Capítulo 4

3738 Words
Se sentía encerrada en su misma casa, sentía que en cualquier momento se volvería loca de los nervios. No, ella era fuerte. Atrás había dejado a esa muchacha suave y temerosa, atrás había quedado Lucía y ahora era esta Martina fuerte, imponente, poderosa, se dijo mil veces y luego mil veces más para poder convencerse de aquello. Estaba asustada, muy asustada. Vitali la visitaba en sus pesadillas solo para asesinarlo tal como lo había hecho con aquel hombre al que una vez llamó padre. Ramiro arribaba a Corrientes solo para volverle a gritar a la cara que era una puta sin valor, una mujer por la que no daría ni medio peso. Estaba segura que en los ojos de Ramiro aún se guardaría ese rencor, ese odio, ese asco, con la que la contempló hace tantos años atrás. Estaba segura que Ramiro aún custodiaba una parte de su corazón por más que ella no quería que fuese así. Podía apostar todo el dinero que tenía guardado, que Ramiro no iría por ella, porque se juzgaba engañado, utilizado, imbécil, por haberla querido. Y ella también. Ella también era una estúpida por seguir sintiendo su corazón apretujarse con amor, con dolor, cada vez que la figura del castaño se proyectaba en su cabeza. No, ya no era aquella mujer que vivió en Buenos Aires, ahora contaba con un extenso historial de amantes y basta experiencia en la cama. ¿Sentimientos? Ninguno. Solo amaba a su hermana, a Clara y nadie más, se recordó clavando sus ojos en la imagen que le devolvía el espejo. Ella era otra, era fuerte, ya no amaba a ningún hombre, ya no los veía como nada más que un objeto de placer, algo que utilizaba algunos días y luego, en cuanto se aburría, los dejaba, los cambiaba por otro que ocupara el lugar del anterior. Esa era ella ahora, nada más. —Martu — llamó Clara desde la puerta de su habitación.  Martina se giró sobre el pequeño banquito ubicado delante de aquel pequeño mueblecito que tenía varios cajoncitos llenos de collares, perfumes, aros y maquillaje. —¿Qué pasa?— indagó clavando sus ojos celestes que solo brillaban un poco cuando éstos enfocaban a la mujer que ahora le hablaba con esa enorme sonrisa clavada en el rostro. —Me voy al teatro. Ya dejé algo de comida en la heladera porque estoy segura que te vas a encerrar en el taller y te vas a olvidar hasta de comer. El mate está listo también y hay unas cuantas cervezas — explicó guiñando el ojo ante la última frase. —Dale. Gracias, amor — devolvió con una dulzura extraña, con ese tono que antes formaba parte de su carácter y ahora solo lo utilizaba con ella, con su hermanita, con la única que se mostraba honesta. —Me voy entonces — dijo y en cuanto estuvo por girar para irse la voz de Martina la detuvo. —¿Cómo estuvo la cita?— preguntó con una sonrisa de costado viendo las mejillas coloradas de su hermanita. "Raro, muy raro", rió en su cabeza. —No era una cita… Yo… Eeee… —Clarita, cualquiera que te escuche va a pensar que sos virgen y una santa — dijo elevando elegantemente una de sus cejas. —¡Martina!— exclamó avergonzada.  Sí, Clara no era una mujer inocente y virginal. No. Su trabajo, donde se rodeaba de miles de personas de ideas liberales, la habían llevado a experimentar distintas cosas desde que se inició sexualmente. Martina no la juzgaba, no solo porque jamás lo hacía con su hermanita, sino porque opinaba que era mejor que ella disfrutará, explorara, conociera, todo lo que a la misma Martina se le había negado bajo el sello de ser "niña bien". Bueno, como último acto de rebeldía, Martina había aceptado que su hermana viviera su sexualidad como más le gustase, al mismo tiempo que ella hacia lo suyo. —Bueno, solo quiero saber cómo te fue — volvió sobre el tema original. —Bien. Nosotros hablamos un poco — explicó mirando sus manos —, y me dijo que si quería ir de visita a Buenos Aires… —Si vos querés— interrumpió con firmeza maternal —. Creo que ya le regalamos demasiados años de miedo a esas personas — agregó sin nombrarlos. Nunca los nombraba en voz alta. —¿Y por esa misma razón le has dicho a todo el mundo que no estás en Corrientes?