Cuando Amaya llegó a casa, lo primero que hizo fue ir donde estaba Dana. Esta ya se había subido a la habitación. Estaba tendida en la cama, con los ojos enrojecidos de tanto llorar. Se sentía tan absurdo estar en casa de los familiares del responsable de la muerte de su hermana. Sonrió forzadamente porque todo le parecía ilógico. Pero cuando recordó a su sobrino, rememoró la razón por la que debía quedarse allí. Amaya tocó lentamente la puerta. Desde adentro, Dana no respondió, simplemente permaneció allí, escuchando el suave toque. Se levantó después de unos segundos. Al ver a Amaya le dio paso. Una vez dentro, Amaya la abrazó, y aunque Dana quiso rechazarla, no pudo. El dolor abrumador que le embargaba el alma la hizo desmoronarse. —Llora, llora todo lo que quieras. Ódianos si es ne