Capitulo 2

2115 Words
Necesitó respirar profundo y sentarse en la silla. "La encontré". Esa frase se repetía en bucle como si hubiese sido dicha hace mil años, pero no, acababa  de abandonar los labios de la morocha.  La boca de Ramiro se secó y la respiración comenzó a agitarse de manera extraña. "La encontré". Mierda, por fin… —¿Dónde?— apenas articuló. —Corrientes — escupió y solo pudo ver la figura de Ramiro poniéndose de pie, listo para abandonar su oficina —. Esperá, ¿qué mierda vas a hacer? — preguntó sujetándolo por el brazo. —Ir a buscarla. Avisale a Vitali, yo me voy ahora, que él me encuentre allá— dijo saliendo de su oficina a paso veloz. No pensaba perder ni un solo segundo en ir directo hasta donde sea que estuviera esa mujer, no iba a parar hasta tenerla al alcance de su mano. Cristina rió y salió corriendo tras su amigo. ¡El muy idiota no le había preguntado la dirección! ———————————— Sí, debía estar realmente demente para encontrarse a media mañana esperando por una chiquilla que apenas pasaba los veinte años, pero no lo podía evitar, estaba intrigado, ansioso y feliz de haberse reencontrado con esa pequeña mujer de mirada firme y sonrisa amplia. —¿Vas a caer encantado por toda la familia?— se regañó un tanto en broma a sí mismo mientras despeinaba su rubio cabello con los dedos de la mano. Sí, ya se había enamorado de Lucía y ahora… Ahora no había dejado de pensar ni un segundo en Clarita. Mierda, algo en su cabeza debía estar realmente mal, solamente la había visto por, ¿Cuánto?, ¿Diez minutos? Bueno, al parecer era tiempo más que suficiente para que la niña se le aferrara al pecho y lo tuviera una noche completa en vela. Resulta que cuando la había visto su estúpido corazón se detuvo por unos instantes. Luego de pasar la confusión inicial se sintió, a cada segundo, más encantado por la muchacha y su aura. Ella mezclaba esa delicadeza y fuerza, todo en solo unas cuantas palabras, ella destilaba seguridad en su postura, pero dulzura en su mirar. ¡Carajo! Era bien pelotudo por ponerse en ese modo romántico del que se había mantenido alejado por años. —Hola — La suave voz de ella, de pie, a su lado, le erizó los cabellos de la nuca. Giró su cabeza en dirección a la muchacha y tragó lentamente. Clara, con su falda ajustada hasta la altura de las rodillas y esa linda camisita celeste, lo contemplaba con una suave sonrisa mientras se retorcía las manitos en clara señal de nerviosismo. Bueno, el que ella estuviese igual de histérica que él lo tranquilizaba un poco, solo un poco. —Hola — respondió con la voz más ronca de lo que le hubiera gustado —. Sentate — La invitó señalando la silla frente a él. —Gracias — respondió y tomó su lugar en aquella pequeña mesita de ese pintoresco café. —Todavía no lo puedo creer — confesó él sonriendo amplio, dejando que su encanto masculino inundara el ambiente. —¿Que he crecido o que nos encontramos? — preguntó divertida. —Ambas — afirmó haciéndola reír de una manera encantadora. ¿En dónde debía firmar para jurar que esa niña le estaba robando el aliento? —Por favor contame cómo has llegado a ser una de las dueñas de un teatro. Es algo realmente admirable — halagó esperando… Sí, que ella se sonrojara así. —Cuando nos fuimos de Buenos Aires, mi hermana buscó a un socio de mi papá. No sé bien los detalles, solo que pasamos de estar en la calle a ser alojadas por ese hombre. Poco tiempo después ya teníamos nuestra propia casita, con taller para que mi hermana siguiera pintando y todo. Al cumplir diecisiete le dije a ella que me gustaría trabajar en el teatro, por eso sacó los ahorros que tenía y compró el que tenemos hoy. —Increíble — dijo realmente sorprendido —. Yo sabía que estabas hecha para mandar — bromeó. —Hay quienes nacimos para ser jefes — rebatió con fingida soberbia. Nicolás se quedó con esa suave sonrisa boba clavada en el rostro, sin poder dejar de apreciarla, de analizar cada