Capítulo 4

2234 Words
Instintivamente me alejé de él. Le mire confundida ¿Que quería decir? ¿Le estaba declarando su fidelidad a la reina que represento o era una insinuación hacia mí? —¡Por favor alejese de mi!—grite desconfiada. —Disculpeme— murmuró solemnemente haciendo una reverencia. Permanecimos en silencio, y él mantuvo aquella reverencia esperando una respuesta de mi parte. Entonces levantó el rostro y yo observé con detenimiento su mirada, era dura e inflexible. Ocasionó un escalofrío tremendo en mi cuerpo. —N-no vuelva a tocarme si yo no sé lo solicitó— regañe resentida no solo con él si no conmigo misma, ¿Como pude exhibir mis debilidades a un hombre que desconozco por completo? —Como usted ordene, majestad— pronunció mi título con gran seriedad. Entonces se reincorporó pero permanecio inmóvil, frente a mi.  Continué con mi camino hasta llegar a mis aposentos la Condesa de Yhules me esperaba ahí. Vestía un una baa color púrpura qué escondía su camisón para dormir. En la expresión de su rostro era notorio la preocupación que le aquejaba, todos nos sentíamos de la misma manera. Yo estaba asustada, en verdad tenía miedo pero siendo la reina debía aparentar qué, al menos tenía un poco de control sobre la situación. —Majestad—hizo una reverencia señorial—¿Que ha pasado? —Todo está bajo control Condesa—explique tratando de sonar calmada— la ciudad será evacuada. —¿Y el servicio del palacio? Me quedé un momento en silencio. Yo no quería irme, quería quedarme, ¿Pero de que serviría? Todos me pedían abandonar el palacio, mi vida parecía ser más importante que la de cualquier otra y eso me hacia sentir culpable. —Nuestro ejército pronto tomará posesión del palacio, ellos lo defenderán arduamente dándonos el suficiente tiempo para escapar. Así que por favor prepare mi equipaje y el suyo también— miré hacia el balcón por donde comenzaba a filtrarse los primeros rayos del sol— Y por favor, hagale saber al Consejero Burckhardt que prepare el decreto oficial para la inmediata evacuación, y que lleven el documento a los aposentos del príncipe. La condesa hizo una reverencia. Ambas salimos de mis habitaciones pero nos dirigimos en direcciones contrarias. Yo me dirigí a ver a mi hijo. Su habitación estaba perfumada del dulce aroma de la lavanda, el sol comenzaba a iluminar las cortinas blancas de los ventanales. Todo aquí era tan pacífico que era casi imposible de creer que la guerra por fin nos había alcanzado. Dos de sus nodrizas se encontraban a un lado de su cuna, durmiendo sobre una sillas  mecedoras. Y entonces poco a poco, sin hacer ruido me acerqué a la cuna. Mi pequeño hijo dormía plácidamente, disfrutando tal vez de un pacífico sueño. Permanecí algunos minutos en la misma posición hasta que finalmente llamaron a la puerta y las nodrizas despertaron. —¡Majestad!— exclamó una de ellas haciendo una reverencia ocasionando que mi pequeño hijo despertara. Su llanto obligó a mis instintos de madre a levantarlo de la cuna. Mis brazos supieron acomodarlo sobre mi pecho y  enseguida mecí su cuerpo para tranquilizarlo. La nodriza se apresuró a abrir la puerta mientras yo atendía a mi hijo. Tal y como había ordenado el consejero y algunos delegados esperaban por mi. La nodriza les permitió la entrada ya que el príncipe estaba despierto, ellos se aproximaron hacia una mesa redonda y sobre ella colocaron el decreto oficial, una pluma con su tinta y el sello real. Mire a una de las nodrizas y ella comprendió que necesitaba de sus servicios para cuidar unos instantes a mi hijo. —Creo que encontrará todo en orden— garantizó el consejero. Le di un vistazo rápido, confiaba plenamente en todo lo que el consejero registraba en mis documentos oficiales. El documento autorizaba la inmediata evacuación de la ciudadela, así como la del personal que aún servía en el palacio y se aprobaba la utilización del palacio como el nuevo asentamiento del ejército real para mejor aprovechamiento. Después de la rápida lectura, tome la pluma y escribí mi nombre al final del decreto y posteriormente lo estampe  con el sello real. Ya que el documento que ahora llevaban en las manos era de suma urgencia se precipitaron a marcharse