—Deberías practicar bailes más representativos de tu región —le sugería Mikaela, quizá la única amiga que tenía en ese lugar.
Se bajó del tubo tras oírla, quedando a un lado del fierro que ahora le daba ingresos; en una vida que ella misma había decidido iniciar luego de irse de su país.
Concluyó que no quedaba nada para ella en ese lugar; necesitaba comenzar nuevamente, a su ver.
A pesar de que esperaba algo mejor cuando se mudó a Italia, siempre supo que debería trabajar en lo que fuera para poder sostenerse tras ser aceptada en una universidad allá.
Había conseguido el dinero con sus padres para acreditar que podría mantenerse durante los primeros meses en dicho lugar, pero tendría que mantenerse luego de ese tiempo, así que comenzó a trabajar como bailarina de pole dance en un club nocturno, que le dejaba lo suficiente para llevar una vida tranquila y darse unos cuantos lujos.
—No creo que sea necesario, prefiero hacer estos bailes con canciones que todo el mundo conoce —respondió, tocando su abdomen, que se dejaba ver gracias a ese peto deportivo que llevaba cada vez que ensayaba, junto a unos shorts elásticos y
zapatillas cómodas.
—Era una buena idea —se encogió de hombros Mikaela, alias Miki, mientras se ponía de pie e iba a adueñarse del tubo—. A propósito, Katia —comenzaba a elongar—. ¿Qué tal la universidad? Sabes que eres el orgullo de este club.
—Bien, he obtenido buenas calificaciones estas últimas semanas, así que no me puedo quejar… —tomaba su bolso—. Me iré a casa ahora, debo ir a estudiar.
—¿Y ese estudio tiene que ver con algún chico? —se interesó un poco más, la pelinegra.
—¿Qué? No… Ya sabes, estoy ocupada para esas cosas.
—Desde que te conozco llevas la misma excusa, date una oportunidad. Eres bailarina del baile más sensual de todos, cualquier chico quisiera estar a tu lado. No eres una prostituta, recuérdalo.
Le sonrió como de costumbre, de aquella manera mecánica que solía apoderarse de sus facciones, cada vez que el tema amoroso salía en la conversación.
Detestaba que a pesar de los años y teniendo ya veintitrés años, el tema de su inexistente vida amorosa saliera a la luz. No entendía por qué los demás se preocupaban de eso, cuando para ella todo eso no era un tema de preocupación.
—¡Katia! —la llamó su compañera, sorprendiéndola y sacándola de su ensimismamiento—. Recuerda que el show es hoy a la media noche, no vayas a entusiasmarte con tus estudios y olvidarlo… Además, hoy vienen personas importantes, es importante para el jefe…
—¿Importantes? —avanzó unos pasos hacia su amiga, más preocupada por eso que por otra cosa, pues no acostumbraban a recibir ese tipo de visitas.
Aunque no podía esperar otra cosa de un centro nocturno que quedaba en un exclusivo lugar del centro de la ciudad, y por exclusivo, no se entendía por ser de la alta sociedad. No podía esperar que ciertos personajes como artistas bohemios o políticos corruptos no aparecieran.
—¿Políticos?
—Sí, esos mismos —respondió divertida, porque se les podía llamar de esa manera también a quienes venían—. Tranquila, no va a pasar nada, se comportan dentro de lo que ellos consideran normal.
Siguió con la mirada cautelosa sobre su amiga, temiendo por alguna razón y sintiéndose prontamente incómoda.
—De acuerdo, supongo que no estudiaré entonces, estoy nerviosa desde ya…
Miki la miró por un momento, siempre tenía que ser tan miedosa y frágil, a veces no entendía cómo era capaz de desenvolverse en un trabajo como ese, si se asustaba tan fácilmente.
—Bien, ve a ponerte muy linda entonces, quién sabe si obtienes una excelente propina si le gustas a alguien.
**
Miraba su guitarra a unos pasos de él, guitarra que por cierto, no sabía tocar. Tan deslumbrante como siempre; única y majestuosa, como sólo ella podía estar.
