Parte 2: ¿Estefan Colobourn?

3328 Words
Erika. Estoy que no puedo; la rabia me carcome y no entiendo el porqué; tal vez será el hecho de que por más que intento centrarme en los documentos de la fiscalía se me complica. Acomodo mejor mi anatomía en la cómoda y reconfortante silla giratoria principal, que se encuentra a la cabeza de la extensa mesa de reuniones. Todos mantienen sus ojos en los folios entregados, debatiendo ideas sobre las estrategias y decisiones a tomar mientras yo me remuevo algo incomoda en mi asiento, sintiendo las ojeadas para nada sutiles que me ofrece el castaño. Carraspeo con mis latidos en mis oídos, y tamborileo mis dedos encima de la mesa, pretendiendo que los nervios no me están sobrepasando con solo esa mirada. Este momento incómodo de silencio donde se perciben murmullos de algunos abogados, aunque lo más odioso es que no aparta su mirada de mi cuerpo... Si soy honesta es algo normal que muchos hombres no sean capaces de apartarme la mirada, comprendo que es algo más que corriente ya que el hecho de que comparto una belleza exuberante y tierna de algún modo por mis resaltantes pecas, pero ¡j***r! Con este tío es tan jodidamente diferente debido a que, me trasmite un aura muy extraña que pone mis huesos a temblar. Debo tragar; me veo forzada hacerlo por el simple hecho de que en el momento justo en el que extiendo mi mano para agarrar una botella de plástico que se encuentra en el medio sobre una bandeja, nuestras manos se rosan, permitiendo que sienta la fibrosidad de sus masculinos dedos cubiertos por anillos y algunos tatuajes. Mis mejillas se sonrojan, pero no tardo mucho en ocultarme detrás de esa fachada de mujer frívola que tanto se me hace familiar, odiando ya a este hombre por estarme ocasionando millones de estragos. «Solo estoy conmocionada» Repítelo hasta que te lo creas mi ciela... Esa molesta vos en mi cabeza no se detiene, intensificando un poco el temblor en mis manos. Coloco un mechón detrás de mi oreja dejando ver un pendiente con la inicial de mi nombre, para después relamerme los labios que están húmedos gracias a la refrescante agua que relaja mis músculos tensos. Desvío mi atención a sus ojos marrones claro, percatándome de que su expresión fácil denota seguridad, y algo más que no logro descifrar. Es todo un enigma el condenado. Sonrió para mis adentros, apreciando como entrelaza sus manos encima de la mesa, y el traje se adhiere más a su musculoso cuerpo. Recoge la baba del suelo mi ciela... Pretendo que todo esta bien, recobrando la compostura para comenzar lo que fue interrumpido por su estúpida presencia. —Como estaba explicando antes de ser interrumpida ... —le lanzo una mirada asesina que el solo ignora—, los casos de los Montero hay que tenerlo ya más que listo; la fiscal muy pronto pedirá las pruebas conjuntas que establecen la inocencia de la familia ante el acto atroz cometido en su casa. Todos me observan debatiendo en voz baja, mientras él comienza a masticar no se que sacándome de mis casillas. «Respira Erika» —Hasta ahora conocemos que... —Tengo una rara sensación de que te he visto antes —me interrumpe con su cara muy dura, dandole igual si me molesta ๐ no, provocando que apriete mis manos en puños sintiendo mi sangre hervir. Sin embargo, no demuestro mi molestia; continuo con esa sonrisa adornando mis labios pretendiendo que no será capaz de provocarme por más que quiera. —No lo creo —extiendo una frondosa sonrisa y me cruzo de piernas con coquetería, siendo consciente de que sus ojos serán imposible de resistirse a eso... ¿Que decías? Quedo como una jodida payasa ya que; sus ojos ni siquiera hacen el intento de despegarse de los míos, sosteniéndome la mirada sin ninguna emoción plasmada en ellos; impidiéndome poder leerlo como tan bien se me da. —Aunque si fuera el caso; seguro y fue en ... —Ni vayas a decir que en mis sueños... —afianzo mis puños con fuerza queriendo lanzarle un buen puñetazo de esos destructores que aprendí cuando pequeña—... en mis pesadillas; ya lo recuerdo muy bien. Me indigno, posando molesta una de mis manos en mi pecho, completamente horrorizada. —¡Por favor! Jamás te permitiría soñar conmigo —aclaro admirando mis uñas, y tratando de calmar la molestia que se está apoderando de mi pancita. Unas cuantas carcajadas salen de sus labios; a la vez que acerca su cuerpo más al mío jugueteando con un mechón de mi corto cabello castaño. —¿Qué es tan gracioso? —interrogo olvidándome de las demás personas que nos rodean, solo prestando atención al c*****o que no debo. Eleva la comisura de sus labios, manteniendo sus orbitas cautivadoras fijas en las mías, deslizando