Parte 1: ¡Idiota de Cuarta!

3762 Words
Erika. 10 de enero del 2040… Manhattan, New York… El sonido de mi alarma me impulsa a abrir mis ojos, dejando que me percate de la oscuridad que envuelve a mi habitación; una que amo a pesar de que en ocasiones medio adormilada termino de culo en el suelo al no ver por donde camino. Libero uno que otro bostezo, llevándome a cubrir mi boca para evitar el mal olor mañanero. Descubro mi esbelta anatomía; sentándome en el borde de la cama Queen Side con sábanas negras, que me arropa cada noche y me brinda un sueño más que reparador. Estiro mis brazos, volviendo a liberar un bostezo a la vez que algunos mechones de mi cabello se interponen en mi vista. La mañana es una mierda y más cuando te acuestas a las cinco de la madrugada planeando quince casos diferentes para un solo día. Desvío mi mirada, medio adormilada después de rascarme los ojos para eliminar aún el sueño que queda en mí, percibiendo las suaves fibras de mi alfombra grisácea en la planta de mis pies. Mi conjunto de dormir se adhiere a mis piernas y abdomen, ofreciendo una vista más que descarada de mis glúteos y ombligo, junto a mis delgados brazos en donde se perpetúa un tatuaje hecho en una noche de borrachera gracias a mi mejor amiga. Acerco mi anatomía a las cortinas que recubren mis grandes ventanales de cristal; quienes ofrecen la mejor vista de todo Manhattan, con los rayos del sol impactando en mi rostro cuando las corro a un lado. Admiro el perfecto amanecer, abrazando mis brazos con los recuerdos que llegan a mi mente afligiendo mi corazón. Limpio la molesta lágrima salada que se desplazó por mi pómulo; apartando como siempre las emociones que me abarcan. Recojo de la silla de mi escritorio mi camisón, encaminándome hacia la cocina de mi departamento. Chasqueó mis dedos; provocando que se enciendan los pequeños candelabros modernos que se encuentran adheridos a cada lado, ofreciéndome claridad y luminosidad en mi camino para no finalizar como calcomanía en el suelo e incluso en la pared. Los recubrimientos de todo mi departamento son entre n***o y gris; una combinación que encaja con lo neutral personalidad. Algunos cuadros de mis padres cuelgan de las paredes, junto a los alfombrados que recubren el suelo de granito n***o. Soy una persona bastante sosa con la decoración y odio los colores vivos. En el corredor que da hacia la cocina hay dos puertas del lado izquierdo y una del derecho que es mi habitación. Entre las otras dos del lado izquierdo están mi despacho, y el cuarto de baño. La escasez de ventanas es otro componente más, el sol no es algo que ame, ni me fascine en realidad. Descalza llego a la inmensa sala que está conformada por… una mini cocina para dos personas con una barra que la divide de la sala en sí, junto a un sofá de dos plazas cubierto de almohadones y una mesa de café en el medio. En el lado derecho está la televisión de plasma curva, algunos CDs que no escucho desde que todo sucedió, dos o tres marcos de fotos vacíos, una play station con ciento cuarenta videojuegos, y una vitrina llena de trofeos que he ganado desde el instituto hasta ahora. Cierro los ojos despejando mi mente para dirigirme a mi refrigerador; saco mi batido nutritivo mañanero que consta de kiwi, mango y tomate—algo asqueroso; lo sé. Lo ingiero con calma, revisando en mi agenda las citas que tengo para el día de hoy; entre ellas reunirme con un nuevo socio de mi padre. Relamo mis labios, eliminando los restos que quedan en la comisura de estos; degusto el extraño sabor que se cuela por mis papilas gustativas, cerrando los ojos cada que tomo un trago. Su sabor llega a calmar un poco mi ansiedad mañanera, volviendo mi humor un poco más bueno de lo normal. Fijo mis ojos azules en mi reloj de muñeca, descubriendo que tengo exactamente cuarenta minutos para bañarme. Enjuago el recipiente de cristal usado por mi, colocándolo de manera ordenada en la gaveta cuatro de la encimera de mármol esculpido de mi cocina. Tomo una bocanada de aire para encaminarme en dirección a mi cuarto de baño siendo consciente de que mi tiempo es oro. Abro la puerta de este, examinando las lozas negras con puntos blancos, la ducha con puertas de corredera, el pequeño muro que la