una de sus preciosas facciones que habían dejado la infancia atrás y ahora se mostraban maduras, perfectas. —¿Ya está todo listo para esta noche? — indagó él intentando salir de su estupidez momentánea. —Me insulta que creas que no — respondió llevando su mano al corazón. —Si seguís siendo tan adorable no me voy a poder contener mucho más — dijo sin pensarlo, sabiendo que la frase se había escapado inconscientemente de sus labios. Clara abrió grande sus ojos y sus mejillas se tornaron de un rojo intenso. No, no era una chiquilla sin experiencia con los hombres, no era inocente e ignorante de las relaciones, pero que él, el hombre que se había colado en sus sueños desde que era pequeña, le dijera aquellas palabras, la había tomado por sorpresa. ¿Le había gustado escuchar aquello? Por todo lo que es sagrado, claro que sí. ¿Iba a hacer algo? No, posiblemente no. Sabía de la historia entre ese precioso cantante y su hermana, historia que la incomodaba un poco y, sí, se sentía celosa de Martina. —Perdón… Yo… — balbuceó el rubio. —Está bien, tranquilo — intentó sonar despreocupada, pero su tono tembloroso y las mejillas encendidas, la delataron, no, no estaba tranquila, no estaba calmada, su corazón latía con fuerza dentro de su pecho y la respiración se le agitaba sin control, pero trató, intentó, pasar el comentario como si no le afectara en lo más mínimo. ¡Qué lejos de la realidad estaba! —¿Pedimos? — preguntó Nicolás desviando el tema, buscando salir de esa extraña situación en la que los había colocado. Clara asintió y el rubio llamó al mozo que se movía con diligencia por el enorme salón. Comieron unas ricas facturas con dulce de leche acompañado por café bien cargado. Conversaron de nada y todo durante dos horas, dos horas encantadoras en las que ninguno pudo dejar de sonreír. Se despidieron hasta la noche y partieron en direcciones opuestas. Él a su hotel y ella a su casa, donde Martina seguro aguardaba tan enfadada como el día que se enteró que su pequeña hermana había logrado arreglar con el representante de Nicolás para que el cantor se presentara en el escenario de su teatro. —¡Hola, Marti! — dijo Clara en cuanto atravesó las puertas del taller de su hermana. Martina, sentada en ese banco alto de madera, metida en esa jardinera que le quedaba enorme y daba cuenta de los trabajos anteriores de la morocha, pintaba alguna nueva obra que no tardaría en venderse. Resulta que la mujer había logrado formar un renombre en el mundo del arte, todo bajo un pseudónimo que la ayudara a no ser encontrada por nadie. Bueno, se pudo despedir de su plan en cuanto a su hermana menor se le ocurrió traer a Nicolás al teatro. ¡Era obvio que se iban a encontrar!¡Era claro que él iba a reconocerlas! Carajo, ahora seguro que el rumor de en dónde estaba se esparcería y tal vez Vitali, quien sabía no había parado de buscarla, terminaría por encontrarla. Tal vez Cristina se acercaba a Corrientes para verla, tal vez podría hablar con esa hermosa mujer una vez más. Tal vez Ramiro… no, mejor no ir por allí. A él lo había enterrado en el fondo de su alma, debajo de innumerables capas de resentimiento y rencor. —Hola, traicionera — respondió sin mirarla, sin dejar de deslizar el pincel sobre el lienzo blanco. —No te habrá gustado, pero quiero que sepas que, solo con sus tres presentaciones, ya pudimos cubrir los gastos de este mes, asique los dos restantes son ganancia pura. Lo siento, hermana, esto son negocios — explicó dejándose caer en una silla cerca de la mayor. —Bueno, por lo menos no debemos preocuparnos por eso — desestimó como si aquello no le importara. De todo su pasado en Buenos Aires, Nicolás representaba lo único que ella recordaba con algo de cariño y culpa. Sí, se había comportado como la mierda con el rubio y se mereció cada palabra de desprecio, tal vez, ahora luego de tantos años, él pudiera darse por satisfecho cuando descubriera que todo el mal