Salieron con ese papel en las manos, con Clara temblando y Martina proyectando a toda máquina un futuro inmediato. Fueron hasta su casa y, ni bien entraron, se dejaron caer en el enorme sillón, mirando hacia el techo, metidas en sus cabezas.
—¿Y ahora?— indagó la mayor.
—¿Y ahora?— respondió la menor.
—Creo que sabés lo que tenés que hacer — afirmó Martina sin mirarla.
—Pero no quiero — aseguró Clara.
—No es si querés hacerlo, es que tenés que hacerlo — rebatió, ahora sí, mirándola de frente.
—Marti, dejame un segundo, solo un segundo — pidió sin mirarla.
—Lleva tres días llamando, ya no sé qué decirle — explicó tomándola de la mano, obligándola a que la mire directo a sus preciosos ojos celestes.
—Marti — susurró Clara con la voz quebrada, con ese miedo trepando por su garganta, con todo aquello moviéndose de manera incómoda en su interior.
—Vamos a comer algo — ordenó la morocha —, no voy a dejar que mi sobrino pase hambre — bromeó y logró aliviaba el ambiente en dos segundos, logró que pudieran sonreír un poquito mientras caminaba a la cocinita, a ese espacio que siempre las ocultaba del monstruo del exterior.
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—¡Italiano!— exclamó Estella apenas lo vio atravesar la puerta del teatro.
—Bella — respondió justo antes de abrazarla bien apretadito.
—¿Qué te trae por estos lados?— indagó apenas fue liberada de aquellos fuertes brazos.
—Devuelvo favores, en este caso para cierto cantante que no puede comunicarse con una castaña de ojos celestes — explicó siguiendo a la mujer hacia el mostrador de la recepción.
—¿Y yo en qué soy buena?— preguntó haciéndose la tonta. ¡Claro que sabía de qué venía todo aquello pero no diría nada, lo había jurado!
—¿Clara está bien? Digo, ¿no le ha pasado nada?— indagó con seriedad.
—De salud está bien y eso es todo lo que puede decir — decretó divertida de la cara de fastidio de aquel hombre.
—Sos una mujer malvada — decretó el italiano con su extraño acento.
—Lo sé — aceptó sin más —, pero no voy a decir ni una palabra de Clara. Ahora, si el tema se desvía hacia cierta morocha — propuso con complicidad.
—¿Qué sucede con ella?— indagó apoyando sus codos en el mostrador, ampliando su sonrisa y disfrutando de esa extraña amistad que compartía con la peculiar muchacha.
—No quiero decir que sufre, porque no lo hace, pero no tiene buenos días debido a cierto hombre que se fue sin despedirse.
—Ella no quiso saber nada con él y ahora se enoja por eso, ¿quién la entiende? — indagó confundido.
—Nadie, ni siquiera ella misma, ya que, por un lado asegura que lo de ellos es atracción física, nada más que eso, que Ramiro tiene una rara obsesión con ella y por eso confunde esto con amor, y por otro, dice que no quiere saber nada de él, aunque está muy atenta cuando digo que hemos hablado nosotros dos. No, yo no me trago la mentira y esa está bien loquita por tu primo. Perdón que te lo diga, muchachote, pero perdiste la oportunidad – bromeó arrancando esa risa ronca en el italiano.
—Gracias por tener tanto tacto para estos temas — respondió aún entre risas —, aunque gracias a vos, también entendí mis propios fantasmas, asique no, no me afecta, bonita — aseguró con firmeza y cariño, ese cariño especial que sentía cuando esa mujer estaba cerca.
—Bueno, qué bien que soy tan sabia — dijo con orgullo y cambió de tema por otras cosas que fueran más banales, menos importantes. Ella ya había dicho lo que debía, ya había deslizado aquella idea, ahora solo era tiempo de esperar que llegara al destino correcto.
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—¡Ustedes dos me tienen agotada!— exclamó ingresando sin ser invitada a esa casa de aquellas mendocinas que poco salían.
—Hola Estella — saludó Martina en cuanto la vio aparecer por la cocina.
—Hola nada. ¿Dónde está Clara? — indagó con molestia.
—Estella — saludó extrañada la castaña ingresando al mismo espacio que el otro par.