divide, el lavamanos con espejo redondo junto a dos lamparas en conjunto que descansan a su lado. No tardo mucho en desnudarme, introduciendo mi cuerpo en mi baño relajante, permitiendo que las gotas calientes de agua toquen mi piel, impactando en mis poros de la forma que más me relaja. —Laura reproduce Pretty Savage de BlackPink —demando a mi IA; uno de los regalos de mi padre. —Reproduciendo Pretty Savage de BlackPink —anuncia dándole inicio al más que movido ritmo que me impulsa a contonear mis caderas al son de la canción, mientras extiendo la capa de jabón por mi parte intimida; preparándome para eliminar los pocos bellos púbicos que ya están dando señales de vida. Mojo la máquina de afeitar, para con cuidado comenzar a deslizarla por mi monte de Venus, siendo cuidadosa de no provocar un corte. Culmino unos minutos después esa faena, encaminándome a ejecutar la misma acción, pero esta vez en mis axilas, sintiéndome un oso repleta de pelos cuando en realidad son unos pocos cañones que no dudan en salir a pesar de no haber sido ni hace dos días que hice lo mismo. Extiendo el jabón con olor a arándanos, expandiendo la espuma que evita posibles cortadas por causa de este asesino instrumento. Percibo las cuchillas quitando los diminutos pelos que quedan, siendo algo asqueroso que les esté mencionando lo que me hago así que… omitamos esta parte. Después de acabar de eliminar los residuos que se hallaban en mis poros, impidiendo que estos estén libres de suciedad y otros componentes; era el momento de acabar con mi mal aliento. Una sonrisa se expandió en mis labios mientras daba inicio a mi tarea. Recordaba las veces que leí historias donde la protagonista no mencionaba ni siquiera haberse lavado la boca…Okay, no juzgo si la autora le resulta algo irrelevante mencionar eso, y en ocasiones hasta me la imaginaba comiendo mentas antes de dormir—algo que intenté cuando niña y al final no resultó tanto como lo esperaba—, anécdotas que a veces no quiero recordar para no sentirme tan patética. El olor a fresa se apodera de mi cavidad bucal, extinguiendo la peste mañanera que a veces quisiera desaparecer a pesar de que es bastante poco probable ya que por más que me cepillo casi cuatro veces al día llega igual. Mi albornoz gris recubre mis diminutas curvas, mientras una toalla estremadamente suave cubre mis hebras cortas castañas claras. Deslumbro mis pupilas dilatadas, junto a las pecas que desprecio ya que me hacen ver más aniñada de lo que quiero. Lavo mi rostro, repitiendo el mismo proceso con mis dientes, que se puede decir que quedan idénticos a los de un modelo dental. Me dirán exagerada, pero hasta los puedo ver brillar. Seco mi boca con una pequeña toalla que siempre uso para esa tarea, para más tarde emprender mi camino de vuelta a mi habitación. Por la ventana de mi habitación me percato del cambio drástico que ha dado el clima, algo que sucede algunas veces en este hermoso, pero agitador país. Me aproximo al closet aún escuchando la dulce voz de ese grupo de KPOP que me ha cautivado; rebusco en un conjunto que consta de un gabán n***o largo, una bufanda gris de piel sintética, una pachanga del mismo color de la bufanda, unos jeans negros ajustados, un jersey blanco de lana, unos guantes que combinan con la bufanda y las largas botas que me llegan hasta las rodillas con tacón fino. Dejo mi cabello suelto, esparciendo un poco de laca por este para darle brillo, escojo un bolso de mano pequeño junto a mi carpeta con los documentos y mi agenda. Admiro mi reflejo en el espejo de cuerpo completo que está anclado a la puerta del closet, sintiéndome más que satisfecha con mi presencia. Maquillo un poco mis ojos con sombra negra, un delineado sencillo, y una diminuta capa de cacao para que no se resequen mis labios. —¡Hermosa como siempre! —me adulo, como la mayor parte del tiempo que estoy más que al tanto de lo maravillosa, y peligrosa que son mis curvas no tan resaltantes. Antes de salir de la alcoba; acoplo mejor los edredones que recubren el colchón, los almohadones y algunos osos de peluche que guardo aún de recuerdo de él. Acomodo los papeles que no son para hoy, coloco mi conjunto de dormir en el closet para después cerrar las cortinas. —Laura apaga la