su rosada y húmeda lengua por sus gruesos labios que se vuelven una jodida tentación. Necesitamos un buen baño de agua fría compañera. Asiento por dentro, percibiendo como mi ser desde adentro comienza a entrar en calor; pero uno de esos que por más que quieras liberarlos se vuelven una molesta bola en tu monte de Venus no queriendo irse jamás. —Que te creas con el jodido derecho de decirme si puedo ... o no soñar contigo —suelta dejándome completamente sin palabras y boqueando como un pez fuera del agua que necesita oxígeno justo ahora. Llamen a una maldita ambulancia que está mujer está entrando en un coma instantáneo. La sonrisa de superioridad que se aflora de sus labios solo me impulsa a tener una idea bien clara en la cabeza. «Le demostrare a este gilipollas con quien carajos se está metiendo» Elimino las arrugas de mi traje, saliendo de mi estado atolondrado, mientras las miradas asesinas no tardan en llegar, porque desde este momento estamos en la guerra y el primer dato de ello es que no soy alguien que juegue limpio. Me pongo de pie, contorneando mis caderas en dirección a la pantalla que se ilumina con uno de los casos principales... El asesinato del señor Estrada donde se acusan a los hijos de haberlo envenenado. —Según las investigaciones que le realizamos a cada uno de los hijos del señor Montero —inicio deslizando las imágenes poco a poco con todo los datos de la autopsia, los medicamentos del señor, las cuartadas de los hijos, algunos testimonios de los empleados y pistas que la policía ha permitido usar, junto a los videos de las cámaras de seguridad que mantenemos guardados en un pendrive n***o—; sin embargo, cada uno ha demostrado que en cierto modo le da igual la herencia de su propio padre, aunque también sabemos el odio que le tienen a la viuda del señor; siendo tanto que la culpan a ella del asesinato. Fijo mis ojos en los del castaño, percibiendo como peina sus hebras, me guiña un ojo con picardía y después comienza beberse el poco agua que le queda a mi botella. «Capullo» No aparto mi sonrisa, ni dejo de demostrar seguridad y elegancia. —Pero señorita Brown —Monica, una de las abogadas civiles empieza a hablar con suavidad—, la señorita Montoya está completamente limpia. Jugueteó con un pequeño palo que sostengo en mi mano, no dejando de moverme de un lado a otro por la estancia; provocando que mis tacones creen un sonido constante. —Si, hasta ahora sabemos eso pero ... —A ver si comprendo bien —aprieto mi mandíbula ya siéndome imposible soportar las ganas de matarlo justo delante de todos; es la tercera vez que me interrumpe y juro que si lo vuelve a ser será picadillo lo más pronto posible. Recuerda que el asesinato es penalizado con una cantidad exacta de casi veinte años… Respira. No abandono mi sonrisa, sosteniendo mi peso en mi otro pie, mientras pego mi espalda a la esquina donde se encuentran las cortinas que recubren los enormes ventanales. —¿Su trabajo es defender a su cliente o investigar el caso? —inquiere con sus codos apoyados en la mesa y una leve sonrisa en sus labios. «Juro que te la arrancaré hijo de puta» ¿Y por qué mejor no se la borras con un beso? Mi expresión cambia a una de completo horror, resultándome más que asqueroso ese hecho, todos se quedan mirándome de manera desconcertada, a diferencia del desconocido que acentúa su picardía a tal punto de que ya es más perversión que otra cosa. —¿Qué sucede hermosa? —se posiciona con sus codos en sus piernas, entrelazando sus largos dedos para mirarme con mucha atención—, ¿acaso estás pensando cosas malas que nos envuelven? Unas risas satíricas salen de mi, impulsándome a reír como una loca por el simple hecho de que él crea que sería capaz de pensar que entre nosotros podría pasar algo cuando ni siquiera me atrae para un rollo de esos de una noche. —Incluso aunque estuviera ciega, desesperada, hambrienta y en una isla desierta, eres la última persona con la que me acostaría —mi lengua atrevida y venenosa comienza a tomar una forma más que peligrosa, lo sé; cuando quiero puedo ser el mismísimo diablo—, aunque ahora que me doy cuenta ni siquiera nos has dicho tu nombre... ¡Que grosero! Unas sonrisas salen de sus labios, y como siempre repite el mismo proceso, solo que esta ves se pone de pie, mientras acomoda mejor la chaqueta negra de su traje que cada vez me hace babear por lo ajustada que se encuentra a esos músculos, relame sus labios, para despeinar su cabello en el proceso; enloqueciendo a algunas de las abogadas de civil y familia que se hallan a punto de un desmayo con el solo hecho de ser testigos de esa imagen. Ruedo los ojos, ante semejante