— preguntó con cierto sarcasmo filtrándose en sus palabras. —No importa — desestimó la mayor —. Lo que digo es que si querés ir que vayas. Nada más— finalizó el tema antes de girar nuevamente y comenzar a atar ese pañuelo en lo alto de la cabeza solo con la finalidad de verse más bella aunque no fuese a salir de casa. Desde que se había cortado el pelo jamás lo dejó crecer de nuevo, lo mantenía invariablemente corto, casi como un hombre aunque con un aire más femenino. El pañuelo que anudaba en lo alto de su coronilla le daba ese toque delicado e inocente que ella amaba y cerraba muy bien ese look de jardinera de jean enorme y manchada, como también sus pies descalzos y algo sucios, que mantenía siempre así en días de tanto calor como el que vivía en ese preciso momento.  Clara la contempló unos segundos más, en silencio, dejando que sus pensamientos volaran a tantos años atrás, cuando, en menos de veinticuatro meses, sus vidas dieron dos vuelcos completamente distintos, sacudiéndolas en el proceso y arrancándolas de esa vida de confort y seguridad. Admiraba a su hermana, admiraba su fortaleza, aunque la ponía un poco triste el saber que ya no era tan amorosa como antes, que a casi nadie le dedicaba una mirada amable, que solo con ella el celeste de sus ojos reflejaba algo más que frialdad. No odiaba a esos hombres que la empujaron a tal vida, es más, estaba agradecida, a fin de cuentas ambas vivían de trabajos que las apasionaban, pero al parecer su hermana había dejado un pedazo de alma en el proceso y no podía volver a unirla a su ser, parecía siempre tan desapegada, tan resentida, tan enfadada con el mundo, con los hombres, que nunca nadie más pudo volver a formar parte de su estrecho círculo de amigos, ni siquiera el señor Corrias, ese hombre que las recibió como si fuesen sus propias hijas y las cuidó hasta el año anterior en que, finalmente, aquella enfermedad terminó por ganar la partida.  —Nos vemos a la anoche — suspiró Clara saliendo de sus cavilaciones, después de todo ya había hablado infinidad de veces con Martina sobre el mundo, su actitud, los hombres y el amor, y nada, absolutamente nada, parecía hacer regresar a esa Martina que dejó Mendoza, a esa mujercita tierna y dulce que siempre parecía avergonzada de todo. —Te amo — le gritó la mayor en cuanto estuvo en el pasillo. Clara sonrió, al menos con ella seguía siendo la hermana amorosa y protectora que siempre la había cuidado, por ahora se conformaría con eso. La menor de las mendocinas salió de su modesta casita ubicada en el centro correntino, y se dedicó a caminar esas diez cuadras hasta el teatro. Amaba eso, amaba sentir el sol calentando su rostro y el aire acariciándole las mejillas, por eso, invariablemente, hacía ese corto trayecto a pie, además aprovechaba para pensar, o para despejar su mente, o para proyectar nuevas ideas. Eran sus valiosos momentos a solas, solo ella y su cabeza, solo ella y el ruidito de los pájaros, solo ella y nadie más. Llegó al teatro sintiendo que su ropa era demasiado abrigada para el día caluroso, pero se relajó al entrar a ese enorme espacio y sentir el ambiente frío envolverla con fuerza, dejándola respirar un poco y quitándole aquel sentimiento de estar sofocada por las altas temperaturas del exterior.  Ni bien llegaba a su oficina vio a Estella esperar por ella, no era raro, ya que ambas se reunían unos minutos al día para pulir detalles, para organizar la noche y, también, para tomar unos cuantos mates hablando de nada y de todo. —Hola — saludó animada.  