Capítulo XXVIII C APÍTULO XXVIIIQue se ocupa de Oliver y prosigue con sus aventuras —¡Ojalá los lobos os desgarren el pescuezo! —gruñó Sikes rechinando los dientes—. Me gustaría estar en medio de vosotros; ya veríais, ya; os haría bramar hasta quedar afónicos. Mientras lanzaba esta imprecación con toda la ferocidad de la que era capaz su feroz naturaleza, Sikes apoyó el cuerpo herido del niño sobre una de sus rodillas y volvió la cabeza un instante para observar a sus perseguidores. No se distinguía casi nada entre la niebla y la oscuridad reinantes, pero el griterío de los hombres resonaba en el aire, y los ladridos de los perros del vecindario, despertados por el sonido de las campanas que tocaban a rebato, retumbaban en todas las direcciones. —¡Quieto, perro cobarde! —gritó el ladr