desastre hormonal, esperando con mis brazos cruzados a que se digne a decir quién es. —Seguro muchos me conocen aunque en realidad no de vista y si por las noticias —empieza su discurso de cuarta con su mirada fija en la mía, demostrando lo prepotente y cabrón que es—, soy uno de los mejores conocedores de todos los temas de asesoría legal; al menos de la mayoría de ellos. Miro mis uñas, aburrida de tanto parloteo ya que no se detiene a mencionar su nombre y solo a hablar como un loco, agotando la poca paciencia que no le es tan complicado hacerme perder. —Acaba de decir tú nombre y deja tantos rodeos —demando encarándolo con expresión neutral. Gruño al ver cómo sonríe, volviéndome una leona que solo quiere rasguñar ese rostro que él cree que es lindo y en realidad es más espantoso que un puerco. Ya veo porque tienes tan larga la nariz; ¿no te cansas de decir mentiras? Libero un estrepitoso suspiro con solo escuchar esas molestas palabras repitiéndose una y otra, y otra vez en mi cabeza sin razón alguna. —¿Acaso tiene prisa señorita Brown? —cuestiona, mordiendo su labio inferior y dando un paso coqueto en mi dirección, ocasionando que no dude en posar mi mano en su pecho; percibiendo la dura fibra que protege a su acelerado corazón, y ese toque electrizante que me hace separarme de él al mismísimo instante. Carraspeo, volviendo a ser la Erika nerviosa y sonrojada por verse tan jodidamente tímida delante de personas que no deben conocer esa faceta de mi, pero que solo él sabe sacar cada vez que nos cruzamos con acciones o toques para anda planeados. Sus ojos me escrutan, buscando no sé que en mis pupilas, supongo que al menos será una reacción al toque eléctrico acabo de sentir; sin embargo, soy una persona acostumbrada a disfrazar emociones, a dejarlas lo más ocultas posible de todos para que ni siquiera tengan la certeza de cómo podrían joderte. No despego mis iris de los del castaño, estando al tanto de que solo una desviación significaría debilidad. Escaneo cada parte de su rostro, descubriendo dos lunares que oculta en su mejilla y bajo su labio, unas diminutas pecas imperceptibles en sus pómulos, unas cejas pobladas de pelo que la hacen ver más que varoniles, unas motas azules en su ojos que los convierten en hipnotizantes, una nariz respingona y fina, unos labios carnosos con un rosado más que natural que muestran un brillo adictivo, e incluyendo unos hoyuelos que toman protagonismo cuando sonríe. —Mi nombre es ... — detiene su hablar para intensificar la incertidumbre—... Estefan Colobourn. Me quedo de piedra, tensando todo mi cuerpo consciente de que es casi imposible que tenga delante al hijo de los amigos de mis padres, ese que solo sabía asustarme con gusanos, gastarme bromas crueles que me dejaban llorando y otros recuerdos que prefiero dejar atrás. Trago nerviosa; no queriendo creer que tengo a solo unos pasos a quien me hizo la vida imposible cuando pequeña, ese que se gano mi odio en segundos, pero que de alguna forma fue mi primer amor. —¿Estefan Colobourn? —inquiero dudosa de la ya conocida respuesta, percibiendo como mi voz sale casi en apenas un susurro inaudible que él logra percibir. Peina sus suaves cabellos de esa forma que hace tensar sus músculos hasta el punto de que me pone a babear, aunque en esta situación solo me astia el tenerlo en la misma oficina que yo. —Así es Erika Brown —escuchar mi nombre dicho por sus carnosos labios, con esa voz de los mil demonios termina tensando mis músculos en segundos, y más cuando da un paso en mi dirección; acortando la distancia que nos mantiene alejados. —Debemos continuar con la reunión —ejecuto dándole la espalda para volver a mi asiento con mis nervios a flor de piel, pero con un solo sentimiento corriendo por mis venas... rabia. Acoplo los papeles en el folio, alcanzo la botella de agua restante que me llevo a los labios; uniendo mi mirada a la del castaño que me devora sin piedad. —Con respecto a tu pregunta —vuelvo a mi profesionalismo, acomodando mejor el gabán en el espaldar de la silla mientras muestro mi típica frialdad—, no somos investigadores, pero para estar conscientes de a quién defenderemos en los estrados debemos indagar bien en el caso; por tal razón mantengo mi prestigio y el del bufete por lo alto, no somos quienes defendemos a mafiosos, mal nacidos golpeadores, ni asesinos porque antes de defender a alguien que pueda crear más daño al mundo preferimos acabarlo. Mi respuesta lo deja más que satisfecho, ocasionando que una sonrisa de satisfacción se extienda por toda su expresión facial, evidenciando que como siempre le he callado la maldita boca. —No esperaba