Me pregunto ¿cuántos hombres, ocultando su juventud, se levantan como yo, los sábados en las mañanas, llenos con la esperanza que Bugs Bunny, Yosemite Sam y el Pato Daffy estén allí esperando como nuestros únicos, verdaderos y eternos salvadores? —Ray Bradbury
-Madre, perdóname, no llores, no es una despedida para siempre, voy a regresar-.
Pero Deniya sabía que era la última vez que vería a la pequeña Helena, si la misma que tuvo en su vientre, la misma Helena que cargo en sus brazos, la misma que apenas ayer lloraba desconsolada por haberse raspado la rodilla al caer de la bicicleta.
Ahora ella se iba y con ella un pedazo de su alma, siempre había soñado con verla crecer, casarse, darle nietos para jugar con ellos, pero todos esos sueños se rompían ahora, no había más que hacer, la sujeto fuertemente en sus brazos con la esperanza de que en ese mismo instante el reloj se detuviera para siempre.
Ambas atesoraron ese momento, pero sabían que no importaba cuanto tiempo estuvieran ahí paradas, no sería suficiente, una vida entera no habría bastado, una vida entera no habría sido nada en ese momento.
A su alrededor el ajetreo de las personas que llevan prisa por abordar el vuelo, un tumulto de gente por aquí y otro más allá, el sonido constante de las llamadas para los vuelos próximos, alguien más llamando por teléfono, todo aquello es mucho ruido.
Pero para ellas eso no existe, la calidez de un abrazo que es el último, pero también es el primero, aquel que remonta a la niñez y a la adolescencia, cuando pensamos que todo será eterno, que todo durará por siempre, que nada cambiará y luego, el vacío inconmensurable de la adultez y el pasar incesante de la manecilla del reloj que nos empuja, que nos divide, que nos obliga a avanzar aun en contra de nuestra propia voluntad.
Si tan solo tuvieras un minuto más, un segundo más, una vida más, y aun así no sería suficiente, aun así quedarán cosas por decir, momentos por vivir y huecos que no podrán ser llenados jamás.
Helena Yarikova era la menor de tres hijos a los veintiún años se graduó en Edafología, ahora era una mujer de veintiséis, delgada, muy alta con porte elegante y rasgos ciertamente finos, pero a la vez, su semblante dejaba ver un carácter fuerte y decidido, su piel era pálida, de ese tipo de piel en el que las venas de los brazos pueden verse a kilómetros, romántica, elegante, risueña; pero también enérgica.
Desde niña siempre miraba las estrellas en compañía de su madre, fue esta quien le enseñó las constelaciones, y mientras oía los cuentos de su madre acerca de los ancestros que la cuidaban desde allá arriba, ella soñaba con algún día poder llegar hasta esas estrellas.
Es por eso que cuando surgió la oportunidad de integrarse al programa espacial ruso para el análisis de restos de meteoritos y polvo espacial no lo pensó dos veces, ya dentro hizo un entrenamiento para poder viajar al espacio, estuvo tres años en la estación espacial internacional como parte de un programa de recolección de muestras.
Apenas llevaba dos meses en tierra cuando se le asignó la misión de participar en el proyecto Viling, se le comunicó que el viaje duraría doce años, a Helena la partió en dos, serían doce años fuera de casa, sin ver a nadie, no podría ver a su madre, ni a sus hermanos, ni a sus amigos, pero también representaba una oportunidad dorada, llegar hasta donde nunca nadie había llegado, conocer por fin otro planeta, no era fácil dejarlo pasar.
No obstante, al principio rechazó el proyecto, era mucho tiempo y no estaba segura de estar dispuesta a ello, pero después de ver a su novio Omar Kamalesh, siéndole infiel con una jovencita las cosas cambiaron drásticamente, eran novios desde la universidad, se supone que se casarían en dos años, pero las cosas cambian, decide romper la relación y tomar el proyecto Viling.
Pero ahora, en este momento Helena no es la mujer adulta, edafóloga, astronauta en un programa espacial, ahora es una niña soñando en los brazos de su madre, jugueteando, recordando; ya no está segura de querer ir, pero tampoco puede retractarse.
Para Urmakof todo parece más sencillo, varios amigos han ido a la despedida, así que el ambiente se torna de cierta manera festivo, parece que todos olvidan el tiempo que Urmakof pasará lejos de casa, es como si solo fuera y viniera de unas vacaciones.