reproducción —ordeno a la inteligencia artificial mientras termino de arreglar todo en su lugar para dejarlo como se debe. —Apagando reproducción —comunica apagándose lentamente sin problemas. Doy una última ojeada a todo mi entorno para descubrir que todo está cómo me gusta, posicionado de la forma que me fascina, sintiéndome más que satisfecha con mi método de organización. Suelto un suspiro cuando percibo la molesta vibración de mi teléfono en mi bolso. Me encamino a la salida, apresurando mi paso en el instante en que me posiciono el teléfono en el oído recibiendo a quien sea me esté retrasando para la reunión de hoy. —Abogada Brown —anunció, verificando que todo esté en perfecto estado para marcharme tranquila y no estar como la loca maniática que soy queriendo verificar a cada nada; lo sé algo más que drástico, pero entiéndame cuando digo que es una de las cosas que a veces odio de mi. Peino un poco las arrugas que se forman en mi traje, moviendo mis caderas con seducción mientras adentro mi cuerpo en el ascensor, accionando el botón que cierra las puertas y comienza a descender hasta el aparcamiento. Repiqueteo mis tacones en el artefacto de aluminio, escuchando la voz de uno de mis empleados al otro lado de la línea taladrando mis oídos con los malditos tratos que por más que insiste me enloquecen casi queriendo mandarlo lo más lejos posible. —Gonzales recuerda que el demandado dejó establecido en el contrato que no se pararía delante de ningún estrado sino se le aseguraba que todo terminaría a su favor —repito por décimo quinta vez queriendo ya halarme de los pelos por la incompetencia de mis trabajadores. —Estamos consciente de ello señorita Brown, pero en estos momentos el demandante acaba de acatar un nuevo juicio pidiendo que todo sea puesto a su nombre debido a que hubo un error que como ya le repetimos más de diez veces no es lo que piensa —ajusto dos dedos en mi tabique, pellizcándolo para calmar la mala ostía que me voy a cargar el día de hoy como no me tome un buen vaso de café. Respiro, necesitando la fuerzas necesarias para relajar ya mis tendones tensos, al igual que mis músculos. —Mira, recuerda que hoy tenemos la reunión con el nuevo socio de mi padre, así que antes de eso resolveremos todo; no te preocupes que ya estoy en camino —no espero respuesta, acabando esa llamada que ya me ha jodido el maldito día, impulsándome a maldecirme internamente por mi pésima paciencia. Guardo mi teléfono móvil en mi bolso, arreglando mi vestimenta, cambiando el peso de una pierna a otra para mirar por segunda vez el reloj de mi muñeca. Pasan unos minutos en los que millones de pensamientos abordan mi cabeza, trayendo los malditos recuerdos que aún quiero guardar en ese cofre en lo más profundo de mi mente, no teniendo la fuerza suficiente para sacarlos a la luz. Elevo mi mentón saliendo al aparcamiento, después de que las puertas de metal del elevador se abrieran, ofreciéndome la oportunidad de caminar de manera apresurada hacia mi auto. El aparcamiento está completamente desierto, no hay ventanas por donde pueda adentrarse el sol; solo una gran cantidad de lámparas que se encienden automáticamente por el sensor de movimiento. Afianzo mi agarre en mi gabán moviéndome con más que seguridad y algo de prisa. Elevo la comisura de mis labios disfrutando de la maravillosa bestia que poseo a solo unos pasos de mi… Un exuberante Chevrolet Corvette Stingray 2019 con su intacta capa de pintura rojo vino. Deslizo mi mano por el capo, sintiendo la frialdad colarse por mis poros, a la vez que me sacio de la perfección de semejante monstruosidad. —¿Cómo estás preciosura? —inquiero desactivando la alarma con la llave, para sin dudar mucho adentrarme en su interior a toda máquina. El delicioso olor floral que desprende su interior me impulsa clausurar mis ojos por unos breves segundos en los que me regodeo, relajando todos mis sentidos; aún con los ojos cerrados introduzco la llave en el interior de la ranura, sosteniendo el volante con un forro de cuero n***o. Posiciono mi pie derecho en el acelerador y el izquierdo en el de freno, giro la llave percibiendo como un motor central de seis punto dos litros ruge, llenando el interior con ese olor a gasolina que