A la mañana siguiente caminaron hasta la terminal de micros y luego al correo para despachar la carta, Clara no quería enviarla hasta no estar segura de la fecha de viaje. Bueno, tendría que esperar tres interminables días, pero a la vez aquello le ayudaría a dejar todo organizado en el teatro, además de la oportunidad de hablar con Ramiro, tal vez así conseguía algún buen descuento en uno de sus hoteles.
Se despidió de su hermana mayor y caminó con esa enorme sonrisa hacia su lugar de trabajo, hacia su rinconcito en el mundo. A medio camino, casi como si fuese una aparición, se encontró con Vitali, con ese italiano de mirada triste y delicioso perfume.
—Clara, bonita — exclamó con su extraño acento.
—Vitali — dijo y se dejó abrazar por aquel efusivo hombre.
—Perdón, yo, solo…
—Está bien, no estoy enojada, solo… Lo que me contaste ese día me impactó, pero no te juzgo, creo que, en tu lugar, hubiese actuado igual — intentó calmarlo.
—Igual también te afecta a vos, él era…
—Nada, él no era nada — interrumpió colgándose del brazo de aquel hombre —. Ahora, creo que me debés un desayuno porque nunca me pediste nada ese día — ordenó tirando de él para que dirigiera sus pasos hacia ese café que la castaña tanto amaba.
Vitali rió fuerte y se dejó guiar, era lindo sentirse así, con el alma un poquito más liviana.
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—El comprador quiere una cena para arreglar los detalles — explicó el representante.
—Bueno, pero tendrá que ser después de que Clara viaje — indicó sin dejar de mover sus manos sobre aquel lienzo.
—Bien, lo arreglo todo y te aviso el día y el lugar — afirmó anotando todos los detalles detalles un pequeño cuaderno que siempre llevaba consigo.
—Bien — simplemente dijo y escuchó cuando el hombre salió de allí.
No pasaron más de veinte minutos antes de escuchar la puerta abrirse nuevamente y luego sentir los labios de su hermana pegados a su mejilla dejando un sonoro beso en la misma.
—Hola, Martina. Necesito que vengas a la sala — pidió.
Martina dejó de pintar y se giró para mirarla, ¿ahora qué había hecho? Bueno, seguro que nada inocente porque esa sonrisa la delataba. Rodó los ojos y dejó el pincel, tomó un trapo para limpiarse las manos mientras su piecitos descalzos la llevaban hasta el interior de su casa. Iba increíblemente concentrada en sus manos hasta que, al entrar a la sala, levantó la mirada y lo vio. Mierda, ¿qué hacía Vitali ahí, en su casa? Desvió la mirada hacia Clara que solo sonrió con calma, invitándola a tranquilizarse, a escuchar. Bueno, le gustaría poder hacer algo, pero el miedo que le producía el hombre la tenía paralizada como una idiota.
Vitali se arrepintió de haber aceptado aquello en el preciso momento que Martina clavó sus ojos celestes en él, cuando notó ese miedo colarse en su mirada y aquellos labios apretarse con espanto. Era definitivo, ella le temía, luego de doce años, le temía.
—No vengo a molestar — dijo elevando sus manos en alto —, solo quiero disculparme, por todo, como corresponde— explicó y aguardó que la morocha reaccionara.
—Marti, escuchalo— pidió Clara —, yo no me voy a ir, yo te acompaño — aseguró con calidez.
Martina la miró con reproche y dolor. Claro, ella podía estar muy cómoda porque no conocía nada, no sabía nada, pero si supiera…
—Ya le pedí perdón a Clara, por todo — declaró el italiano y Martina volvió a clavar sus ojos en él.
—¿Por todo?— susurró con desconfianza.
—Absolutamente todo — confirmó con esa mirada transmitiendo la verdad de aquellas palabras.
—Sí, Marti — dijo Clara y la morocha se volvió a concentrar en su pequeña hermana —, ya sé de papá, de lo que hizo, de lo que ofreció— susurró con la voz rota, aún no podía tragar aquella parte de la historia que se le atravesaba espantosamente en la garganta.
—No — negó moviendo la cabeza de un lado a otro —, no — dijo y clavó sus ojos en el hombre —¡No tenías derecho de decirle aquello!¡No hacía falta que lo supiera!— gritó con odio.
—¡También es mi historia!¡También tengo derecho a saberlo y vos no me lo ibas a decir nunca!— gritó Clara.
—No, Clara, no — dijo apresurándose a llegar al lado de su hermana para tomar con suavidad sus manos —. Yo quería protegerte, cuidarte…
—Soy un adulto, Martina, puedo cuidarme, puedo entender, puedo perdonar — dijo eso último con doble intención.
Martina desvió su mirada al italiano que se notaba incómodo, y luego la volvió a su hermanita, su preciada y pequeña hermanita.
—Ya cargaste demasiado por mí— continuó la menor —, es momento de que compartamos el peso — dijo sonriendo con cariño.
Martina respiró hondo y afirmó con lentitud, sí, era hora de soltar un poco de peso, tal como lo había hecho con Nicolás.
—Lamento todo el daño que causé, que les causé — murmuró suavecito Vitali, sin poder mirarlas a la cara, con el dolor contándole la respiración—, les pido perdón— dijo inclinando su cuerpo en señal de respeto.
—Mi respuesta ya la sabés— dijo Clara y sonrió en dirección a su hermana —, Martina… — invitó.
La morocha miró con temor a su hermana y luego, despacio, muy lento, giró sus ojos hacia aquel italiano que aguardaba de pie, al lado de la ventana, en esa penumbra suave que ocupaba toda la sala. Sintió por un momento que las piernas le iban a fallar, que el corazón saldría de su pecho sin que pudiera contenerlo. Quería, necesitaba decir algo, pero no encontraba su voz, no podía ni mover su lengua porque la boca se le había secado de una forma espantosa y ahora parecía una lija contra el paladar.
Viatli se removió incómodo en su sitio y sonrió afectado.
—No pido que me perdones, solo quiero que sepas que lo siento — aseguró mirándola directo a sus ojitos. Martina asintió y no dijo nada cuando él salió de allí, con ese semblante derrotado que comenzaba a aplastarlo nuevamente, que parecía que, esta vez, le iba a ganar.
—Perdón, pero había que hacerlo — dijo Clara una vez que regresó de despedir aquel hombre en la puerta.
—Entiendo— susurró absorta en sus pensamientos mientras se sentaba lentamente en el sillón—. No te conté nada de lo que pasó porque pensé, creí que no era necesario que vos también sufras…
—Yo sufro si vos lo hacés— dijo sentándose a su lado y tomando con suavidad sus pequeñas manitos—. Vitali, en serio, está muy mal — explicó ganándose una mirada confundida de su hermana —. No te pido que lo hagas mañana pero, algún día, dale la oportunidad de que te explique, de que te muestre su visión— pidió y le sonrió bien bonito.
—Voy a intentarlo — susurró apretando un poquito las manos de su hermana —. Creo que voy a ir a acostarme un poco — dijo después, poniéndose de pie, caminando escalera arriba mientras los recuerdos de Vitali la asaltaban uno tras otro.
No podía negarlo, él jamás, nunca, ni una sola vez, la trató con desprecio, tampoco le gritó, ni mucho menos la lastimó. Si era objetiva, Vitali no sabía que era ella a quien perseguía, y en cuanto lo supo, al parecer y por lo que le había contado Cristina, decidió dejar todo de lado y solo buscarla para pedir su perdón, para asegurar su bienestar, para cuidarla. Bueno, tal vez había sido injusta con él, tal vez debía escucharlo, entender qué pasaba por su cabeza cuando ella se le plantaba enfrente.
Se dejó caer en la cama, agotada, y cayó rápidamente en un sueño profundo, un sueño donde la cara de su captor mutó a algo más deforme, menos definido.
