Capítulo 16

3129 Words
Corrió al baño y se encerró dentro para vaciar todo lo que contenía su estómago. Apenas levantó un poco la cabeza del interior de la taza lo vio, caminando hacia ella con la mirada cubierta de preocupación. No dudó ni un segundo y le cerró la puerta en la cara, apartándolo a propósito, haciéndolo ignorante de cierta situación solo para protegerlo. No, esto no podía estar pasando, ella no… No, no, mejor se limpiaba un poco y trataba de enfriar la cabeza. —¿Clara?— llamó Nicolás al otro lado de la puerta. —Ya salgo — respondió en un buen tono, disimulando, camuflando, ese terror que le enfriaba la espalda. No podría ser, ella tomaba esa pastilla que Martina le había conseguido, esa que aseguraba que jamás… Un nuevo golpe en la puerta la hizo saltar en su lugar, salir de su cabeza y forzar una sonrisa. Ya tendría tiempo para pensar en qué hacer, por ahora disfrutaría los dos días que le quedaban al lado de Nicolás. ¡Dios, era una estúpida! Ahora estaba atando a ese precioso hombre a su vida, a algo que podía complicar su brillante carrera que no hacía nada más que crecer... Dios… —Bonita, ¿estás bien? Ya llevás dos días mal del estómago — afirmó asentando el malestar de aquella preciosa castaña, haciéndola sentir miserable, perdida, aterrada. Abrió la puerta, le regaló una sonrisa calmada y aseguró que estaba bien, que la cantidad exagerada de chocolate que había comido la noche anterior le estaba jugando una mala pasada, pero que podría caminar, sin ningún problema, por ese barrio de San Telmo, La República de San Telmo, le decía Nicolás. Bueno, por fin conocería esa zona que tanto le nombraban, luego, cuando volviera a Corrientes, a los brazos protectores de su hermana, pensaría qué hacer con todo esto, hacia dónde continuar con su vida, pero eso luego, cuando estuviera lejos, lejos de él... -------------------------------------- Torció el gesto cuando escuchó a aquellos dos criticar a Piazzola y siguió caminando entre ese mar de gente que poco la divertía, que poco le interesaba. Se detuvo cuando esa mujer, de vestidos demasiados llamativos y maquillaje aún más estrafalario, se acercó directo a ella, con esa estúpida sonrisa que le gustaría borrar de una sola frase cargada de veneno. —Martina — saludó antes de beber de su larga copa. —Mariza — devolvió con asco. —¿Viste que todos están muy interesados en mis últimas obras? — preguntó con malicia. Sí, estaba agotada de esa mujer que jugaba a ser artista y lo único que lograba era hundir a todas sus colegas, y a ella misma, en ese pozo de ridiculez extrema y mal gusto pagado a cuenta de los buenos amigos de su esposo. —Sí, increíble — respondió con completo desinterés. —Querida — dijo la otra elevando el tono para captar la atención de unos cuantos que pululaban por allí —, la envidia no es buena, los sabés, ¿verdad? — indagó con falsa inocencia, revolviendo el estómago de aquella linda morochita que tenía pocas ganas de participar en un pleito de bajo nivel cognitivo. —Lo que digas, querida — respondió con una falsa sonrisa. —¡Siempre vendo tan bien mis obras!—exclamó en un tono aún más alto. —Bien por vos — respondió la otra e intentó seguir su camino pero aquella estúpida se le atravesó, tomándola con disimulo del brazo, apretando apenas solo para marcar una autoridad patética y endeble. —¿Algo más? — indagó con desinterés mirando primero la mano que envolvía su brazo y luego a aquella triste mujer. —Recordá quién es quién en este juego — le dijo bajito. —Bueno— respondió fingiendo que trataba de contener la risita baja que escapaba por sus labios —. A ver tu mano — pidió tomando la limpia mano de aquella extraña mujer, envolviéndola con la suya que, por más que se limpiara, siempre presentaba rastros de pintura, de trabajo, de pasión. Contempló aquel extraño contraste y luego clavó sus celestes ojos en los de la estúpida. Sonrió de lado y se alejó un solo paso, dando por finalizada la conversación. Antes de que Martina pudiera dar un paso más lejos, pudiera poner unos cuantos centímetros extra entre ellas, Mariza destiló pura ira por sus ojos, apretó sus facciones y se vió dispuesta a abalanzarse contra aquella imbécil que le robaba el protagonismo. Ahí tenía su muestra, completa, perfecta, ¿pero las personas hablaban de