Cuando el tren arribó finalmente a la estación de destino, todos los pasajeros soltaron un gran suspiro, y a pesar de que no todos iban hacia el mismo lugar, parecía ser que los pocos que quedaban allí estaban desesperados al ser tan largo el trayecto, llegando a tardar días en ello, y eso agotaba a cualquier alma mortal.
La mayoría tenía mucho agotamiento, no solo mental sino físico por el viaje tan extendido y accidentado que habían tenido, y es que Eugenia estaba ya harta de tener que escuchar a Victoria quejarse por todo, ya que dadas las circunstancias, se enteró de que iba hacia el mismo lugar a visitar a una íntima amiga a hablarle de negocios, solo que sin tener ahora la mercancía que planeaba llevarle, es decir, la ropa de los baúles, le resultaría un poco más difícil hacer tal cosa, y es que no paraba de quejarse como niña pequeña de lo mismo de siempre.
Las últimas diez horas de recorrido fueron un infierno al tener que escuchar tal cosa, y no es que el viaje se tomara días tampoco, pero lo había hecho por diferentes razones, y ya agradecía por fin haber bajado en tierra estática y firme, pues sentía que si hubiera pasado mucho más tiempo allí, se volvería loca.
Caminó como pudo hacia uno de los lugares en los que sabía que encontraría un hospedaje barato y rápido, que era un hostal cercano a la estación de trenes, y ya que tenía el dinero para pagar por una habitación, decidió que el cansancio podía con ella, haría lo posible por descansar esa noche y llegar junto a sus hijos cuando amaneciera, ya que tan tarde, sin duda era un riesgo enorme.
Una vez llegó al lugar, supo que habían vacantes, ni siquiera se concentró en lo que hiciera la mujer tan desagradable que quería tanto al esposo de su hija, solamente por celos de lo que pudiera haberle sucedido.
Suspiró antes de entrar, de todos modos sabía que el lugar era para gente de bajos recursos, así que no gastaría demasiado en lo que respectara a estadía hasta que tuviera que hacerlo por obligación.
Si fuera por ella, nadie cercano a sí pasaría hambre, pero no podía ser tampoco la salvadora de todos los hambrientos de la calle, a veces hacía una que otra buena acción para con ellos, solo que no podía darse el lujo de hacerlo siempre, pues sus intenciones y problemas también eran reales.
Desde que sus hijos se había ido de casa, ella tenía la sensación de estar sola, aunque supiera que no lo estuviera realmente.
Sabía que era su consciencia la que le carcomía por las noches, ya que no siempre fue una buena madre, mucho menos cariñosa, era una mujer fría cuando quería serlo y la mayor parte del tiempo amanecía con el humor atravesado, muy malo y no le importaba gritar y vociferar improperios si eso la calmaba.
De su pasado no se sentía para nada orgullosa, pero había aprendido a mantenerse callada una vez que se encontró viviendo sola y teniendo que mantenerse a flote por sí misma.
Cuando se enteró de que Henrich quería ser jinete, casi se va de espaldas, y aunque este lo confesara apenas a los quince años, desde ese momento pensó que no habría mucho futuro para la familia, por eso buscó ubicar bien a su hija antes de que cayeran en una crisis sin remedio, sabiendo que estaban a años de saldar la deuda todavía en ese tiempo.
Se hallaba entre la espada y la pared al saberse viuda sin remedio, siendo responsable de una familia a la cual no podía mantener, y se le hizo muy complicado hacerlo con Henrich hasta que él también se fue por su cuenta, defendiendo que algún día sería un gran jinete millonario y que estaría muy orgullosa de él como persona y como madre.
No era que ella no le creyera, pero para alguien de su clase social, sin duda era difícil conseguir algo como eso, sobre todo teniendo en cuenta que tal deporte era solo practicado por personas con las debidas maneras.
Sentía también ilusión porque lo había visto cabalgar y domar corceles como nadie más lo hacía, ni siquiera los profesionales, ellos no se comunicaban con los animales como su hijo lo hacía, con toda la gentileza del mundo, además de que parecía hablar en su idioma y entender sus gestos de aprobación o de incomodidad.
En eso pensaba cuando le tocó el turno en el mostrador para pedir una habitación para pasar la noche.
Grande fue su sorpresa cuando iba a dar el paso y se metió nada más y nada menos que la mujer con traje rojo vistoso y cabellos rubios de infarto a pedir la última habitación del hostal que quedaba libre, por eso quedó petrificada, sin poder creer aquello.
Pensaba que la mujer se quedaría en casa de su amiga, tal y como dijo, pero al parecer tuvo la misma idea que ella al buscar un hospedaje por la noche y seguir en la mañana. Apretó sus puños, pensando que ese no era lugar para ella, quien hacía ver a los demás cuánto dinero tenía, alardeando de sus posesiones.
La mayor se cruzó de brazos al verla hacer el check-in como si nada hubiera sucedido. No soportaba todo aquello, pero cuando llegó su turno, no perdía la esperanza, quiso hablar, pero la mujer de la taquilla le cerró la ventanilla en la cara, defendiendo que estaba cerrado y las vacantes se habían agotado.
Eugenia no podía creer que aquello fuera cierto, de modo que corrió hasta donde todavía estaban los sujetos con la mujer, acompañando a esta como si nada hacia donde tuvieran para que se sintiera cómoda.
A pesar de que ellos tuvieran que dormir fuera del recinto, eso no les molestaba, porque sabían que de eso constaba ser parte del día a día de la mujer, uno como empleado y el otro como prometido oficial, aunque fuera muy mayor y se viera una gran diferencia entre ellos de primera mano.
