Capítulo 6

1462 Words
Llegó al teatro cuando la noche comenzaba a caer sobre la ciudad, acomodó su saco con cuidado, alargando el momento, esperando que todo se resolviera sin que él tuviese que intervenir. No, no era un cobarde, jamás lo fue, se repitió regañándose por imbécil. Inhaló una última vez e ingresó. Una mujer de pelo castaño algo alborotado, lo recibió con sus grandes ojos miel analizándolo y esa sonrisa estudiada clavada en el rostro. —Buenas noches — saludó Estella. —Buenas noches — respondió ocultando sus nervios —. Tengo una reunión con Clara — explicó con firmeza. —¿Nombre? —Ramiro Ricci. La muchacha sonrió en su dirección y le pidió aguardar. Él se acomodó en uno de los silloncitos del hall de entrada y observó el enorme espacio. Se deleitó con el enorme espacio, con esa lujosa lámpara que colgaba del techo, sostenida por una brillante cadena dorada. Contempló los pisos impecables y el espacio de la taquilla. Todo perfecto, todo ordenado. —Acompáñeme, por favor — pidió Estella ni bien regresó. Ramiro asintió y la siguió hacia una pequeña escalera que llevaba al subsuelo en donde, al parecer, además de ubicarse los depósitos y camerinos, también se encontraba la oficina de Clara. Llegaron luego de un corto trayecto por un oscuro pasillo, hasta quedar frente a una puerta marrón. La mujer que lo acompañó golpeó suavemente el vidrio que ocupaba una parte de la puerta y aguardó a que le dieran el pase antes de abrir. Ramiro inhaló profundo al encontrarse con esos ojos celestes que, hace varios años atrás, contempló en el rostro de una niña y ahora los volvía a ver en el cuerpo de una bella mujer. Sonrió forzadamente y aguardó a que aquella muchachita hiciera el primer movimiento. —Hola, Ramiro — saludó con un tono un tanto distante. —Hola — respondió con esa voz grave que tan bien recordaba. —Pasá — invitó —, sentate donde quieras — agregó señalando su oficina por completo. —Gracias. Perdón por no traer ningún regalo. —No te preocupés — desestimó relajándose, después de todo el asunto entre él y su hermana seguía siendo todo un misterio para Clara, quien los había visto increíblemente enamorados, completamente entregados el uno al otro y, repentinamente, se separaron sin volver a hablar jamás en esos doce años. Era claro que ahí había una historia dolorosa. —Has crecido mucho — dijo en tono fraternal y con los ojos destilando dulzura. —Es lo que generalmente pasa, no iba a ser una niña por siempre — bromeó. —Me alegra ver que estás en el ambiente que tanto te gusta. Recuerdo como hablabas sin parar del teatro cada vez que Cristina te llevaba al Colón — dijo con ese tono cálido que tantas veces había usado con ella. —Por suerte todo salió bien para mí — respondió con una sonrisa. —¿Y para tu hermana?  No llegó a responder, no pudo hacerlo porque la puerta se abrió repentinamente interrumpiendo la conversación. Ramiro ya no sabía si respiraba o estaba conteniendo el aire, ya no escuchaba nada más que el golpeteo de su corazón, ya no miraba a nada más que no sea a Lucía, su preciosa Lucía, la mujer que estaba parada delante de él con su mano aferrada al picaporte y sus preciosos ojos abiertos muy grandes, tan grandes, tan hermosos. —Ramiro — murmuró y él sintió que esa voz le acariciaba el alma. —Lucía — respondió él e intentó pararse, intentó alcanzarla. En cuanto Martina supo lo que intentaba hacer se giró sobre sus talones y huyó de allí, dejó todo atrás y escapó, otra vez escapó. ———————————————————————————————————— Se había quedado preocupada. Luego de que su hermanita llorara de aquella desgarradora forma, pegada a su espalda, apretándola como si de un salvavidas se tratase, se despegó de ella, le sonrió con los ojitos llenos de lágrimas, le besó con fuerza la mejilla para luego recordarle que la amaba y admiraba en iguales cantidades. Bueno, eso había sido, por mucho, demasiado extraño. Intentó volver a su trabajo en cuanto Clara la dejó sola, pero no pudo lograr concentrarse, asique decidió limpiar los