Entró a la oficina con esa mueca extraña en el rostro. Clara observaba demasiado concentrada a su máquina de escribir, como si su respuesta estuviese oculta entre esas oscuras teclas.
—¿Qué fue todo eso?— preguntó Estella cerrando la puerta a su espalda.
—Dos hombres del pasado que vinieron a sacudir nuestro mundo, bueno, el tuyo tal vez no, pero el mío y de mi hermana, seguro que sí.
—¿De qué estás hablando?— preguntó tomando asiento frente a su amiga, al otro lado de aquel enorme escritorio.
—Te voy a contar algo, pero de acá no puede salir — sentenció en ese tono serio que tanto amaba usar. Estella asintió y escuchó con atención cada palabra que soltaba su amiga cada detalle de su retorcida vida, conociendo detalles completamente desconocidos y bien ocultos de aquellas hermanas. Ella sabía que no eran de Corrientes ni Buenos Aires, conocía que venían de Mendoza, pero solo por ese dato sabía la realidad, ya que los años y la distancia, habían borrado casi por completo aquel acento pausado y calmo que deberían tener las hermanas, reemplazándolo por uno que dejaba ver la mezcla de hogares que habían tenido.
—Imposible — dijo llevando sus manos a la boca, completamente impactada por todo.
—Creo que hice mal al hacer que nos encuentren— se angustió.
—No, no — afirmó tomando sus manos para apretarlas en un gesto reconfortante —, es verdad que tu hermana tiene que volver a enfrentarlos y cerrar esa historia de una buena vez, pero, si me dejás el atrevimiento, creo que ese par tiene más que ganas de disculparse con ella — Clara levantó elegantemente su delgada ceja castaña, esperando explicaciones, explicaciones que su amiga, gustosamente, le daría —. Me pareció que el italiano estaba medio enamoradito de ella, por la forma en la que la miraba, y el otro, cuando llegó al hall, se notaba que estaba desesperado por verla.
—De Ramiro no me extraña, ya te conté lo que pasó entre ellos. Martina piensa que nunca me di cuenta porque era chica, pero nada más lejos de la realidad, yo sabía todo. Ahora, Vitali creo que solo la visitaba de vez en cuando, ni siquiera muy seguido.
—Bueno, yo solo te digo lo que vieron mis enormes ojos — afirmó dejándose caer en el respaldo de la silla con una actitud bastante desafiante.
—Puede ser lo que decís, pero no creo que Marti quiera nada con ninguno, no por ahora.
—Bueno, pero de todas formas, creo que mejor te vas a tu casa a ver si está bien — aconsejó la muchacha.
—No, seguro que deben estar afuera para seguirme si me voy, tampoco voy a arruinar todo yendo directo a mi casa para que así puedan ir cada vez que se les ocurra querer hablar con mi hermana — explicó con un tono frustrado, ella de verdad quería estar al lado de su hermana, pero no iba a seguir arruinando la paz del hogar revelándole a ese par la ubicación exacta de su hogar.
—Pucha. Bueno, si querés mandamos a alguno de los chicos para ver si todo está bien, le puede llevar algo de comida también — propuso.
—No, dejá, no va a atender a nadie. Cuando vuelva… No, mierda, cierto que quedé en ir a lo de Nico — se quejó dejando caer su espalda en el enorme respaldo de su silla.
—¿Asique todo viento en popa con el tanguero?— preguntó divertida.
Clara sonrió con la vista clavada en el techo.
—Sí, todo va bien, hasta que tenga que irse — dijo sin dejar de sonreír.
—Bueno, disfrutá mientras esté acá. Si querés voy yo a tu casa cuando cerremos, así no te perdés tu cita — dijo elevando y bajando las cejas.
—No, quiero estar con ella, quiero…
—Clara — llamó la otra con seriedad —, si en todos estos años no dijo nada no creo que lo haga hoy. Dale espacio para que procese lo que pasa, para que acomode lo que quiere contarte y lo que no, después de todo no sabe que hablaste con el italiano.
