Parte 3: ¡Te demandaré por acosador!

3185 Words
Erika. 11 de enero del 2040… Manhattan, New York. Cierro mis ojos por una pequeño intervalo de tiempo en que necesito tomar la suficiente paciencia para no lanzarme a la yugular de quien se hace llamar mi mejor amiga. Suspiro por décimo cuarta vez con la mirada de Nanda fija en mis ojos, mientras le da un extenso sorbo a su taza de chocolate. La hermosa luna ilumina nuestros rostros, junto al frío que se cuela por nuestros huesos al estar en plena madrugada en la terraza de su habitación. Comparto mi terrible y amarga le experiencia con la castaña, sintiéndome estupida cuando ella solo sabe reiterarme lo molesta y exagerada que soy a veces; sin embargo, aunque sea sorprendente esta ves no fui así, al menos que yo esté consciente. —Erika recuerda que a veces llegas a ser bastante exagerada —me quedo a medio camino de devorar unas palomitas de maíz al escuchar la estúpida declaración de quien me acompaña la mayor parte del tiempo. —¿¡En serio crees que estoy exagerando!? —mi tono sale más fino de lo normal, algo comprensible cuando mis actos de dramática comienzan a a ser actos de presencia. Si lo eres. Esa voz en mi cabeza no me ayuda para nada, y por más que quiero seguir pretendiendo que me da igual a veces llega a ser muy desquiciante. —¿Prefieres que mienta o sea sincera? —su declararon la dice tan tranquila que me hace rabear comenzando a rascar mi cabello, para inflar mis mejillas en el proceso mucho más que molesta. Trago una palomita, recibiendo su salado sable gustosa, mientras las ganas de matar a la morena que tengo a solo unos pasos aumentan. —No puedo creer que lo estés defendiendo —me cruzo de brazos, removiéndome incomoda para casi caer al suelo de culo, ya que el sofá donde nos encontramos no es tan grande; ella solo me mira con una ceja enarcada llenando las papas fritas con ketchup—. ¡Tía que te juro que ese tío es un verdadero toca pelotas! —espeto repitiendo lo mismo desde que comencé a contarle mi fatídico día en la oficina. Ella niega, acomodando el cómodo edredón encima de sus hombros para protegerse del frío invierno que se está tornando cada ves más fuerte. —Seguro y solo son ideas tuyas, no debe ser tan malo —su forma de defenderlo me estresa y más cuando sé que tengo la maldita razón con este tema. Mis ojos destilan chispas por donde quiera que lo veas, y mi rabia solo aumenta por cada segundo que recuerdo los sucesos. —¡Te juro que no miento tía, que el hijo de puta no me dejaba terminar de hablar y a cada nada interrumpiéndome con su cara muy dura! —ruedo los ojos, odiando recordar lo insoportable que es mi nuevo socio para empeorar todo mi amiga estando de su maldita parte. —Erika que nos conocemos —su tono inquisitivo solo me demuestra lo fatal que está todo esto, admito que llego a ser muy exagerada a veces. ¿Solo a veces? Valeeee... puede que muy a menudo, pero no es mi culpa. —No soy una exagerada —a pesar de mi guerra con mi conciencia igual continuo manteniendo mi estatus en lo más alto, aunque no sirva de mucho. Eleva una de sus cejas, demostrando en el momento que se pone de pie su piel morena por el sol de su ciudad natal... Brasil. —¡Que no soy una exagerada tía! —espeto ya queriendo halarme los pelos de la molestia. Alza sus brazos en son de paz, retrocediendo con su boca llena de papas con ketchup que no deja de devorar por nada del mundo. —Lo que tú digas. —Sí, lo que yo diga —me hago la indignada, no queriendo mirarla, aunque las ganas se me hagan imposibles. Soy muy débil cuando se trata de mi mejor amiga; ni me disculpare por eso ya que es obvio que la amo más que a mi misma. Es algo a lo que solo te acostumbras cuando sientes una conexión tan cabrona con una persona donde pueden pensar lo mismo sin mirarse o decirlo. ¿Algo raro y poco común? Así somos nosotras y amo que seamos pocas en este mundo sino sería una mierda. Nanda Oliveira; a millones de kilómetros podrías pensar que es una niña pija caprichosa millonaria como yo; sin embargo, a pesar de que yo sea autosuficiente ella no es así, la humildad que lleva en su alma es la que me hace quererla como nunca, la dulzura, esa forma de dar todo por su familia, luchar contra abandonos y traumas casi parecidos a los míos, y es que la vida nos ha llevado a vivir las mismas experiencias; describir a Nanda sería describir a un osito de