restos de pintura, arreglar su taller e ir en busca de su hermana al teatro. Le llamó la atención la ausencia de Estella en la taquilla, aunque supuso que, faltando más de una hora para que abrieran las puertas, debía encontrarse entre los vestuarios y últimos detalles. Caminó directo a la oficina de su hermana  hundida completamente en sus pensamientos, tratando de adivinar si había sido Nicolás quien la hizo llorar o se trataba de alguna otra cosa, tal vez las cosas en el teatro no iban tan bien como decía, aunque no creía que podría tratarse de eso. Bueno, lo estaba por averiguar, lo iba a saber en cuanto abriera aquella puerta de madera. Tomó el picaporte y abrió sin dar aviso, sin esperar la extraña escena que dentro iba a encontrar, sin poder procesar que ahí estaba, de pie, frente a ella, siendo tan imponente, tan enorme, como siempre, como lo recordaba sin querer, como la visitaba en sus sueños. Mierda. —Ramiro— se escuchó decir ajena a lo que su cuerpo hacía, aferrándose a aquella puerta para poder comprender que no se trataba de un sueño, que todo era real, completa y estúpidamente real. —Lucía— la llamó. Lucía, la de Buenos Aires. Lucía, a la que había insultado en medio de aquella oscura noche. Lucía.  No lo soportó, era demasiado para su pobre espíritu, no podía, no ahora. Giró sobre sus talones y salió a toda velocidad de allí, sintiendo a lo lejos la voz de su hermana que le decía vaya a saber qué a ese hombre que había vuelto para aterrorizarla, para volver a transportarla a ese pasado que trataba, con cada fibra de su ser, olvidar. No, no podía ser real, él no podría estar ahí.  Su pequeño cuerpo se estampó contra uno mucho más grande y fuerte, mucho más firme, mucho más atemorizante.  Levantó la mirada y se encontró con esos oscuros ojos que la evaluaban igual de impactados que ella. Dios, esto iba cada vez a peor.  —Martina— dijo Vitali sosteniéndola por los brazos. La muchacha parecía estar a punto de desmayarse, todo su semblante se había tornado blanco, casi fantasmal —. ¿Te sentís bien?— indagó verdaderamente preocupado, pero intentando procesar que allí la tenía, entre sus manos, con sus ojitos preciosos mirándolo a él y solo a él.  Martina negó, necesitaba alejarse pero las palabras no le salían, necesitaba huir pero sus pies se habían clavado en el piso.  —¡Marti!— gritó alegre Estella desde la entrada. Como aquel par se volteó para verla, Vitali aflojó su fuerte agarre y la morocha aprovechó para colarse por un costado y alejarse de él, de todos los horrores que representaba, de todo lo que significaba su presencia allí.  —¿Martina?— preguntó extrañada la castaña en cuanto aquella mujer pasó como un rayo por su lado, casi sin mirarla. —Dijiste que no estaba acá— decretó absorto en sus pensamientos aquel italiano. Estella lo contempló unos instantes y luego miró en dirección hacia la puerta por la que había desaparecido aquella mujer. —Se supone que no estaba — respondió finalmente —.¿Se conocen? — indagó volviendo sus ojos miel a aquel hombre que parecía impactado por la presencia de esa bonita mujer. —Se podría decir — murmuró volviendo a la realidad —. ¿Dónde vive?— preguntó de manera brusca. —Creo, señor, que es claro que no puedo darle esa información.  —Por favor — rogó sintiéndose ajeno a aquellas palabras, él jamás pedía nada por favor, solo tomaba lo que necesitaba y se acababa el asunto allí.  —Me gustaría ayudarlo, pero… —¿Vitali?— preguntó Ramiro ni bien vio a su primo en aquel hall de entrada.  —¿La viste?— preguntó sorprendido, la cara de su primo revelaba más de lo que hubiese deseado. —Sí, pero solo eso, no pude hablar nada — explicó bajo la atenta mirada de esa muchacha que no se movía de su posición muy cerca de la puerta. —Yo tampoco, solo noté que… Solo sé… Y se quedó en silencio. Lo había visto bien claro, lo había sentido debajo de sus dedos. Ella le temía, le temía como si fuese la peor de sus pesadillas. Tal vez lo era.
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