CAPÍTULO 28

1460 Words
POV LIA ROMANOVA —Tenemos que ir mañana a primera hora para recibir el cargamento. Tendría que ser hoy, pero debido a tus asuntos familiares lo pospuse —escuché a Sergei desde el otro lado de la línea. Artem lo tenía en altavoz. —Está bien —asintió, mientras me observaba fijamente—. ¿Algo más? —Se notaba impaciente por terminar la llamada. —Aleksey tomó uno de los aviones hace minutos y.... se dirige a Italia —eso lo hizo desviar momentáneamente la atención de mí. —¿Italia? ¿Por qué iría allá? —cuestionó, frunciendo el ceño—. Se supone que viajaríamos para el día de la boda, no antes. Averígualo. No esperó una respuesta de su parte, simplemente colgó y, cuando estaba por hablar, apareció mamá. —¿Y a dónde van ustedes dos? —preguntó, con una evidente curiosidad—. Ya es tarde y Lia debe descansar, como tú en tu nuevo hogar. —Llevaba mucho tiempo queriendo comer helado y Lia, al saberlo, me invitó a degustar una nueva marca de sabor a vainilla —respondió tranquilamente con una sonrisa juguetona en sus labios. Mamá asintió lentamente, alternando su mirada entre los dos. —Los antojos suelen ser a veces intensos —comentó. La mano de Artem se posó en mi cintura, apretando ligeramente e inmediatamente sentí una corriente de calor recorrer mi cuerpo. —Demasiado, no te imaginas. —Sus palabras estaban llenas de doble sentido y esperaba que mamá no las percibiera. Mi cuello comenzó a arder y sabía que mi rostro pronto estaría completamente enrojecido—. Te dejamos, ya necesito comer... —Llegaré más tarde, mamá —lo interrumpí rápidamente, temiendo que dijera algo aún más imprudente. Lo jalé y caminamos hasta su automóvil. Aún sentía el calor en mi cuello y estaba segura de que mi rostro ya estaba rojo como un tomate. —¿Por qué eres tan imprudente? —pregunté, frustrada, mientras él abría la puerta para que entrara. Me miró con una sonrisa ladina mientras cerraba la puerta del copiloto tras de mí y rodeaba el coche para subirse al volante. —Porque es divertido ver cómo te sonrojas —respondió, encendiendo el motor y arrancando el auto. —No es divertido. —Crucé los brazos sobre mi pecho—. Es embarazoso. —¿Embarazoso? —rió, lanzándome una mirada de soslayo—. A mí me parece adorable. Rodé los ojos, pero no pude evitar sonreír. Él tenía esa capacidad de sacarme de quicio y hacerme sentir especial al mismo tiempo. Mientras conducía, su mano derecha se deslizó de la palanca de cambios a mi muslo, apretando suavemente. El trayecto hacia su casa fue breve pero lleno de mucha tensión. Ninguno de los dos dijo nada, las palabras no eran necesarias. Cuando llegamos, me ayudó a bajar del coche, su mano sujetó firme la mía mientras me guiaba hacia la entrada. Dentro, la casa estaba en total silencio, con una atmósfera íntima que parecía amplificar la conexión entre nosotros. Artem no perdió tiempo; me llevó directamente a la cocina. Abrió la nevera y sacó dos botes de helado de vainilla, luego buscó cucharas y vino hacia mí. —Come —ordenó, firme y autoritario tendiéndome uno de los botes y una cuchara. —¿Qué? —pregunté, tratando de mantener un tono ligero, pero mi voz tembló ligeramente. Abrió mi bote y sumergió la cuchara en el helado, sacando una porción generosa. Me miró intensamente mientras acercaba la cuchara a mis labios. —Así —dijo suavemente, sus ojos fijos en los míos—. Tómalo todo, Lia. Soltó la cuchara y me la dio, hice exactamente lo que pidió mientras su mirada no abandonaba la cuchara que desaparecía en mi boca. Su manzana de Adán subía y bajaba visiblemente mientras tragaba, haciéndome saber cuánto le afectaba observarme. —¿Solo comeré yo? Asintió lentamente. Sentí un apretón en mi abdomen al ver su mirada oscurecida por el deseo. —Sí, solo tú. Quiero verte disfrutar —susurró en voz muy baja. Tomé otra cucharada, sintiendo cómo el frío recorría mi lengua antes de tragar. Él observaba cada movimiento, mientras sus ojos brillaban con una mezcla de posesividad y lujuria, y no pude evitar sonreír, al saber cuánto le afectaba cada pequeño gesto mío. —¿Te gusta verme comer? —inquirí, levantando una ceja con picardía. —Mucho —respondió con voz ronca, acercándose más a