Hace tres días estaban cantando y bebiendo y aquí parece que la fiesta se prolonga, no hay espacio para la tristeza, ni para palabras de aliento, por el contrario, se deja paso a las bromas, abrazos muchos abrazos, al padre, a la madre, a los hermanos y los amigos.
Joseph Urmakof, se graduó a duras penas de ingeniero en electrónica en lo que hoy es Ucrania, desde niño era conflictivo, no le gustaba seguir las reglas, quizá por ello todos se sorprendieron cuando se alisto en la KGB, justo dos años antes de la disolución de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, actualmente tiene treinta y cinco años y aunque no calificaba del todo para la misión decidieron incluirlo pues sus habilidades serán muy necesarias o al menos eso dicen.
Con todo él no lo rechazó, le gusta la aventura y lo desconocido, ya a sus veintitrés se había tirado en paracaídas, escalado una montaña y gustaba de la caza deportiva, era toda una joyita, tenía un carisma brutal, donde se parara hacía amigos y siempre se salía con la suya, y con las mujeres, ni hablar, tenía un toque inigualable, además era muy atractivo y atlético, tal vez por eso mismo no se había casado, era mujeriego empedernido, de esos a los que no les importa si los deja una, en tres días ya tienen otras dos, sabrá usted que tenía un ego muy grande, pero tenía un problema, se aburría con muchísima facilidad, por eso siempre estaba en busca de aventura, de riesgo, de hacer algo nuevo. Esta no era la excepción, cuando fue notificado de su aceptación en el proyecto no dudo en hacer la fiesta más grande de su vida, aquello había sido una locura y se prolongó durante días, sabía que tenía que aprovechar, porque después vendría un entrenamiento de varios días, pero aquello parecía no preocuparle.
Ahora mismo se oyen las últimas loas en su honor mientras avanza rumbo al avión, de repente cae en cuenta de que esa quizá sea la última vez, voltea, sonríe y levanta la mano apuntando al cielo con el dedo índice.
Para Jenk Lee las cosas son más difíciles, tiene varios meses de no ver a sus dos hijas pequeñas y su esposa, pues el gobierno c***o ha demandado sus servicios, él no tuvo tiempo de grandes despedidas, simplemente un día por la mañana llegaron unos hombres de traje, tocaron a su puerta con una fuerza brutal y sin dar tiempo a nada lo sacaron de su casa, lo subieron a un auto y se lo llevaron a la instalación militar, ahí recibiría el entrenamiento para ir al espacio.
Es el c***o promedio, bajito, piel amarillenta con ojos rasgados y hundidos, tiene dos hijas preciosas la menor es un dulce, corre de un lado a otro y es ciertamente difícil de controlar, la mayor tiene un carácter más serio, prefiere leer libros que andar brincoteando por aquí y por allá y su esposa, es una mujer trabajadora indudablemente, pero no es atractiva y además tiene un carácter de los mil demonios, tanto que cuando se enoja todos hacen silencio, son ciertamente felices, tan feliz como se puede ser en China.
Jenk Lee siempre estuvo fascinado por las plantas, pero por un giro del destino entró a trabajar como limpiador a los doce años a la planta de biotecnología, ahí se interesó por el campo y dado que era muy inteligente fue recomendado al gobierno c***o, el cual se encargó de su formación, a cambio él debía servir a su nación cuando se lo demandaran y ahora mismo era el momento.
A diferencia de sus futuros compañeros él no sería notificado de la misión, no sabe a dónde va, ni cuánto tiempo va a estar, solo sabe que será lejos y que es probable que no vuelva. No hace falta explicarle, o quizá sí, que el gobierno c***o tiene disposición inmediata sobre cualquiera de sus ciudadanos, en cualquier momento, nadie puede negarse, so pena de ser encarcelado o en el peor de los casos, desaparecido.
Así que cuando le dan la oportunidad de pedir algo, le dan una suerte de cosas a elegir, puede pedir la comida que él quiera, lo pueden llevar a cualquier lugar, puede pedir mujeres, puede pedir bebida, lo que quiera, pero Jenk solo quiere una cosa, ver a su esposa y a sus hijas.
Se lo conceden, se ordena que las traigan inmediatamente, se despliega rápidamente a los agentes, van por su esposa la sacan de la maquila, van por sus dos hijas al colegio y en tiempo menor a una hora las tres están ahí, con él.