En un principio, Eugenia creyó que entre esos dos no había nada más que una relación ya fuera familiar o de negocios, jamás pensaría en ese hombre como su marido, mucho menos teniendo en cuenta el tipo de hombres en los que ella se fijaba, en especial que fueran guapos y de buena cuna, no regordetes y ancianos.
Algo no andaba bien en todo eso, pero ella no era quien para desenmascararlos, ese no era su trabajo por nada del mundo.
Una vez que llegó a su lado, estos la miraron como si tuviera tres cabezas, por encima del hombro, a pesar de encontrarse en un hostal de bajo presupuesto como, como lo era ese. Ella rodó los ojos, pero no se dejaría quitar aquel puesto, y menos por personas tan superficiales y huecas, ellos le habían quitado el turno descaradamente.
No tenían ningún derecho a andar por allí con su cara muy limpia luego de haberle hecho semejante desplante.
Frunció el ceño, y entonces, cuando creyeron que iba a hablar, lo que hizo fue tomar las llaves de la mano de la joven y correr con todas las fuerzas que tenía escaleras arriba, donde sabía que quedaba ubicada la habitación, ya que sus ojos vieron claramente el número que las llaves ponían en relieve en el pequeño llavero de metal.
Aunque no fuera una mujer especialmente activa, no se dejaría poner la pata de gallo, como dirían en su pueblo, lo cual no significaba otra cosa sino no dejarse amargar la vida de tal manera, dejar que los demás estuvieran por encima de ella siempre, lo que sentía que sucedía a menudo.
Corrió cuanto pudo hasta llegar a la segunda planta y dirigirse a los números de habitación, buscando entre estos desesperada, sabiendo que ellos se encontraban tras de sí, en especial el ayudante de la mujer.
Encontró por fin la correcta y empezó a intentar abrirla con todas sus fuerzas, y justamente pocos segundos antes de que ellos lograran alcanzarla, les cerró la puerta de la habitación en las narices.
Respiró irregularmente por al menos un minuto, escuchando las quejas de los que se encontraban afuera, pero poco le importaba, estaban tocando esa puerta de madera como si su vida se les fuera en ello.
Una vez que la dependienta del lugar fue a ver qué ocurría y por qué todo ese alboroto, todo lo que pudieron decir ellos es que habían sido usurpados porque el cuarto estaba ocupado, de modo que la mujer se disculpó numerosas veces y creyó ser la culpable de eso al no verificar bien las vacantes disponibles, así que los convenció para que la siguieran fuera de allí.
No quiso escuchar nada más proveniente de los que alquilaran la habitación, al cual al fin y al cabo solo tenía una cama individual con un colchón no demasiado cómodo, pero era lo suficiente como para que Eugenia durmiera bien.
La dependienta hizo como que no vio a la mujer mayor correr detrás de ellos tres y de paso que seguro era quien se encontraba en la habitación instalada como si nada, pero no podía hacer otra cosa que no fuera intentar agradarlos a todos, pues eran clientes y se hallaban haciendo un escándalo, tenía que haber un culpable, y casi siempre ese debía ser el negocio al mando.
Eso se lo había enseñado su madre desde que tenía uso de razón, que los clientes siempre llevaban sentido en lo que reclamaban, sin importar si fuera lo más absurdo que nadie hubiera escuchado nunca. Ir en contra de lo que decía un cliente era perder dinero, y nadie quería que tal cosa sucediera.
Desde que no mucha gente visitaba el hostal, sino únicamente en periodo de turismo, no podía darse el lujo de perder un poco más de dinero extra, por lo que les ofreció su propia pieza a los tres clientes, quienes aceptaron un poco a regañadientes debido a que ella no les dejó terminar la queja.
No quería recibir absolutamente nada que tuviera que ver con ese tema, ya que había visto cosas similares muchas otras veces y prefería evitarse discusiones que duraran al menos dos horas, pues eso cansaba tanto que cualquiera quedaría inservible.
Las quejas casi nunca eran fáciles de resolver, sobre todo porque cada quien pensaba llevar razón todo el tiempo, cosa que no podía ser en algunas situaciones y no querían sentar cabeza. Había perdido a tantos clientes por su ineptitud que lo que daba era tristeza, pero ese era el negocio familiar, por lo que no podía hacer otra cosa.
Llevar las riendas de un negocio iniciado y administrado por un núcleo familiar no era exactamente el sueño de ella como ser humano individual, pero no importaba mucho lo que quisiera hacer con su vida, si de todos modos debía de estar encadenada allí todo el tiempo que pudiera para sacarle provecho al negocio y que no se derrumbara con el tiempo.
Ella quería ser cocinera, pero en cambio, tenía que pasar todas su horas allí sin querer siquiera hacer algo como eso, solamente en honor a sus padres y a sus abuelos que bastante mayores estaban ya. Tenía dos hermanos, pero estos al ser menores, no podían cargar todavía con las responsabilidades que ella tenía, entonces no le quedaba de otra más que ajustarse a su realidad y a la situación que atravesaba, por mucho que le costara admitir que era presa de su propia familia.
Estuvo tratando por mucho tiempo de estudiar al menos un curso pequeño de los básicos de la cocina, pero ni eso le permitía ese tipo de negocios, de modo que se hallaba deprimida, pero no haría de eso un escándalo. Dejó a la despampanante mujer en la habitación con ambos hombres y se dirigió a la pequeña cabaña del que fuera su prometido desde hacía dos meses, y quien estaba muy loco por ella, le ayudaba mucho con el negocio, pero no era suficiente, de allí a que pudieran casarse sería un completo milagro, pero no se quejaría cuando el destino algún día le retribuyera todo su trabajo y buena disposición.
La esperanza debía mantenerse intacta, por difícil que fuera.