menos de ti Erika —finaliza entrelazando sus manos, y pegando su cuerpo al espaldar de la silla. Hago una mueca horrorizada, demostrando lo poco que me gusta que me llame por mi nombre cuando no le he dado el derecho de hacerlo, soy de las personas que exige respeto sobre todas las cosas. —No te he dado el maldito derecho de llamarme por mi nombre —asevero con mi mandíbula apretada—... para ti soy señorita Brown o jefa. A pesar del tono duro que uso, su sonrisa no desaparece para nada; todo lo contrario, se acentúa más de lo pensando asemejándose a un payaso. —¿Acaso te excita que te llamen así... jefa? —aproxima su rostro al mío, rozando su boca húmeda con mi oreja, mientras susurra con descaro esas palabras. Mi cuerpo se acalora, impulsándome a ponerme de pie de un tirón, casi lanzando todo al suelo en el mismo momento; llamando la atención de los restantes. Aclaro mi garganta, quitando la arrugas de mi conjunto ajustado. —Dejaremos todo para el lunes —ordeno no dirigiéndole a la mirada—, ya pueden retirarse. Todos se ponen de pie, a la misma vez que yo agarro mi gabán preparándome para marcharme lo más rápido posible cuando choco con un cuerpo altamente musculoso con una fragancia que ya reconozco. —No respondiste mi pregunta —acata, colocando sus manos en mi cintura. —Conociendo tú inteligencia... —empiezo demostrando que no me intimida nada de nada—... si la tienes por supuesto; esperaba que te dieras cuenta de que me da igual lo que preguntes. Recojo mi bolso, aún manteniendo mi mirada fija en la marrón claro del castaño que no se deja intimidar, sin comprender que es lo que menos me gusta hacer. —Te gusta provocarme —murmura muy cerca de mi rostro, haciendo que su aliento me estremezca. Las sonrisas que salen de mis labios se transforman en carcajadas aumentando en cada segundo que transcurre porque es tan jodidamente estupido que se crea tan importante como para que todo lo que diga sea provocarlo. —Bájate de esa nube que ni eres mi cargador, ni mi tarjeta de oro ilimitada —poso mi abrigo en mi brazo dejándolo completamente solo en la estancia. «Necesito un descanso» A pesar de que puedo sentir su caminar a mi espalda no me detengo; ni siquiera cuando escucho como me llama, solo acelero mi paso hacia el puesto de mi asistente personal, pero maldigo a todo lo que existe cuando por estar mirando a mis espaldas no me percato de lo que tengo delante, golpeando mi cabeza con una jodida pared. —¡Mierda! —exclamo, sobando mi coronilla mientras las fuertes y burlonas carcajadas de Estefan son perceptibles a mi espalda. Me giro muy lentamente, soportando la vergüenza ya que cuando menos me doy cuenta todas las miradas están fijas en lo que me acaba de suceder. Cambio mi expresión a una más neutral y frívola que hace temblar a los veinte trabajadores que me miran con temor. Tía que te pareces a Shrek. La voz en mi cabeza es apagada con agilidad por mi, olvidando lo que piense. —¿¡Qué miran!? ¿¡Acaso les importa muy poco perder su trabajo!? —espeto con tanta furia que la mayoría se sobresalta, odio que se crean con el derecho de reírse de esta equivocación—, pónganse a trabajar carajo. —Lo siento señorita —todos se disculpan, huyendo como locos descabellados. Sonrió, sintiéndome satisfecha de ocasionar solo eso, sabiendo que todos están al tanto de que soy superiores a ellos por millones de billetes verdes. —¡Aléjate de mi! —señalo al castaño que eleva sus brazos en son de paz. —Eso será difícil cuando trabajamos juntos —asegura y me jode que tenga razón. —Me da igual, te quiero a quinientos metros de mi —asevero, desconcertándome cuando comienza a acercase sin importarle lo que diga—, ¿Qué haces? Mantiene sus brazos en alto, cambiando su expresión drásticamente al punto que acelera mis latidos y descontrola mis emociones. —Demostrarte que cuando me digas que esté lejos de ti estaré cerca —junta nuestros rostros, con su mano en la pared apresándome entre su cuerpo—, no eres nadie para darme órdenes. Trago, aproximando más mi rostro al suyo, ocasionando que su respiración se apresure. Demuéstrale con quien se está metiendo. —Y yo te demostraré —acorto más la distancia, deslizando mi lengua por sus labios; percibiendo una mezcla de menta y chocolate, para después propinarle una muy fuerte patada en sus partes sensibles habiéndolo retroceder—... lo hija de puta que puedo llegar a ser. Finalmente salgo de aquella prisión encerrándome en el elevador. Respirando por fin, necesitando llamar a quien me aguanta mis berrinches que con solo el jodido mensaje de tengo chisme me llama sabiendo lo que se viene.
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