en ocasiones me resulta reconfortante. Los asientos de cuero son otro añadido que cada día me gustan más. Dejo mi bolso en el asiento del copiloto, moviendo la palanca de embrague y la palanca de dirección. Todo está perfecto, giro el volante con suavidad acercándome a la puerta de salida. Asomo mi cabeza mostrándosela al panel de reconocimiento facial, que muestra una luz rojiza y escanea cada imperfección de mi rostro. —Señorita Erika Brown —comienza reconociendo mi perfección—, rostro reconocido. La voz robótica finaliza, abriendo la compuerta que me permite aumentar la velocidad para salir pitando de mi departamento. El frío clima se ha vuelto cada vez más molesto, sacándome de mis casillas y más cuando nieve ya comienza a caer de pronto; supongo que estar en diciembre siempre causará estos tipos de estragos. Aumento la velocidad con la música a todo volumen; cantando sin cesar otra de mis canciones favoritas No de Meghan Trainor. Ojeo toda la avenida por la que me deslizo perpetuando en mi cabeza las aburridas parejas que caminan de un lado a otro tomados de la mano, los niños que corretean como locos y los ancianos que caminan con cuidado. Lo sé; vivo en la ciudad más ajetreada de New York. _________________$__________________ Aparco el auto en la entrada de mi centro laboral. El extenso edificio de cincuenta y dos pisos posee muros de granito y mármol n***o con cristales polarizados, aprueba de cualquier daño o accidente; la entrada cuenta con diez inmensos escalones y cuatro barandales, dos en el medio y dos en las esquinas. Las puertas son automáticas con elevadores en la mismísima recepción. La letra B es la que más llama la maldita atención en la calle que nos encontramos. La edificación abarca la avenida completa de Walk Street, una de las más lujosas de Manhattan. Bajo del auto cerrando la puerta con suavidad, en el momento que se posa delante de mi el valet parking. —Procura que nada malo le pase —demando con expresión neutral, mientras el muchacho rapado asiente sonriente. Acomodo mejor mi gorro, queriendo arrancarle de una sola esa sonrisita desesperante. Agarro bien mi bolso, subiendo con lentitud los escalones de concreto. Poso mis manos en la fría baranda soportando la ansiedad que ya comienza a devorarme al no tener mi café mañanero. Miro la hora, dándome cuenta de lo tarde que es y que como la primera socia debo llegar más que temprano. Odio la impuntualidad. Adentro mi anatomía esbelta en la estancia, encontrándome con mi asistente personal yendo hacia mi con lo que más necesito con urgencia. —Buenos días señorita Brown —me saluda cordial, permitiendo que le de una buena ojeada a su vestimenta. Arrugo mi entrecejo cuando mis ojos llegan a las medias de colores que recubren sus piernas, elevo más mi mirada a su pequeña falda que le llega por la rodilla más o menos, un jersey espantoso de lana y un gorro que la hace ver más fatal de lo que está. —Eres un insulto a la moda —escupo casi esas palabras con el asco pendiente en ellas, arrebatándole el café de la mano para en segundos darle un delicioso sorbo que me lleva a cerrar mis ojos por puro instinto—; ¡Que delicia! Fijo mis ojos en la chica, encontrándola aún con su sonrisa, pero esta vez el dolor está plasmado en sus fracciones. —Lleva estos papeles a la reunión y no seas tan llorica —le doy la espalda dirigiéndome al ascensor con café en mano, dándole uno que otro sorbo que caliente mi garganta. Mis tacones resuenan en el suelo, las paredes con pintura gris, burós de caoba y expresiones cordiales que desprecio porque están más que basadas en la falsedad que en otra cosa. La vibración de mi teléfono me hace detenerme delante del elevador, a la vez que lo sostengo rodando los ojos al ver de quien se trata. Maldigo para mis adentros, a la vez que finjo una enorme sonrisa y camino a paso apresurado hacia el interior del ascensor donde se me suman dos personas más. —Al piso cincuenta —ordeno volviendo mi atención a la llamada. Activo mi auricular, preparándome para lo de siempre. —Abogada Brown —contesto como siempre, pero esta vez con una más que fingida alegría. —Hola primita —la emoción en su tono es más que notable y ya me imagino su tonta noticia. —Hola prima, ¿a que se debe