Estella le regaló una sonrisa antes de plantarle un beso en la mejilla y abrir la puerta de la oficina para que ambas pudieran ingresar. El espacio no era ostentoso ni mucho menos, pero estaba elegantemente decorado y muy bien aprovechado. Las pilas de carpetas repletas de papeles, reposaban en estantes que abarcaban desde el piso hasta el techo. El enorme escritorio contaba con una elegante máquina de escribir y una calculadora de dimensiones gigantes, de esas que tenían su rollito de papel para ir imprimiendo los cálculos allí a medida que se realizaban las cuentas. Al costado de la estancia, sobre la pared izquierda, un sillón de dos cuerpos, de cuero marrón, aguardaba por ser utilizado, algo que Clara pocas veces hacía. En la pared opuesta a la del sillón una humilde barra descansaba junto a unas cuantas botellas de líquidos varios. Clara había planeado hasta el último detalle de ese lugar y se sentía en casa cada vez que sus pies pisaban el limpio suelo de parqué de su oficina. Sí, no se imaginaba haciendo otra cosa que no fuese eso. —Hoy vino un hombre — dijo Estella comenzando a preparar las cosas del mate sobre el escritorio, mate que siempre era guardado en el último cajón de ese enorme mueble —, era bastante… intimidante — explicó sin mirar a su jefa y amiga. —¿Cómo se llamaba? — indagó tomando asiento en su cómoda silla. —No lo dijo, pero preguntó por Martina, parecía bastante interesado en verla. Clara se acomodó mejor en su lugar e inhaló despacio por la nariz. Mierda, tal vez era momento de enfrentar a aquel par, ella lo sabía, sospechaba que eso iba a pasar, no por eso negoció con uñas y dientes que Nicolás se presentara en su teatro, no lo hizo con inocencia, o solo por las ganancias, que bastante buenas eran, no, ella lo hizo porque así empujaría, obligaría, a su hermana a enfrentar por fin ese pasado que la paralizaba, que la hacía analizar cada uno de sus viajes a exposiciones solo para saber si había una mínima posibilidad de ver a algunos de aquellos dos. No, Martina no podía seguir así, no podía seguir negándose a viajar solo por miedo, no podía seguir oculta tras un seudónimo para que no se supiera que ella era la talentosa artista detrás de esos espectaculares cuadros. No, habían pasado doce años, ¡doce años! y ella seguía igual de paralizada que el primer día que pisaron Corrientes. Basta, eso se debía terminar. —¿Cómo era? — preguntó apoyando sus manos en la madera, tratando de contener la ansiedad que siempre la hacía cometer estupideces. —Altísimo, de pelo oscuro. Parecía italiano — explicó intentando ser lo más detallista posible. —Vitali — susurró Clara y Estella no llegó a oírla. De los dos que podían venir no esperaba que él fuese el primero en presentarse. A ver, su hermana estaba igual de rehacia a ver a cualquiera, pero era diferente las emociones que desprendía cuando se trataba de uno o del otro. Cada vez que hablaba, indirectamente, de Ramiro, su semblante se volvía oscuro, pesado, en cambio cuando lo hacía de Vitali, con él era otro asunto, Martina parecía más cuidadosa al referirse a él, más débil, más… temerosa. —¿Qué? — preguntó Estella pasándole un mate. —Se llama Vitali Ritiari, si llega a venir le seguís diciendo que Martina no está en Corriente y no sabés a dónde se fue, pero si pide hablar conmigo lo hacés esperar, me avisas y yo lo recibo — ordenó muy seria, sin quitar sus ojos brillantes, cargados de desafío, de aquella castaña que la contemplaba con sus globos miel, tan grandes que te hacían recordar a una chiquilla de no más de siete años. —Lo que digas, jefa — bromeó y ambas rieron un poco. El resto de la jornada se resumió a eso, mate, charlas y trabajo, nada más ni nada menos. Todo hasta que la llegada de cierto cantante, listo para su última fecha en la provincia, logró acelerar el corazón de una mujer de enormes ojos celestes. Sí, Nicolás brillaba en el escenario, envolvía con su fuerza mientras que todo alrededor perdía sentido, nadie podía hacer nada, absolutamente nada más que no sea contemplarlo, escucharlo, admirarlo cantar. Clara no era la excepción, no era inmune a él, es más, ella creía que se trataba de la más hechizada, aún más que aquellas fans que clamaban por él desde las sillas del teatro. Debió inhalar con fuerza cuando el rubio, con sus oscuros ojos, la buscó en los palcos y le clavó la mirada mientras entonaba aquel tango que hablaba de encontrar algo que jamás había buscado, de darse cuenta que lo que necesitaba para que su vida fuese completa ahora estaba delante de él y tenía miedo de tomarlo, de arruinarlo. Con las mejillas coloradas y el corazón a punto de salir de