La vida para Camille, la hija de Fernando La Sallei, en ese momento no era fácil, pues estaba luchando por mantenerla consigo a todo dar.
La fiebre no quería abandonarla, a pesar de ya haber pasado dos días de angustia, pero la rojez de los ojos ya no estaba tan intensa como cuando empezaron los síntomas, cosa que podía calmar un poco al médico, quien no se había separado ni un momento del lado de la menor.
No importó que Meliza le dijera que podía estar tranquilo, ya que ella se encargaría de cuidarla mientras él descansaba, lo único que obtuvo por parte del hombre, fue que este la mirara con recelo y volviera a sus quehaceres.
─Es mi hija, mi responsabilidad, y no permitiré que nada malo le ocurra─ se defendió el de ojos claros, pasando a ser un poco hostil, pero era de entenderse en una situación tal, la que no era culpa de nadie, por supuesto.
Los nervios afectaban de distinta manera a cualquiera, así que no podía juzgar al hombre por querer salvar a su niña, incluso sabiendo que mejoraría, no iba a estar tranquilo hasta verla corretear por la casa y jugando con sus muñecas como de costumbre.
Ella se sentía tan mal, que en los días anteriores no tenía siquiera la fuerza suficiente como para comer por sí misma, de modo que la atendieron lo mejor que pudieron respecto a que era una infante enferma. Ella dijo luego que le gustaba que su padre estuviera ahí para ella, ya que casi nunca paraba en casa por sus obligaciones y que lo extrañaba mucho.
─Lo siento, mi ángel, no he podido estar lo suficiente contigo, pero prometo que de ahora en adelante, haré más cosas aquí en casa ¿Te parece?─ pidió el hombre casi con lágrimas desbordando sus ojos, lo cual afectaba un tanto el tono de voz agradable que siempre tenía.
─Solo si prometes que jugarás conmigo a las princesas─ dijo ella, riendo un poco, y por primera vez en esos dos días, el médico lo hizo también, por ende, Meliza quedó hipnotizada por aquella escena.
La señora de la casa no estaba todo el tiempo ahí, ella respetaba sus horarios de comida y de sueño porque le afectaba mucho a su salud no hacerlo, cosa que nadie le reprochaba, sin embargo, parecía que aquella situación le molestaba.
─Disculpe, señor, sé que no es mi problema, pero ¿Hacia dónde se dirigían los señores hace unos días? De seguro no han podido cumplir con el compromiso, es una pena...─ comentó ella, haciendo que Fernando frunciera el ceño.
─¿A qué se refiere con eso? No hemos salido de casa en quizá un año entero─ le respondió de vuelta él, sin terminar de entender.
─Lo digo porque la señora me pidió hacer la maleta de la señorita Camille, y en eso estábamos cuando se empezó a sentir mal, señor...─ comentó la chica de servicio, con algo de confusión ─También pregunto porque no sé qué hacer con el equipaje, si mantenerlo hecho o volver a colocar todo en su sitio, disculpe mi intromisión─.
─¿Qué dices? Si no tenemos ningún plan de marchar por ahora─ continuó el hombre, sin poder creerlo ─Guarda todo de nuevo tal y como estaba, debo hablar con mi esposa─.
Al decir aquello, caminó directo a la habitación principal de la casa, donde se encontraba Caterina más que tranquila acomodada en cama para dormir ya, pero igual si se le miraba fijamente parecía perturbada por algo más allá del entendimiento.
─¿Qué significa eso de querer llevar a la niña a otro sitio, Caterina? ¿Planeas abandonarme?─ preguntó con un tono de voz alto el señor de la casa, haciendo que la mujer perdiera la poca tranquilidad que había logrado conciliar.
─Solamente quería llevarla de visita con mis padres, pero ni siquiera una sorpresa puedo darte ahora... ¿Ha sido Meliza la boca floja?─ continuó ella, sin querer aceptar que el error venía de su propio comportamiento.
