De la forma en que el cirujano sacudió la cabeza podía deducirse que temía que fuera así y, al percatarse de que puede que estuvieran molestando al paciente, condujo a las dos mujeres al cuarto contiguo. —Pero, aunque haya obrado mal —continuó Rose—, piense en lo joven que es; piense que quizá no haya conocido jamás el amor de una madre, ni el calor de un hogar, y que puede que los golpes y los malos tratos, o la falta de un trozo de pan que llevarse a la boca, le hayan f*****o a juntarse con esos hombres que le han o******o a delinquir. Tía, mi querida tía, piense en esto, por el amor de Dios, antes de permitir que encierren a este pobre niño en una celda, que no sería sino la sepultura de todas sus posibilidades de enmendarse. ¡Ay!, igual que me quiere a mí, y sabe que fueron su cariño