Capítulo 18

1825 Words
Llegó y frunció el ceño al verla con ese aire tan triste, tan desolado, al parecer su hermana no había pasado por buenos días y ella ni enterada. La abrazó con fuerzas apenas bajó del colectivo y se dejó confundir un poquito más por ese suspiro que Martina dejó escapar. Bueno, realmente algo iba muy, muy mal en casa. Se despegó de su hermana y la contempló a los ojos, esos que antes no mostraban nada y ahora eran dolor puro, completo, transparente. —¿Qué pasa? — le preguntó suavecito. —En casa, mejor hablemos en casa — respondió la morocha y se despegó del todo de su hermana, bajando la mirada al piso, ocultando ese dolor que le abría el pecho en dos. Se subieron a un taxi e hicieron todo el recorrido en silencio, cada una metida en sus cosas, en sus dilemas, en esos problemas que parecían a punto de devorarlas. Bajaron luego de pagar el viaje y Clara inhaló profundo ese olor a hogar, ese aroma que siempre impregnaba cada espacio de aquella casita, ese mismo que ahora le revolvía el estómago y la obligaba a correr hacia el baño para dejar salir todo lo que en él se alojaba. —¿Algo en el micro te cayó mal?— preguntó Martina sabiendo que, en ocasiones, el servicio que daban sobre los colectivos era un tanto defectuoso. —Seguramente — respondió limpiando su boca con algo de papel mientras se ponía de pie —.¿Por qué no te preparás unos mates mientras me limpio?— indagó tirando la cadena. —Bueno, le voy a poner un saquito de boldo al agua para que te ayude con el malestar — dijo la mayor aún con cierta desconfianza sobre toda esa situación, es que Clara no era débil de estómago, la había visto comiendo milanesas con mate y jugo de naranja, todo mezclado en una sola sentada a comer, y jamás se había enfermado, por lo tanto aquello le sonaba a mentira, eso y el que su intuición algo le susurraba despacito. Bajó las escaleras y en cuanto puso la pava al fuego escuchó el teléfono sonar. Se secó las manos para tomar el aparato y llevarlo a su oreja. —Hola — saludó en cuanto el tubo estuvo pegado a su rostro. —Hola, soy Nicolás — escuchó como respuesta —¿Martina, sos vos?— indagó el rubio un tanto nervioso. —Hola Nicolás, sí, soy yo — explicó viendo a su hermana ingresar, con esos ojitos bien abiertos y negando despacito con la cabeza. —¿Tú hermana ya llegó? Quedó en llamarme en cuanto estuviera en casa y todavía no tengo noticias de ella — respondió el hombre. —Ah, sí — murmuró ella intentando comprender los gestos de Clara. ¿Qué tanto le pasaba con aquella situación? —. Es que estaba agotada y de mal humor, parece que tuvo un mal viaje, por eso se metió a bañar apenas llegó a casa — explicó con un gesto confundido ante las señas de su hermana. —Bien, entiendo— respondió el rubio —. ¿Le podrías decir que me llame en cuanto pueda?— preguntó suavemente.  —Le digo, no te preocupes — aseguró antes de cortar —. Ahora explicame — le ordenó a su hermanita colocando los brazos en jarra y mirándola con los ojos entrecerrados. —Dejame bañarme, de verdad, y hablamos tranquilas. Yo… en serio necesito un baño — susurró un poco incómoda. Martina asintió dudosa y dejó que Clara subiera a asearse, por supuesto que no pasaría de esa misma noche aquella conversación.  --------------------- Estaba agotado, sucio y hambriento. Su perro no estaba en mejores condiciones, aunque por ser un animal tenía menos reparos a comer alimentos podridos o con gusanos asquerosos saliendo de ellos. Suspiró pesado y siguió caminando. Dios, su pancita ya le dolía demasiado, necesitaba algo, lo que fuera. Miró hacia un callejón sucio y lo vio, un cajón repleto de tomates, tomates que jamás le gustaron, pero que comía ya que no había mucho para elegir, jamás había nada para elegir. Analizó su entorno y notó que nadie reparaba en él, como siempre, nadie notaba su triste existencia. —Vamos— le ordenó a su peludo amigo y ambos caminaron hacia ese cajón rebosante de aquellas frutas rojas, frutas que estaban demasiado maduras para ser vendidas, demasiado asquerosas para tener valor, demasiado pasadas para que alguien se animara  a llevarlas a su boca. Volvió a suspirar pesado y se dejó caer al lado del cajón, sentándose en ese piso cubierto de líquidos varios, provenientes de diversos alimentos en descomposición y solo Dios sabía qué más.  Tomó una de aquellas cosas redondas y notó al instante que estaba demasiado blanda, demasiado asquerosa. Presionó un poco, dejando salir un poco de aquel líquido que escurrió por sus dedos, pegoteandolos al mismo tiempo que los impregnada de ese olor demasiado fuerte, demasiado intenso.  