Capítulo 17

1886 Words
Llegó al hotel, vió a Cristina en la recepción y caminó directo a ella. —Me vuelvo mañana. Llamó Mario y me necesitan allá — explicó con seriedad. —Bueno, ahora le aviso a Jose. ¿Todo está bien? — preguntó contemplando a su amigo, a ese que la había cuidado de su infernal ex esposo y la había liberado de aquellas pesadas cadenas, con real preocupación. —Sí, pero ya no tengo nada más que hacer acá. Avisale a Vitali — le pidió tocándole suavemente el hombro antes de seguir camino hacia su habitación. Cristina lo contempló unos segundos y luego aceptó lo innegable. Nada, absolutamente nada, había salido como ese hombre lo planeaba. Ahora volvían todos a su hogar a retomar sus vidas, o lo que sea que tuviesen allá, pero Ramiro lo haría con el corazón aún más destrozado, con esa pena aún más clavada en su alma. A la mañana siguiente ya estaba todo listo, completamente guardado en las valijas. Mientras esperaban en el hotel que el auto estuviera en condiciones Cristina le susurró algo a su marido y luego dejó el lugar en completo silencio. Ni bien puso un pie en el exterior consiguió aquel taxi que la llevaría hasta la casa de cierta morocha. No tardó demasiado en llegar, las tempranas horas y el poco movimiento, colaboraron en que recorriera aquella distancia en menos de lo esperado. En cuanto estuvo frente a esa puerta se arregló mejor el pantalón y la bonita camisa, para luego presionar aquel timbre molesto y agudo. La puerta no tardó en abrirse, dejando ver a una Martina bastante adormecida, bastante extrañada. —Cristina — susurró dándole espacio para que ingresara, cerrando la puerta después de que la despampanante mujer estuviera dentro de su hogar —. ¿Pasó algo? — preguntó tomando asiento en el sillón frente a la mujer. —Solo vengo a despedirme — respondió en tono maternal, notando cómo Martina fruncía el entrecejo, cómo aquellas palabras comenzaban a traspasar las capas de sueño y confusión para empezar a despejar la bruma que habitaba en la mente de la artista. —¿Te vas ahora? — preguntó en un susurro extraño. —Nos vamos. Todos —explicó sin perderse ni un gesto, ni un movimiento en aquel bonito rostro. —Oh. Bueno, imagino que ya se tomaron demasiado tiempo acá — intentó balbucear mientras su mente trabajaba a una velocidad demasiado rápida. “¿Se van?” —No quería irme sin verte por última vez — pinchó a propósito, remarcando un hecho que jamás se iba a dar y que no la incluía a ella, sino que abarcaba a un hombre de cabellos castaños y ojos tristes. —Bueno, imagino que podremos mantenernos en contacto — afirmó con una sonrisa forzada, sintiendo que su alma era arrancada de a diminutos pedacitos, haciendo que un torrente de sangre comenzara a brotar en su interior. —Sabés dónde vivo y cómo contactarme. Si alguna vez decidís ir a Buenos Aires ya tenés donde hospedarte, además Marquitos quedó fascinado con vos — dijo con sinceridad. Es que las mujeres se habían encontrado varias veces en aquellos días, siempre con el pequeño revoloteando por allí, siempre acaparando la completa atención de Martina, siempre aliviando la conversación que jamás tocaba aquel tema que parecía vedado. —Muchas gracias. Si llego a ir — dijo para remarcar su punto —, seguro me comunico con vos — dijo tomando con suavidad las manos de su amiga —. Siempre vas a tener un lugar especial en mi corazón — agregó sonriendo, ahora sí, de verdad. —Ya llegaron por mí — explicó al sentir aquel motor funcionando en la puerta de ese bonito hogar. —Oh. Bueno… Yo… Espero que tengan un buen viaje. Mis saludos a Jose y Marquitos — dijo bien bajito. Cristina sintió ese pinchazo en el alma, esa omisión a propósito, esa necesidad de ignorar lo que claramente sucedía allí, dentro de esa mujer. Decidió no decir nada y caminar en silencio a la puerta. Abrió sin más y se volteó un segundo para abrazar cálidamente a Martina, a esa muchacha que ya no comprendía. —El tiempo es muy guacho, tenelo en cuenta — le susurró y se despegó de ella, dejándola confundida ante aquellas palabras. Martina siguió a su amiga con la mirada hasta que llegó al lado de aquel auto, notando esas figuras dentro pero no queriendo enfocarse en ninguna. En cuanto notó el vehículo alejarse ese tirón, ese impulso de correr tras él, casi la hacen salir a mitad de la calle a rogar porque se detuvieran, a implorar unos momentos más, solo unos segundos más. Necesitaba, todo su cuerpo le imploraba, verlo una vez más, entregarse unos instantes a ese sentimiento que se obstinaba a ignorar, en tratar de hacerlo desaparecer a fuerza de voluntad y orgullo sin sentido. Siguió el auto hasta donde sus ojos alcanzaron y luego los cerró para escuchar cómo se alejaba de ella, cómo lo llevaban lejos de su piel, de su alma. Giró sobre sus talones y entró a su casa, a ese espacio que siempre la había protegido y ahora parecía reírse de su soledad. No lloró, ya casi no lo hacía, simplemente caminó al taller, quitó la pintura a medio terminar y colocó un nuevo lienzo, blanco, puro. Cerró los ojos y dejó que el pincel se encaminara solo hacia aquel color que su alma pedía. No le importaba ensuciar su bonito camisón, no le importaba las horas sin dormir y la falta de desayuno, no le importaba nada. Sus manos se deslizaron con suavidad