peluche, alguien tan ordinariamente imperfecta que te hace amarla desde el primer momento... Aunque yo no me quedo atrás. Las dos estudiamos la misma carrera, incluso le propuse trabajar codo a codo conmigo en la empresa de mi padre, pero en su caso, decidió unirse a ayudar a crear un refugio para niños y animales abandonados. Un amor de persona lo sé. Es una hermosa castaña de piel morena un poco tostada por el sol, unos labios carnosos, una sonrisa genuina, mujer de carácter—solo que no tan fuerte como el mío, ya que mi terquedad es un añadido que me ha llevado a donde estoy ahora. Un cuerpo más que cubierto de exuberantes cuevas brasileñas, junto a unos hermosos ojos marrones casi avellana que la hacen ver muchísimo más bella de lo que creen. El silencio se extiende por unos minutos de más que se vuelven algo insoportables, aunque solo cuando mi bestie comienza a tamborilear sus dedos encima de mi regazo y a crear círculos ya me imagino lo que está pasando por su loca cabeza que tanto conozco. —Pregunta. Sorprendida va a comenzar su drama, por esa razón evitando aquello solo le lanzo una mirada que demuestra lo obvio de su cotilleo, es tan amante a ello que me saca algunas sonrisas cuando se lanza encima de mi emocionada. —¿Y al menos es guapo? —cuestiona cómo la cotillerías que es, uniendo sus manos y cambiando su expresión a una mucho más pícara. Me desespero, casi jalándome varias de mis hebras que están atadas en un moño alto un poco desordenado. —Eso no viene al caso —finalizo atiborrándome de comida hasta la médula, bajando mi mirada, cohibida. El chillido que libera la morena me estremece, haciéndome terminar en el suelo como pavo desparramado, teniendo que sobarme mi trasero y espalda por su culpa. —¡j***r tía que maldito susto me has pegao! —mi acento español toma mucha más fuerza, intensificándose con la inmensidad de maldiciones que comienzo a decir en las cuatro lenguas extranjeras que conozco. —Eres una sin vergüenza; por supuesto que es guapo, por eso estás así —espeta propinándome un buen golpe en el hombro que me vuelve a lanzar al suelo cuando ya me había acomodando en lo sitio. Le lanzo una mirada de odio que ella ignora completamente. —Guapo una mierda, su cara está más fea que la de un Gorila lanzando caca —sus estruendosas carcajadas me hacen unirme a ella porque de alguna forma su felicidad es demasiado contagiosa. —Tú y tus raras comparaciones —se lleva otra papa a la boca, propinándole una mordida que extiende casi tragándose el palo entero. Tía no digas esas frases que las mal pienso. ¿Dios por qué me diste una conciencia tan perversa y asquerosa? Uff, no hubiera estado mal si en ves de esto fuera una dulce e ingenua. Te juro que no me quejaría en la vida. Igual no podrías vivir sin mi hija de tu madre. Lo que tú digas. —Hola tierra llamando a Erika —chasquea sus dedos delante de mi cara, ocasionando que pestañee como loca terminando igual que alguien con problemas en la vista. —Hola Jupiter llamando a Saturno —la molesto siguiéndole la rima con una sonrisa extendiéndose por mi rostro. Reímos como locas, a la misma vez que atiborro mi boca con palomitas de maíz, perpetuando en mis pupilas la bella luna iluminar el oscuro cielo rodeado de estrellas... No aparto la mirada de esa maravilla natural, logrando distinguir la perfección que profesa de alguna forma la tonta soledad. —¿Y que tal con Mister calzones sucios? —la molesto, sacándole una sonrisa que alumbra su rostro en segundos. —No le digas así —golpea mi hombro con suavidad, ocasionando que sus cabellos y los míos se rocen por el repentino movimiento. Alumbro mi expresión con una sonrisa, para después comenzar a continuar con mi faena degustando las papas de mi amiga que solo comienza a propinarme golpecitos en la mano queriendo que desista. Nos miramos de manera amenazadora, queriendo luchar por unas cuantas patatas que no hacen daño a nadie. —Se fue hace una semana de viaje de negocios a Tahití, llega en unos días —su tono se vuelve bajo y es que la comprendo, ella y Matías llevan aproximadamente seis años juntos, una relación basada en la confianza y que por supuesto yo haciendo de jefa del FBI, verificando a escondidas de mi mejora que no es más que un sin vergüenza queriendo dañar su corazón, cosa que hasta ahora no ha sido así por eso nos llevamos un pilin bien. ¿Que puedo decir? Soy un poquito