Se les permitiría convivir durante una semana, pero no pueden salir de la instalación militar, después de eso se llevan a la esposa, a las niñas y a él lo alistan, lo llevará un avión militar a Estados Unidos.
Azumi, recibe una ceremonia de despedida muy a la usanza de j***n, consiste en una ceremonia solemne donde se colocan adornos típicos, hay abundante comida, aquí si bien no hay un ambiente ampliamente festivo tampoco hay lágrimas, los japoneses suelen ser muy cuadrados y para la familia es todo un honor y una honra que Azumi participe en un proyecto del espacio, así que no hay motivos para estar tristes.
Ia Azumi Tsubaksa es un caso especial, tiene un doctorado en metalurgia, pero ella siempre quiso ser astronauta, así que lleva ya 2 años colaborando con la NASA en misiones simples, pero ella no se conforma con subir a las nubes, ella quiere conocer el espacio y, aun con lo que eso significaba, solicitó ser incluida en la misión.
Se le reconoce por ser fría, siempre apegada al trabajo, nunca se da el tiempo de distraerse y a bien decirlo, tiene grandes capacidades cognitivas, capacidades que la han puesto en esta misión, le gusta el trabajo bien hecho, pero también le gusta ser reconocida y jamás ha despreciado una oportunidad, ella cree firmemente como muchos japoneses en la cultura del sacrificio, no me malinterprete, no hablo de sacrificios humanos, hablo de sacrificios laborales, de dejar todo en favor del deber, es decir, abandonar familia, amigos, vida social en favor de entregarse por completo al trabajo.
Claro, en la mayoría de los países de habla hispana esto podría parecer una tontería, un absurdo, pero permítame que le cuente algo,
los japoneses suelen tener una suerte de cultura laboral bastante intensa, muchos de ellos trabajan incansablemente hasta el punto de literalmente morir. No, no estoy exagerando, en j***n, en los hospitales tienen un término particular “karoshi” que usualmente colocan en el documento que certifica la defunción, “karoshi” significa muerte por trabajo excesivo; este término se aplica comúnmente a las personas que llegan a trabajar al punto de sufrir un derrame cerebral o un ataque al corazón a causa del excesivo estrés.
Muchas personas en j***n llegan a trabajar más de doce horas al día y esto se ha convertido en un grave problema para el gobierno, ¿Por qué?, se preguntará, simple, j***n es el país con la mayor tasa de suicidios a nivel mundial producto del estrés laboral, basta con decir que se estima que por día se suicidan alrededor de setenta personas en aquel país.
Azumi está inculcada y criada en esta cultura, y a pesar de ser una chica regularmente atractiva, es ciertamente delgada, no muy alta y tiene esos rasgos estéticos muy característicos de j***n; pero, pese a que ha tenido numerosos pretendientes que muy a la usanza de aquella cultura han solicitado permiso al padre para cortejarla, ella no está interesada en formar una familia, nunca le ha interesado, no ha tenido tiempo para eso, vive exclusivamente para trabajar, es una “máquina”.
Sin embargo, ya en el aeropuerto la cosa es diferente, ahí se juntan las emociones y no puede evitar que vengan algunos recuerdos a la memoria, sin embargo, no por ello se pierden las formalidades, con esa frialdad característica, avanza por la pasarela hacia el avión, ya estando arriba asomarían algunas lágrimas, pero no antes, no quiere ni por asomo, permitirse mostrar un signo de debilidad, ¿Qué van a pensar de ella?
Y claro, para todos, aquellos no son funerales, pero es como si lo fueran de una manera inversa, pues para cuando regresen muchas cosas habrán cambiado, muchas personas que conocen y que ahora mismo están allí de unas u otra manera ya se habrán ido, algunos ni siquiera los recordarán.
En sus respectivos vuelos, ninguno de ellos puede evitar pensar en todo lo que dejarán atrás, en todas las cosas de las que se perderán, no pierda de vista que serán 12 años, quizá un poco más, así que no es algo fácil, no es algo que pueda hacerse a la ligera ni algo que pueda afrontarse así como así; pero cuando algo de verdad apasiona, el peso es lo de menos.
Serían vuelos bastante largos, lo suficiente para meditar y reflexionar, es casi como si toda la vida pasara frente a cada uno, recordarán su niñez, su juventud y cada una de las decisiones que los han puesto en ese avión, cada persona conocida, cada momento, cada lugar.