lo antes posible para darle a conocer al pueblo que estás medidas se llevarían acabo para evitar una tragedia aún peor.Finalmente en una hora el ejército tomo posesión del palacio y el personal pronto comenzó a abandonar sus puestos. —Majestad—dijo la condesa— El carruaje espera por nosotros. —¿Todo el equipaje ya se encuentra en los carruajes? —Asi es majestad. Creí que habría un poco más de tiempo para despedirme del palacio. No sabía cuánto tiempo permanecería alejada de el o si habría una mínima posibilidad de regresar pero quería dar un último paseo con mi hijo en brazos. Su futuro ya había sido escrito incluso antes de su nacimiento, él estaba destinado a convertirse en el próximo monarca que gobernará estas tierras, pero quizas ese futuro comenzaba a distorcionarse poco a poco, ya sólo era una nube negra difícil de ver. Camine como si fuera la última vez, por los pasillos del palacio con mi hijo en brazos. Traté de ver hasta el más mínimo detalle de cada lugar para así, algún día contarle a mi hijo del hogar donde creció su padre y su abuelo. Decirle que el formaba parte de un linaje de Reyes que  ya no existía. Mi mente siempre me llevaba a pensar que así sería, que al final estaríamos bajo la dictadura del Zar y que mi hijo sería despojado de todas sus riquezas y obligaciones. Pero lo mantenía en secreto, para mi. No quería que nadie escuchara que la pobre reina Helena no tenía ninguna esperanza. Me despedí de todo, de mis buenos recuerdos, de las personas que me sirvieron fielmente hasta el final. Me despedí de la condesa como si se tratara de mi propia madre, pero ella, al final añadio una última reverencia a su reina y subió a un carruaje que la llevaría con su familia. A la puerta de mi carruaje esperaba el general Lorian Vasiliev. Trague saliva, tal vez sería la última vez que vería a este hombre y no quería ofenderle de alguna manera, al fin y al cabo él se quedaría aquí a pelear aunque no había ninguna esperanza de vencer. —Majestad— hizo una reverencia rápida y ofreció su mano para ayudarme a subir. Entonces note que la archiduquesa no se encontraba en el carruaje. —¿En donde se encuentra la archiduquesa?— cuestione rápidamente. —¿Acaso no lo sabe?—preguntó el general sorprendido. —¿Saber qué? —El consejero Burckhardt sugirió que ambas debian marcharse por separado y la archiduquesa acepto. —¿Pero porqué? Se quedó en silencio e inmediatamente dio un suspiro. —Solo en caso de que sean descubiertas majestad— explico un tanto preocupado— Sería desastroso que capturaran a lo poco que queda de la familia real. —¿Adonde fue?— cuestione rápidamente, confundida y un poco asustada. —Yo no tengo conocimiento de su ubicación majestad— contesto apenado encogiéndose de hombros. Segundos después saco un sobre del bolsillo de su uniforme y me lo entregó— me ordenó se lo entregará. Lo mire desconfiada. La archiduquesa se había marchado sin mi, sin despedirse incluso de mi pequeño Fitzwilliam. Yo sabía cuánto lo amaba, él era su adoración después de perder a su hijo. No podía creer que se había ido sin decir absolutamente nada  y sólo dejando una carta. Al final la tome, pero no tenía el valor para leerla en ese mismo momento, me sentía traicionada de alguna manera. Yo sabía que ella nunca me aceptó como la esposa de William y mucho menos como la reina, sé claramente que ella nunca me quizo pero no esperaba que me abandonará de esta manera. El general cerro la puerta de mi carruaje y dio una vuelta al carruaje asegurándose de que todo estuviera bien. —Espere— dije en voz alta— ¿a donde iré yo? —A un lugar donde sé que estará a salvo— respondió sin darme más detalles sobre el lugar donde viviría a partir de ese día— la mantendré informada sobre lo que acontece. Asentí un poco preocupada por su bienestar. —General...