Entrelazó los dedos de sus manos para apoyar su mentón en ellos, usando sus rodillas como soporte para sus codos que le ayudaran a la comodidad de su posición.
A lo lejos escuchaba la voz de su compañero más certubo conversar con los demás acerca de los planes nocturnos que tenían, y se sentía tranquilo.
—Todos se fueron, y tú pareces un fantasma allí, sentado como si no tuvieras nada mejor que hacer.
Sonrió tras escucharlo, había interrumpido la música que le acompañaba en su ensimismamiento y había provocado que saliera de su universo alternativo, tranquilo y calculador como siempre.
—Pagaría por saber en qué piensas cada vez que te pierdes así… —comentó, buscando su billetera entre sus cosas.
—Invítame a una copa y tal vez te lo diga —respondió.
Él se volteó para echarle un vistazo, riéndose por el comentario, porque las invitaciones para ellos estaban de más.
—No necesitas que te invite, sabes que hoy debemos ir al club nocturno más aburrido bajo nuestro amparo…
—No iré, Giulio —respondió tajante—. Detesto ese negocio, es decadente y carece de status. Estoy harto de que se involucren en los negocios fáciles…
—Fácil y lucrativo —agregó—. Si yo fuera tú, no me quejaría tanto, al menos te va bien.
Lo miró por un segundo, no era un mal agradecido, solamente quería más que clubes nocturnos, prostitutas y drogas a cargo. Quería mucho más que negocios burdos y decadentes en medio de una ciudad que parecía innovadora, pero que tenía los mismos lugares básicos que cualquier otra.
Le gustaba su herencia y aquella organización delictual de la cual todos sus integrantes se enorgullecían, pero por ambición quería más.
—De todas maneras no iré. Es una estupidez sin importancia, y contigo allí basta.
—Gracias por hacerme sentir que basto, Franco —bromeó ofendido.
**
—Creo que ya no debería de seguir con él, en serio siento que sólo me está usando y yo no quiero estar con un sujeto así. Mis amigas me dicen que lo olvide, que no es bueno para mí. ..
—Pero Helen, tú también lo estás usando. ¿Quién dijo que querías aprender de él sexualmente y luego deshacerse de él?
—Sí, lo sé…
Llevaban casi una hora hablando sobre líos amorosos en ese camerino, mientras se arreglaban para sus respectivos shows, era viernes y sabían que se venía una ardua noche de trabajo.
El alcohol en privacidad siempre desataba esa clase de conversaciones: un problema y tres consejos. Era esa clase de atmósfera de terapia psicológica que necesitan las mujeres para sentir la solidaridad femenina en su máxima expresión, queriendo recibir los consejos de sus cercanas sólo para sentirse acompañadas y apoyadas con dilemas difíciles de resolver para el corazón.
Tal vez utilizaban ese tipo de conversación para disipar los nervios que les nacían al recordar que al salir a escena, estarían expuestas a todos esos peligrosos hombres, que sólo deseaban ofrecerle un poco más dinero; para tener un show privado en una de las cabinas disponibles.
—Helen, lo que tú debes hacer es dejar de escuchar a tus amigas y a nosotras, dejar de pensar tanto y a entregarte más. ¿No dizque quieres disfrutar? Entonces disfruta y deja de pensar en formalidades, así todos felices. Además, con este trabajo, considérate afortunada de tener a alguien que realmente esté interesado en ti, sin los odiosos prejuicios presentes.
Y allí estaba Katia, dando consejos amorosos, con la propiedad de toda una experta en la materia.
Cierto era que las temáticas amorosas no estaban dentro de su vida, pero se le daba bien el hecho de ser una “doctora corazón” para sus conocidas, y ellas se lo agradecían.
—No me siento menos por ser una bailarina, Katia. Pero sí, tienes razón y dejaré de escuchar… —se animó un poco, considerando realmente aquello como una buena salida a sus problemas.