─No importa quién me lo haya dicho, porque no fuiste tú. Claro que puedes llevarla cuando quieras, pero mínimo deberías consultarlo conmigo antes de hacerlo, podríamos haber ido todos en unas vacaciones─ comentó enfurecido él, al saber que era cierto y que ella quería pasar por encima de su autoridad como jefe de familia.
─Te lo iba a decir, no seas dramático, Fernando─ continuó ella, sintiendo que le dolía fuertemente la cabeza, así que la sostuvo entre sus manos.
─¿Cuándo planeabas decirlo? ¿En el instante en el que salieran de casa y me dejaran hablando solo como un imbécil? Que no se te olvide que este matrimonio solo ha sido un arreglo, prometiste cumplir con tu papel de esposa y de dama, no estamos en los dominios de tus padres para que actúes a tu conveniencia, esta es la vida real, y si hicieras tal cosa, todos dirían que me abandonaste ¿No has pensado en eso?─ fue lo próximo que dijo el hombre, colocando sus brazos en jarras, caminando de un lado al otro con poca tranquilidad.
─Nunca te abandonaría, ellos me pidieron que les enviara a la niña unos días, irá en compañía de Meliza, nunca planeé salir de aquí, si es eso lo que te molesta─ se hizo la víctima Caterina, como millones de veces lo hacía para librarse de la responsabilidad sobre sus actos.
─De verdad cada día se hace más y más difícil convivir contigo, no tengo idea de cómo hemos terminado así, pero a Camille no la llevas hasta que yo no de el permiso, está muy débil, y lo estará por algún tiempo luego de esta enfermedad, no es cualquier cosa─ dijo como palabra final el hombre y se retiró de la habitación sin más, dejando a una alterada Caterina dentro.
Su matrimonio cada vez más se dejaba llevar por lo terrible de las peleas, conflictos y malas maneras de actuar, se estaba hundiendo como un barco a la deriva en medio de una tormenta. Pocas personas sabían que ese matrimonio era arreglado, pero la mayoría de los de alta sociedad lo eran, de modo que nada podía preocuparles sobre esto, casi siempre la infelicidad era notoria en las parejas adineradas.
Fernando se sentó en el sofá de la sala, dejando reposar su cabeza entre los brazos, ya que se había afincado de sus propias piernas, acompañado de un cojín de seda que se hallaba antes sobre el mueble. Cuando Meliza lo encontró así, solo pudo sentirse triste, ya que nunca había visto que su actuar fuera similar a ese en ningún sentido.
Se acercó a preguntarle si quería al menos un té para calmar los nervios, pero este negó rotundamente, sin querer siquiera algo de contacto verbal con ella, y lo entendió a la perfección, a veces los demonios acechaban tan fuerte que lo único que quedaba por hacer era fingir ser fuerte hasta que ya no fuera una farsa por completo.
Durante muchos años, aquella casa había permanecido intacta en cuanto a peleas y demás, pero en los últimos meses, parecía ser que todo estaba saliendo mal, y no había día en el cual los señores no pelearan, no se odiaran y no dieran a entender tal cosa frente a su hija.
Camille era fuerte y muy decidida, aunque fuera todavía una infante sin consciencia propia. Ponía todo su empeño en que sus padres se sintieran orgullosos de ella, tanto que no debieran pelear ni frente a ella ni a sus espaldas, quería que ellos fueran felices juntos de nuevo, como cuando estaba más pequeña, ya que siempre la consentían en todo, pero de un tiempo para acá, las relaciones se habían enfriado bastante.
Su madre nunca fue muy cariñosa, pero le demostraba que la quería en incontables ocasiones, o al menos eso creía su mente de pequeña niña inocente, la cual solo le creía a sus padres lo que dijeran, y tampoco era que tenía otra opción.
En medio de su malestar, pudo soñar con una vida feliz, con unos padres amorosos que se amaban entre sí y con poder ir a la escuela y ser la mejor en todas las clases que impartieran los maestros, incluso aunque ya fuera así.
