Un día más de servir a los señores, Meliza comprendió que su lugar no podría subir más de allí si seguía siendo solo una chica del servicio, sin embargo, le agradaba aquella familia, no del todo, pero se acostumbró bastante rápido a lo que fuera la rutina de ayudarles a continuar de manera satisfactoria con el día.
La mujer arregló su moño frente al pequeño espejo que había encima del tinajo donde solían lavarse la cara, viendo cómo tenía varias ojeras de no haber logrado conciliar el sueño de la mejor manera en las últimas noches, y eso le estaba pasando factura sin duda alguna.
Terminó de ajustar su uniforme, y entonces la jefa del departamento de servicio, quien era una mujer sombría de cara misteriosa y un tanto hostil, debido al carácter tan fuerte que poseía, se le quedó mirando desde atrás, como si quisiera decirle algo, esto lo notó también con ayuda del espejo.
─¿Desea decirme algo, doña Edelmira?─ preguntó ella, sin esperar a que la contraria hablara.
Una vez que volteó, la mujer de entrados años y de rostro arrugado asintió desde su lugar, sin la más mínima expresión de empatía, en realidad era de esos días en los cuales los demás parecían molestarle más de la cuenta.
─Quería preguntarte si tienes algún familiar cercano, alguien a quién recurrir en caso de emergencia, muchacha. Ser parte del servicio no es tarea fácil, ya deberías saberlo─ dijo la mayor, pero Meliza no se creyó que solo fuera eso lo que quería comentarle, ya que el modo en que la miró le causó más que escalofríos.
Ella, sin embargo, no supo qué decir, tuvo que pensarlo por unos segundos.
─Por los momentos, no tengo a ningún familiar cercano, me temo que la muerte o la enfermedad han de tomarme desprevenida y sola, pero no se preocupe, no soy de las que tiende a enfermar, se lo aseguro─ fue lo que dijo, librándose apenas por unos momentos de lo que sería un sermón muy largo antes de llegar siquiera a su jornada laboral.
─Eso espero, muchacha, ahora ve a hacer tus labores, se te ha hecho tarde por andar mirando tu reflejo─ le dijo ella, sonando mucho más malvada de lo que en realidad se veía.
Meliza se preguntó por qué a algunas personas les agradaba tanto amargar el día de los demás sin una razón de peso tras ello, pero no le conseguiría respuesta jamás, de eso estaba muy consciente.
Asintió ante lo dicho por la mujer y bajó de inmediato a la casa de sus amos, así que entró por la puerta de servicio, la cual daba directamente a la cocina de los bonitos pisos de los señores.
Una vez que estuvo allí, comenzó a cocinar sin siquiera prestar atención a nada más, el desayuno casi siempre tomaba mucho más tiempo de lo requerido para realizar una comida, no porque fuera difícil, sino porque a todos allí les agradaban cosas distintas para tomar a primera hora del día, así que complacerlos a todos era una tarea ardua, pero que quizá solo ella pudiera cumplir a cabalidad y a tiempo, ya que según los testimonios de las demás chicas del servicio, los señores La Sallei eran demasiado exigentes como para conformarse con alguna chica, así que el trabajo casi siempre lo dividían entre dos doncellas, solo hasta que ella llegó.
Tuvo suerte de que los amos la contrataron de nuevo luego de sus descuidos, ya que no sabría qué otra cosa hacer en aquel pueblo tan moderno.
Seguro tuvo algún entrenamiento viviendo con un esposo abusivo y una niña recién nacida a los que debía atender como si su vida dependiera enteramente de eso, y en cierto modo lo hacía, aunque no le gustara admitirlo.
No se había parado a pensar en lo que realmente pudo suceder con aquel hombre ¿Y qué si lo había matado? ¿Eso la convertía en una asesina o simplemente podía hacerse pasar por defensa propia?
