Capítulo 4

1986 Words
—Lo estoy madre —le respondo sabiendo que por dentro me estoy muriendo. No sé si esta sea la decisión correcta, estoy entre la espada y la pared, mi corazón claramente a decidido con quien quiere estar, pero mi mente sabe que esta es la única opción. —¡No puede ser! ¡Pero que hermosa estas! me recuerdas a mi cuando me case con Rómulo —me dice la señora Luisa, madre de Richard, osea mi suegra— ¡Disculpa! no puedo contener las lágrimas —dice ella con un pañuelo en la mano. —Eso mismo le decía yo en este momento, parece todo un ángel —le responde mi madre, parándose a su lado. —Ahora solo falta colocarte el vestido —dice señalando el perchero que está cerca de mí —¿Y por qué tienes esa cara? mi linda —me pregunta la señora Luisa. —Es que, está muy nerviosa, todavía no se cree que ya haya llegado este día tan esperado ¡¿Verdad Princesa?! —me dice abriendo sus ojos, más grande de lo normal. Veo a mi madre y lo único que quiero es salir de este lugar—¡Sí! es que estoy muy emocionada —le respondo con una sonrisa fingida. —Mi Richard va a estar muy contento cuando te vea, eres la chica que siempre soñé para el —me dice mi suegra mientras me abraza. —Bueno, dejémosla sola, para que se termine de arreglar, vayamos a saludar a todos los invitados —le dice mi madre, a la señora Luisa, tomándola por el brazo. Mientras voltea para regañarme con los ojos. Ellas salen de la habitación, dejándome sola. En ese momento el mundo se me derriba encima. Me levanto y tomo el vestido en mis manos, mientras que por mi mejilla, corre una lagrima llena de dolor y soledad. A pesar de que Richard es el hombre que toda chica desea, de buena familia, trabajador, Ingeniero de Profesión, detallista, amoroso, muy guapo a la vista. Sé que no hay nada que no haría para que yo fuera feliz. No puedo dejar de sentirme triste, ya que no es el chico a quien verdaderamente mi corazón ama. Hoy cumplimos un año de conocernos Mathias y yo, estoy tan emocionada, que le he comprado un collar de mejores amigos, el cual consiste en dos collares, cada uno tiene un dije con medio corazón, que al unirlos, forman un completo. Él tendría uno, y yo el otro, y así él siempre pueda recordarme en donde quiera que esté. He llegado a un punto en el que verlo, es mi momento favorito del día. A pesar de que es un niño de bajos recursos, con el me siento mejor que con mucho de mis otros amigos, ninguno de los dos estamos pendiente de que tenemos, de que estrenamos, o de si llevamos lo último de la moda, solo somos dos chicos, que conversan y se ríen, siendo iguales, y pasando un momento agradable. Hoy voy muy emocionada al albergue, en mi bolso llevo el collar, metido en una bolsita de regalo, estoy ansiosa se ver, cuál será la reacción, cuando se lo entregue, ya que siempre le traigo cosas usadas. Estoy ayudando a repartir la comida, tengo veinte minutos en eso, pero por más que lo busco con la mirada, no logro visualizarlo, ya parezco un ventilador viendo de un lado a otro. «¿Le habrá pasado algo?» «¿Por qué no llega?» pienso en repetidas ocasiones. Hasta que una hora después se aparece, pero en su rostro puedo ver qué anda preocupado. —Hola, ten, sírveme en estos envases —con tono de voz frío— hoy no podré quedarme Francis está enferma, y debo volver —me dice entregándome los potes con unas tapas. —¡Oh! pero ¿dónde están? ¿Qué le pasa a Francis?—le pregunto preocupada. —No puedo decirte. Por favor sírveme la comida, debo irme rápido —me dice viendo hacia atrás, como si alguien lo estuviese vigilando. —¡Sí! ¡está bien! —le respondo apresurando mis manos —pero puedo ayudarte, dime ¿dónde están? —le pregunto mientras le sirvo la comida. Mathias no dice nada, esta como ido en sus pensamientos, es como si no estuviese allí en ese momento. Cuando he terminado le entrego los envases, este los toma, metiéndolos dentro de una bolsa de plástico, y luego se va corriendo sin despedirse. Yo me quedo viendo cómo se aleja rápidamente «Ni siquiera me dio tiempo de darle su regalo» —Pienso agachando mi cabeza, triste. Pasan dos semanas, y no sé nada de Mathias, y tampoco puedo preguntar por él, ya que nadie sabe que él está allí comiendo, y tampoco quiero preguntarle a la hermana Josefina, no quiero meterlo en problemas con ella. La preocupación no me deja dormir por las noches, y me desespera estar allá, en el albergue y no saber nada de él. La angustia me está comiendo. No logro concentrarme en el colegio. Cada día solo quiero llegar al albergue para saber que está bien. Pero los días pasan y crece más la incertidumbre de saber ¿dónde está?. Hasta que un día estoy ayudando a recoger las mesas, al terminar la hora del almuerzo. «Hoy tampoco lo vi, ¿Dónde estarás? ¿Por qué no has venido? Si esto sigue así, tendré que preguntarle a la hermana Josefina sobre su paradero» pienso, ,mientras termino de limpiar, cuando alguien me tapa los ojos desde atrás. —Adivina ¿quién es? —me dice en el momento en que tapa mis ojos con sus manos frías. Inmediatamente, toco estas manos, frías y algo ásperas. Claramente sé de quién se trata, ya que identificó el sonido de su voz. Colocando una sonrisa de oreja a oreja le