Estella miró a sus amigas un instante, las analizó por unos cuantos segundos y bufó fastidiada. Sí, aquel no era un buen cuadro que ver. Por un lado Martina tenía marcadas ojeras, los pelos necesitando una urgente atención y los pómulos demasiados marcados producto de una mala alimentación. Por otro lado, Clara no se veía mucho mejor. Con igual ojeras que su hermana y el pelo tan revuelto que no tenía idea si lo había peinado en varios días, la castaña parecía toda una demente. Además a Estella poco le gustaba el color amarillento de la menor y el pálido de la artista, no, era momento de ir con los tacones de punta, de obligarlas a abrir los ojos y darse cuenta de las condiciones en las que estaban.
—¿Se han visto al espejo?— preguntó con fastidio.
—Estella, te adoro, pero hoy no estamos de humor — murmuró agotada la morocha.
—¡Hace días que no están de humor!— exclamó fastidiada —, pero ya no me importa. Se van a levantar de esas sillas, se van a dar un buen baño y después vos — dijo señalando a Clara — vas a llamar a ese cantante — ordenó con firmeza —. Y vos — dijo señalando a la mayor de las hermanas — te vas a decidir de una buena vez qué mierda querés, porque esto de ser histérica no es tu estilo — explicó llena de fastidio, agotada de ver a esas mendocinas inmóviles, tiesas del pavor, quietas como unas cobardes. ¡Mierda que ellas no eran cobardes y jamás lo serían!
—¿Llamarlo? — susurró Clara con un nudo en la garganta —. ¿No sería mejor, no sé, esperar a que venga o…
—Mejor te callás porque tu estupidez está haciéndome doler la cabeza — interrumpió de mal modo Estella mientras se masajeaba la sien, como si las simples palabras de su amiga le hubiesen hecho explotar una bomba dentro de su cráneo.
—¿Es que por teléfono?¿Esto se puede decir por teléfono? — indagó tratando de poner una endeble excusa solo por no enfrentar a aquel hombre, solo por no asumir su rol de informante.
—Clara, le podrías haber dicho en Buenos Aires y no lo hiciste, en cambio te volviste a Corrientes como una cobarde, asique mejor lo llamás vos o, te juro por lo más sagrado, que agarro ese teléfono y lo hago yo — decretó con total sinceridad, con esa seguridad transmitiéndose en sus ojos, en aquella postura erguida, en esas manos en la cadera como si fuese una madre regañando a su pequeña. Clara tragó pesado y se resignó. Sí, ya había estirado el asunto por demasiado tiempo, era momento de enfrentar la realidad, su realidad, aquella que incluía a cierto hombre ignorante de todo, extrañado por aquel silencio, dolido por la lejanía.
—Bueno, yo… Yo lo hago, pero primero voy a bañarme y pensar en cómo se lo digo — explicó poniéndose de pie, mirando a su hermana que la contemplaba con esos ojos rebosantes de amor, de protección, de compañía silenciosa. Asintió hacia Martina, segura de hacer lo correcto y se dirigió a su habitación. Bueno, algo de soledad le ayudaría a organizar aquellas palabras en su mente, esas que se mezclaban con mil explicaciones al mismo tiempo, esas que se agolpaban en su cabeza de manera desordenada y la hacían sentir una mierda, una real y completa mierda.
—Vos no te quedás atrás, asique dejá de hacerte la boluda — regañó Estella a su otra amiga.
—No me hago nada, solo quiero… Solo necesito…
—Basta Martina —interrumpió agotada sentándose al lado de su amiga, sintiendo el calorcito que había dejado la otra en ese huequito del sillón —, estás hecha un trapo desde que se fue, desde que no te saludó, ni siquiera se bajó del auto para decirte “chau” — pinchó con intención, notando esas lágrimas que comenzaban a formarse en los lindos ojitos de su amiga —. Tenés que dejar el pasado donde pertenece, dejá de buscar excusas en cosas que ya no son. Tenés miedo, lo entiendo — afirmó tomando sus manos entre las de ella —, pero eso tendría que empujarte a avanzar, a hacer lo que corresponde, a ir hasta allá y enfrentarlo, intentarlo una vez.
—¿Y si me vuelve a lastimar? — indagó con la voz quebrada, con el miedo atravesado en la tráquea, con las manos sudando frío y el corazón latiendo con dolor.
—No lo va a hacer, ¿no lo entendés? — preguntó con una sonrisa en los labios —. Jamás vi a nadie que mostrara tanta adoración solo en su mirar, nadie, nunca, se rindió así ante otra persona, y vos lo tenés a él, al gran Ramiro Ricci, arrodillado a tus pies, entregado por completo ¿y seguís dudando? — preguntó con ese tonito tan alegre —. Mi querida Martina, nadie te va a amar como lo hace ese hombre, y vos no vas a amar a nadie como lo hacés con él — confirmó viendo esas primeras lágrimas salir por los ojos de su amiga, esas gotas brotar mezcla de dolor y temor, mezcla de valentía y contradicción, mezcla de todo, de absolutamente todo lo que aquella mujer debía sentir. Sí, era momento de seguir, de enfrentar, de hacer lo que debía.