su pecho, regresó a la oficina, necesitaba calmarse. Se sirvió un poco de licor en aquel pequeño vasito y lo tomó de un solo golpe, justo cuando la puerta fue golpeada con suavidad. —Pase— dijo luego de aclararse la garganta. Y allí estaba él, con su altura imponente, sus hombros anchos y esa mirada brillante y afilada, ahí estaba ese hombre, ese italiano al que su hermana tanto le temía. ¿Qué había detrás de aquella historia de miedos y huidas? No tenía idea, pero quería averiguarlo y acabar con todo de una buena vez. —Siento llegar sin anunciarme — dijo con su extraño tono. Clara sonrió —. Ayer vine y una muchacha me dijo que te podía encontrar por las noches, supuse que hoy ibas a estar debido a la actuación de Nicolás — explicó sin moverse del dintel de la puerta. —Sí. Perdón, pasá, ponete cómodo — invitó señalando el sillón. Ella no lo entendía, no le parecía Vitali un hombre intimidante, es más le daba hasta algo de ternura la cautela con la que se manejaba, como si temiera ofenderla. —Gracias — dijo dejando caer su cuerpo sobre el cómodo sillón. —Tanto tiempo de no verte — dijo ella tomando una de las sillas del escritorio para ubicarla cerca del hombre. —No es como que no quisiera, ustedes simplemente… —Desaparecimos — terminó por él. —Exacto. No fue fácil encontrarlas, nadie parecía saber nada. —¿Por qué nos buscaste si era lógico que no queríamos ser encontradas? — indagó con cautela. —Necesito pedirles perdón, no espero que me lo otorguen, pero necesito arreglar, de alguna forma, mis faltas con ustedes. Clara frunció el entrecejo en clara señal de incomprensión, de completa ignorancia sobre el tema al que él se estaba refiriendo. ¿Qué cosa había hecho aquel hombre?¿Qué le ocultaba Martina? Vitali lo notó al instante, supo que esa jovencita no sabía ni una sola cosa del asunto al que él hacía referencia. Bueno, al parecer Martina no había compartido, en todos estos años, nada con su hermana. No sabía si eso lo aliviaba o le daba más peso a su, ya enorme, carga. —No entiendo — dijo finalmente la muchacha. —Yo hice algo terrible, realmente malo, que involucra tanto a tu hermana como a vos. Yo, en serio… Y en ese momento la puerta fue nuevamente golpeada con suavidad. Vitali interrumpió su relato, sintiendo como el miedo y la vergüenza escalaba por su garganta y le cerraba la tráquea. No, jamás se había arrepentido por matar a alguien, pero esta vez había sido diferente, había terminado involucrado más allá de los negocios con esa situación y quería, necesitaba, lograr arreglar las cosas. Clara, al ver que el italiano no pensaba continuar su relato se puso de pie para abrir la puerta. Ahora sí era él, era ese hombre que la contemplaba con esa sonrisa de lado y le aceleraba el pulso. Se aguantó las ganas de arrojarse a sus brazos, de besarlo, de devolver ese acto declarativo que le había dedicado sobre el escenario. Se aguantó las ganas porque tenía un espectador que aguardaba por ella, que quería decir algo importante pero no podía. Se aguantó e invitó al rubio a ingresar a la oficina. En cuanto Nicolás puso un pie dentro del lugar lo vio, ese italiano otra vez rondaba a la misma mujer que a él le interesaba, otra vez los fantasmas volvían a tocarlo. No, se dijo, Clara no era su hermana, Vitali no era el mismo tipo de hace doce años atrás, él no era el mismo de hace doce años atrás. Plantó su mejor sonrisa y saludó al italiano con un apretón de manos que tuvo más fuerza de la necesaria. —Buen show — halagó Vtali. —Gracias, se hace lo que se puede — respondió con falsa modestia y se sentó junto al hombre, no vaya a ser que a Clara se le ocurriera ocupar aquel lugar. —¿Quieren algo de tomar? — preguntó la muchacha. —Licor, si tenés — pidió el rubio. —Lo mismo — respondió el otro. Clara sirvió tres pequeños vasitos y le entregó uno a cada uno de esos sujetos. Sí, notaba que estaban incómodos, demasiados pegados en aquel sillón, demasiado cerca y algo más… Algo que no podía identificar. —No parecen muy sorprendidos de verse — declaró ella tomando asiento de frente al par. —Digamos que nos mantenemos