Después de varios encuentros apasionados que hicieron arder el fuego de su deseo con más intensidad, Herick y Hilda permanecieron juntos durante muchos minutos, tratando de aplacar el ardor que emanaba de sus corazones entrelazados. Cada roce, cada caricia, era un bálsamo para el alma, y juntos se agotaron la energía que incitaba a su alma y que los consumía por completo. Al final, cuando el frenesí de su pasión se calmó y el aliento agitado se convirtió en suspiros de satisfacción, Hilda se levantó de la cama con una bata envuelta a su alrededor, su piel aun brillando con el resplandor de su unión. Estaba lista para retirarse a su recámara, pero antes de poder hacerlo, Herick la detuvo con una suave mano en el brazo. Ella se volvió hacia él, encontrando sus ojos turqueses, brillando con u