tan inesperada llamada? —interrogo recibiendo un trago de café que calienta mi garganta con ese líquido amargo y adictivo. Las risitas que se escuchan en el fondo son la copa que derrama el vaso, odio sus tonterías de niña caprichosa. —Primi estoy trabajando así que habla rápido —advierto con voz severa. —Hay, tú como siempre de aguafiestas —resopla al otro lado de la línea para gritar de emoción después—, quería informarte que muy pronto me casaré. La noticia me impacta, justo en el momento en que se abren las puertas del ascensor, permitiéndome salir a toda marcha. Bajo la mirada sintiendo mis manos temblar con la pregunta que comienza a picar mi lengua. —¿Quién es el incauto que se dejó caer en tus encantos? —pregunto haciéndome la que no sé nada cuando en realidad soy conocedora de todo. Se queda en silencio por unos minutos mientras yo me encamino a la sala de juntas a toda marcha, pero con la incertidumbre carcomiendo mi ser desde adentro porque muchos dicen que la familia es lo único que tenemos en la vida, sin saber que ellos mismo son los capaces de darte una puñalada por la espalda. El tiempo corre y siento que se ha detenido, lo ha hecho y de alguna forma mi alma duele con los recuerdos de esa agonía. —Pablo Roffmand —anuncia y la puedo ver saltando de emoción mientras yo me estoy quemando por dentro. No mido mis pasos, ni mucho menos lo que hago de tal forma que mi café impacta en la chaqueta de alguien, mi teléfono cae al suelo junto a mi bolso que deja ver algunas de las cosas que se encuentran dentro. —¡Mierda! —exclamo queriendo asesinar a quien fuera. —¡Tía mira por donde caminas j***r! —su desfachatez me obliga a recoger mis cosas a toda marcha sin siquiera querer cruzar mirada con semejante c*****o para cuando termino ponerme de pie como la hija de puta que soy. —¡El que debería mirar por donde caminas eres tú idiota de cuarta! —doy media vuelta intensificando mi caminar en dirección a la sala principal. Ni siquiera me siento capaz de seguir escuchando los alardes de la pelinegra, así que finalizo la llamada poniendo mi móvil en modo avión con mi humor ya yéndose en picada. Limpio con una pequeña servilleta las gotas de café que mancharon mi gabán, a la vez que peino un poco mis hebras castañas ya dentro de la espaciosa estancia completamente vacía. —Buenos días —comienzan a llegar algunos socios y empleados de recuerdos humanos, junto a mi asistente que ya no posee las mismas medias de antes, su falda está más corta y su cabello atado en un moño alto un poco despeinado. Le doy el visto bueno a su apariencia, para después tomar asiento en la silla principal. La enorme mesa se llena en segundos y solo falta el asesor fiscal y nuevo socio de mi padre. Erik Brown uno de los mejores y más reconocidos abogados del mundo; reiterado, pero con una inmensa cantidad de conocimiento que lo hace más que extraordinario. Un hombre de familia, amoroso, leal y sincero con una extensa capacidad para hacerte decir la verdad sin siquiera mirarte. Todos nuestros conocidos dicen que soy su viva imagen; algo que no negaré cuando estoy al tanto de que es así. Los minutos pasan y la espera se torna molesta, agotadora; suspiro revisando junto a algunos de mis socios los casos que comenzaremos a repartirnos lo antes posible para hablar con los clientes. —Bueno, ya que el socio está… —Perdonen la tardanza he tenido un pequeño altercado —bajo mi mirada a los documentos estresada por la interrupción, a la misma vez que me doy cuenta de que conozco esa voz ronca y varonil. Alzo la mirada, encontrándome con unos expresivos ojos miel, un cabello castaño peinado hacia arriba, y un cuerpo altamente musculoso enfundado en un traje de ejecutivo n***o que se adhiere a cada una de sus extremidades. Relamo mis labios, devorándolo con la mirada porque podrá ser un cabrón, pero está bien bueno. Mis ojos se detienen en sus labios carnosos y atrevidos, esos que se curvan en una sonrisa cuando se cruzan con mi mirada. —… con una grosera chica que derramo su café encima de mi —finaliza su oración, aunque en lo único que puedo pensar es en el odio que ya siento hacia él desde este momento sin saber el maldito por qué de ello.
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