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Suspiró profundo y tomó el teléfono con mano temblorosa. Era el momento de enfrentar todo, de decir aquello que ocultaba. Giró el disco y aguardó los tonos que indicaban la conexión con aquella casa, con esa en la que se había alojado durante su visita. Rogó que no atendiera, que no hubiera nadie en aquel lugar.
—Hola— La voz de él, directo a su oído, la hizo temblar por completo —. Hola — Repitió el rubio y aguardó respuesta —. ¿Quién habla? — preguntó casi sin paciencia.
—Nicolás — susurró con tanto miedo, con tanta cuestión revolviéndose dentro.
—Clara, Dios — exclamó el rubio con evidente alivio —.¿Qué pasa?¿Por qué no me llamaste?¿Por qué nunca me contestaste? — preguntó sin respiro.
—Yo… Necesito decirte algo —dijo bien bajito, casi como si no quisiera ser escuchada.
—Clara, linda, ¿qué pasa? — preguntó y la castaña notó esa preocupación colándose en su voz, fracturando su endeble fachada de seguridad, de determinación.
—Juro que no quería, yo me cuido, me cuidaba, estaba segura que no fallaban — explicó enredando aún más la mente del castaño.
—Bonita, no entiendo nada, ¿qué pasa?
—Estoy embarazada — soltó con tono firme, sorprendiéndose a ella por su claridad, por su falta de temor.
No escuchó nada al otro lado de la línea, absolutamente nada. Mierda, lo sabía, ella lo sabía, Nicolás no buscaba esto, no buscaba una familia con una muchacha que apenas ingresaba a la adultez, una niña diez años menor que no tenía idea de nada. Ella sabía que ese silencio significaba todo lo que no se podía decir, todo eso que era difícil de aceptar. Es que sí, ¿¡cómo comenzar una familia con alguien que apenas se conoce!? Era tan alocada esa idea que no comprendió cómo se le cruzó por la cabeza. Con la voz partida y el alma destrozada decidió liberar a ese hombre de tal carga. No haría problemas, ella podría sola, siempre pudieron solas con su hermana, no veía por qué ahora no.
—No pido nada, solo te aviso, pero no te reclamo ninguna posición que no quieras. Yo no quiero ser una carga para vos, no quiero atarte a mí, tranquilo. Vos hacé tu vida, nadie te va a señalar, sos un buen hombre y no lo merecés, solo te aviso porque también era tu derecho saberlo — dijo sintiendo su alma desgarrarse con un dolor tan profundo, tan fuerte, que debió sentarse para aguantar el sufrimiento —. Que tengas bella vida — dijo en un susurro antes de colgar, antes de llorar desde lo más profundo de su alma, antes de aguantar ese dolor que parecía partirla en dos, romperla en mil pedazos, desgarrarla sin piedad. Lloró, lloró porque era lo único que podía hacer, porque iba a llorar ahora para mañana levantarse y seguir adelante, empujando, aguantando, avanzando, siempre de pie, siempre erguida.
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Ramiro escuchó la voz de su primo, esas palabras que abandonaban los labios del italiano y él no podía comprender. Saludó casi en un susurro, colgó el teléfono, y se dejó caer en el respaldo de su enorme asiento, clavando su mirada en el techo, intentando comprender por qué, por qué ella pensaba eso de él. ¿Que era una especie de obsesión?¿De idealización extraña? No, ella no era nada de eso para él, él la amaba, en serio que lo hacía, pero, al parecer, ella no opinaba lo mismo, suponía cosas que no eran, confundía todo a propósito, solo para alejarse, solo para no aceptarlo de nuevo en su vida. Mierda, ¿tan lejos lo quería de su persona? Casi un sollozo logra abandonar sus labios, casi esa nudo se deshace en un llanto doloroso, casi se rinde, casi, pero la puerta siendo abierta de repente, obligándolo a ponerse de pie en un solo salto, intentando descifrar si esa imagen era cierta, si esa persona que caminaba hacia él realmente estaba allí, apartó el dolor y lo sustituyó por otra cosa, algo menos dañino. Tragó el nudo y esperó.