—Pero no…
—Nada, yo voy. Además necesitás vos también un respiro, asimilar todo lo que, ahora, sabés. Tranquila, yo me encargo— aseguró.
—Bueno, pero si ves que está muy mal me mandás a llamar — sentenció tomando un papelito para escribir el nombre del hotel y el número de habitación donde se alojaba Nicolás.
—¿Sabés que podría hacer mucha guita con estos datos?— bromeó revoleando el papel en el aire.
—Callate, en serio avísame.
—Tranquila, vos andá a disfrutar — dijo guiñando un ojo y cerrando la puerta detrás de ella.
Mierda, podía esperar cualquier cosa, realmente cualquiera, menos que ellas fuesen las hijas de aquel hombre odioso que le robó hasta el último centavo a su padre.
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Llegó a su casa cubierta de sudor, con la respiración cortada y la cabeza dando vueltas. Necesitaba tranquilizarse, necesitaba organizar lo que le diría a Clara, las explicaciones que dejaría salir cuando su hermana pidiera razones. Dios, esperaba que no volviera a casa esa noche porque seguro no lo soportaría.
Subió a paso lento hasta la segunda planta, entró al baño y abrió la ducha. Necesitaba tranquilizarse.
No supo cuánto tiempo estuvo bajo el agua, pero cuando salió sus dedos ya estaban arrugados. ¿Ahora qué haría?¿Le revelaría a Clara la verdad sobre aquel horrible hombre al que un día llamaron padre? No sabía, por primera vez, no sabía qué le diría a su hermanita.
Se vistió con pereza, sumergida en sus pensamientos que la llevaban de un extremo al otro, que le traían una imagen de Ramiro, un recuerdo de sus besos, y luego era arrastrada a esa noche de frío y miedo en Buenos Aires, después se proyectaba con completa claridad la pequeña habitación de aquella pensión y a doña Elisea, tan amable como una madre. No, su mente era un revuelo de recuerdos y emociones que la volverían loca en cualquier momento.
El sonido del timbre la trajo de regreso y temió lo peor, tal vez ellos ya sabían dónde vivían. No, esperaba que no fuese cierto.
—¿Quién es?— preguntó temerosa.
—Marti, soy yo, Estella. Te juro que me aseguré que nadie me siguiera — afirmó al otro lado de la puerta.
Solo bastaron unos instantes hasta que la puerta estuvo abierta. Estella entró rápidamente a la oscura sala y esperó que su amiga cerrara todo con cuidado.
—No sabía nada — dijo envolviéndola en un cálido abrazo.
—Era la idea— bromeó mientras se dejaba consolar.
—Vení, vamos a la cocina que seguro no comiste nada — dijo tirando de su amiga.
—No tengo hambre — se quejó la otra.
—No me importa, vas a comer igual — la regañó como a una niña pequeña.
—¿Y Clara?
—Se fue a encontrarse con Nicolás. ¿Ese hombre sabe lo que les pasó?— preguntó poniendo una olla con agua a calentar.
—No, él se fue antes que todo explotara. Mejor.
—Bueno, por lo menos con él no hay tanta historia rebuscada— dijo y la cara de Martina desmintió sus palabras.
—¿Qué?— preguntó ya preparándose para lo peor.
—Digamos que tuve algo con él. Nada largo ni serio, solo unos besos — explicó rápidamente al ver la cara de su amiga —. Pero como que estaba con él y…
—¿Y?— presionó la otra.
—Y con Ramiro — escupió rápidamente.
Estella abrió muy grande sus ojos y la boca completamente sorprendida por aquello. Bueno, era claro que la menor de las hermanas no conocía ese detalle porque no dijo nada en su relato, solo nombró unas cuantas veces a Nicolás y ya, jamás dijo demasiado.
