca era casi insoportable. Continuó así, dejando caer helado en diferentes partes de mi cuerpo y lamiéndolo lentamente, saboreándome como había prometido. Sus manos eran firmes, pero tiernas, todo lo contrario a sus labios y lengua que eran implacables en su misión de llevarme al borde.
El placer se acumulaba en olas, cada una más intensa que la anterior. Mi respiración se volvió más rápida y superficial, y mi cuerpo temblaba de anticipación y deseo. Artem no se detuvo, continuando su tormento dulce y placentero, llevándome al borde del abismo con cada caricia, cada lamida, cada beso.
Finalmente, cuando no pude soportar más, me agarré a sus brazos, tirando de él hacia mí con una necesidad desesperada.
—Artem, por favor —jadeé con voz temblorosa y cargada de deseo—. No puedo esperar más. Te necesito dentro de mí.
Cuando levantó la mirada, pude observar sus ojos ardiendo con el mismo ardor que yo sentía. Sin decir una palabra, agarró el borde de mis bragas y las rasgó, dañando el pedazo de tela.
—Aún no he terminado. —Se lamió la comisura de los labios y ordenó—. Acuéstate.
Rápidamente obedecí, tumbándome sobre la encimera. Se tomó un momento para observarme, su mirada recorrió mi cuerpo desnudo con una intensidad que me hizo sentir expuesta y deseada al mismo tiempo.
Sus manos comenzaron un recorrido descendente, sus dedos rozando mi piel con una suavidad torturadora. Sus labios siguieron el camino de sus manos, besando y mordiendo suavemente, dejando un rastro de estremecimientos que me hacían arquear la espalda y gemir de placer.
—Eres mía, Lia —murmuró contra mi piel—. Cada parte de ti.
Sentí sus manos fuertes separando mis piernas, su mirada fija en la intimidad que ahora le ofrecía sin reservas. Bajó la cabeza hacia mi coño, y el primer toque de su lengua en mi abertura me hizo jadear y casi venirme. Su lengua se movía con una maestría que me hacía perder el control, cada caricia, cada lamida, cada beso me llevaba más cerca del abismo.
Mi respiración se volvió errática, mis músculos se tensaron y, con un último grito de placer, me desplomé en un clímax que me dejó temblando. Artem se levantó, con una sonrisa satisfecha en sus labios. Se inclinó sobre mí, y sus labios rozaron los míos mientras yo luchaba por respirar.
—Fue una buena degustación —susurró, con voz ronca, sus ojos sombríos fijos en los míos—. Ahora, ¿qué te parece empezar con la entrada?
—¿Qué...Qué tienes en mente? —pregunté con voz temblorosa.
Se enderezó, tomándose un momento para observarme. Cada vez que su mirada recorría mi cuerpo, sentía un calor abrasador que me hacía estremecer. Sin decir una palabra, me tomó de la mano y me ayudó a bajar de la encimera. El frío de la encimera había dejado su huella en mi piel, pero la calidez de su toque rápidamente la disipó.
Me alzó entre sus brazos y me llevó hasta su dormitorio. Una vez allí, me condujo hasta la cama, y sin dejar de mirarme a los ojos, me acostó con cuidado sobre las sábanas. Se tomó su tiempo, y justo en ese momento, todas las anteriores veces que tuve sexo quedaron en el olvido y se volvieron insignificantes comparadas con este momento con él.
—La entrada será algo especial —dijo con una sonrisa traviesa, sacando una pequeña caja de una mesita cercana.
Cuando la abrió, reveló un juego de esposas de cuero y un pañuelo de seda. Mis ojos se abrieron con una mezcla de sorpresa y curiosidad. La verdad es que nunca lo había practicado, pero de cierta manera siempre llamó mi atención.
—Confías en mí, ¿verdad?
Asentí rápidamente, mi corazón latiendo con fuerza en mi pecho. Sentía la mezcla de anticipación y deseo burbujeando en mi interior.
Tomó las esposas y me ató suavemente las muñecas, asegurándose de que no estuvieran demasiado apretadas. Luego, me vendó los ojos con el pañuelo, sumergiéndome en la oscuridad, y aumentando la sensibilidad de mis otros sentidos.
—Relájate —susurró en mi oído—. Esta noche es toda para ti.
Sentí el peso de su cuerpo junto al mío en la cama, y luego sus labios empezaron a recorrer mi piel, comenzando por mi cuello y bajando lentamente.
Con los ojos vendados, cada sensación se amplificaba, y pronto me encontré perdida en la vorágine de emociones que Artem sabía desencadenar en mí. Un nuevo orgasmo se estaba desarrollando y solo hacía falta un toque allí abajo para explotar nuevamente.
—Por favor, por favor —rogué, pero no se detenía con las mordidas y chupadas que hacía en todo mi cuerpo—. Follame. Ahora.
—Aún no —alcancé a escuchar—. Quiero memorizar cada parte de tu cuerpo.
—Pero... pero podrás hacerlo más tarde... vamos, hazlo.