Tragó el vómito que quiso subir por su garganta y acercó esa cosa asquerosa y blanda a su boca. Cerró los ojos y despegó los labios. En cuanto mordió aquello sintió todo aquel sabor explotar en su boca, sintió con claridad esa blandura demasiado extraña, ese olor fuerte impregnarle las fosas nasales y aquel líquido ácido, a fruta pasada, esa mezcla de sabores raros, bajar por la garganta. Aguantó de nuevo el vómito y continuó comiendo, después de todo era lo único que había probado en días, demasiados días. Tardó casi una hora, pero se terminó aquel cajón, comió hasta esos tomates con partes más oscuras, más blandas, en sus costados, comió a los que comenzaban a ponerse blancos y a los que aún se veían bien, comió porque no sabría cuándo volvería a hacerlo. Al finalizar se puso de pie y caminó sintiendo el estómago pesado, extraño, revuelto. Llegó a la plaza de siempre, esa en donde había juntado unos cuantos cartones para tirar en el piso y descansar, esa que era tan oscura de noche que parecía solo habitada por fantasmas, esa que de día se llenaban de niños felices con sus padres, de pequeñuelos con una realidad tan distinta a la suya que le dolía, le dolía en el alma. Se dejó caer sobre unos cuantos cartones y sintió el cuerpo temblar por completo. No supo cómo, no supo cuándo y mucho menos por qué, pero la fiebre lo consumió durante dos días, dos días en que nadie, absolutamente nadie, se detuvo a mirar ese bulto al costado de la plaza, aquel que no paraba de temblar, de zamarrearse con fuerza, nadie reparó en ese perro gigante que estaba inquieto, que intentaba pedir ayuda en su propio idioma. Nadie, absolutamente nadie, ayudó a ese pequeño que no tenía nada, absolutamente nada. ------------------ —Hablá ahora — ordenó Martina con los brazos cruzados en el pecho. Clara suspiró y se dejó caer en el cómodo sillón, buscando en su mente las palabras justas, exactas, para exteriorizar lo que se removía en su interior. —No pasa nada, solo que no sé si quiero continuar con esto que tenemos con Nicolás — mintió horriblemente.  —No te creo — rebatió la mayor clavándole sus ojos celestes con determinación —. Ayer no bajaste nunca a comer, solo dormiste hasta esta mañana que te levantaste a vomitar. Hablá, Clara, o voy a suponer y seguro que acierto — ordenó.  Clara suspiró pesado y se dejó caer más en aquel sillón que la sostenía. Para hacer algo de tiempo la castaña se cebó un mate y lo tomó despacito, disfrutando la poca paciencia que comenzaba a tener su hermana con ella. Sonrió cuando Martina bufó agotada. —Creo que hay una pequeña posibilidad de que esté embarazada — confesó como si fuese una niña pequeña que acaba de cometer una travesura. —¿No me digas? Te juro que jamás se me cruzó por la cabeza — respondió la otra con evidente ironía mientras se sentaba frente a su hermana, le quitaba el mate, se lo cebaba y comenzaba a beberlo, todo sin dejar de contemplar a su hermanita, a esa que siempre había cuidado y ahora, al parecer, estaba gestando un pequeño ser dentro de ella. —Marti — susurró Clara inclinándose hacia adelante para tomar las manos de su hermana —, no sé si lo estoy y… —¿Y?— presionó la mayor. —No sé si quiero que él lo sepa — confesó y bueno, sí, esa ceja levantada en el rostro de su hermana fue suficiente regañó para hacerla sentir una mierda —. No le voy a arruinar la vida. — ¡Ah, no! Si total a vos no te va a pasar nada, seguro va a ser más fácil para una mujer tener un hijo sola — exclamó la morocha poniéndose de pie. —No, pero él tiene esa carrera, está llegando a la cima, esto lo va a complicar — intentó explicar en vano porque Martina estaba claramente enfadada y cuando se encontraba en ese estado poco escuchaba al resto. —Escuchame una cosa, no te digo qué hacer, solo te doy mi opinión, pero es el derecho de él saberlo, no podés esconder esto, no sabés siquiera lo que piensa — decretó señalándola con su fino dedo. —Pero… —Pero nada  sabés que tengo razón — afirmó con completa certeza, dejando a la menor sin palabras, sin nada para rechistar. —Tengo miedo — susurró mirando sus manitos. —Ay, Clari — dijo acercándose a su hermana para envolverla en sus finos brazos —. Yo voy a estar a tu lado, no importa qué, yo estoy acá — afirmó apretándola un poco más.  —Te amo — susurró hundida en su pecho. —Yo también — devolvió la mayor —. Pero, Clarita — llamó despegándose de su hermana —, tenés que pensarlo bien — aconsejó y vio a la pequeña asentir. —Primero tendría que ir al hospital a hacerme el estudio — confirmó.  —Bueno, vamos — alentó la otra con esa sonrisa llena de cariño, de amor. —¿Y después me vas a contar por qué tu cara?— presionó Clara logrando que su hermana rodará sus ojos. —Vamos a ver si voy a ser tía, que es lo importante. Y así Martina logró desviar nuevamente el tema, volvió a esquivar esa espina clavada en el alma, esa que comenzaba a infectarse y pudrir lo que la rodeaba. No quería hablar de Ramiro, no quería nombrarlo, pero al no hacerlo no sacaba de su interior todo aquello que se acumulaba sin cesar, que la mataba cada día un poquito más, que la obligaba a llorar cada noche por la soledad, por la miseria que sentía culpa de esa falta, de esa presencia que no estaba y tanto anhelaba. No, mejor ocuparse de Clara y no de ella. Mejor.
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