Al caer la noche, sólo quedan un par de guardias merodeando. Cada uno en su tema, organizando los días para ver a quien le toca cocinar. Si tenemos en cuenta que son tres por torre y hay cuatro para todo el predio, los tres de la garita de entrada y yo, somos dieciséis adultos capaces de cocinar para todos los presentes.
Por lo que puedo escuchar, siempre rotan al que cocina y al que descansa, porque quien cocina, duerme un rato menos.
Nosotros tenemos la libertad de cocinar lo que queramos, pero prefiero que nos unamos y no hacer enemigos de a gratis, cuando lo que más necesitamos son amigos y no gente que nos eche de cabeza al mínimo descuido.
Luego de tener el calendario y ver que me toca este sábado, cenamos un guiso de arroz y nos vamos a descansar.
-Luces fuera- anuncia Agustina antes de apagar las luces y luego de trancar la puerta de ingreso.
A mañana siguiente, me levanto, hago la rutina diaria, parto hacia el comedor y me encargo de prender las cafeteras y llenar la caldera para los que toman mates.
-Buen día, Capitán. - saluda un Cabo.
-Buen día. Dejo calentando agua allí- señalo la estufa.
-Gracias.
Continuo organizando el lugar como cuando entrené y era un simple cabo. Sacar el pan del medio día a descongelar, pegar una nota para mandados y anotar mi contacto. Es una forma de mantenerse en contacto pese a los kilómetros y las horas que nos separan.
-Buen día, Capitán. - Agustina ingresa vestida normal y saluda formalmente porque ya han ingresado un par de cabos más.
Por el rango, sería quien queda a cargo de todo, pero por la antigüedad de algunos, prefiero que ellos tengan el liderazgo.
-Después de desayunar vamos a ir a la gasolinera- pronuncio en voz alta. - Si alguien necesita algo, está mi contacto y con gusto se los traigo.
-Gracias- dicen un par de ellos.
Desayunamos con normalidad y una vez listos, avanzo a mi próxima actividad. No sabemos de donde ni de quien tenemos ojos encima, por ello, sigo las instrucciones del general.
-Manos al frente- ordeno a Agustina que acata sin dudar.
La guió a la camioneta y recorro lo cinco kilómetros hasta la garita. Presento el permiso de salida, donde firma con la hora y pregunto si necesita algo.
-Si me trae un cartón de cigarrillos le agradezco.
-Se los traigo. Hasta luego.
Conduzco un tramo y me detengo a sacar las esposas de mi acompañante.
-¿Puedo saber porque trancaste anoche?- consulto aun detenido en la ruta.
-No lo se. Costumbre del verano pasado. El otro se quedaba en la habitación del General y me encerraba, entonces me acostumbré a trancar desde dentro.
- okey. Gracias por la confianza.- le digo antes de avanzar.
Bajo mi ventanilla para respirar el aire de la carretera. Por el calor no se disfruta tanto, pero es bueno sentir el aire circulando por la piel. De reojo, veo a Agustina hacer exactamente lo mismo.
Veinte minutos más y me encuentro estacionando en la bomba. Ella no se mueve de su lugar
-Baja a elegir tus chocolates y lo que necesites- la incentivo.
-¿De verdad?- pregunta incrédula.
-Si, claro.
Se baja emocionada y con una sonrisa. Por el viento de la ruta, tiene sus cabellos lacios todos alborotados. Desarma su cola de caballo y se lo desenrreda con sus dedos.
Abro la puerta para ella y echo un vistazo a la caja.
-Buen día, señor. Señora- le sonrió a la señora Alicia.
-Buenos días, joven. Ya se me hacía raro que no haya pasado en tanto tiempo. - me saluda y se gira hacia su marido con una sonrisa- El es el Capitán que te hablé, cariño.
-Ah, Rogelio para servirle, Capitán. - estrecho su mano- Mi esposa quedó encantada con usted. Dice que le recuerda a cuando yo era joven.
-No, como cree. Vine por unas cosas. Ya las busco y regreso.
Recorro las góndolas y me encuentro a mi acompañante muy concentrada.
-Lleva lo que quieras, no tiene que ser uno solo- la animo.
-¿Cuántos es lo que yo quiera?- cruza los brazos en su pecho y entrecierra los ojos.
-Que sean menos de mil, sino estamos en bancarrota. - la señaló con el dedo.
-¿Pesos?
-Chocolates, Agustina. Menos de mil chocolates.
-No podría comerme mil chocolates, pero supongo que uno crocante, con pasas y uno amargo, si- bromea.
-Saca tres de cada uno de esos y bombones también tres cajas- indico mientras cargo la yerba, máquinas de afeitar, desodorante y un jabón corporal nuevo.
No sigo prestando atención a lo que hace, pero cuando me dirijo a la caja, ella está a un lado con una sonrisa tensa.
-¿Llevas algo más?- inspecciono lo que tomó y veo que es solo lo que le indiqué. - Necesito gomas de Eucaliptus y estas tambien- tomo unas de frutas de los paquetes grandes.
-¿Algo más, joven? - me pregunta el señor, después de llenar mi tanque e ingresar a entregar mis llaves.
-El cartón- susurra Agustina.
-Oh, si. Un cartón de cigarros y chicles. - agrego.
-Menos mal que su novia le hace acuerdo de las cosas, sino estaría perdido, joven- me reprende Alicia negando con su cabeza.
Agustina queda toda roja, pero no me gasto en contestar nada al respecto. p**o la cuenta completa, recibo el tiket y salgo afuera para subir a la camioneta con los pasos de mi acompañante resonando en el suelo. Salgo nuevamente a la ruta y las ganas de dar vuelta en U y perderme por algún lado, hacen cada vez más fuerza en mi, pero soy consiente de que tengo una responsabilidad y nada va a permitir que la abandone antes de tiempo.
A mitad de camino me aparco en la ruta con las valizas encendidas y me bajo con mis cigarros. Es un hermoso día para tomar sol, lejos de lo que veo todos los días y no lo voy a desaprovechar.
Después de un momento, Agustina también baja con sus auriculares puestos.
-Nos detuvimos ¿Porque?
-Para disfrutar la libertad robada por un rato. Disfruta, Agustina. - muevo mis manos para reafirmar mis palabras.
Cierro mis ojos y disfruto el calor del sol en el rostro. El sonido del viento dando contra los laterales de la camioneta y el silencio de personas que hace demasiado que no disfrutaba. Esta sensación de pertenecer a la civilización que te brinda el olor del vitumen y a la misma vez, que nadie puede molestarte.
Estoy absorto en mis pensamientos, cuando su voz rompe todo silencio.
-¿Puedo preguntar porque no aclaraste nada con la señora?- murmura después que ya me terminé el segundo cigarro y lo aplasto en la tierra suelta.
Miro en su dirección con un ojo abierto y el otro cerrado, meditando mis palabras.
-Porque ella quería saber cosas y yo no se las iba a decir. - contesto con honestidad, como siempre- ¿Tu si?
-Creo que no, pero igual. Acá viene mucha gente. ¿No te preocupa lo que puedan decir, Cristian?
Medito sus palabras y pienso que somos dos adultos, que la señora es chusma y que hace mucho que dejé de dar explicaciones. Casi un año para ser exactos.
Quizá ella es demasiado joven aún, pero después de cierta edad, uno comienza a interesarse cada vez menos por la opinión de los demás, y más aún, si provienen de alguien a quien apenas conoces.
-No. Me preocupa más tomar sol y saber que estás escuchando hoy.