POV LIA ROMANOVA
—¿Con quién estabas hablando? —preguntó, con los brazos cruzados sobre su pecho, destacando aún más su físico imponente.
—¿Escuchando mis conversaciones? —repliqué, guardando mi teléfono—. Con nadie importante.
—¿Nadie importante? —cuestionó con una ceja alzada, avanzando hacia mí—. ¿Con quién te vas a ver?
—Son demasiadas preguntas para contestar —respondí, intentando mantener mi compostura.
—¿Quién es? —insistió.
—Un ex compañero —dije, pasando junto a él con la intención de marcharme, pero me detuvo—. ¿Nos quedaremos aquí para hablar de tu posible hijo?
—Esa puta no está embarazada de mí, no espero ningún hijo y si llegara a tenerlo, será contigo, con nadie más —declaró, su tono serio y decidido.
—Pero, ¿y si lo está? —pregunté, preocupada por la frialdad de sus palabras.
—No es una opción, pero si lo está... tranquila, me encargaré de ella —afirmó, su voz resonando con determinación.
Mi ceño se frunció y me alejé un poco, sintiéndome desconcertada.
—¿Serías capaz de matarla con tu bebé en su vientre? —susurré, sorprendida por su actitud.
Su expresión se volvió más sombría y verlo callarse ante mi pregunta me dio la respuesta que temía. Un dolor sordo se instaló en mi pecho, enfrentándome a la realidad de quién era realmente Artem.
—Artem —susurré, conmocionada por su confesión.
—¿Qué más esperas que haga, Lia? ¿criarlo? No deseo un hijo en este momento, y mucho menos con una mujer que probablemente planea atraparme con un embarazo —explicó, su tono frío y distante.
Era una versión de Artem que no conocía, una faceta oscura que chocaba con la imagen que tenía de él como alguien sensible y considerado.
—Sabes, es tu pasado, así como yo tengo el mío, y tú lo arreglarás como quieras —dije, intentando mantener la distancia emocional.
Intenté irme nuevamente, pero me detuvo con su agarre firme.
—Espero que ese ex compañero no tenga ninguna intención contigo, o será otro nombre más en mi libreta —advirtió, su tono cargado de peligro.
Quise reír ante su comentario.
—¿Tu libreta? —pregunté incrédula.
—Tengo un apartado con los nombres de todos tus compañeros de la academia, con diferentes colores: rojo para muerte inminente, amarillo para peligro y verde para a salvo —explicó, mientras sus dedos acariciaban mi cintura, acercándome a él.
Antes de que pudiera responder, sus labios se estrellaron contra los míos, dejándome sin aliento y sumergiéndome en un torbellino de emociones. Sentí la intensidad de su deseo y el conflicto interno que lo acompañaba.
—No, Artem. —Intenté separarme, empujando su pecho—. Estamos discutiendo.
Sus besos comenzaron a descender por mi cuello, succionando y mordiendo suavemente, haciéndome perder poco a poco la cordura. Su cálido aliento y la sensación de sus labios sobre mi piel encendían un fuego dentro de mí imposible de aplacar.
—Podemos seguir discutiendo en la cama —susurró contra mi piel, su voz ronca y cargada de promesas, mientras continuaba chupando y mordiendo mi cuello—. ¿Te parece?
Cerré mis ojos, atrapada entre el placer que me ofrecía y la necesidad de mantener el control. Llevé mis manos a sus brazos, sintiendo la firmeza de sus músculos bajo mis dedos, y con un esfuerzo considerable, me alejé de él, tomando una profunda bocanada de aire.
—Artem, no podemos resolver esto así.
Intentaba mantener mi voz firme, aunque mi respiración entrecortada traicionaba mi deseo.
Sus ojos se encontraron con los míos, llenos de una mezcla de frustración y anhelo. Pude ver el conflicto reflejado en su mirada, y por un momento, parecía debatirse entre insistir o retroceder.
—Qué aburrida eres —se quejó con una sonrisa mientras sus dedos recorrían delicadamente mi cuello—. ¿Te duele algo?
—¿Qué? —respondí, un poco desconcertada por el cambio de tema.
—Hoy peleaste y quiero saber si te duele algo —insistió, con su mirada fija en los patrones que sus dedos trazaban en mi piel—. Responde.
—No, no me duele nada —susurré, tratando de mantener la compostura mientras su toque me estremecía.
Él asintió lentamente, su expresión se suavizó momentáneamente antes de que una chispa de travesura iluminara sus ojos. Con un suspiro, me atrajo hacia sí, abrazándome con fuerza. Sentí la calidez de su cuerpo envolviéndome, y por un momento, todo lo demás quedó en segundo plano.
—Tengo un antojo y se hará realidad esta noche —su voz resonó en mi oído, enviando un escalofrío por mi espalda.
—¿Cuál? —pregunté, mi curiosidad despertada por el tono de su voz.
—Helado de vainilla —respondió, mordiendo suavemente el lóbulo de mi oreja. Apreté mis labios para contener un gemido—. En tu cuerpo, en cada gloriosa parte de ti... Te voy a comer, Lia. —Se alejó ligeramente y agarró mi rostro con firmeza, obligándome a mirarlo a los ojos—. Te comeré toda esta noche.
Un estremecimiento recorrió mi cuerpo ante sus palabras, y el fuego en su mirada me hacía arder de deseo.
—Artem... —intenté hablar, pero él selló mis labios con un beso, profundo y hambriento, que me dejó sin aliento.
—No más palabras —murmuró contra mis labios, su aliento caliente y lleno de anhelo—. Esta noche, solo nosotros.