Pasados varios días de la enfermedad de la hija de los La Sallei, Meliza se hallaba en medio de la sala fregando el suelo sin descanso como castigo por no seguir lo que debería, es decir, su cerebro antes que a su corazón, ya que vivía en una peligrosa encrucijada.
Ella no quería fijarse en su jefe, pero lo cierto era que con el pasar del tiempo, se volvía cada vez más difícil ignorar la belleza de este y su buena manera de actuar. Quería recordar a cada momento que ella estaba casada, aunque su marido haya muerto o no, que era una madre, la cual le debía solamente fidelidad a su niña, ella tenía que ser responsable solo por ella, nadie más importaba allí.
Continuó con su trabajo arduo al menos dos horas, tanto fue que la señora de la casa al pasar le dijo que dejara de hacer el tonto y se pusiera a cocinar de una vez la comida adecuada para que la pequeña Camille se recuperara con toda la certeza.
A pesar de que la chica del servicio no tenía muchas ganas de hacer esa comida, por la niña haría lo que fuera, a pesar de estar muriendo por dentro al saber que nunca podría confiar en ningún hombre, mucho menos luego de lo ocurrido con Alejo Herrera.
Ese hombre de orbes tan intensas que hacían asustar a cualquiera, en veces sus ojos se veían claros, pero en otras tantas, cuando estaba muy molesto se tornaban casi obsidiana, con un brillo oscuro y peligroso.
Eso de que los ojos cambiaran de color no mucha gente lo creía, pero ella lo hacía al comprobarlo con el que fuera su marido algunos años. Se sentía terrible por recordarlo a él y lo que tuvo que hacer para escapar de sus garras, pero no le quedaba mayor opción si quería mantener con vida no solo a su bebé, sino también a ella misma.
Se dirigió a la cocina luego de ver el suelo brillante y pulido como ninguno, y una vez que estuvo allí, comenzó a hacer una sopa que reviviera el ánimo de la menor, y aunque sabía que a esta le desagradaba que se repitiera tanto una comida, y mucho más cuando se trataba de algo como la sopa, tenía que ser paciente y dialogar con ella un buen rato hasta que aceptara comer sin reparos, y es que era una chiquilla muy inteligente, no necesitaba que le dijeran algo dos veces para tener en cuenta qué era o no cierto.
Meliza se preguntó si cuando su niña creciera sería así de hermosa y deslumbrante como la hija de los La Sallei, pero mantuvo la fe en su corazón de que Nadín volvería a sus brazos y entonces ella le daría el futuro que tanto merecía, lo haría porque el amor que mereciera esta era inmenso, y lo cierto era que su propósito se había vuelto la menor.
La única meta que debía tener en mente era nada más y nada menos que trabajar en función de reunirse con su retoño, por eso, dispersó los pensamientos sobre aquel hombre de sonrisa encantadora y de maneras tan amables, pues nada sacaría de toda esa situación.
La pelea que tuviera con la señora le hizo saber que ella no era trigo limpio, que algo ocultaba bajo esa fachada de mujer que lo tenía todo, y aunque quiso ahondar en esta situación por unos cuantos segundos, cayó en cuenta de que era parte de la familia que le daba de comer, no podía solo llegar y amenazar con contar su verdad, pues sería algo muy bajo.
Respiró profundo antes de adentrarse de nuevo a la pieza de la niña, de modo que le llevó la bandeja con el almuerzo, y esta arrugó la cara apenas ver el plato de sopa por cuarto día consecutivo.
─Lo siento mucho, mi niña, pero tendrás que hacer un esfuerzo. Ha sido una orden de tu madre, ya verás que te sentará bien y podrás volver a comer lo que desees cuando sanes─ dijo la mayor, quien se sentó a un lado de la cama de la de cabellos largos, quien solo se acomodó en el lecho, tomando una posición para sentirse cómoda sentada.
─Pero no es justo que todos ustedes coman tan bueno en la mesa y yo solo esté aquí tomando caldos...─ dijo la pequeña mientras hacía un ligero mohín, algo impropio de ella, por lo que Meliza la comprendió en su totalidad.
─Lo sé, cariño, pero no debes gastar energía caminando hacia el comedor, eso puede hacer que empeores, lo ha dicho tu padre...─ continuó la mujer con toda la amabilidad que pudo, instándola a que bebiera la sopa con ayuda de la cuchara de plata.
La niña aceptó por obligación cuando supo que no tenía opción alguna, de modo que tomó la cuchara en su manito y comenzó a comer sin sentir mucho el sabor, pues la sopa no era de sus comidas favoritas en el mundo, pero debía de hacerla caso tanto a ella como a su padre, quienes la amaban tanto como para decirle exactamente la verdad.
Al no tener razones para dudar de ellos, terminó por comerse toda la sopa en menos de veinte minutos, dejando a una Meliza sorprendida pero feliz de haber hecho posible eso. Besó su manito en señal de felicitación y entonces continuó con sus quehaceres por toda la casa sin descanso alguno, pues sabía que una chica de servicio no descansaba nunca, por mucho que tuviera tal ilusión en la cabeza.
Tras varias horas de hacer una limpieza profunda a todo el piso, supo que ya no había nada más que pudiera hacer, por eso, se sentó un momento en un pequeño taburete que se encontraba en la cocina, empezando a leer de nuevo las páginas del manual básico de medicina para comprenderlo del todo y no equivocarse en absoluto.
Una vez que estuvo segura de comprender al menos las primeras diez páginas, supo que a eso de verdad quería dedicarse, sin importar si le costaba demasiado, ya que el esfuerzo que colocara en ello tendría que ser mucho para poder lograr algo bueno.