Las dudas la asaltaban mientras preparaba los alimentos en bandejas finas para llevarlas al comedor. Miró la hora en el reloj y se dio cuenta de que la hora del desayuno había empezado hacía dos minutos. Sus ojos se expandieron y aceleró el paso, adentrándose en la sala para colocar todo en su lugar.
Ya los señores se hallaban en sus puestos, al igual que la niña de ambos, quien la miraba con una sonrisa, saludándola con la mano, a lo que ella le guiñó un ojo, y le dedicó una sonrisa.
Una vez que la comida estuvo servida, los señores comenzaron a comer y degustar como si se tratara de jueces aquella comida. El médico no parecía quejarse en absoluto, pero la mujer de la casa, sí que tenía cara de disgusto.
─Vaya, pero es que ni hervir un huevo sabes ¿Acaso debo repetirlo? He dicho que me agrada que quede suave por dentro, esto parece una piedra─ le informó, dejando caer el huevo y su pequeño pedestal al suelo de la manera más déspota que le había visto a nadie hacer.
El señor Fernando se quedó unos segundos en blanco, sin poder asimilar lo que acababa de ver, pidiendo disculpas con su rostro, pero a Meliza aquello no la convencería. Simplemente tomó las cosas del suelo, asintió y las llevó de nuevo a la cocina para repetir la comida de la señora de la mejor manera que pudiera, así empezaba a ser su día a día, pero ya estaba acostumbrada al maltrato, por muy triste que esto sonara.
Cuando repitió el desayuno de la señora, esta ya no lo quería, en cambio, lo despreció una vez más y se levantó de la mesa con una mirada totalmente furiosa a los demás allí presentes, como si no comprendieran su sufrir.
Meliza tuvo entonces que hacer de tripas corazones para agradar de nuevo a la señora, mostrándole los arreglos que le hizo al vestido más querido para ella, como lo pidió e incluso mejores.
Ella miró la pieza en la cama con cierto aire de desprecio, sin embargo, la tomó entre sus manos y comenzó a mirar a detalle lo que le había colocado la mujer del servicio. Tocó cada una de las incrustaciones y del encaje a ver si encontraba algún error en la costura, por mínimo que fuera para poder explotar y regañarla como era debido.
No encontró nada que pudiera inculparla del todo, así que simplemente respiró profundo y continuó con su rutina de vestirse para empezar con el día en buen pie.
Meliza la ayudó en todo lo que pudo para que se viera reluciente de esquina a esquina. La mujer se vio en el espejo a cuerpo completo con una sonrisa de satisfacción que nadie podría siquiera imitar nunca.
Un escalofrío recorrió la espalda de la chica de servicio, sin saber muy bien por qué, pero no le prestó para nada atención a esto, pues no quería arruinar nada más ese día.
Su cabeza dolía por haber estado ideando un plan para salvar a su hija en compañía de su hermano Henrich cuando se vieron hacía un par de horas a escondidas, logrando entablar una conversación de enjundia por primera vez en años.
Ella lo había extrañado muchísimo, era incapaz de decir cómo había sucedido todo, pero lo único que recordaba sobre su separación era la extraña convicción que tuvo su madre de querer hacerla contraer nupcias con un sujeto desconocido solo por tener terrenos y una empresa de vinos.
Era cierto que su situación económica no era la mejor, pero ella como madre no se veía regalando a su hija en brazos de un hombre al cual nadie conoce, y en el cual no existe confianza, eso marcó la vida de Meliza de principio a fin, por eso tenía que ir a por su bebé lo más rápido que pudiera.
Apenas lograra reunir algo de dinero, la llevaría con ella a un lugar donde pudieran vivir tranquilas sin la molestia de ningún hombre tan lleno de malicia como lo era su padre.
En eso pensaba la servidumbre cuando se dirigía de nuevo al pozo a buscar agua, solo que allí, a unos cuantos pasos, se hallaba el señor La Sallei, quien con todo el gusto del mundo hablaba animadamente con varios señores de la misma clase social suya.