complicada. ¿Solo un poquito? Bufó odiando que es voz que retumba en mi cabeza vuelva una vez más provocándome millones de jaquecas por segundo, queriendo mostrarles una versión mía que no es verdad; soy un ser angelical. Por dios que voy a misa los sábados cerca del descampao de la esquina. Eso no te lo crees ni tú. Vuelvo a hacer trompeta con mis labios, queriendo desaparecer esa vocecilla que me toca las malditas pelotas de los mil demonios. Ahora que lo dices... tú no tienes pelotas. Suspiro, buscando fuerzas en algún lugar donde se me perdieron, necesitando de todo para no terminar jalandome de los pelos delante de Nanda que ya comienza a mirarme algo raro. Juntas comenzamos a reír, contar nuestros aburridos y exhaustos días de trabajos en los que nos sentamos a dialogar de a quienes odiamos, los que nos sacan de quicio; para a veces ver un buen maratón de pelis que alegren ese momento. —No sabes lo feliz que estoy de que tengas a alguien que te quiera —agarro su mano, sintiendo la textura de esta que demuestra lo poco que se esfuerza en trabajar esta mujer. Las dos nos miramos por unos segundos, para después fundirnos en un caluroso y más que reconfortante abrazo que lo dice todo; a veces las acciones demuestran mucho más que las palabras, y más cuando dos personas han pasado por tanto, volviéndose el apoyo del otro, cosa que de cierta forma ha reforzado más de lo imaginado nuestra amistad a lo largo de los años. —Te amo perra —menciona limpiando una lagrima invisible de su mejilla, creando su drama más de lo debido. —Yo también lo hago pesada —bese su mejilla, ella me mostraba un moflete de esos que la hacen ver adorable, pero más aniñada de la edad que tiene en realidad. Se aleja dramáticamente, preparada para dar inicio a sus bromas excesivamente dramáticas cuando un sonido bastante extraño nos pone alertas; manteniéndonos en nuestros lugares con el refríe apropiándose de nuestras expresiones faciales. —¿Qué mierdas a sido eso? —cuestiona Nanda aferrándose con una fuerza desmedida a mi brazo, entre tanto hago los vagos intentos para saber quien tiene el valor de colarse en una propiedad privada a las doce de la madrugada. Le hago una seña de silencio, colocando en mis labios un dedo para evitar que quien sea que esté dentro de la mansión pueda escucharnos. —Voy a ver —anuncio haciendo el vago intento de ponerme de pie cuando siento el fuerte agarre en mi brazo que me lo impide. Desvío mis ojos en esa dirección, encontrándome con el rostro asustado de la morena, que me hace rodear un poco los ojos. —Quédate aquí mientras yo investigo —demando intentando liberarme de su agarre, pero se me resulta imposible ya que cuando esta chica se agarro de alguien no hay que la haga querer soltarse y menos si tiene miedo. —¡No! —grita más alto de lo normal, obligándome a introducirle un buen puñado de palomitas en su boca que se la mantiene cerrada, evitando que conozcan que hay personas aquí. —Bueno, mantente en silencio por favor —le pido porque la conozco y probablemente termino abrazada a quien sea este aqui, ayudándolo con sus problemas. Cubro mis pies con las pantuflas cómodas de mis unicornio que llevo desde pequeña, si, cursi, pero es lo que más me recuerda a mi casa; una que llevo un buen tiempo sin visitar. Me encamino a los corredores, vigilando que quien sea esté tratando de entrar no se de cuenta de que estamos aquí, a la misma vez que me aproximo en total silencio a la encimera de la cocina distinguiendo una sombra que acelera mis latidos. Extiendo mi mano con lentitud alcanzado el rodillo que agarro con fuerza, mientras mi mejor amiga me sigue como la pendeja que es, hablando en un tono bajo que solo me saca de mis casillas por lo molesto que es. —¡Shu! —posiciono uno de mis dedos en mis labios, mostrando la seña de silencio que es suficiente para que se calme, claro; después de una horrible mirada de asesina en serie. Me volteo, afianzando mi agarre en el rodillo de madera que se vuelve un alma mortal en mis manos. Cuando el interruptor de la luz es accionado, provocando que grite con todas mis fuerzas para alzar el arma de fuego que queda en el aire cuando veo de quien se trata. —¿¡Pero acaso eres estupido!? —espeto golpeando al chico que se encoge huyendo de mi por toda la sala, entretanto Nanda sostiene su pecho dramáticamente. —¿Pero que he hecho yo ahora? —cuestiona