por ese espacio vacío, llenándolo de un avellana oscuro, tan parecido, tan similar, a los ojos de aquel porteño. ------------------------------- Había llegado a Buenos Aires dos meses atrás, con una pequeña valija y grandes ilusiones. Como siempre, la gran ciudad se encargó de demostrarle que no era tan amable con todos, que el esfuerzo a veces era demasiado y la recompensa muy poca. Salió de esa entrevista en la que nada sucedió como lo había planeado en su mente, en donde aquel puesto que se ofrecía en el periódico del día anterior no tenía nada que ver con lo que haría realmente si aceptaba trabajar en aquel museo. Con el alma un poquito más pesada, caminó hasta esa cantina por la que pasaba casi a diario y compró un enorme sánguche de milanesa, moría de hambre y aquello le sentaría lo más bien a su mal humor. Dispuesta a comer con calma aquello se dirigió a una placita cercana, una por la que había pasado algunas veces pero jamás se dispuso a atravesar, a conocer las entrañas de aquel espacio. Se sentó en un banco despintado, justo enfrente de los juegos para niños, para esos pequeñuelos que corrían por todos lados gritando alguna cuestión relacionada al juego que desarrollaban entre varios. Sonrió y se dispuso a degustar su apetitosa comida, se preparó para acabarla en tiempo récord, para que su estómago rebosara de plenitud. Se dispuso pero no pudo dar ni un mordisco, no pudo ni pensar en comer un bocado cuando divisó a ese pequeño, aquel sentado al lado de un perro gigante, a ese que miraba a un infante comiendo un helado enorme, gigantesco en comparación a tan pequeño cuerpo. No, no fue el anhelo por degustar alguna chuchería lo que vio en los ojos de aquel niño, lo que ella vio fue hambre, necesidad, un pedido silencioso para que alguien, quien fuera, le diera un poquito, solo un poquito de algo. Suspiró con todo ese dolor revolviéndole las tripas y se puso de pie. Caminó esos pasos que lo separaban del pequeño y se plantó frente a él con una enorme sonrisa. —Tomá — le dijo extendiendo la mano con ese enorme sánguche en ella.  El pequeño miró aquella comida, esa que se le antojaba enorme, tan grande que, rápidamente, calculó que podría comer dos días con aquel festín. Volvió la mirada a esa linda mujer rubia que lo contemplaba con aquellos preciosos y enormes ojos avellanas mientras no dejaba de sonreír. Con algo de desconfianza extendió la mano y tomó lo que ella ofrecía, al mismo tiempo que susurraba un muy bajito "gracias". —Es muy lindo tu perro — dijo la mujer. —Tiene pulgas — explicó él mirando de reojo a su amigo, ese fiel amigo que no lo dejaba jamás, ese con el que compartiría aquel enorme sánguche, ese mismo que le daba calorcito todas las noches y le custodiaba el sueño. —Igual es muy lindo — repitió antes de despedirse y alejarse a paso tranquilo. Sí, no era mucho lo que había podido hacer por aquel pequeño, pero tampoco es que tuviese recursos para asistirlo más allá de ese pequeño acto, después de todo ella también comenzaba a luchar contra la falta de alimentos.  ------------------------ Clara sonrió forzadamente en dirección a aquel rubio e inhaló profundamente antes de hablar. Sí, no le había comentado nada de sus sospechas, no había dado ni media pista de lo que sucedía en su cuerpo, por eso, ahora que tenía que volver a su Corrientes, sentía que estaba en falta, aunque no se arrepentía de guardar el secreto. —Hablame en cuanto llegues — pidió Nicolás sintiendo su alma desgarrarse solo por tener que separarse de ella, de esa preciosa mujer que le robaba el aliento. —Te llamo — respondió y le dió un besito en los labios. —Te voy a extrañar como un loco — murmuró contra sus labios, pegándola más a él, tratando de grabarse a esa mujer en el alma. —También te voy a extrañar — respondió divertida —. Me tengo que ir — susurró cuando escuchó el llamado para subir a ese micro que la transportaría lejos, tan lejos. —Nos vemos pronto, voy a tratar de arreglar para ir hacia allá cuanto antes — juró Nicolás sin notar la tensión en ese linda mujer, sin ser consciente del secreto que guardaba en su vientre, sin conocer que ella no sabría qué haría si él regresaba cuando su barriga hubiese crecido, cuando ese ser fuese más grande y evidente. ¡Dios, seguro la odiaría!  Clara se aferró a él con ganas, lo apretó con fuerza y, finalmente, se despegó con una extraña mueca en el rostro. —Te llamo — volvió a decir con la voz temblorosa antes de besarlo un poquito más y apartarse de él para subir al micro.  Lo miró desde la ventana y aguantó las lágrimas. Mierda, se había enamorado demasiado rápido y ahora, culpa de su inconsciencia, podía ser que lo estuviese atando a un futuro que él poco podía querer. Es que jamás hablaron sobre lo que cada uno esperaba para sus vidas, jamás dijeron si querían una familia o solo esperaban una vida sin ataduras, jamás dejaron salir ni una palabra sobre nada y ahora, ahora posiblemente un nuevo ser los ligaría para siempre, le gustara al rubio o no, si las sospechas de Clara eran ciertas, él estaría atrapado a su lado por toda la vida. ¡Carajo! Se negaba a ser una molestia para el rubio. Tal vez si no decía nada, tal vez si él jamás se enteraba de esto, tal vez…
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