Los días aprendiendo historia se hacen eternos de a ratos y en otros, muy amenos. Agustina lo lleva bastante bien y Diego y Marita están seguros de que le va a ir bien.
Cuando queremos acordar, escapar de la cocina en absoluto silencio, entrar en ella dando órdenes como si tuviera la peor compañía posible de todo el cuartel y las risas disimuladas en la biblioteca o mi pabellón, son moneda corriente, tanto para mi, como para ellos.
Escuchar de todo tipo de música una hora al día antes de dormir, más que costumbre es una necesidad. Fue Agustina quien lo propuso y a Diego también le gusta, por lo que un simple dos contra uno, se transformó en una parte de la rutina antes de dormir.
Marita es una más del montón y en más de una ocasión nos acompañó al campamento. Diego se aburrió un par de veces y quería movimiento, por lo que competía contra Agustina en el circuito corto. Alguna vez logró ganar, pero el setenta por ciento de las veces, perdía como los mejores dándome material para burlarme algunos días a la semana. Así ganamos algún campamento, o perdimos la elección de la cena en el mismo, porque esto era chicas contra chicos.
Creo que lo más desastroso fue mi intento de tortas fritas. Duras, desabridas y llenas de grasa. Me acusaron de poco uruguayo, pero yo había aclarado que soy un desastre. Cocina rústica y de ahí no salgo. Las pizzas en la piedra caliente, resultó de lo más novedoso que nos hizo Marita y todos estuvimos de acuerdo que debía repetirse.
Mañana está prevista la llegada del general y nuestro pabellón brilla como ninguno. No puede encontrar escusas para no permitirle ir a sus exámenes ahora que tenemos una mínima ventaja.
-Recuerda no dejarte llevar por el enojo. Si señor y agachas la cabeza aunque quieras arrancar la suya- recomienda Diego.
-A menos que te toquen, no reacciones impulsivamente, así te prometan una caja de bombones.- sugiero.
-Bombones. Desde que llegué no se que es un chocolate. - se escusa en un lamento.
-Cuando se valla, voy a la ruta y te compro, pero te comportas. - la señalo.
-Si, Capitan- y hace el saludo militar.
-No te burles- la vuelvo a señalar.
-No es burla. No eres como los demás. Simple y llano respeto, capi.- aclara.
Nosotros nos reímos y cada uno se acomoda en su cama.
-Fuera luces- grita Diego antes de apagar todo.
Me acomodo en mi cama y rezo porque todo valla bien mañana. Dicen que nunca es tarde para confiar en Dios y mas vale tarde que nunca.
Con ese último pensamiento, me entrego a los brazos de morfeo.
El sonido de un camión grande me hace abrir los ojos y mirar el reloj. Cuatrocientas treinta.
Hago mi rutina y me asomo a la puerta.
-Llegaron los camiones nuestros, Cristian.- habla Diego saliendo del baño y sentándose- Pereira no va a tardar el solicitarme.
-Quiero darte las gracias, amigo. Por esto- señalo hacia la cama de Agustina- Por aportar a la causa.
-Yo a ti por abrirme los ojos. Por aprender a escuchar y enseñarme a no creer en todo lo que me dicen.
Se para de la silla en la que estaba sentado y toma su bolso con todas sus pertenencias ya listas.
-Llámame para lo que necesites, amigo- lo tomo en un abrazo sincero, porque gente como él no se conoce a diario.
-Nos vemos, Capitán- hace el saludo y se lo respondo.
Tiene potencial para llegar muy lejos, espero que pueda verlo, apreciarlo y sobre todo, aprovecharlo.
Una hora después, Agustina y yo nos encaminamos al comedor.
-Cinco minutos para el desayuno y a la biblioteca- hablo seco detrás de ella al ingresar.
-Si, Capitán- contesta como de costumbre, toma su tasa y se sienta en su lugar.
Decir que tragamos el desayuno ha de ser una epifanía. En cuatro minutos ya lavamos nuestras cosas y entramos a la biblioteca.
Marita me hace que no con la cabeza.
Las pizarras están ocultas en elgun lado al igual que su cuaderno lleno de stikers por sus anotaciones importantes, por lo que puedo ver, Marita se me adelantó a los echos o Diego estuvo por acá.
-Muevase. Historia- le ordeno.
-Capitán, Vaz. Que bueno que lo veo- la voz del general al fondo de la biblioteca me sorprende pero no me impresiona.
-General- saludo de forma oficial.
-Sigame a mi oficina que tengo lo suyo- me invita a pasar al fondo con un ademán de mano.
Él solo analiza nuestras posturas, sin saber, que está todo hablado hasta el mínimo detalle.
-Que no se pare ni para ir al baño- miro a Marita y señalo a Agustina.
-Como siempre, Capitán. - responde con saludo formal.
-Veo que ya la tiene entrenada- comenta jocoso y con una sonrisa.
-Si. La mayor parte del día. No le permito moverse ni para ir al baño.
-Perfecto, Vaz. Aprende rápido.
-Por supuesto, general.- Le sonrió de regreso.
-Acá esta su solicitud de baja- gira el sobre en el escritorio, pero no retira la mano- ¿Esta seguro?
-Si, mi General. Este último mes las pesadillas han aumentado al igual que la sensación de que me falta algo. Necesito descansar.
-Haga tratamiento cuando regrese a la civilización, Vaz. Muchos terminan como mi pobre cuñado.
-Es lo que trato de evitar- es lo único que puedo contestar.
-Revise sus datos y firme. - procedo a hacerlo muy meticulosamente sin pasar ningun detalle por alto- Hoy queda solo el m*****o esencial. ¿Sabía?
Termino de firmar su copia y luego reviso y firmo la mía antes de poner las huellas.
-Algo escuché. -Le paso los documentos y los firma antes de guardarlos y regresar mi copia firmada- ¿Qué pasa si necesito algo de afuera del cuartel, General?
-Esto es su baja para marzo. Eso- señala a la biblioteca- exclusivamente su responsabilidad. Sale, se la lleva con usted, lógicamente con esposas. ¿Qué tan lejos piensa ir?
Dijo ¿esposas? De verdad piensa que estamos con una asesina serial.
-Gasolinera. Ya sabe. Golosinas- muevo la mano- Yerba y algún refresco.
-Ella no puede comprar nada. Las cosas esas que usan las mujeres y que se conforme. - me señala con gestos de asco.
-Su familia le trajo para todo el verano, solo yo compraría. Si la tengo que llevar si o si, la puedo esposar al volante. - divago para que no sospeche de cualquier cosa.
-Me gusta como piensa. ¿La ha tenido aislada?
-Todo lo que he podido, general. Con suerte y le permito escuchar las voces de los demás. Monterreal para sus clases, el Cabo para pasar órdenes o yo gritándole que se mueva más rapido- levanto un hombro con desinterés, como si el solo imaginar que hago todo eso no me hace sentir miserable.
El sonríe como si fuera la mejor noticia del mundo y se para.
-Que siga así. Cuestión que se acuerde de nosotros hasta su último día de vida. Hagamos dificil que estudie- extiende su mano con una sonrisa- Ya tiene todo para seguir su verano, su baja y su responsabilidad.
-Muy bien, General. Gracias.
Nos saludamos formalmente y entro a la biblioteca a paso firme, dispuesto a darle su último acting del verano.
-Al circuito. - ordeno y le toco el hombro- Mueva ese cuerpo, pedazo de vaga.
Los dos nos dirigimos allí, cada uno en su papel. Yo con mis puños apretados como si hubiese echo algo malo, pero en relidad no es con ella, y ella no se. Tal vez pensando en que estoy loco.