-Cabo segundo Díaz. Asignado a la colaboración del pabellón cinco.
-Yo soy Michael y tengo 19 años. Estoy por drogas. - El muchacho de unos 170 centímetros, rubio de ojos claros que está próximo a mi oficina me extiende la mano y se la acepto.
-Lorenzo, 18 y lo mismo. - expresa con cara de orgullo, no extiende su mano pero igual asiento con la cabeza. Detallo su altura media no mas de 165, su cabello castaño oscuro y sus ojos marrones.
-Emm. Yo soy Laura, tengo 18 años y estoy acá porque agarraron robando una moto- hace una mueca con sus labios y los brazos cruzados. Tiene el cabello crespo, n***o y muy largo para el metro setenta que debe de medir.
Jaime, un boven de pelo azabache, ojos verdes y metro ochenta, mira a Laura y decide hablar primero.
-Jaime, 18 años- extiende su mano y se la recibo.
Todos miramos a la última joven que no nos presta ni atención.
-Presentese, señorita. - exijo.
-Agustina, 19 años. Lo demás lo tiene que tener en el registro. - especta de brazos cruzados y sin mirar a nadie en particular, excepto a mí por el breve transcurso de su escueta presentación.
-Uuuyyy que brava saliste, morocha- Michael se le acerca y ella lo mira fijamente con todo su cuerpo tenso.
-Aléjate de mi porque te rompo todo, idiota.
Levanto mis cejas con la altanería de la joven y el avance de Michael.
-Michael.- llamo su atención y señaló con mi índice sin titubemear- A tu lugar.
-Ah, vamos que no le iba a hacer nada- responde bromeando, el resto rie pero yo no.
-Silencio- exijo elevando mi voz. - Acá las reglas son simples. Uno- levanto el índice comenzando el conteo y los miro a los ojos, a cada uno de ellos- No están acá de paseo. Están acá por otras razones. Dos. - levanto otro dedo y camino enfrente de ellos- Les exijo respeto si quieren lo mismo. Palabras y el espacio personal de todos. Si no respetan tendrán sus consecuencias todo el grupo. Tres - acompaño el conteo con mis dedos- cada uno de ustedes debe de levantarse, tender su cama y mantener su espacio organizado para antes de la setecientas horas si no quieren sus pertenencias bajo agua.
-¿Qué son las setecientas, Cristian?- Lorenzo levanta la mano y habla a la vez.
-Las siete de la mañana inútil. - responde mordaz Agustina.
Puedo ver su intención de contestar, pero aquí el que habla soy yo.
-Cuatro- me paro enfrente de Lorenzo antes de que hable. - Para ustedes soy capitán y si el capitán no lo autoriza, ustedes no hablan. Cinco. Cuando se apaguen las luces no puede volar una mosca aquí adentro. Seis. Tenemos el horario de la mañana para estudiar en la biblioteca o la sala de informática y la docente se respeta al igual que a todos en este lugar. Siete. - sigo recorriendo cara por cara- A las mil cuatrocientas comienzan las actividades físicas, las cuales son obligatorias porque no hay razones para no hacerlas.- 'es de echo una forma de forjar su carácter y porque no de castigarlos' pienso para mi mismo - Ocho. Al terminar de desayunar, almorzar o cenar deben higienizar lo que utilicen de la cocina. Nueve. Si se lo ganan el fin de semana se pueden hacer actividades a su gusto aquí dentro, sino no y la jornada será como cualquier día normal. Por último, el Cabo Díaz es parte del grupo y su superior, por lo tanto, cualquier falta de respeto que le hagan tiene consecuencias y sus órdenes deben de ser acatadas. ¿Quedó claro?
-Si, Capitán - contesta Agustina sin ganas y se lleva la mano a la frente.
El resto de ellos solo ascienten y se miran de costado, algunos levantando las cejas ante el gesto de Agustinam que más que señal de respeto, parece una burla.
-¡Pregunté que si quedó claro!- repito elevando mi tono de voz.
-Si, capitan- hablan ahora a la vez.
-Terminen de organizarse. Todos- miro directamente a la joven que tiró sus pertenencias a la repisa. - Tres minutos.
Cuando terminan vamos al comedor para que puedan desayunar y yo me paro a observar sus comportamientos. La mayoría se sientan juntos, pero esa joven se sienta apartada. Tengo la sensación de que va a causar muchos problemas.
-Capitán. Con todo respeto ¿puedo preguntarle algo?- Díaz se acerca con discreción y me saca de mis pensamientos.
-Adelante, Cabo. - autorizo.
-¿Porque dejarles elegir actividades los fines de semana si están recluidos?
Lo miro atentamente a él y luego al grupo de jóvenes que parece que recien salieron de la guerra.
-¿Qué es lo que más odia del entrenamiento, Cabo?
-¿Cómo dice?- cuestona.
Puedo ver sus miedos titilar en sus retinas por la pregunta de un superior, que sin lugar a dudas, puede meterlo en problemas.
-Entre usted y yo. - nos señalo con total discreción- No sale de acá. ¿Qué es lo que menos le gusta?
-Supongo que uno deja de ser uno mismo porque toda acción tiene una reacción.- responde escuetamente y observando que nadie escucha.
-Cuando son acciones negativas. - El levanta una ceja sin comprender de lo que le hablo- Cabo. Acá las reacciones son a las acciones negativas. Las positivas no tienen reacción y no es lo que queremos si la intención es que vuelvan a la sociedad.
-¿Usted habla de la teoría del premio y castigo?- junta sus cejas al comprender mi teoría parcialmente.
-Correcto, Cabo. - observó a los jóvenes levantarse y yo también lo hago- Si no funciona probamos a su manera. ¿Le parece?
-Usted manda, capitán. -extiende su mano para estrecharla con la mia- Piensa diferente al General y al reto de los capitanes, asique le deseo suerte.
Solo le sonrió y guió el grupo al pabellón para que se laven los dientes antes de ir a estudiar, como corresponde para que salgan de aquí posiblemente reivindicados.
En la biblioteca está la profesora Marita Monterral, quien les da el programa a cada uno para que estudien lo que necesitan, después de una presentación entre las partes.
Cada uno de los miembros del ejército tiene estudios avanzados en algún campo. El mío está centrado en informática, por lo que las matemáticas están dentro de mi campo al igual que economía. De todos modos, lo que más me apasiona es el campo de entrenamiento al aire libre.
Con el trasplante en mi pierna no puedo forzar demasiado mi cuerpo, pero no me impide hacer otras cosas.
Puedo aprovechar a hacer ejercicios de pesas que no lastimen el trasplante. La sala de informática, pienso, puede ser otro método de distracción para no enloquecer.
Doy un recorrido admirando los 10 servidores que hay a disposición, el servidor madre, la pantalla de proyección y algunos elementos de repuesto. La biblioteca, en cambio, está llena de libros, una impresora bastante ambigua y folders con copias, embembretadas por materia.
No me preocupo en demasía por mi ronda ya que tengo a otra persona como punto de apoyo y por lo que puedo observar, es un buen elemento, al menos para mi.
Supongo que en algun momento, debo buscar y tengo que agradecer al capitán Pereira que me asignará al cabo Díaz.
Después de unas horas de estudio, donde cada uno se concentra en hacer su trabajo y dejar todo nuevamente organizado, procedemos a almorzar e ir al pabellón a higienizarnos y algunos de ellos se cambian para lo que se viene.
Se que no les va a gustar el entrenamiento en el campo, pero es lo que hay.