Su risa baja y profunda vibró contra mi piel, intensificando el ardor en mi interior. Sentía sus labios en mis senos, luego descendiendo hasta mi ombligo, para bajar aún más y besar cada parte interna de mis muslos dejando un rastro de fuego con cada beso. Mis manos tensaron las esposas, mientras trataba de aliviarme.
—Quiero saborearte, conocer cada rincón de ti —dijo entre mordidas suaves—. Quiero que cada vez que pienses en esto, sientas mi boca sobre ti.
Cada palabra se sentía como una caricia, un roce eléctrico que me hacía temblar. Me relajé, entregándome completamente a la sensación, dejando que él tomara el control. Sus manos y su boca eran expertos en encender cada nervio, cada fibra de mi cuerpo.
Finalmente, cuando pensé que no podía soportar más, sentí su aliento caliente en mi oído.
—Ahora —susurró, su voz estaba ronca y cargada de deseo—. Ahora sí.
Y entonces, se posicionó sobre mí.
Con un movimiento lento y deliberado, entró en mí, llenándome por completo. Gemí de placer y de dolor, su pene se sentía muy grueso y largo, desde ya sabía que no podría caminar bien en una semana.
Mi cuerpo se arqueó para encontrarse con el suyo cuando comenzó a moverse, sus embestidas lentas y profundas al principio, incrementando gradualmente en ritmo y fuerza.
—Se siente como un puto sueño. Eres todo lo que siempre he deseado.
Sus palabras, combinadas con el placer abrumador, me llevaron al borde una vez más.
—Quiero tocarte... verte... —alcancé a decir entre gemidos.
Cuando estaba por mover mis manos hacia delante, sentí su mano detenerme y gruñí en protesta.
—Siempre quieres tener el control —murmuró a milímetros de mis labios, su aliento caliente contra mi piel—. Pero aquí no, aquí te someterás a mí y, en recompensa, haré de cada encuentro un infierno muy tentador para ti.
Sus palabras, pronunciadas con una intensidad feroz, enviaron una oleada de deseo a través de mi cuerpo. Intenté moverme nuevamente, pero sus manos firmes me mantuvieron en mi lugar. Sentía una mezcla de frustración y excitación ante su dominio, cada fibra de mi ser queriendo rendirse y desafiarlo al mismo tiempo.
—No me someteré a nadie —alcancé a susurrar.
Escuché una pequeña risa en mi oído, un sonido bajo y profundo que reverberó a través de mi cuerpo, al tiempo en que sus embestidas aumentaban en profundidad.
—Tengo tus manos esposadas y tus ojos cubiertos. —Su voz vibró contra mi piel—. ¿Qué es eso sino someterte?
Sentía el calor de su aliento en mi cuello, la suavidad de sus labios rozando mi piel mientras continuaba moviéndose dentro de mí, cada empuje un recordatorio de su control absoluto. Intenté mover mis manos nuevamente, pero las esposas mantenían mis muñecas firmemente atadas, y la oscuridad de la venda sobre mis ojos amplificaba cada sensación, cada caricia.
—Eres mía, Lia —susurró, sus labios justo al lado de mi oído—. Aquí, ahora y siempre. Nunca dejaré que lo olvides.
—Artem... —gemí, mi voz quebrada por el placer y la desesperación.
—Dime lo que quieres —exigió—. Dímelo, mi amor.
—Quiero... —las palabras se atoraron en mi garganta, ahogadas por el torbellino de sensaciones—. Quiero más.
—Eso es, amor —susurró, su voz fue como ronroneo de satisfacción—. Dame todo de ti.
Y con esas palabras, entró aún más profundo en mí y grité.
Su cuerpo y el mío se movían al unísono, cada embestida empezaba a llevarme a mi tercer orgasmo. Me abandoné por completo, entregándome a él en cuerpo y alma, perdida en el mar de sensaciones que él creaba con cada toque, cada susurro. Esto era más de que lo que alguna vez logre imaginar.
Finalmente, cuando el clímax se apoderó de mí, sentí que explotaba en mil pedazos, cada fragmento de mi ser consumido por el fuego del placer absoluto. Artem me sostuvo a través de todo.
—Tú me perteneces y no habrá otro hombre después de mí. —Me quitó la venda y, segundo después, pude enfocar su rostro. A pesar de lo sudado y agitado que estaba, no dejaba de verse temible—. Seré tu novio, tu amigo, tu esposo, y...
Hizo una pausa, su mirada se clavó en la mía, como si quisiera asegurarse de que entendía cada palabra, cada promesa velada detrás de su tono firme.
—Y tu dueño —continuó, en voz baja pero llena de determinación—. Nadie más te tocará, nadie más te tendrá.
Sentí una mezcla de emociones arremolinándose en mi interior: deseo, amor y una especie de rendición que nunca antes había experimentado.
—Eres todo para mí, Lia —murmuró contra mis labios—. Y te protegeré, te amaré y te poseeré, de todas las maneras posibles.
Su cuerpo tembló mientras alcanzaba su propia liberación, y cayó sobre mí, su respiración pesada y errática golpeando mi cuello. Permanecimos así, atrapados en el momento, con nuestros cuerpos entrelazados y nuestros corazones latiendo al unísono.
Jodida mierda, lo amaba tanto.