No le importaba tener que dedicarle todo el tiempo del mundo a esa actividad mientras pudiera saber que le serviría de algo, no solo a ella, sino a los que estaban a su alrededor y pudieran necesitar asistencia médica, entonces podría brindar ayuda cuando fuera necesario.
Se sintió muy ilusionada cuando el médico le dijo que en realidad era una muy buena asistente, pero retiró todo aquello de su mente de nuevo al llevar el hilo de sus pensamientos por otro lado, ya que aunque soñar fuera libre y gratis, conllevaba mucha responsabilidad.
No creía ser la única que sentía ese tipo de química, pero eso no significaba absolutamente nada, no quería decir que él en realidad dejaría su matrimonio por irse con una don nadie como ella.
Suspiró por milésima vez en el día y salió a la portería a retirar las cartas del correo que se hallaban en pequeños casilleros con llaves, algo que era muy moderno para entonces, pero retiró lo que estaba acumulado, por supuesto, esto tenía una ranura por la cual entraban las cartas.
Vio que había una pila de periódicos del día, por lo cual lo tomó para enterarse de los asuntos que sucedieran en lo que respectaba al mundo entero, pues también le encantaba leer las historias que escribían detrás y aparte resolver sudokus y distintos crucigramas.
Soltaba la carcajada a veces con algunos chistes, le parecía fenomenal leer el periódico, pues la ayudaba a no perder la práctica de la lectura y la costumbre por las letras que podía observar.
No era muy diestra con ello, pero podía una que otra vez sorprender a su familia con lo que hacía, su madre siempre le advirtió que las mujeres que le ponían mucho a la mente terminaban por perderla, pero ella no le prestaba atención, ya que muchas mujeres estaban siendo ejemplo de superación y modernidad para el mundo.
Siempre quiso dar lo mejor de sí para que se comprendiera que ella no era cualquiera, sino que podía ser mucho más que solo una chica de servicio o la esposa de un hacendado reconocido. En esos tiempos las mujeres no tenían voz ni voto, y tenía muy en claro tal cosa, pero sabía que eso cambiaría con el tiempo, ya que permanecer en ese tipo de presión ejercida por los hombres no podía durar mucho más.
Existían muchas mujeres maltratadas, humilladas, utilizadas por sus propios maridos y por la sociedad, así que no era de extrañarse que existieran luego otras que ejercieran trabajos como la prostitución por las calles, sobre todo porque al ser criadas para verse como un objeto, entonces su valor debía ser bueno.
Sabía que las recompensas que daban a chicas que se le ofrecían a los hombres era una cantidad absurdamente grande, pero aunque fuera tentador, prefería mantener su integridad y su orgullo bien en alto.
Más de una noche llegó a pensar en hacerlo, pero no pudo concebir la vida sabiendo que en cualquier momento podía quedar embarazada de un desconocido, y ese sería un castigo peor que cualquiera.
Traer niños al mundo ya era una responsabilidad enorme, por lo que tenerlos sin consentimiento era una pena muy grande a pasar. Por el momento, entregarse a un hombre era riesgoso desde todo punto de vista al no existir una manera adecuada de de prevenir embarazos.
Ella misma había vivido en carne y hueso lo que era ser abusada sexualmente por un hombre al que le dio toda su confianza, y en algún punto llegó a creer que podía enamorarse, pero al pasar de los días, se dio cuenta de la malicia que tenían algunas personas.
Ese hombre llegaba borracho, hecho un demonio, por lo que no se preocupaba por nada ni por nadie, y cuando eso sucedía, se volvía mucho más demandante y terrorífico, ya que siempre quería mantener relaciones con ella, por mucho que le dijera que no quería y que podría ser peligroso si no querían concebir hijos.
El hombre solo le respondió que él hacía lo que quería en su casa y que nadie le podía decir qué hacer, ya que era la única autoridad allí. Meliza, antes llamada Marina, sentía mucho terror al escucharle decir tales palabras, y librara Dios que le contradijera en aquellos momentos, porque era más que seguro que saldría con los pies por delante, como tenía la certeza que había hecho con algunos socios que no querían colaborar con lo que él ordenara.
Muchas personas habían pasado por esa casa sin saber realmente cuál era su destino luego de cruzar palabra con Alejo Herrera, un hombre peligroso al que era mejor evitar u obedecer, no otra cosa si no se quería salir herido.
Los ojos de Meliza se nublaban por completo al saber que pudo haberse evitado todo ese rollo simplemente con rechazar a ese hombre, el cual siempre le dio muy mala espina, pero tampoco podía juzgar a su madre y las decisiones que tomó por su bien.
Ahora que tenía a la pequeña Nadín, no se arrepentía de nada, pues era lo único bueno que le había ocurrido quizá en toda su vida, un milagro tan hermoso que merecía todo el amor del mundo y mucho más.
El señor no estaba en casa, pero llegó en ese momento, por lo que soltó el libro y lo colocó en su delantal sin que se notara demasiado, limpió un poco sus pestañas y entonces acudió a la puerta a abrirle. Cuando se vieron, el mundo pareció detenerse por unos segundos, y en ese momento, el hombre tampoco pudo negar la atracción que sentía por ella, así que se fueron acercando poco a poco, como si sus labios tuvieran un imán gigante que les atrajera el uno al otro, pero justo antes de que algo más ocurriera, unos pasos de zapatos altos se escucharon por el pasillo, de modo que se rompió el hechizo y tuvieron que fingir que nada ocurría.
La señora de la casa pasó por un lado de la chica de servicio y entonces besó a su marido en frente de sus narices, recibiéndolo con la más falsa de las sonrisas que pudiera tener, y el corazón de Meliza se rompió un poco.