2. Hilda Helling

1315 Words
Era treinta y no de octubre, día de Hallowen. Ese era el día que Hilda Helling había escogido para casarse, aun en contra de su madre, que le había dicho que era una mala fecha. Estaba en la parte trasera de su camioneta familiar gris, que había comprado. Sus dos amigas iban al frente. Ella estaba con su hermano menor de trece años en los asientos traseros. Esperaban en el semáforo en rojo, cuando tres carros deportivos se colocaron a su lado en la vía, llamando la atención de ellos. Había uno rojo, oscuro y azul. Hilda miró hacia los coches con fascinación. El brillo de los autos deportivos era hipnotizante bajo la resplandeciente luz del sol, y el sonido de sus motores resonaba en el aire. Su hermano menor, Luther, se inclinó hacia ella, con los ojos ampliados por la emoción. —¡Mira esos, Hilda! —exclamó Lucas, señalando con entusiasmo hacia los coches deportivo. Su sello era el de un avión. Era la nueva era de los carros deportivos de la familia Dassault—. ¡Son increíbles! Hilda asintió, sintiendo una mezcla de admiración. En realidad, no era amante de los autos y no eran relevantes para ella. Pero no negaba aquellos coches eran increíbles. Ahora, con su boda próxima y todas las responsabilidades que conllevaba, solo imaginaba su vida como señora y madre de un hogar. —¿Cuánto crees que valga uno? —preguntó Luther Helling. —Mucho —contestó Helene sin ser específica. Había comprado la camionera familiar a un buen precio económico. —O poco —contestó la amiga que iba al volante. Era Ivonne Fischer—. Depende de quién que lo compre. Hilda ladeó la cabeza. De hecho, la reflexión era demasiado bueno. Asintió. —Algún día tendré uno así —murmuró Luther Helling, pero su hermana la escuchó. —¡Claro que sí! —dijo Hilda a su joven hermano—. Eres capaz de lograr cualquier cosa que te propongas Esa simple declaración de su hermana resonó en el corazón de Luther. Hilda miró por un segundo el auto oscuro y se volvió a acomodar en su silla. Al cambiarse al color verde, los autos salieron despegados como cohetes que quisiera salir de la atmosfera terrestre y se perdieron ante su vista. Mientras el auto avanzaba por las tranquilas calles iluminadas por las luces de Halloween, cerró los ojos por un momento, visualizando el futuro que quería construir para ella y su futuro esposo. Sabía que enfrentaría desafíos, pero también sabía que tenía el coraje y la determinación necesarios para superarlos. Con una sonrisa decidida en su rostro, Hilda se preparó para el día que estaba por venir, lista para enfrentar cualquier cosa que el destino le deparara en su camino hacia la felicidad. Ivonne condujo el auto hacia el salón de belleza, que pertenecía a la reservada Lilith Bailey, y donde pasaron toda la mañana, preparando a Hilda, desde el cabello, uñas y su piel para la boda. El lugar estaba impregnado de una mezcla de perfumes y productos de belleza, y el zumbido constante de secadores de cabello y conversaciones animadas llenaba el aire. Hilda se sentó frente al espejo, rodeada de expertos que trabajaban de forma diligente para realzar su belleza natural. Mientras una estilista peinaba su pelo y lo recogía en un moño. Otra artista aplicaba con cuidado el maquillaje, resaltando sus rasgos con tonos suaves y luminosos. Cada detalle era importante en este día tan especial, y Hilda confiaba en el talento del equipo para hacerla lucir radiante. A su lado, su hermano Luther observaba con curiosidad, permitiendo que le dieran un ligero tratamiento para mejorar su apariencia. Aunque no era el centro de atención como su hermana, también quería lucir lo mejor posible para la ocasión. Un toque sutil de gel para el pelo y un breve arreglo de cejas fueron suficientes para realzar su aspecto juvenil. Ivonne observaba con orgullo de una madre, como fueran su hija y a su hijo, sintiendo una mezcla de emoción y melancolía al verla crecer y escribir un nuevo capítulo de su vida. Sabía lo importante que era este día para Hilda y estaba determinada a hacer todo lo posible para que todo fuera perfecto. A medida que las horas pasaban y los retoques finales se completaban, el salón de belleza se llenaba de anticipación y emoción. Hilda se miró en el espejo una última vez, sintiendo una oleada de gratitud hacia todos los que la habían ayudado a prepararse. Era la hora del almuerzo. Hilda y su séquito se dirigieron a un restaurante sencillo pero acogedor para recargar energías antes del gran evento. El lugar estaba decorado con colores cálidos y sitios bien dispuestos, y el aroma tentador de comida casera llenaba el aire. Se sentó en el centro de la mesa, rodeada por su hermano Luther, su amiga Ivonne y Gissela, quien había sido su confidente y apoyo durante todo el proceso de planificación de la boda. Había una sensación de alegría palpable en el aire, mezclada con un toque de nerviosismo por lo que estaba por venir. El camarero tomó las órdenes y pronto llegaron los platos, llenando la superficie del mueble con una variedad de deliciosos manjares. Hilda eligió con cuidado su comida, asegurándose de no comer demasiado para evitar cualquier contratiempo con su vestido de novia, que era lo que le faltaba. Sin embargo, no pudo resistirse a probar un poco de todo, disfrutando cada bocado con gratitud y anticipación, para calmar sus nervios. Mientras comían, la conversación fluyó entre risas y anécdotas compartidas, recordando momentos pasados y mirando hacia el futuro con optimismo. Hilda se sintió reconfortada por la presencia de sus seres queridos, sabiendo que estaban allí para apoyarla en cada paso del camino. Después de terminar los platos, Hilda se tomó un segundo para reflexionar sobre todo lo que la había llevado hasta este punto. Había sido un viaje lleno de altibajos, pero en ese momento se sentía más segura que nunca de su decisión de casarse en Halloween. Era el comienzo de una nueva etapa, y estaba lista para enfrentar lo que el futuro le deparara con valentía y determinación. Respiró hondo y profundo. Cada parte de su ser temblaba de los nervios por la ceremonia de bodas. Con el estómago lleno y el corazón rebosante de felicidad y emoción, Hilda se levantó de la mesa, lista para por su atuendo de gala. Era vendedora de ropa y una excelente empresa. Allí, había solicitado su traje de novia, el cual estaría pagando a cuotas. No se limitaría en la fecha más importante de su vida, cuando estaba por contraer matrimonio con el hombre al que amaba y que la quería. O esa pensaba. Fueron a la tienda. Estacionaron la camioneta familiar e ingresaron al establecimiento, donde fue recibida con aplausos por sus colegas trabajadores, que sabían que en ese día se iba a casar. Se dirigieron al ascensor, para subir al cuarto piso, donde estaba la sección de damas y vestidos de matrimonios. En ese instante, el grupo elite de Herick Dassault entró a la misma tienda que, de hecho, pertenecía a Beatrice Golden, quien era una amante de la moda y la ropa. Los empleados se vestían con antifaces, debido a la celebración de octubre, y les hicieron reverencia para recibirlo. Pero la puerta del elevador donde estaba Hilda se había cerrado, por lo que no se vieron. Se acercaron a otro ascensor y marcaron el piso número cinco, donde estaban los disfraces de Hallowen. Hilda se dispuso a colocarse su hermoso vestido de novia, con la ayuda de sus amigas. El traje le apretaba. Mantuvo la respiración. Había abusado de la comida y no le quedaba. Se arrepentían de haber comido tantos pasteles y de haber tomado tanta soda. Ivonne y Gissela hacían fuerza, para que le quedara bien.
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