—¿Ellos lo saben?
—Solo Nicolás, a Ramiro nunca se lo confesé — dijo dejando salir una mueca inconsciente, tal vez si revelaba eso él se daría por vencido y volvería a Buenos Aires, a sus cabarets y la vida que sea que llevara allá.
—Esto es mucho — dijo dejándose caer en una silla frente a su amiga —. No puedo creerlo. Además el hombre está bien bonito — exclamó divertida.
—¿Cuál?— pinchó sintiéndose un poco más relajada.
—Buen punto — respondió apuntándola con el dedo, es que ambos eran bien apuestos, tanto que varias se voltearían a verlo —, aunque el italiano es más de mi estilo — agregó notando el cambio en el semblante de su amiga —.¿Qué pasó con él?— preguntó acercándose un poco a su amiga.
—Digamos que ….. Le debía plata, mucha plata y las cosas no salieron bien — explicó vagamente.
—Parecía como si le tuvieras miedo, ¿es eso?
—Algo — dijo sin mirarla a los ojos. ¡Claro que le tenía miedo! Le aterraba solo saber que Vitali, en ese preciso momento, caminaba por las calles que ella recorría todos los días.
—Mirá, Marti — dijo apretando un poco las manos de su amiga —, él no parecía querer hacerte daño, lo digo solo por lo que vi. Creo que se veía… anhelante — dijo sin pensar demasiado.
—¿Anhelante?— preguntó extrañada. Podía esperar cualquier cosa, cualquier afirmación, menos la que acababa de arrojarle en la cara la castaña.
—Como, no sé, enamorado — explicó y escuchó la fuerte carcajada de Martina.
—No, estás equivocada, no puede ser eso. Tal vez esté arrepentido — dijo entre risas.
—Solamente te digo lo que veo — respondió poniéndose de pie para ir hasta la hornalla donde aquella olla esperaba su utilidad. Estella tomó unos cuantos fideos de un paquete que había sacado de la alacena, para luego verterlos dentro del agua hirviendo.
—Hablando en serio — retomó Martina en cuanto pudo retomar el control sobre sí misma —, imagino que ese par no vino hasta acá solo por intenciones románticas, debe haber algo más— afirmó.
—Bueno, si querés averiguar qué vas a tener que hablar con ellos — pinchó con cierta malicia.
Martina se quedó en silencio. Eso era pedirle demasiado.
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Nicolás la vio llegar y al instante notó que algo la tenía inquieta. Se enfocó en lo bella que se veía antes de bombardearla con preguntas que quería hacer.
—¿Todo está bien?— preguntó mientras la ayudaba a acomodarse en la pequeña mesita que estaba dentro de la habitación con una cena completa servida solo para ellos dos.
—Algo — dijo y se acercó a la mesa con su silla.
—¿Querés contarme?— preguntó tratando de parecer casual.
—Primero comamos — propuso tomando los cubiertos. La cena se veía deliciosa y no quería desperdiciarla con dramas de vida. No, primero disfrutaría de esa carne y aquel vino, luego, cuando ya ambos estuviesen llenos, tal vez dejaría salir sus preocupaciones, o no, y solo se dedicaría a degustar a ese precioso hombre que tenía delante.
Cenaron hablando de sus vidas, no demasiados detalles, nada muy profundo, solo de cosas más bien banales. Al finalizar el postre se acomodaron mejor en el sillón, con ella envuelta en los fuertes brazos de él, con él absorbiendo ese aroma frutal que Clara desprendía suavemente.
—Estás preciosa — le dijo jugueteando con sus manos.
—Y eso que no hice mi mejor esfuerzo — aseguró arrancando una ronca risa en el rubio.
—Aunque te prefiero sin ropa, así es como te ves mejor — murmuró con sus labios pegados al fino cuello de la mujer.