ella? No. Solo se dedicaban a cuchichear que cierta pintorcita de cuarta estaba rondando por la sala. ¡Imbécil ella y sus cuadros de mal gusto! No llegó a tocarle ni uno solo de sus cabellos porque una fuerte mano rodeó su brazo y la sujetó con fuerza. No llegó a poder arrancarle esa sonrisa de soberbia porque ese castaño, que hace años no veía nada más que en sus sueños, se plantó a su lado, deteniéndola como si fuese un perro guardián. —Ramiro— susurró Mariza y vio cómo Martina frunció el entrecejo, cambiando su mirada de él a ella varias veces en poco tiempo. “¡Ramiro!”, gritó en su mente demasiado feliz, demasiado extasiada. Él la había encontrado, la había venido a detener de cometer una imprudencia y quedar mal parada culpa de una idiota. ¡Sí, Ramiro había vuelto por ella, claro que sí! Al fin se había dado cuenta de su mala decisión al no interrumpir aquella boda de la que él mismo había sido partícipe. Sí, ella estaba segura que esa mirada que le había dedicado en la iglesia, antes de ser desposada, era de dolor, de anhelo, de… —Ni se te ocurra tocarla — le susurró con su voz grave. Mariza parpadeó unas cuantas veces mirando a ese hombre que aún la sostenía con cierta fuerza, aunque no la suficiente como para hacerle daño. ¿A quién le hablaba? Seguro que a la idiota de Martina, seguro que por alguna actitud que él detectó en la estúpida y ella no había notado. —No necesito perro guardián — gruñó Martina con sus fríos ojos celestes clavados en él.  Ramiro sonrió de lado, divertido, encantado, por esa muchacha que sacaba las garras como una fiera. —¿Segura? — indagó con un tono alegre, sin perder la sonrisa, sin soltar a la otra mujer que no comprendía nada de lo que sucedía allí, frente a su nariz —. Porque cada vez que te veo estás metida en algún problema — bromeó disfrutando aquella tierna carita de enfado. —Segura. Sé cuidarme sola — decretó con rabia. —¿Se conocen?— cuestionó Mariza saliendo de su estupefacción, recobrando el habla y los sentidos. —No. —Sí.  Respondieron al mismo tiempo. —Algo. Agregaron ambos al unísono.  —¿Qué? — preguntó Mariza sin poder creer lo que sus ojos veían. Ramiro, quien siempre fue serio, ahora aguantaba esa risa que, claramente, empujaba por escapar de sus labios, todo mientras la estúpida de Martina lo asesinaba con la mirada. No, alguien le tenía que explicar qué sucedía allí.  —Nos hemos visto por ahí y cerrado unos cuantos negocios — explicó la morocha. —Le compré las obras de su última exposición — agregó Ramiro aumentando, sin querer, el mal humor de aquella otra mujer que seguía sin comprender nada, sin entender a aquel par que no parecía funcionar como dos partes de un mismo trato comercial, sino que era evidente el ocultamiento de algo mucho más profundo, más íntimo.  —¿Le compraste sus obras a la poco talentosa de Martina?— preguntó indignada —. Yo también tengo mis cuadros, hago mi arte, bien podrías… —No me interesan tus obras — interrumpió de mal modo clavándole sus ojos fríos, de miedo, de terror —. Ahora, si nos disculpas — agregó y antes de que pudiera agregar ni una sola palabra más Ramiro tomó a Martina con suavidad por el brazo y la condujo fuera del salón. ¡Maldita!¡Maldita estúpida!¿¡Acaso todo le iba a arebatar!? ¿Y dónde carajo estaba su primo, que siempre perseguía a sol y sombra a esa idiota? ¿Por qué no intercedía en esta escena de mierda? Bueno, Esteban era un pelotudo, tampoco podía esperar tanto del infeliz. -------------------- Caminó guiada con suavidad hasta el exterior del salón y luego por unos pasillos alejados. Sintió el frío de la pared en su espalda y aquel enorme cuerpo muy cerca del suyo. Inhaló esa esencia a madera y amor, dejándose cautivar, comenzando a caer lentamente en esa nube calentita, llena de dulzura, de miel. Ramiro suspiró profundo, cerrando sus ojos, aguantando el temblor de su cuerpo, inclinándose hacia adelante para alcanzar la piel de esa mujer que lo desquiciaba, que lo atormentaba al mismo tiempo que le daba paz, apoyó su frente en la de ella, absorbiendo su esencia, llenándose de ella hasta los cimientos. Todo, ella era todo. —Dios, bonita, tenés que dejar de meterte en quilombos — susurró sintiendo el aliento de la mujer en sus labios, deseando, anhelando, acortar esa terrible distancia que los separaba. —No pedí que me protejas — respondió e intentó ser fuerte, aunque aquella cercanía la mareaba, hacía girar al mundo demasiado rápido, pero, extrañamente, el tiempo parecía detenerse. —Lo hago porque quiero — respondió y abrió los ojos para verla, para contemplarla tan cerca, casi pegada a él.  