Soñaba con un mundo ideal en donde la guerra y el hambre no existieran, donde todo fuera suave y de color rosa, quizá así las personas fueran más felices y se preocuparan menos por lo que sucediera alrededor.
Sabía que muchas personas juzgaban a sus padres por no ser la típica pareja entregada que se viera en otros núcleos familiares, pero a ella poco le importaba cuando sabía que ambos eran genuinos consigo.
Varias veces recibió comentarios como que sus padres no la querían y solo la pondrían a estudiar como una mula para que generara ingresos cuando fuera mayor, pero Camille nunca hacía caso de las malas lenguas, quienes solo querían algo de atención y no podían conseguirla dentro de su propio hogar, eso le había dicho Meliza, y le creía por completo.
Nadie que quisiera de verdad a su familia opinaría así sobre ellos y sobre los demás, por eso siempre que le decían algo negativo, ella continuaba haciendo lo propio, ya fuera para que se molestaran más o para que cayeran en cuenta de que no todo era malo en el mundo, quizá debieran repensarlo todo.
Pensaba en sus bonitos vestidos que eran hechos a su medida, y los cuales podía elegir a su gusto, en las cintas de los lazos para el cabello y en las medias para sus piernas, sin olvidar los zapatos que pudiera decidir por sí misma. Le encantaba la moda, y es que las telas tenían tanto de belleza en sí mismas que era imposible no admirarlas con toda devoción.
No podía decir aquello de que le gustaban tanto las telas, pues su madre le dijo una vez que ese tipo de sueños eran mediocres, que ella debía apuntar más alto, y aunque entendió lo que quiso decir, no pudo dejar de creer que las telas que vestían a las personas jugaban un papel fundamental.
Las distintas combinaciones de texturas, colores y formas hacían ver a unas personas hermosas y a otras no tanto, por eso ella quería que todos tuvieran felicidad acorde a sus cuerpos, algo que no era muy fácil de conseguir en esa sociedad tan gris como la veía ella.
No sabía por qué el color de los caminos en aquel pueblo eran color gris, ni porqué el cielo parecía todo lo contrario en esa época del año, viéndose tan colorido y feliz que hacía un gran contraste tanto con la gente como con la decoración de los lugares, pero esas solo eran cosas que los grandes podían ver y ella no.
Su padre le dijo una vez que mientras más imaginación tuviera, mejor le iría en la vida, por eso trataba de hacerla viajar, para no dejarla obsoleta sin que viajara con su tren de pensamientos, el cual llegaría a la estación cerebro para verificar que todo estuviera en orden y seguir proyectando películas increíbles en sus sueños.
A veces soñaba que volaba, pero en otras ocasiones se transformaba en algún animal existente, a veces era otra persona y al despertar no recordaba mucho de lo sucedido. Le habló de sus sueños a Meliza, quien era la persona en la que podía confiar para decirle todo tipo de comentarios, ella no se alarmaba, sino por el contrario, la instaba a seguir con su imaginación llena de vida y de inocencia.
No sabía mucho lo que eso significaba, pero lo cierto era que no parecía ser nada malo, ya que ella no se molestaba por ningún motivo, en cambio, le enseñaba a hacer las cosas bien, ojalá que todos los adultos pudieran ser así de buenos como quien tenía de ayuda en casa.
No tenía permitido decir nada como eso, pero nadie se encontraba en sus pensamientos para evitar que los tuviera o regular su contenido, lo cual era genial, si se le preguntaba a la pequeña, pues su imaginación siempre era su escape, y lo estaba siendo desde los últimos meses para evitar escuchar a sus padres pelear por cosas mínimas, las cuales no deberían tener tanta importancia.
Finalmente, la niña cayó en un sueño profundo por primera vez desde que se enfermó, en donde las hadas le cosían un vestido a base del rocío de la mañana.