Años… Años de esfuerzo y trabajo sin descanso, años de dedicación y lucha… años…
Nicolás llevaba años forjando su futuro, intentando alcanzar lo que era hoy, luchando por subirse a escenarios de teatros importantes solo para entonar aquellas canciones que le llenaban el alma. Hoy, por fin, luego de doce años de aquella primera gira, había podido ampliar los horizontes y se expandía hacia todo el territorio argentino. Nicolás ya era conocido, no solo en el bajo mundo, sino en el ambiente artístico nacional. Gracias a ella, y a su impagable talento cultivado a fuerza de lecciones, por fin había podido pisar un teatro fuera de Buenos Aires o Montevideo. Corrientes era su última parada, había recorrido Córdoba, Santa Fe, San Luis y Mendoza. Calendario apretado, con funciones casi todas las noches durante casi tres meses, pero nada podría desmotivarlo, había logrado aquello por lo que tanto luchó y no pensaba quejarse ni un segundo por el excesivo trabajo.
—Llegamos – indicó su manager.
El rubio sonrió contemplando las puertas dobles de aquel imponente teatro ubicado en la calle más importante de la capital correntina. Sí, había llegado.
Se bajó a paso tranquilo, saludó a unas cuantas personas que lo esperaban en la entrada del lugar, e ingresó absorbiendo las luces que se desprendían de aquella enorme araña que colgaba del alto techo.
—Bienvenido, señor – saludó una muchachita de cabellos castaños y ojos igual a la miel, al sol.
—Gracias – respondió él y por el rabillo del ojo pudo ver a una figura moverse entre las puertas de las oficinas.
Hace años no la veía, hace años no pensaba en ella, pero era inconfundible su caminar suave, casi como si flotara. Ya no escuchó más nada y sus pies cobraron vida, moviéndolo directamente hacia la última puerta por la que aquella pequeña persona había desaparecido, empujándolo a buscarla aun cuando su mente le gritaba que era un pelotudo solo por ir en busca de aquella morocha que la había pisoteado el corazón. Caminó directo hacia la puerta de la oficina que contaba con una pequeña abertura de vidrio, aunque la textura del mismo no le dejaba ver el interior, sí lo dejaba apreciar aquella pequeña figura que se desplazaba velozmente dentro del reducido espacio. No supo por qué, no supo qué lo empujó a hacerlo, pero sin poder evitarlo su mano se alzó hasta alcanzar el picaporte y, con un pequeño movimiento de muñeca, logró abrir aquella puerta.
La pequeña persona dentro del lugar se quedó inmóvil al verlo, al reconocer a aquel hombre que había conocido hace tantos años atrás, a ese rubio que siempre le resultó la materialización de un príncipe de cuento de hadas.
—¿Nicolás? – preguntó la mujer con voz suave y temblorosa, es que ella jamás esperó sentir aquel extraño revoltijo en su estómago al volver a verlo.
El rubio frunció el entrecejo y analizó a aquella mujercita que le hablaba. Sus ojos eran de un celeste precioso, pero, sus cabellos castaños atados en un extraño rodete y esa postura desafiante, no correspondían a la mujer que él esperaba encontrar.
—Perdón, me confundí – balbuceó él aun analizando a la muchacha.
—N…no, está bien – respondió ella extrañamente tímida. Resulta que tenía planeado recibirlo como a un viejo amigo, luego de tantos años de no saber nada de él esperaba volver a… ¿a qué? No tenía idea, pero seguro no era hacer este patético rol de mujer tímida.
—¿Sos la dueña del lugar? – preguntó analizándola, sabiendo que algo en ella le resultaba increíblemente familiar, pero a la vez que algo nuevo lo atrapaba de una forma demencial.
—Sí – afirmó desviando la mirada hacia la puerta ¡Dios, ni la había reconocido!
—Es muy lindo teatro — halagó sintiendo la necesidad de hacerle algún cumplido que hiciera sonreír a esa muchachita.
—Gracias, llevo años administrándolo, cuando lo compramos apenas si tenía espectáculos sobre el escenario — contó demasiado entusiasmada.
—¿Lo? — indagó elevando una ceja.
—Ah, sí, con… em… mi hermana — explicó repentinamente nerviosa.
—¿Cuál es tu nombre? — preguntó acercándose un pasito a la mujer, entrecerrando sus ojos como si así pudiese obligar a su cerebro a comprender de dónde conocía a esa chiquilla.
—Este… — comenzó indecisa, mirando a ambos lados, buscando una milagrosa salvación.
—Juro que no te acosaré — intentó bromear.
—Cl...Clara — finalmente confesó.
Nicolás abrió bien grande sus ojos, al mismo tiempo que su corazón palpitaba con rapidez. Clarita, Clara, la pequeña Clara, estaba allí, enfrente de él, siendo una preciosa muchacha de enormes ojos celestes.