Los ojitos de Lucía lo buscaron y se trenzaron con esa fuerza de mil imanes, como si en todo el mundo no hubiese nada más para ver, nada tan interesante, nada demasiado importante. —Lucía — susurró bajando su mano hasta enlazar sus dedos con aquel cabello corto de la nuca, encajando perfectamente su mano en todo el perfil de la morocha, notando que ella tenía el tamaño justo para él, sabiendo que con una débil fuerza se podría apoderar de sus labios, esos labios que acaparaban toda su atención, toda su visión.  —Solo una vez — dijo ella sacándolo de su burbuja. Ramiro frunció el entrecejo y volvió su mirada a aquellos ojos fieros, llenos de una seguridad, de una determinación que jamás había visto. —¿Qué?— preguntó un tanto confundido.  —Solo esta noche. Estemos juntos solo esta noche y mañana… Mañana cada uno a lo suyo — propuso sintiendo esa enorme mano envolverla, sabiendo que ese leve cambio en la presión sobre su cuerpo era señal de una batalla, batalla que se libraba dentro de aquel sujeto. —No… —Eso sería todo, así terminaríamos esto de una buena vez. Ramiro apretó un poquito más, se acercó un centímetro más, clavó sus ojos en aquellos deliciosos labios un segundo más, y luego se alejó. Martina lo contempló inmóvil, sin atreverse a hacer nada más, sintiendo su cuerpo arder por el deseo, el anhelo, la lujuria, pero no estando dispuesta a tomar la decisión final, no, esa se la dejaba a Ramiro. —Si llego a tocarte de vuelta no va a ser solo por una vez, no es lo que quiero — afirmó y un rayo de dolor profundo, de tristeza absoluta, atravesó sus bonitos ojos — Espero que tenga una buena noche, señorita — dijo con firmeza mientras se acomodaba el saco —. Tenga cuidado, por favor — agregó antes de marcharse y dejarla ahí, confundida, con la cabeza en blanco, con el cuerpo encendido y el corazón lastimado. "¿Qué fue eso?" ----------------------------------- Rió con fuerza ante esa castaña de cabellos alborotados e ideas extrañas. Sí, Estella no se guardaba nada y ya llevaba más de una hora contándole sobre cómo sacó un tipo en pelotas a la calle solo porque le había sugerido una relación amorosa. —No voy a caer en lo que la sociedad quiere. Yo no quiero ningún hombre a mi lado, no lo necesito — afirmó la mujer antes de beber un poco más de aquella cerveza. —Brindo por eso — respondió Vitali levantando su propio vaso para chocarlo con el de la extraña mujer. —Ahora — dijo Estella cambiando su semblante a uno mucho más serio, apoyando sus codos en la mesita de aquella cantina en la que hace varios días había encontrado a ese mismo hombre completamente noqueado por el alcohol —, ¿es cierto que te quedaste con las propiedades que le pertenecían al padre de Martina y Clara? Vitali detuvo el trago que estaba por beber, apartó el vaso de sus labios y contempló a Estella con curiosidad. Bueno, esa era una pregunta extraña. —¿Por qué? —Curiosidad — respondió segura. —Estella, linda, ambos sabemos que mentís, decime la verdad y, tal vez, te conteste en iguales términos — afirmó volviendo a beber de su cerveza. Estella entrecerró los ojos y se apoyó en la silla, cruzando los brazos sobre el pecho, analizando sus opciones. Bueno, nada perdía con revelar aquello, después de todo ya no tenía nada. —¿Sabés que soy de Córdoba? —El acento te delata al igual que a mí — respondió Vitali. —Río Cuarto, más precisamente. Allá mi padre tenía una finca, no demasiado grande, pero sí bastante productiva. Un día llegó un hombre, nacido y criado en Córdoba, pero que, en ese momento, vivía en Mendoza. Le propuso a mi padre un trato, un negocio de intercambio de productos, sabés que los granos se venden bien en cualquier lado y el vino también, asique, bueno, aceptó. Los primeros intercambios se hicieron sin problema, pero, de pronto, mi padre dejó de recibir su parte, aunque él enviaba todo a tiempo, nunca llegaba nada de Mendoza — explicó sin despegar la vista de aquel italiano —. No sé muy bien los términos del tratado que hicieron, solo