—Entonces te vas a tener que poner a trabajar — aseguró y se dejó llevar por esas manos expertas que la llevaban al cielo en un segundo, que la acariciaban con delicadeza a la vez que esos blancos dientes mordían su piel con presión estudiada. Nicolás era la mezcla exacta entre pasión y control, entre fuerza y delicadeza, era perfecto.
—¿Te puedo hacer una pregunta?— indagó una vez repuesto del orgasmo, atrayendo el cuerpo desnudo de Clara hasta el suyo, apretándola contra su pecho con cuidado, comenzando a juguetear con los finos dedos de la mujer para despistar sus nervios, para que no se note la ilusión en el tono de la voz.
—Decime.
—¿Te gustaría ir a Buenos Aires conmigo?— indagó tímido.
—¿En serio?— preguntó incorporándose de la cama, apoyando el peso de su cuerpo en la mano derecha solo para poder verlo desde lo alto, sosteniendo con la mano izquierda aquella blanca sábana solo para no distraerlo.
—Sí, sí no nunca te lo hubiera preguntado — respondió sonriente. Clara sorprendida era realmente adorable.
—¿Cuándo sería? — preguntó con cautela.
—Yo pensaba volver mañana, pero puedo esperar unos días hasta que arreglés todo y puedas viajar.
—Yo… mierda — susurró haciendo que su mente trabaje a toda velocidad.
Claro que quería ir con él, por supuesto que quería volver a Buenos Aires, a esos enormes teatros y también a los pequeños, pero no era buen momento para dejar a Martina sola, no ahora que el pasado la había alcanzado.
Volvió sus ojos celestes hacia aquel precioso hombre que aguardaba con nerviosismo su respuesta y suspiró con pesadez. Era una mierda, pero no abandonaría, justo ahora, a su hermana.
—Perdón, pero no es un buen momento para irme — dijo y notó el cambio en el semblante de aquel rubio.
—¿Por qué? — preguntó dolido, estaba seguro que cuando lo propusiera ella iba a saltar de felicidad, jamás sospechó esa respuesta que finalmente escuchó.
—Hay problemas, todo se está dando vueltas, no tanto para mí, pero Marti… No puedo dejarla sola, no ahora — dijo con los ojitos suplicante de comprensión.
Nicolás frunció el entrecejo, analizó a la preciosa mujer que tenía delante, y exhaló agotado.
—Bueno, está bien — concedió—. Después vemos si nos podemos volver a encontrar acá o en Buenos Aires — dijo como si nada y de repente sintió esos finos brazos envolverlo por el cuello, esos deliciosos labios besarlo por todo el rostro y esos ojitos brillantes de felicidad. Sí, esa reacción esperaba por su propuesta anterior, no por lo que sea que haya dicho luego.
—¿En serio querés que nos sigamos viendo?— preguntó muy cerca de su cara, con una bonita sonrisa pintada en el rostro y las mejillas sonrojada por la vergüenza.
—Sí— respondió extrañado, él pensaba que eso era lógico.
De nuevo aquellos labios lo besaron por todos lados hasta llegar a su boca para comerlo con ganas, para hundir esa deliciosa lengua en su boca y degustarlo por completo.
—Gracias — susurró Clara en cuanto se separaron.
—¿De nada?— preguntó elevando una ceja.
—Pensé que todo iba a quedar acá, que ya no ibas a querer seguir con esto, que…
—Pará, pará. ¿En serio pensaste que con tres días ya no iba a querer saber nada más de vos? — indagó y Clara afirmó con la cabeza —¿Estás loca?— preguntó sin intentar ofenderla —. Sos hermosa, pero más que eso, sos espectacular, única, valiente, divertida, todo. Jamás me podrían bastar tres días.
—¿En serio?— preguntó tímida.
—Nunca te mentiría, Clara — sentenció con firmeza antes de volver a besarla con fuerzas renovadas, con sentimientos no dichos pero que comenzaban a echar raíces en lo más profundo de su ser.