—¿Clarita?— susurró como pudo, necesitaba volver a escucharlo, necesitaba confirmar que era ella, la misma pequeña que hace tanto tiempo atrás lo había instado a cantar y le había asegurado que llegaría a ser lo que hoy era.
—Sí— respondió con extraña timidez mientras se acomodaba el cabello detrás de la oreja —. No iba a ser una niña para siempre — bromeó y rió suavecito, tan tierna, tan dulce, como lo había sido alguna vez su hermana mayor.
—Yo… mierda, realmente han pasado los años — exclamó él saliendo de su estupidez momentánea.
—Es lo que suele pasar — dijo —. Las personas crecen — agregó en un tono más propio de ella.
Nicolas, embobado hasta la médula, solamente asintió con la cabeza, intentando procesar qué implicaba la presencia de Clarita allí, quién más debía estar cerca.
Clara notó el cambio en el semblante de aquel hombre y se aclaró la garganta.
—Vinimos solas acá— explicó—. Dejamos Buenos Aires hace muchos años.
—¿Por qué?— indagó frunciendo el entrecejo. A sus ojos aquello no tenía sentido ya que ellas habían forjado una vida y amistades en Buenos Aires, ¿por qué dejar todo atrás para comenzar de nuevo en otra provincia, para arrancar desde cero por segunda vez?
—No tengo los detalles. Acordarte que era apenas una niña y mi hermana siempre me protegió demasiado. Solo sé que una noche me despertó para abandonar la casa de Cristina y a la noche siguiente estábamos pagando a un comerciante para que nos traiga acá— explicó.
—¿Ella…
—No — respondió con rapidez —. Viene poco al teatro porque es mío, en la práctica, por supuesto, en los papeles es de ambas.
No pudieron continuar con la plática porque una asistente ingresó apurada en busca del cantante, no quedaba mucho para el show y aún no habían realizado la prueba de sonido.
—¿Nos vemos después del show?— preguntó él antes de salir de la oficina.
Clara asintió con una suave sonrisa y vio a ese hombre partir.
—Mierda, Clara, ¿¡tenés que ser tan imbécil!?— se regañó con fastidio dejándose caer en la amplia.
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Si a Ramiro le hubiesen explicado que su negocio hotelero iba a ser toda una novedad en Buenos Aires, se hubiese reído como nunca, pero allí estaba, siendo dueño de una buena cantidad de hoteles económicos y de otros cuantos dónde se pagaba una habitación por turno. ¿Los cabarets? En su mejor época.
Miró de nuevo por la enorme ventana de su oficina y suspiró pesado. Por algún motivo que escapaba a su entendimiento, no podía dormir bien desde hacía tres noches. Algo le decía que estaba por suceder un evento que tambalearía su aburrida vida, un suceso tan grande que lo arrancaría de esa espiral de depresión y autocompasión en la que se había sumergido desde hacía doce años. Doce.malditos.años.
Desde que Lucía se fue, así, sin dejar ni una mínima pista de su localización, su vida se había vuelto a paralizar. Él había creído que jamás sentiría algo tan fuerte como lo que había vivido con María, pero Lucía interrumpió en su vida para mostrarle lo estúpidamente equivocado que estaba. Lamentablemente la perra vida no estaba conforme con haberlo hecho miserable cuando María lo engañó y luego lo abandonó de esa forma tan retorcida, no, parecía que la muy mierda quería más de él, más del infeliz que cuando se enamoraba dejaba hasta los huesos, y por eso le plantó a la preciosa mendocina en la cara, por eso hizo que ella lo hechizara solo para luego hacer que le rompiera el corazón, el dulce y tierno corazón de la muchacha, culpándola de algo que jamás hizo, insultándola sin ser merecedora de aquellas siniestras palabras, obligándola a volver a abandonar todo para partir, a vaya a saber uno dónde, para iniciar una vez más con su vida. No, si la volvía a encontrar no iba a pedirle que lo reciba nuevamente, él no lo merecía, solo quería arrastrarse y pedirle perdón, aceptar lo estúpido que fue e implorar por la liberación de sus pecados. Sí, eso era todo lo que haría, lo único que él se creía digno de recibir. ¿Y si no lo perdonaba? Bueno, nadie lo iba a extrañar demasiado si ya no caminaba por este mundo.
La puerta de su oficina se abrió con violencia y él se giró para ver a Cristina ingresar con la respiración agitada y los cabellos revueltos. Ramiro frunció el entrecejo y aguardó la explicación que su amiga daría por tan extraña irrupción.
—La encontré— Fue todo lo que articuló. No necesitaban más palabras, él sabía perfectamente a quién se refería.