sé que cuando mi padre dejó de enviar sus productos no pasaron ni cinco meses que ya estábamos en la calle. Aquel mendocino le había sacado todo alegando incumplimiento, por lo tanto reclamó nuestras propiedades en forma de pago. Nos enteramos, poco tiempo después, que aquel hombre hacía que la propia policía detuviera los productos que enviaba bajo la sospecha de “ilegalidad” — dijo haciendo comillas con sus finos dedos — y por ello no llegaban a mi padre. Según ese hombre, él siempre cumplió su parte del trato y fue mi padre el que cayó en la ruptura del mismo. Así, sin más nos quedamos sin nada. Vitali — llamó más seria, acercándose hacia él un poco, volviendo a apoyar sus codos en la mesa —, mi padre no soportó y se suicidó ocho meses después. Ahí me vine para acá. En Córdoba no me quedaba nada — aseguró. —¿El mendocino era el padre de Martina? — indagó con seriedad. Estella asintió —¿Ellas lo saben?¿Saben esta historia? —¿Para qué se las diría? — preguntó volviendo a afirmarse en la silla —. Ya saben que su padre era un atorrante, ¿para qué seguir poniendo cosas en la lista? —¿Cómo se llamaba tu finca? —La Delia. Vitali torció el gesto. Sí, ahora estaba bajo su control y, la verdad, daba excelentes productos. —No te la voy a devolver — afirmó con seriedad pero la carcajada de Estella le resultó casi un insulto. —No la quiero — exclamó demasiado divertida mientras seguía riendo —. ¿Te imaginás que yo trabajara en el campo? — preguntó y volvió a reír con ganas —. No, solo quería saber si había terminado en buenas manos, por lo demás no es para mí, no la quiero —afirmó terminando de reír. —Bien, mejor así — afirmó con frialdad. —¿A que si hubieran sido de mi amiga se las devolvías todas? — preguntó divertida volviendo a beber su cerveza. —No voy a hablar de eso con vos. Además, digamos que sé exactamente qué cosas eran de ella y, ya ves, siguen bajo mi nombre — afirmó con una sonrisa de lado, clavándole esos ojos malvados, rebosantes de autoridad. —¿Por qué tanto amor por ella? — indagó realmente curiosa. Vitali suspiró y volvió a tomar un poquito más de ese vaso a punto de acabarse. Levantó la mano hacia el mozo y, a base de gestos, le pidió otra cerveza. Bueno, si iba a hablar de ese sentimiento que poco comprendía, prefería hacerlo bajo el efecto del alcohol, con sus sentidos un poco adormecidos. —Me encantó desde que la vi en el bar de mi primo. —Prostíbulo — corrigió la castaña. —Cabaret — rebatió él. —Bulo — desafío la otra. Vitali sonrió y volvió a beber. —En fin, me pareció preciosa, perfecta. —Lo perfecto siempre tiene grietas, demasiadas, dejame afirmar — interrumpió Estela recibiendo aquella botella y regalándole una sonrisa coqueta al mozo que respondió a nivel del asunto. —Creo que mi mente forjó una imagen que, tal vez en ese momento era cierta, pero creo, yo… Es decir… —Martina no es Lucía, hace mucho que no lo es. Ya no es tímida y sosa — rió —, ahora le pisa la cabeza a quien ose pasarse de vivo con ella — afirmó con orgullo. —Exacto. Ya no es aquella chiquilla tierna y dulce, ahora se parece demasiado a… —A un hombre — finalizó con esa extraña sonrisa atravesándole el gesto, bebiendo de su vaso nuevamente lleno. —¿Por qué tanta pregunta? Sos linda, pero no me voy a encamar con vos — cortó la conversación incómoda aquel italiano. —Vos también sos lindo, pero no me meto con hombres que se enamoran. Lo siento, es así — dijo quitándole peso al asunto. Vitali volvió a reír con ganas y se sirvió un poco más de cerveza. —Te doy un consejo, completamente gratis — dijo Estella con esa pose chulesca que Vitali comenzaba a comprender. —Soy todo oídos — respondió. —No idealices a las personas, todos tenemos fallas, algunos más que otros — dijo señalándolo a él y luego a ella misma, sacando una sonrisita de lado a su acompañante —, pero siempre es lo mismo, cuando el hechizo se rompe algo de nuestra alma se pierde— le habló con suavidad, mirándolo directamente a los ojos —. Italiano — dijo repentinamente poniéndose de pie —, un gusto verte pero cierto mozo salió a tirar la basura y no pienso perder oportunidad — dijo guiñandole el ojo antes de salir en dirección a la puerta. Sí, definitivamente esa Estella era todo un asunto en sí misma.
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