El médico se veía tan guapo como siempre, en su traje que debía ser hecho a la medida con las mejores telas en vanguardia.
De repente, no se dio cuenta de cuándo la cubeta estaba llena de agua, cuando esta mojó sus pies, así que volteó a verse, sintiendo sus mejillas arder la sentirse tonta por lo que acababa de ocurrirle.
Ahora su falda estaba mojada y sus pies hacían un pequeño charco en el suelo, así que las demás doncellas que pasaban cerca que eran de otras viviendas le miraban con cara extrañada. Ninguna fue capaz de ayudarla, pero sabían su situación con bastante medida.
Parecía que querían burlarse de ella, pero no se dejó amedrentar por esto, ella era una chica que siempre daba lo mejor de sí, por lo que tomó la cubeta llena de agua y salió de allí con toda la buena disposición del mundo, como si nada hubiera ocurrido.
En eso, el médico la tomó por el brazo, haciendo que volteara de inmediato. Ella al ver de quién se trataba, palideció un poco, sin saber qué hacer, pensando que ya le sobrevendría un buen sermón más.
Tragó saliva con fuerza, sin saber qué más hacer sino quedarse allí a escuchar lo que tenía por decirle, aunque se sintiera tonta al saberlo.
—Meliza, aquí está. Quería proponerle que comenzáramos hoy con las lecciones básicas de medicina, la necesito para los días venideros, ya que habrá una jornada de prevención contra la fiebre amarilla y su ayuda vendría muy bien— comentó el hombre con una voz profunda pero amable, tanto así que la chica se sintió en el mismísimo cielo en ese instante, pero volvió a la tierra cuando volvió a sentir el agua en sus pies.
—Por supuesto, sería un placer ayudarlo, señor. Solo dígame qué tengo que hacer— pidió ella, estando aún bastante avergonzada por lo sucedido en la fuente.
—Primero que todo, debería dejar esa cubeta e ir a limpiarse, estará conmigo todo el día. Le diré a alguna de las doncellas que la sustituya hoy— le comunicó, así que la mujer le miró a los ojos con entero asombro, asintiendo, sin saber muy bien qué otra cosa decir.
Hizo lo que le pidió el señor, así que subió al altillo a cambiarse de ropa lo más rápido que pudo, incluso cambió su peinado a uno más informal, como los que cargaban las enfermeras en esa época.
Una vez que estuvo lista, bajó al piso de los La Sallei, entrando por la puerta de servicio, siendo que llegó a la puerta del despacho del hombre y tocó una vez ni tan fuerte ni yan bajo.
Dos minutos después salió el hombre, quien abrió la puerta. Este se había quitado el saco y ahora se encontraba en camisa manga larga y un chaleco bastante elegante que le quedaba a la medida, combinando de cierta forma con sus ojos.
Le hizo señas de que pasara a la habitación con él, dándole la opción a sentarse en la silla frente al escritorio que tenía allí dispuesto.
Meliza hizo caso, y entonces con todo el recato del mundo tomó asiento donde le fue indicado, estaba sumamente nerviosa, pero feliz de hacer otra cosa que solo cocinar, lavar, limpiar y coser.
El hombre extendió varios tomos de libros muy gruesos, a lo que ella solo pudo ver aquello con asombro, observando los diversos títulos que ponían en frente.
Le pidió que escogiera uno, de modo que tocó el de la izquierda, el cual decía "Nociones de anatomía humana". Ella sabía leer, pero le costaba a veces saber de primera mano qué significaban algunas palabras, solo que eso no lo mencionaría ni por un segundo al señor, pero este parecía comprender su situación, así que le explicaba con paciencia.
Por un momento deseó que su situación fuera distinta, porque entonces tal vez se podría permitir tener un pequeño amor platónico por el médico, pero eso era imposible.