mí—. Podría verte así toda la noche. Su cercanía hacía que mi corazón latiera más rápido. La tensión entre nosotros era evidente, y cada segundo que pasaba intensificaba la necesidad que sentíamos el uno por el otro. Cuando se inclinó y sus labios rozaron mi oído creí morir. —Pero no es solo el helado lo que quiero verte disfrutar. Jodida mierda. Mis manos temblaron ligeramente mientras tomaba otra cucharada. Sus ojos seguían cada movimiento, y podía sentir la tensión en su cuerpo aumentar, como si estuviera a punto de explotar. De repente, sonrió con un brillo travieso en sus ojos y casi gemí ante la expectativa de lo que haría. Abrió su bote, tomó una cucharada, y la llevó lentamente a sus labios, saboreándola con un placer exagerado. Repitió el gesto, y justo después se inclinó hacia mí, besándome profundamente. El sabor dulce de la vainilla se mezclaba con la calidez de sus labios, creando una sensación embriagadora. —Sabes aún mejor así —murmuró contra mis labios, su aliento cálido enviando un escalofrío por mi columna. Tomó otra porción y, antes de que pudiera reaccionar, la acercó a mi boca. Sin apartar la mirada de la suya, abrí los labios y dejé que me alimentara. —¿Sabes? —murmuró, dejando todo a un lado y acercándose más a mí—. Siempre he pensado que el helado de vainilla es un sabor clásico, pero puede ser mucho más interesante dependiendo de cómo se disfrute. Sus palabras eran una clara insinuación. Con un movimiento rápido, tomó otra porción de helado y la dejó caer sobre mi clavícula, provocando un jadeo de sorpresa de mi parte. —¿Qué estás haciendo? —pregunté, mi voz apenas fue un susurro. —Demostrándote cómo se puede disfrutar de una manera más interesante —respondió antes de inclinarse y lamer el helado de mi piel, su lengua caliente contrastando con el frío. Sus labios siguieron el rastro, lamiendo y besando mi piel, cada toque enviando ondas de placer por mi cuerpo. Mi respiración se aceleró y mis manos se aferraron a sus hombros, tratando de mantenerme en pie mientras el placer se acumulaba en mi interior. —Artem... —gemí, incapaz de contenerme más. —Shh —susurró contra mi piel, su lengua trazando círculos alrededor de los rastros de helado antes de atraparme en otro beso intenso—. Te lo dije, mio fiore —Se alejó solo un poco para mirarme a los ojos, su respiración estaba acelerada igualando a la mía. Sus manos fueron firmes, pero suaves mientras deslizó los tirantes de mi vestido, dejándolos caer por mis hombros. —Te comeré toda esta noche. Bajó mi vestido por completo, dejándolo caer a mis pies y dejándome solo en la fina lencería que llevaba. Me levantó sin ningún esfuerzo y me sentó en la encimera. Suspiré al sentir el frío de la superficie contra mi piel caliente, pero no me detuve a pensar en ello, porque con movimientos deliberados y lentos, abrió mis piernas y se acomodó entre ellas. Para este punto, había perdido la capacidad de hablar. Solo podía observar y sentir todas las emociones que ardían dentro de mí. Las palabras eran innecesarias en un momento como este; nuestras miradas y los gestos de nuestros cuerpos comunicaban todo lo que necesitábamos. Sus labios encontraron los míos de nuevo, esta vez con una pasión aún más feroz. Sentí cómo sus manos se movían hacia los tirantes de mi lencería, deslizándolos lentamente por mis hombros. Después, sus dedos ágiles recorrieron mi espalda, logrando desabrochar el sujetador con una destreza que me dejó sin aliento. En cuestión de segundos, la delicada prenda cayó al suelo, dejando mis senos expuestos ante él. La intensidad de su mirada me atravesó, logrando que cada célula de mi cuerpo se despertara en respuesta. No podía aguantar más tiempo, lo necesitaba. Pasé mis manos por su pecho, sintiendo los músculos tensos bajo la tela de su camisa. Desesperada por tenerlo más cerca, comencé a desabotonarla, pero mis manos empezaron a temblar, dificultándolo. Artem sonrió contra mi piel, su lengua trazando una línea de fuego hasta mis clavículas. —Déjame ayudarte —murmuró con voz ronca, apartándose solo lo suficiente para quitarse la camisa de un tirón.
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