huyendo de mi, a la vez que yo solo se golpearlo sin piedad. —¡Nos has pegado un susto de muerte hijo de puta! —bramo no queriendo detenerme; sin embargo, la castaña me sostiene alejándome de su prometido. Acomodo mis cabellos, sosteniendo mi pecho con mi corazón tañ acelerado que siento que me saldrá en cualquier momento, junto a mi respiración errática que aumenta por segundos, mientras el sudor se esparce por mi rostro y pecho, disminuyendo la adrenalina que pone a mis oídos a escuchar un fuerte pitido. —j***r si hubiera sabido que me recibirían así me hubiera quedado lo más lejos posible —bromea, sobando su cabeza, despeinando sus cabellos. Un empujón me quita del mismo medio, en el momento exacto en que quien se hace llamar mi mejor amiga se lanza a los brazos de quien ella a denominado el amor de su vida, morreandose como los dos tórtolos aburridos que son. —¡Te extrañe mi peluchito! —susurra el castaño, impulsándome a rodar los ojos, a la misma vez que me dispongo a marcharme con ganas ya de hasta vomitar arcoíris. —Uff, será mejor que me vaya —agarro mi abrigo, las llaves del auto, junto a mi bolso, queriendo huir lo antes posible. —Recuerda tener un poco de piedad con Colobourn —me detengo en seco, odiando que delante de quien menos debe enterarse halla mencionado en nombre de quien jamás se debe mencionar. Me volteo lentamente, lanzándole una mirada asesina que basta para verla volverse pequeña en su lugar, a la vez que su novio eleva una de sus cejas en mi dirección, mirándome de una forma que me resulta bastante extraña, aunque lo peor es ver lo poco sorprendido que esta. —Espera —habla, sosteniendo su mentón—, ¿Estefan Colobourn es de quien estamos hablando? Ruedo los ojos, mordiendo mi labio inferior con unas inmensas ganas de salir corriendo lo antes posible de esta sala enorme que ya me provoca claustrofobia. —No y eso es un tema que prefiero dejar —respondo rápidamente queriendo evadir lo que estoy segura él comenzará—, ¡Te amo perra! Lo último lo grito a todo volumen, saliendo a la oscuridad de la noche que me lleva a elevar la mirada al cielo encontrando una luna hermosa alumbrando todo en completa soledad. Cierro mis ojos, necesitando aire suficiente para abordar mi auto y relajarme por todo el show de hace unos momentos, trayendo a mi mente el rostro de alguien que Justo ahora es quien menos quiero ver o saber, no necesitando de nada más para abordar mi auto. Desactivo la alarma, abriendo la puerta del copiloto lanzando mis pertenencias dentro, para después adentrarme en el puesto del piloto con el objetivo de finalmente disfrutar de una buena copa de vino en mi vacío apartamento. El motor ruge, llenando el interior de mi auto con su aroma a gasolina que me fascina, envolviéndome en un manto de paz y tranquilidad que no dura mucho cuando mi teléfono comienza a soñar insistentemente, incitándome a antes de emprender mi viaje averiguar que está sucediendo. Mis ojos se quedan fijos en la pantalla que se ilumina con un número desconocido, desconcertándome más de lo debido. Descuelgo, posicionado el dispositivo en mi oído pronunciando las palabras de siempre. —Abogada Brown —colocó el Bluetooth del auto, acelerando a toda prisa para abandonar el jardín llamativo que posee la propiedad. —Buenas noches socia —meto un estrepitoso frenazo que lanza mi cuerpo hacia adelante, solo que no sucede nada a peor Gracias al cinturón de seguridad que me protege de lo peor, trago en seco, odiando lo loco que es todo, y lo insoportable que se vuelve su voz para mi, provocándome una terrible jaqueca. —¿¡Como mierdas conseguiste mi teléfono!? —espeto de una sola, sintiendo la rabia corroer mis venas. Unas cuantas risas salen de sus labios, provocándome una sensación destructora que me hace imaginarme cosas para nada buenas. —Uy, pero que agresiva eres… me gusta —el tono coqueto que usa me estremece, avivando la rabia que corre mis venas. —Habla claro o te juro que te demando por acoso —lo amenazo, solo ocasionando que aumenten sus carcajadas. —Eres la mujer más irritante del mundo —pronuncia para sin darme tiempo a contestar colgar la llamada. Lanzo el teléfono lo más lejos posible, aumentando velocidad en la desierta carretera para hacer desaparecer ese odio que me está carcomiendo desde adentro y que solo asciende con cada segundo.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD