Capítulo 11

2316 Words
Se despertó con un fuerte dolor de cabeza y el estómago algo revuelto. Miró a su alrededor y notó que no tenía la menor idea de en dónde se encontraba. A lo lejos, las voces de unas mujeres y aquella que él bien conocía, hablaban en cuchicheos molestos que cada tanto se cortaban por unas suaves risitas. Mierda, no había sido buena idea intentar levantarse.  —Pensé que ya habíamos pasado hace mucho la etapa en la que debía buscarte — Se burló Ramiro desde la puerta. — No me jodas que me duele demasiado la cabeza — gruñó con mal humor mientras despeinaba sus oscuros cabellos. —Bueno, primo, vamos que hay que dejar a estas damas descansar, bastante han hecho por vos — dijo ayudando al enorme hombre a ponerse de pie. —Gracias por todo, perdón por la molestia — dijo en automático el italiano mientras era arrastrado hacia afuera, al exterior donde el Sol le golpeaba con fuerza en rostro aumentando su mal humor. Sin ningún cuidado Ramiro lo dejó caer en el asiento del copiloto para luego montarse al auto mientras reía por lo bajo. Vitali se concentró todo el camino en no manchar el lindo interior de aquel vehículo con lo que sea que hubiese dentro de su estómago, ayudado con inhalaciones profundas pudo recorrer todo aquel camino del demonio en el que su primo parecía querer caer en cada pozo que se cruzaba delante de ellos. Al llegar al hotel, Ramiro lo ayudó a subir hasta su habitación, lo auxilió para acostarse decentemente y se acercó a él una vez que las cortinas estuvieron cerradas, oscureciendo por completo el cuarto, alejándolos del exterior y su espantosa realidad. —¿Qué pasó?— preguntó Ramiro sentándose en una cómoda silla al lado de la mullida cama de dos plazas en la que su primo descansaba toda su borrachera. —Me odia, mucho — confesó con dolor —. En realidad me teme más de lo que me odia, pero en ambos casos puedo decir, sin temor a equivocarme, que no me quiere cruzar de nuevo en toda su vida — explicó mientras que con uno de sus brazos se cubría los ojos. Vitali no podía explicar, no podía exteriorizar, lo devastado que lo hacía sentir aquella afirmación, lo terrible que era para él saber aquello, saber que esa muchacha no podría estar, jamás, junto a un tipo como él, un hombre que representaba todo lo malo, lo detestable, lo podrido. Por su lado, Ramiro contempló a su primo y aguardó en silencio. No quería, realmente no estaba dispuesto a sentir celos de aquel hombre, de ese que había sido incondicional por demasiados años, pero el sentimiento de porquería le comenzaba a nublar el juicio, le comenzaba a susurrar cosas al oído mientras él intentaba luchar contra lo inevitable. Si Vitali estaba enamorado de su dulce Lucía eso podría producir ciertos problemas entre ellos, problemas que no le gustaría enfrentar. —Vos vas a correr con más suerte — murmuró su primo aún sin moverse un milímetro de su horizontal posición.  —Mmm… no creo — masculló él. Sí, no estaba demasiado convencido de que Lucía quisiera verlo. Lo supo en cuanto la vio allí parada, aferrada a esa puerta, contemplándolo con sus ojitos que estaban bien abiertos por la impresión y el horror. Sí, estaba seguro que ella no iba a querer cruzárselo. —Dejame dormir — pidió Vitali luego de un prolongado silencio en que ambos hombres se hundieron en sus miserias, se revolcaron en sus propios sufrimientos.  —Vengo a verte en un rato — dijo poniéndose de pie —. Ah, Vitali — llamó antes de abrir la puerta. El italiano se destapó los ojos y lo contempló desde la cama —, ya casi todo está listo — confirmó y salió sin más.  Vitali soltó un suspiro agotado, completamente derrotado, y cerró los ojos. Bueno, tampoco estaban allí de vacaciones, la vida continuaba y ellos eran hombres de negocios, a eso se dedicaban, por lo que no desaprovecharían más el tiempo, había que generar dinero, como cada día. ----------------------- Saludó a su hermana que la miraba desde la ventana de aquel micro y le sonrió con ganas. Estaba segura que Clara pasaría unas merecidas vacaciones improvisadas en la capital argentina, se agotaría de recorrer sus calles y volvería con el espíritu colmado de emoción. Martina estaba segura que su hermanita regresaría con miles de ideas en la cabeza, ideas que, junto a Estella, se encargarían de hacer realidad en aquel teatro que tanto amaban. Giró sobre los talones en cuanto el micro hubo desaparecido de su visión y dejó escapar un suspiro entre sus labios. Hace más de tres días que no sabía nada de ninguno de ellos. Esos porteños habían llegado, se presentaron de las formas menos esperada y, de repente, desaparecieron, casi como si fuesen fantasmas que solo la visitaron para atormentarla. Bueno, se dijo, mejor así, aunque ese pinchazo, esa molestia en el pecho, no la dejaba en paz. Sacudió la cabeza y alejó esos pensamientos que poco productivos resultaban. No, no era tristeza porque no la volvió a buscar, se dijo una y otra vez. No, no era tristeza. —Basta, Martina — se regañó en voz alta antes de encaminarse hacia su hogar, hacia ese recoveco en el mundo que le brindaba paz, seguridad, tranquilidad, esa pequeña burbuja que la apartaba de todo lo malo, de hombres que la perseguían y hermanas buscando explicaciones que no quería dar. De Estabanes que la acosaban, reclamándola como de su propiedad, imponiéndole una relación que no estaba dispuesta a aceptar.  Llegó justo antes que esa tormenta descargará toda su furia sobre la ciudad, aportándole aún más del exterior que parecía a punto de devorarla, de comerla hasta las entrañas, de no dejar nada de ella en pie.  —Bueno, a trabajar — se dijo y caminó directo a su habitación para cambiar sus ropas, para colocarse esa jardinera gigantesca y aquel simpático pañuelito.  Sonrió porque pintar era lo único que la hacía sentirse ella misma, que no era una impostora jugando a ser una mujer de bien, no, la pintura no la juzgaba, no la señalaba con su dedo hipócrita diciéndole que a su edad ya debería estar casada y con niños. Nadie, mientras pintaba, le exigía que ocupara su rol de mujer, que dejara de trabajar y buscara un buen marido, que dejara de jugar a ser una mujer independiente y aceptara que no podía ser feliz sin un hombre que le provea todo lo que necesitaba.  Patéticos, todos. La sociedad la empujaba, una y otra vez, hacia un destino que se negaba aceptar, y, justamente por ello, es que la misma sociedad la apartaba. Nadie, en su sano juicio, formaría una amistad fuerte con aquella extraña mujer que le escupía la cara a las normas de la sociedad, que se reía de las buenas costumbres y se negaba fervientemente a formar una familia, una familia como Dios y la biblia establecían, una familia que la hicieran una mujer de verdad. ¡Estúpidos! ¡No tenían idea de nada!¡No sabían nada sobre ella! Gritó en su cabeza mientras las pinceladas cargadas de pinturas se estampaban una y otra vez contra aquel blanco lienzo. "Seguro está sola porque nadie tolera ese carácter que tiene". "Una buena mujer no cuestiona a los hombres, solo escucha y obedece". "Si no cambia su actitud nunca va a conseguir marido". "Ya se le pasa el tren y aún no tiene ni un solo hijo".  —¡Pero qué imbéciles! — gritó a todo pulmón y dejó que las lágrimas brotaran —. Pero qué imbéciles — susurró cayendo al piso, dejando que aquellas gotas saladas limpiaran un poco de la mierda que la llenaba por dentro, que extranjera, aunque sea un poquito, todo ese veneno que le comía el alma. Lloró, lloró porque hace demasiado tiempo aguantaba, hace demasiado tiempo lo necesitaba, hace demasiado tiempo… Tanto tiempo… ------------------------ Enrique llegó a la hora de siempre y golpeó con suavidad. La lluvia había cesado hace una buena cantidad de horas y ahora, con el aire fresco, se podía respirar un poco mejor.  El país seguía siendo la misma cosa complicada que hasta hace unos cuántos años. El presidente, aunque parecía querer poner paños fríos a la convulsionada realidad social, poco podía hacer con media clase política en contra de su desición. Pero nada de eso le importaba al bueno de Enrique, no. Al hombre lo que le ocupaba todo su tiempo era aquel perfecto negocio que acababa de cerrar. Esa mujer, muy elegante y hermosa, ya le había indicado cada una de las condiciones que ponía para terminar la compra y despacho de los cuadros. Enrique supuso que aquellos pedidos, aunque nada fuera de lo común, sí un tanto exagerados, no iban a ser grandes inconvenientes a la hora de exponerlos a su querida Martina, la niña que cada día lo hacía un poquito más rico. —Enrique — saludó Martina e hizo espacio así podía ingresar, saliendo de abajo de ese pequeño techo que todavía dejaba caer unas cuantas gotas de aquella lluvia que los había visitado. —Martina, linda — dijo pasando por al lado de la mujer para luego plantar un beso en cada una de las suaves mejillas de la morocha. —¿Querés mate?— preguntó caminando hacia la cocina mientras era seguida por aquel hombre que medía apenas unos centímetros más que ella. —Bueno, porque tenemos para rato con los pedidos que hicieron. Hay que arreglar los detalles, principalmente algunos pedidos especiales que hizo la mujer en nombre de su cliente.  —¿Pidieron algo extraño?— preguntó tomando la pava para llenarla con agua. —No, nada que no hayamos escuchado antes, tranquila — explicó sentándose en la mesa de la cocina y dejando aquel cuadernito que siempre lo acompañaba. Las siguientes dos horas y media se dedicaron a ultimar detalles, a organizar cómo se haría cada cosa y en qué momento, a definir quiénes serían los encargados de llevar a cabo cada una de las tareas con el mayor de los cuidados.  La cena que pedía el cliente tampoco era algo extraño para el par, ya que varias veces había sucedido aquello, siempre con el mismo resultado, una comida incómoda, repleta de mentiras y máscaras llenas de falsedad, pero Martina no se negaría, sabía que era importante tener alguna interacción con sus compradores, sobre todo los más importantes. —¿A dónde será la cena?— preguntó tomando un mate. —Todavía no he podido hacer una reserva en ningún lugar, pero apenas la tenga te confirmo. Quedate tranquila — le dijo notando su ceño fruncido —, va a ser en uno de esos lugares que te gustan — afirmó dejando salir esa sonrisa paternal que invitaba confiar en la seguridad de aquellas palabras. —Bueno, espero tu confirmación — dijo no demasiado entusiasmada por aquello. Al día siguiente Martina ya contaba con la confirmación del lugar y con un precioso vestido para estrenar. Bueno, si iba a tener que soportar a dos personas que desconocía por completo, por lo menos lo haría viéndose estupenda, bromeó en su cabeza y sonrió para sí misma. Necesitaba, rogaba, esperaba, que esa extraña sensación en el centro de su pecho no fuera un mal presagio de nada. ----------------- Estaba entusiasmada como niña pequeña y eso a él lo hacía sonreír como un idiota. Es que Clara parecía tener energía infinita, ganas de todo y miedo a nada. Sí, era una muchacha realmente única en su clase. —Vamos a esa cantina y comamos algo – propuso el cantante señalando un bar que se ubicaba en una esquina. —Bueno, ya muero de hambre — respondió y comenzó a tirar del hombre en dirección hacia aquel lugar del que se desprendía un olor de lo más delicioso, esa mezcla de carne a la olla y papas asadas que les abría el apetito, haciéndoles doler la panza por el hambre. Resulta que aquella mañana se habían levantado muy temprano, demasiado temprano para gusto del rubio, pero Clara no estaba dispuesta a esperar ni un minuto más para salir a la calle y recorrer esos lugares de los que tanto le hablaban pero ella no recordaba, tal vez jamás los había visitado, en realidad no estaba segura. Se sentaron enfrentados, sin dejar de hablar ni por un segundo, con Nicolás escuchando todos los planes de aquella enérgica mujer, y Clara acaparando todas las palabras del mundo solo para ella. La atención de ambos se vio interrumpida cuando un niño, flacucho y de cabellos oscuros, pasó corriendo a todo velocidad, siendo seguido por un enorme perro n***o y, luego, dos policías que soplaban sus silbatos con fuerza, intentando hacer que aquel pequeño se detenga. Lo que aquella pareja no sabía es que el niño era nuevo en la zona  que hace poco había llegado, intentando huir de la miserable vida que tenía al lado de un hombre cruel que solo lo empujaba a meterse aún más en la mierda, en el robo sin importar a quien, en la violencia sin límites, en todo lo que aquel niño ya no estaba dispuesto a aceptar. No, Nicolás y Clara jamás podrían sospechar que ese pequeñuelo había vivido tantas desgracias, tantas injusticias, tantas carencias, que su única opción fue dejar lo poco que tenía y encaminarse hacia lo desconocido, hacia aquellas calles porteñas plagadas de personas peores que Roberto, de sombras peligrosas, de miradas desconfiadas y pocas manos dispuestas a ayudar. Bueno, ellos jamás podrían saber que aquel niño dormía bajo un banco, en una plaza sucia y peligrosa, pasando hambre y miedo, llorando hasta quedar dormido, sabiendo que el mundo era una mierda y que si él quería sobrevivir, debía ser más mierda que aquel mundo.
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