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El italiano salió de aquella bonita casa con el alma destrozada, solo quería dejar de sentirse así, tan lastimado. Él, un hombre sin escrúpulos, un hombre que mató a varios y se enfrentó a muchos más, solo se sentía morir por no lograr traspasar los enormes muros que Martina le imponía.
Rió sin humor, se imaginó que todas las familias que se habían visto metidas en sus asuntos debían despreciarle, pero a él sólo le dolía ella, ella y sus ojitos cubiertos de terror. Caminó hasta un bar cercano y se sentó en la barra, bebiendo licor, cerveza y vino, hasta que sus sentidos se adormecieron. Mierda, se había olvidado de hablar con Ramiro sobre aquello que Clara le comentó. Bueno, mañana lo haría, esperaba recordarlo.
Esa mañana Estella se levantó con energías renovadas, la noche había sido excepcionalmente buena, por eso se encontraba de excelente humor. Durante buena parte de la mañana se dedicó a arreglar su casita y luego, cuando el hambre le hizo gruñir el estómago, salió en busca de algo para comer. No tenía ganas de cocinar, por eso, aprovechando que vivía sola y disponía de un buen sueldo que le permitía ciertos lujos, caminó hasta la cantina de aquel equipo de fútbol, lugar donde ofrecían buenos platos a un precio razonable. Ni bien puso un pie dentro lo reconoció, aquel hombre era ese italiano que volvía al teatro día tras día, en busca de Martina o Clara. Bufó fastidiada pero igual caminó hacia él, si no lo cuidaba seguramente terminaría metido en algún problema y alguien le robaría el dinero que guardaba en su billetera.
—Italiano — dijo posándose en la barra sobre la que aquel hombre estaba completamente recostado.
—Muchacha del teatro — exclamó arrastrando las palabras. Estella sonrió, sí, al parecer no iba a aprenderse su nombre.
—Vamos que te llevo a tu hotel. ¿En dónde estás alojado?— indagó ayudándolo a pararse.
—Emmm… no sé— dijo y dejó escapar una risita boba.
—Mierda. Bueno, vamos a mi casa y de ahí vemos qué hacer — explicó arrastrándolo hacia la puerta.
Vitali se dejó guiar con calma, en realidad no comprendía demasiado lo que sucedía a su alrededor, pero todavía podía sentir con fuerza ese dolor en el centro de su alma.
Llegaron luego de veinte minutos de mucho esfuerzo por parte de la muchacha, ingresaron a la pequeña salida y pasaron directo a la habitación. Estella lo dejó caer en su cama y luego lo acomodó lo mejor que pudo, el cabrón era gigante y apenas si cabía en ese espacio. Una vez hecho su trabajo se aseguró que el hombre durmiera y salió en busca de Manuel, seguro el pequeño estaba rondando por allí y podría mandarlo a llamar a Clara. Efectivamente el pequeño de cabellos revueltos, jugaba en medio de la calle, lo llamó de un grito y le pidió que buscara a aquella muchacha en el teatro. El niño salió a toda velocidad, dejando a Estella segura de que cumpliría su misión. Bueno, algo tenía que darle de recompensa. Volvió al interior de su vivienda, buscó unas monedas, algo de comer y lo dejó apartado sobre su mesita. No pasaron más de treinta minutos cuando Clara estaba plantada en su sala, aguantando la risa y mirando a ese gigantesco sujeto completamente desmayado en la diminuta cama de su amiga.
—¿Vos sabés dónde está alojado?— preguntó Estella llegando al lado de su amiga con el mate en la mano y el termo bajo el brazo.
—Sí — dijo entre risas —. Voy a buscar a Ramiro para que venga por él— explicó recibiendo el mate de su amiga.
—Bueno, no creo que se despierte en un buen tiempo, asique buscalo tranquila.
—Dale — dijo cerrando la puerta de la habitación—. Vuelvo en cuanto pueda.
Estella asintió y despidió a su amiga. Bueno, otra vez la historia de hacerse cargo de un ebrio, que divertido…