—¡Es tu hora, Katia! —gritó Miki desde la entrada—. Recuerda que debes lucir tan linda como siempre y todo estará bien.
—Deja de ponerme nerviosa —reclamó, abrazando sus hombros—. Que repitas lo importante que es todo esto, me pone nerviosa y no debería estarlo.
—Sí, lo siento, ¡pero es que todo ha ido de maravilla!
Rió, negando con la cabeza.
Las luces se apagaron y ella entró al escenario, situándose justamente a un lado del tubo para tocarlo con una mano. La música comenzó y las luces se encendieron, y los movimientos de Katia comenzaron.
Cada vez que estaba en ese gran fierro, pensaba que no había nadie ni nada más allí.
Había aprendido ese baile solamente, porque junto a sus amigas, querían un pasatiempo nuevo y que las mantuvieran en forma hace un par de años atrás. Detestaban el gimnasio y las actividades físicas exigentes, pero cuando el baile estaba de por medio, todo era sinónimo de diversión.
También le era imposible no sentirse nostálgica, extrañaba todo lo que había dejado atrás, y temía acostumbrarse a esa vida y a preferirla por dinero.
Las últimas notas musicales se estaban tomando el lugar, y ella sabía que debía subirse completamente a aquel largo objeto metálico, enredando sus piernas en él desde más arriba de la mitad, para luego echar su torso hacia abajo y así dejarse deslizar hasta caer con su espalda en el suelo, desenredando sus piernas ya abajo para cruzarlas a un lado como una señorita, para luego extender sus brazos hacia sus costados, elevando su pecho del suelo para terminar.
Como era de esperarse, los aplausos de parte de los hombres comenzaron a hacerse notar. Ella deshizo su posición final para ponerse de pie y bajar del escenario con encanto, porque era el momento de recibir el dinero de parte de ellos.
Para eso tenía muchos minutos a partir de ese momento, porque venían todas las chicas a bailar a las pequeñas tarimas. Así que debía lucir lo más seductora que podía para recibir buenas propinas mientras sus compañeras comenzaban a recibir las suyas.
Los shows principales ocurrían cada una hora, y ese día le había tocado a Mikaela, a Helen y a ella.
Luego de eso, se fue al bar a beber junto a Miki, quien había sido la primera en presentarse. Seguía nerviosa porque aún quedaba de show e iba a seguirlo, porque el encargado del local lo seguía y era su novio.
—Creo que ya estoy mareada —confesó riendo, porque luego de esos dos tequila margarita, ya sentía sus mejillas dormidas y su visión un tanto nublada.
—Entonces ve al baño a orinar —reía la pelinegra.
—No, no quiero. Los zapatos me van a traicionar —fingió un puchero.
Claro que no iba a pasar por la vergüenza de caer por esos zapatos altos que debía llevar por obligación.
—Anda, ven. Yo voy primero —se animó la chica para servirle de guía. La tomó de la mano y así comenzaron a caminar.
—Hey… —la detuvo desde su muñeca un sujeto de su tamaño, gracias a los tacones que llevaba; de cabello n***o y delgado.
Parecía un hombre guapo, así que Miki la obligó a sonreírle, con un movimiento de sus cejas.
—Hey… —le respondió de vuelta, esperando a que su amiga se fuera, porque moría de la vergüenza de ser vista en esas cosas.
—Ven, siéntate… —la hizo sentarse a su lado, adueñándose de su cintura inmediatamente, para comenzar a hablarle en el oído.
Un escalofrío le recorrió el cuerpo, no estaba acostumbrada a tener ese tipo de cercanía con hombres, y que la tomaran así, parecía ser su punto débil. Pero cualquier tipo de acercamiento con un hombre para ella, parecía ser su punto débil, ya que jamás había sido tocada por uno íntimamente.
—¿Puedo hacerte mía? —le hablaba al oído, sonriendo diabólicamente y rozándole la piel con sus labios gruesos
Su piel se erizó y como reflejo, encogió el hombro bajo su oreja para protegerse de esa invasión.