en contacto — declaró escueto el italiano antes de beber un poco de aquel vasito. —Asique así nos encontraron — afirmó mirando alternativamente a uno y otro —. Tenemos un soplón — agregó en broma, clavando sus ojos celestes en aquel precioso rubio que sonreía detrás de su vaso. Mierda, era demasiado lindo con esa sonrisa tímida y los ojos brillando de picardía. —Algo así — confirmó Vitali —. Digamos que él nos ayuda y nosotros a él. —¿Nosotros? — preguntó la castaña. —Sí, mi primo y yo hemos hecho buenos negocios con este rubiecito — dijo revolviéndole el cabello como si se tratara de un pequeño. —No seas boludo — gruñó Nicolás con mal humor —. La cosa es que ellos me pidieron estar atentos si las veía en algún lado, como viajo por todo el país y también a Montevideo, por ahí las podía llegar a encontrar, cosa que así fue — dijo terminando su bebida. —Ahá — susurró Clara y pasó sus ojos por ambos hombres —. Tal vez yo pedí que vinieras acá solamente para que nos encontraran, ¿no pensaron en eso? En que podíamos ser encontradas solo si nosotras queríamos. —¿Y ambas quieren? — indagó con cautela Vitali. —Mmmm… Digamos que sí — respondió evasiva. —¿Asique la señorita es más viva de lo que creíamos? — preguntó con diversión el cantante —. Pensé que había hecho bien mi trabajo, ahora heriste mi orgullo — agregó tocando su pecho con fingido dolor. —Ya lo superarás, tranquilo — devolvió Clara completamente divertida. —¿O sea que tu hermana no quiere vernos? — indagó el italiano sin levantar sus ojos del vaso. Lo sospechaba, sospechaba que eso podía suceder, pero por algún motivo pensó, se ilusionó, que las cosas no eran tan oscuras como pensaba. —De todas formas no está en Corrientes — mintió como toda una profesional —, asique es indistinto si los quiere enfrentar o no. A todo esto — se interrumpió a sí misma —, ¿hablamos en plural porque Ramiro también viene? —Sí, llega mañana. Iba a salir apenas se enteró, pero tuvo ciertos problemas con algunos locales y tenía que dejar todo arreglado antes de viajar — explicó con el ánimo por el suelo. ¿Alguna vez se iba a volver a sentir feliz? Sospechaba que no, que su vida seguiría siendo, hoy y siempre, una mierda. —Bueno, puede venir a verme, pero a Martina no creo que la puedan ver, no sabemos cuándo vuelve. —¿Por qué le dicen Martina? — indagó el rubio completamente perdido en el asunto. Él poco sabía de las circunstancias por las que las hermanas abandonaron Buenos Aires, mucho menos el por qué sus ex jefes lo habían contactado para pactar aquel trato a cambio de buenas funciones y alojamientos en Buenos Aires, además de difusión de sus temas entre los que asistían a los cabarets. —Así se llama, después te cuento bien — zanjó el asunto Clara. —Bueno — dijo Vitali poniéndose de pie y acomodando su elegante saco azul —, ¿cuándo nos podemos reunir a hablar más tranquilos? — preguntó con sus oscuros ojos sobre Clara. —Mañana podemos desayunar en el café que está enfrente de la plaza — dijo —, a eso de las nueve de la mañana, ¿te parece? —Bien, mañana nos vemos — respondió y saludó a ambos antes de salir con toda esa aplastante autoridad. —¿Y ahora qué hago? — dijo Nicolás con un tono que intentaba ser lastimoso. —¿Con qué? — preguntó ella antes de sentarse al lado de ese bonito hombre. —Pensaba invitarte a desayunar y me dejaste de lado por un italiano — explicó colocando su mano en la cintura de esa preciosa mujer. —Me podés invitar a cenar — propuso con picardía. —¿Y a pasar la noche en mi hotel? — indagó acercando sus labios a los de Clara, a esos labios rosados y llenos que le prometían el cielo. —Primero veamos como va la cena — respondió sin apartarse —, y después vemos — dijo poniéndose de pie y rompiendo esa burbuja perfecta. Nicolás rió con ganas y siguió a esa muchachita que ya le había robado la razón. Sí, era un hombre enamoradizo, lo sabía, pero con Clara, con Clara era algo más que un enamoramiento, había una extraña sensación de paz a su lado, de que todo, por fin, estaba en el lugar correcto.
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