— mi corazón se detuvo un momento—Gracias por todo. —No me agradezca— dijo sin más remedio— es mi deber mantenerla a salvo. Levantó mi mano e impregnó un beso sobre ella. Me quedé paralizada y antes de que pudiera decir algo él soltó mi mano y rápidamente ordenó al cochero comenzará a avanzar. Asome un poco mi cabeza, vi por última vez el castillo y le dije adiós a mi hogar. Después cerré las cortinas del carruaje, nadie debía verme. Nadie debía saber que la reina y el príncipe viajaban en este carruaje. Para no levantar sospechas, se dispuso que cambiará a un carruaje normal a mitad del camino, uno común que utilizara cualquier persona y si me detenían y preguntaban quien era yo debian responder que era una mucama del servicio de una gran casona de la ciudad real, pero que también me encontraba evacuando la ciudad. No debía dar mi nombre real así que lo cambie por Isabel y mi bebe tendría el nombre de Rupert. El camino fue largo, no sabía que esperar. Cruzamos tres ciudades que pude reconocer pero después el carruaje se dirigió por un bosque que no parecía tener fin. Llegó la noche, mi hijo comenzó a llorar y entonces por primera vez le ofreci  de mi seno, sabía que estaba vacío pero sólo tal vez si continuaba succionando podría llamar a la leche. Tenía esa pequeña esperanza. Al asomarme note que la bruma había bajado, nada más que árboles en mi camino. No quería dormir pero ya me sentía cansada y entonces sólo cerré lo ojos. Repentinamente alguien tocó a la puerta del carruaje despertándome bruscamente,nos habíamos detenido.Mi pequeño hijo tal vez se sentía tan cansado como yo porque apenas si se movió cuando tocaron la puerta. —¿Señora Vasiliev?— preguntó el cochero en voz alta— hemos llegado a su destino. Me asomé por la ventana. Dislumbre una luz a los lejos, una casa en una pequeña colina. Arrope a mi pequeño príncipe y baje. El cochero se apresuraba a bajar todo el equipaje así que no pudo ayudarme a bajar. —¿Disculpe señor, me dijo señora Vasiliev? —Si— respondió el señor un poco confundido— Me dijeron que usted era la señora Vasiliev. Entonces comprendí que tal vez el cochero del anterior carruaje le habría dado ese apellido a este hombre por órdenes del general. Ahora yo era la esposa del general Lorian o al menos en apariencia. Abrí el entrenador que rodeaba la casa, estaba oscuro asi que no podía admirar con claridad que tipo de lugar era éste. Camine hacia la puerta principal y cuando llegué toque lo más fuerte posible. Aunque había una pequeña lámpara que alumbraba la entrada no era seguro que alguien me esperara. —¿Que desea?— escuche que alguien dijo del otro lado de la puerta. —Soy Isabel...—dude— Isabel Vasiliev. Rápidamente abrieron la puerta.l o primero que vi fue la vela que me cegó por un momento. Mis ojos se acostumbraron a la luz poco a poco. —Señora Isabel— pronunciaron con ternura. Y entonces frente a mi apareció un rostro familiar y mis lágrimas brotaron sin previo aviso. Era Melanie. —Sigame— expreso mostrandome por donde debía ir. Me condujo hacia una gran habitación en el segundo piso. Encendió las lámparas con la vela y antes que pudiera expresarle algo, ella bajo a terminar de recibir mi equipaje. Mientras esperaba, acomodé el delicado cuerpo de Fitzwilliam sobre la cama. Y observe un poco a mi alrededor. Este lugar me te ordaba mucho a mi amada casa de campo. Minutos después ella volvió. Me levanté velozmente de mi lugar y pude verla con mayor precisión. No había cambiado en lo absoluto. Quizás fue mi alegría de volver a verla o la depresión por haber abandonado mi hogar pero me atreví a ir hacia ella y abrazarla hasta que mis lágrimas salieron y no se detuvieron por un largo rato mientras ella trataba de consolarme acariciando mi espalada. —Sera mejor que duermas—dijo cuando deje de llorar— debes estar cansada. Miro la cama y al bebé. Sonrió felizmente. —Te ayudaré. Como si el tiempo no hubiera transcurrido, como si aún siguiera siendo la hija de los Conde de hamilton. Me arropó y espero a que durmiera para poder irse. Un par de risitas me despertaron. Jure haber escuchado risas de niños. El bebé ya estaba despierto pero se entretuvo babeando mi cabello. Me levanté de mi lugar y vi el desayuno preparado para mi sobre una mesita de noche, pero a un lado había un pequeño papel, una nota que parecía venir del palacio. Lo revise, era un telegrama. «El enemigo se retira. Un extraño aliado al combate y un ejército desconocido. Y con la sangre del enemigo dejan escrito un mensaje: Ego adhuc tota»
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