que deseó se había cumplido. Sonrió sin querer al pensar en ello y continuó pintando con mejor humor. —Podés ir a verlo, no creo que aún guarde rencor — dijo Clara mientras revisaba sus uñas, como si aquello no le importara en lo más mínimo, aunque temía que si ellos se reencontraban volviera a surgir el amor y ella… No, no podía haberse enamorado del hombre solo por haber compartido una bonita tarde, seguro que eso que sentía en su pecho se debía a los años de imaginar, de fantasear, con aquel precioso cantante que dejaba el alma en cada espectáculo. —No creo, Clara — respondió y la pequeña dejó salir el aire contenido en sus pulmones —. De todas formas, en serio, estoy feliz por vos, por haber gestionado tan importante espectáculo, y por él, por lograr su sueño — dijo girándose en su silla para poder mirarla de frente, regalándole una cariñosa mirada acompañada por una tierna sonrisa. —Ambas sabemos que soy muy buena en mi trabajo — respondió Clara poniéndose de pie para acercarse a su hermana y dejarle un fuerte beso en la mejilla —. Voy a buscar el mate y te cebo un poco, ¿si? — Martina asintió sonriendo y se volvió a concentrar en la pintura frente a ella. Intentó durante una hora tranquilizarse, pero estaba segura que la llegada de Nicolás a Corrientes significaba mucho, demasiado, y ese presentimiento de que todo estaba por cambiar, le oprimía el pecho de una forma dolorosa. —Por favor, que no me encuentre — susurró al aire con la voz temblorosa mientras apretaba los ojos para apartar las lágrimas que empujaban por salir. ———————— Llegó al hotel agotado, aunque feliz porque la negociación con aquel exportador había salido mejor de lo que esperaba. Por fin su bodega iba a despegar, por fin iba a poder exportar más productos hacia Europa, por fin todo lo que había intentado alcanzar por años se estaba materializando frente a sus ojos. —Señor — lo interrumpió la señorita de la recepción. Vitali volvió sus oscuros ojos hacia la preciosa pelirroja y sonrió. Sí, esa noche se la llevaría a la cama. —¿Si, linda? — respondió acercándose hacia el escritorio donde la mujer aguardaba con un sobre entre las manos. —Llamaron hace unos minutos y me pidieron entregarle este mensaje — explicó extendiendo el sobre en dirección del hombre. Vitali frunció el entrecejo y aceptó el papel. —¿Quién llamó? — indagó abriendo el sobre. —Una mujer llamada Cristina. Me indicó que le diera el mensaje en cuanto ingresara al hotel — explicó sabiendo que aquel hombre ya no la escuchaba. Vitali leyó las palabras con rapidez, como si aquello no fuese verdad, volvió a releer, dos, tres veces, y luego arrugó el papel entre sus manos. La habían encontrado. ¡Mierda, la habían encontrado!  —Gracias. Necesito que me preparen el auto, abandono el hotel esta misma noche — explicó agitado. La muchacha de la recepción notó como ese enorme sujeto, que siempre resultaba intimidante, se iluminaba con fuerza, como si se le hubiese inyectado una fuerte dosis de adrenalina. —Sí, señor — respondió y levantó el teléfono para comunicar al encargado del estacionamiento que chequeara la condición del vehículo de tan importante huésped. Vitali corrió a su habitación, juntó de manera desprolija su ropa y demás pertenencias, y volvió a la puerta del hotel en menos de veinte minutos. Ya poco le importaba la convulsionada realidad política del país que siempre entorpecía sus negocios, ya nada la importaba si el peronismo sí o el peronismo no, ya solo su mente estaba ocupada por una persona persona de preciosos ojos celestes y constantes mejillas sonrojada. Su auto aguardaba en la entrada, tan reluciente como siempre, mientras que el muchacho encargado de llevarlo hasta allí terminaba de limpiar el parabrisas. —Gracias — dijo el italiano y se montó al vehículo para partir a toda velocidad hacia Corrientes.  ¡Mierda!¡La habían encontrado!
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