respondo. —¿Ángel? —es el nombre de uno de los chicos que ayuda junto conmigo. —!No! ¿Ángel? ¿Quién es Ángel? ¡Vamos, inténtalo una vez más! —me dice animado. —¡Ehhhhh! el señor Luis —le respondo jugueteando con el mientras rio. —¿Qué? ¿cómo puedes creer que soy el señor Luis? —me responde riendo— No tengo voz de señor. —¡Ah! ¡ya sé! ¡Es Lucas! —otro chico que ayuda en el albergue. —¡Sí que eres mala adivinando!, inténtalo una vez más ¿quién soy? —me vuelve a preguntar, mientras me aprieta fuerte los parpados para que no haga trampa. Pero de pronto escucho una pequeña voz dulce riendo «esa es la risa de Francis, no hay duda de eso» pienso sin quitar las manos de sus manos. Río al escucharlo, —Obviamente eres ¡Mathías! ¿cómo no voy a reconocer tu voz? —le respondo quitando sus manos de mi rostro. Al voltearme lo veo con una enorme sonrisa en su rostro, al igual que yo, estoy muy contenta de verlo, a su lado está la pequeña Francis, quién está dando brincos como siempre. —Ven, vayamos al árbol — me dice halándome por el brazo. Yo inmediatamente volteo, para verificar que nadie me vea saliendo de la mano de Mathias. Al percatarse de que nadie nos está viendo. Corro apresurada, para salir del salón. Estando afuera me toma por las manos. —Te extrañe mucho —me dice, viéndome a los ojos, mi corazón late, sintiendo un pequeño susto, mientras que Francis, se guinda de mi brazo. —Yo te extrañe muchísimo más —me abraza. —Yo también los extrañe un montón —me agacho para quedar a la altura de Francis, la cual me llega un poco más arriba de la cintura —y me alegra un motononon ver qué ya estás bien —le digo a Francis abrazándola. —Sí, mira, las puyas me han dejado marca —me dice mostrando las cicatrices de las inyecciones, mientras hace pucheros. Yo tomo sus brazos y le doy besos en donde tiene las cicatrices —Lo bueno es que ya podemos volver a jugar y saltar como siempre —le digo riendo, tratando de animarla. —¡Siiiii! ¡Claro que sí! —me dice ella, mientras sale corriendo y se monta en el caucho que está guindando para mecerse, como si fuera un columpio. Mathias y yo nos quedamos sentados en una esquina, mirando con alegría a Francis jugar. Cuando de pronto recuerdo que en mi bolso, aún tengo el regalo que le compre a él, hacia unas semanas. —Por favor, espérame aquí, te he traído algo —le digo, mientras me levanto para ir por mi bolso. Al regresar me siento nuevamente junto a él, y con el bolso en mis piernas, saco una bolsa de regalo, algo arrugada ya que desde que lo compre, lo he cargado dentro del morral. —Ten, te he comprado esto, ya que hace unas semanas, cumplimos un año desde que nos conocimos, y quería que tuvieras algo que te recordara a mí, y nuestra amistad, donde quiera que estés. Sus ojos brillaron al ver el pequeño obsequio que le estaba mostrando, y con un tono de voz alegre y sorpresivo me dice. —¡Eso! ¡Gracias! ¿Qué es? —esa inocencia que muestra al abrir el regalo, era algo que me encantaba, ya que nuestra amistad era genuina. de haberle regalado esto a alguno de mis amigos, me lo habrían tirado el al suelo, en cambio Mathias no, el cariño entre nosotros era puro y sincero. —¡Me encanta! —dice al ver el collar— por favor ayúdame a ponerlo, no me lo quitaré nunca. Escucharlo decir eso, me lleno de alegría, saber que le había gustado, me hizo sentir bien. Después de ayudar a ponérselo, le muestro el mío, el cual llevo guindando desde que lo compre. —Mira, yo tambien llevo uno igual, que si te das cuenta, es la otra mitad. Así siempre sabremos que a pesar de que no nos veamos, estamos conectados el uno con el otro. El inclina su rostro para verificar, y al verme se ríe. De pronto él me dice. —Yo también, te había hecho algo, pero con mis propias manos, espero que te guste, no es tan bonito —toca el collar que le regale— como este que me diste, pero si está hecho con mucho cariño, Francis me ayudó a escoger las pepitas —Sonríe. Saca de su bolsillo una bola de papel, blanco con unas cosas impresas en él, supongo que es algún papel reciclado que encontró. Pero aquello me sorprendió, no esperaba recibir nada de su parte. —Toma, la hicimos con mucho cariño. —dice dándomela en la mano. Agarro aquella bola de papel y la desenvuelvo. Mis ojos centellaron de alegría al ver que también me había regalado un collar. —¡Gracias está muy lindo! —le respondo con una sonrisa en mis labios. Inmediatamente él se levanta de la silla y se para frente a mí. —Ven yo te lo pongo —me dice quitándome el collar de mis manos. Se acerca a mí, mientras yo bajo levemente mi cabeza, para que esté pueda abrochar el collar detrás de mí cuello. Cuando levanto mi rostro este me da un beso en el cachete. Mi corazón salto en ese momento, mis mejillas se sonrojaron, no esperaba esa reacción de su parte, sentí mariposas en el estómago y me quedé paralizada, no sabía que decir o hacer. —¿Te pasa algo? —me pregunta Mathias al ver mi rostro, tan rojo como un tomate. —No, —le respondo, tratando de disimular lo que estaba sintiendo en ese momento. De pronto escuchó una voz muy fuerte que viene e de adentro del salón de comer. —¡Alba! ¡ALBA! ¡Alba!...
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