“Tener un hijo, plantar un árbol y escribir un libro es fácil. Lo difícil es criar un niño, regar el árbol y que alguien lea el libro”. —Anónimo
Azumi, estaba absorta en sus pensamientos, –que atrevimiento mas grande el del sujeto aquel y la otra mujer esa, no sé de que hablaban, pero seguramente se estaban burlando de mí, no tolerare ningún insulto hacia mi persona y si esa mujer piensa que la tiene fácil, que sepa de una vez que no voy a ser un objeto de sus burlas ya encontrare pues la forma de vengarme–.
Abrió la ventana para contemplar el exterior, no recordaba cuando había sido la ultimas vez que había contemplado las nubes con tanta calma, quizá hace mucho, cuando niña, no estaba segura si extrañaría este planeta, después de todo lo desconocía por completo, era casi como si fuera un mundo extraño poblado de alienígenas, asi que, al menos en su cabeza no había una diferencia clara entre el lugar donde estaba y el lugar a donde iba.
Recordaba que desde los tres años había ido a la escuela, sometida al cruel sistema japonés, recuerda que le costó mucho trabajo, por que al principio era demasiado difícil, casi un infierno, pues todo estaba enfocado al rendimiento.
Recuerda muchas veces haber sentido ese sentimiento de fracaso, de no poder más, de decirse a si misma –tienes que poder, tienes que sobresalir, tienes que esforzarte más–.
Azumi siempre había sentido la necesidad de ser la mejor por ello pedía estar en las mejores escuelas de j***n, aun y cuando eso significara mayor sacrificio, mayor rigidez y mayor crueldad, llego realmente a odiar, a odiar profundamente la escuela.
Odiar esas formaciones matutinas marchando con paso militar rumbo al salón de clases, no había un espacio como tal para la alegría para la auténtica diversión, no había espacio para ser espontaneo, todo estaba programado y estrictamente regulado, cada acción, cada detalle, cada gesto eran calificados.
No se sorprenda entonces querido lector de que el carácter de Azumi, no se apacible, ni atento, ni amable pues proviene de una cultura en donde la vida gira en torno en la capacidad para seguir y ejecutar ordenes, no para pensar por sí mismo, sino para ejecutar acciones que ya están programadas para ello.
Si bien podemos jugarla, en realidad estamos ante una mujer a la cual desde pequeña le han robado la capacidad de desarrollarse a sí misma, suplantándola por un código social donde todo se mide en que tanto puedas dar de ti para bien de la comunidad y esto traducido es como ya lo he mencionado, lo que muchas veces significa trabajar hasta morir.
Urmacof estaba bastante estresado, no estaba acostumbrado a estar encerrado y mucho menos a tener una nula interacción con las personas, necesitaba salir, asomo la cabeza por la ventana de la habitación podría hacer rapel, solo eran tres pisos, pero necesitaba una cuerda, habido como era, ya había detectado algunos salientes que le podrían servir para bajar y subir, nadie lo notaria.
Busco por toda la habitación algo que pudiera ayudarlo, recordó las películas en donde con las sábanas se hacia una soga, pero aquellas eran muy cortas e insuficientes, no podría pedir una cuerda, no se la darían, quizá previniendo que se suicidase o en el mejor de los casos como la justificaría.
Ni hablar tendrá que ser asi, habido practicante de deportes extremos. Puso un pie en la cornisa luego el otro y se descolgó al balcón del segundo piso, repitió la operación un par de veces mas hasta tener ambos pies en la calle, volteo hacia arriba y conto los ventanales para memorizarlos, por fin era libre.
No había gente en la calle, asi que decidió correr un poco por un parque cercano, cuando se aburrió se medio a darse un chapuzón a una fuente, las pocas personas que pasaban parecían no notar su presencia. Hasta que de un momento a otro se dio cuenta que habían transcurrido cuatro horas era el momento de regresar.
Trepo los balcones hacia arriba y entro en su habitación aquello había sido fácil, pero debía comprobarlo asi que se acomodo un poco el pelo se enjuago la cara y salió al pasillo, ahí estaba el agente de turno.
–se le ofrece algo señor–, dijo.
–Si creo que me he quedado dormido, y me preguntaba si ya ha venido la camarera–.
–no, aun no–, respondió el agente
–ok le agradezco–. Cerró la puerta
Eso fue genial no habían notado su ausencia.
Azumi salió de bañarse envuelta en una fina bata de baño, no había estado tan relajada en años, esta nueva situación era de cierta manera gratificante, pero al mismo tiempo incomoda, sentía que estaba perdiendo el tiempo ahí encerrado.
Se estaba secando el cabello, frente al espejo, el olor a tabaco que inundaba el ambiente le parecía bastante molesto, no le gustaba las personas que fumaban, lo consideraba un practica innecesaria, –mira que menudo chiste inhalar y exhalar humo, qué sentido tiene, como para que, y luego esos tabacos fuertes que pican la nariz y… un momento… ¿Tabaco? –
Giro intempestivamente la cabeza para buscar el origen de aquel olor, y lo vio ahí, parado en la esquina de la habitación, era un hombre corpulento que vestía lo que asemejaba una gabardina, una larga gabardina café y tenia puesto uno de esos sombreros de copa antiguo, mientras miraba fijamente a la pared.
Acto seguido aquel extraño sujeto, como si se percatase de que la chica lo estaba mirando giro lentamente sobre su eje, dejando ver un rostro borroso y sin mas se desvaneció ante la vista de la japonesa.
Azumi no daba crédito a lo que veía se encontraba paralizada, perpleja, no podía moverse, sentía como los bellos de la piel se erizaban, sentía esta opresión en el pecho que parece como si estuviera cargando algo, podía escuchar los latidos de su corazón acelerándose cada vez más, su respiración se hacía más rápida como si le faltara el aire; sus rasgados ojos se abrían de par en para como si se tratara de una chica de Latinoamérica y no de j***n, sus piernas empezaron a temblar, sentía como se doblaban sus rodillas, el cuerpo se le empezaba a entumir y comenzó a sentir una ansiedad enorme que la invadía de pies a cabeza, no podía más, ¡no podía más!