Capítulo Ocho: Parto.

2088 Words
La primera lección como asistente del médico que tuvo Meliza fue todo un éxito, a pesar de que ella no estaba enterada de muchos de los conceptos y leer fluido no era lo suyo. El señor La Sallei le dejó entonces como tarea que buscara la manera de leer el pequeño ejemplar que le regaló para que se instruyera un poco más, no solo en cuanto a las nociones básicas, sino también en su lectura, ya que defendía que ella tenía un potencial muy grande, que sería una pena desperdiciar. Aunque Meliza jamás en su vida había estado tan cerca de un médico y su labor como tal, le estaba encantando el hecho de poder tener visibilidad más allá de ser solo una chica del servicio, sin nada más que acotar. La señora de la casa solo la veía de vez en cuando de reojo, pues no le gustaba en lo absoluto que compartiera tanto tiempo con su esposo dentro de su despacho, de algún modo le parecía que le sería infiel con nada más y nada menos que una chica de tan baja calaña como esa campesina, como solía llamarle cada vez que podía. No importaba cuántas veces su esposo le advirtiera que tratar así al servicio era déspota y que no lo aprobaba para nada, pues ella no le hacía caso en esto, solo trataba de ser un poco más amable cuando él estaba presente, pero una vez que ponía un pie fuera, las cosas eran muy diferentes. La manera en la que mandaba sobre ese piso le hacía pensar que la mujer creía ser dueña no solo de su fortuna, sino también de las personas y los objetos que estuvieran en su territorio, y Meliza se sentía así, al borde de un precipicio en donde no le quedaba mayor opción que simplemente hacer lo que le era solicitado, por difícil que fuera. Al terminar la primera clase con Don Fernando, ella quedó mucho más encantada con la forma de este desenvolverse, era muy inteligente y amable, un hombre ejemplar, sin duda alguna.  Meliza se encontraba soñando despierta sobre el hermoso rostro de su patrón, cuando la esposa de este se cruzó en su camino, ella iba acompañada por dos señoras más de alta sociedad, quienes la miraban de reojo con la misma burla que lo hiciera la de cabellos claros desde que llegó allí, como si con eso pudiera demostrarle que valía más que ella. La de tez morena bajó la cabeza, ya que no le quedaba de otra desde que era parte de esa casa y tenía que obedecer a los señores. ─¿Se puede saber qué haces ahí parada como pasmarote? Todavía veo polvo en los muebles de la sala y la platería está terrible en cuanto a brillo─ habló, refiriéndose a cada detalle que pudiera culpar directamente con la chica del servicio, ya que no hallaba qué más decirle, porque el resto de la casa estaba impecable, además, la comida era quizá la mejor que hubieran probado luego de varios años. ─Dispense, señora, estaba a punto de ir a hacer la colada, y también repasar lo que ha dicho─ comentó, tratando de ocultar el tomo que le dio el médico. ─Espero que lo hagas... Además ¿Qué es eso que escondes? ¡¿Acaso nos estás robando en la cara?!─ continuó la mujer, tomando el libro en sus manos con toda la malicia del mundo, riéndose en su cara cuando vio el título de este ─Por favor, bájate de esa nube, las mujeres no son médicos, ni lo serán jamás─ exclamó con burla, haciendo que las demás señoras presentes le siguieran la corriente, tapando sus rostros con abanicos de distintos patrones interesantes. ─No son médicos por ahora, pero sí que existen enfermeras...─ comentó por lo bajo Meliza. ─¿Escucharon eso, señoras? Esta campesina me acaba de rebatir una frase─ dijo ella, con un rostro de incredulidad ─Lo que les toca a las que tienen una gran bocota es pasar el día entero sin comer ni un trozo de pan, ni beber una sola gota de agua ¿Es ese suficiente castigo, o tendré que ir más allá?─ colocó una mano en su rostro, como si pensar en ello le llevara demasiado. Las mujeres en grandes vestidos solo asintieron sin saber qué más decir, pero una de ellas le miró directo a los ojos, comos si comprendiera su situación, pero no pudiera hacer nada más para ayudarla a salir de allí. En eso, el médico salió de su despacho con el ceño fruncido. ─He escuchado lo suficiente como para saber que no tratas adecuadamente a los empleados domésticos, Caterina ¿Qué somos? ¿Bárbaros?─ le discutió su esposo, mencionando su nombre de pila por primera vez desde que la morena les servía con toda la buena disposición. ─Oh, no, querido. Los bárbaros han quedado atrás hace un buen tiempo, pero ¿No has visto la manera en la que se dirige a mí? Tiene que aprender modales de alguna manera, y por lo que veo, no serás tú quien se encargue de ello, alguien tiene que hacerlo. Sino ¿Qué puedo esperar? ¿Que me asesine mientras duermo?─ se hizo la víctima de la mejor forma que pudo, pero el señor La Sallei estaba harto de eso. ─No te asesinará mientras duermes, de eso puedes estar segura. Esta muchacha me ha ayudado a curar a más enfermos de lo que has llegado a ver en la vida, a pesar de ser una novata, y además no es ninguna ladrona, es mi alumna, y por eso le he dado ese tomo de medicina. Te prohíbo que vuelvas a llamarle así, o siquiera insinuarlo hasta que no tengas una prueba contundente de lo propio─ dijo firme el hombre con el ceño fruncido, tomando el libro entre sus manos para devolverlo a la joven sirvienta, quien solo quería que la Tierra la tragase. ─Entonces ¿La defiendes a ella? Qué descaro has demostrado tener, Fernando, me decepcionas─ le respondió la señora de la casa, teniendo lágrimas en sus ojos, como si le doliera demasiado aquello. ─Por favor, no sigas, Caterina. Ya es suficiente─ le contestó él, tomando su maletín de la mesa donde lo había colocado momentos antes ─Ahora, si me disculpan, debo ir a atender un parto─. El hombre salió de la sala con toda la disposición de continuar con su día, por muy arruinado que estuviera debido a lo acontecido hacía unos instantes.  Su camino no sería del todo fácil para llegar hasta el pueblo más cercano, lo que llevaría al menos una hora de camino en la cual los caballos parecían volar por medio del aire para llevarle hasta el lugar donde estaba dispuesta la humilde casa. A pesar de tener que ir a visitar a una señora de altas alcurnias que se encontraba en la misma situación, prefirió que de camino aliviara a la mujer pobre, la que quería dar en adopción al pequeño bebé que nacería después de un par de horas. Una vez que llegaron a la ubicación, él bajó a toda velocidad para poder llevar a cabo lo que tenía que hacer para traer a un nuevo ser al mundo, lo cual no era una tarea del todo sencilla. A pesar de que muchos médicos vieran desde un principio si un embarazo salía adelante o no, en esa época eran muy precarias las normas a cumplir para que un parto se diera, aún cuando la esperanza fuera poca. Él sabía cómo hacer que un feto con el cordón umbilical atado al cuello naciera, lo que comúnmente se conocía como que el bebé venía de pie, una afirmación que más de una madre dejó dicha tras haber sobrevivido a duras penas a dichos procedimientos que otros doctores no sabían enfrentar. Por suerte, el señor La Sallei tuvo una educación pulcra debido a que sus padres le dieron lo mejor que tenían, sobre todo teniendo en cuenta que era hijo único, además, ellos eran parte de la familia real, solo que al hombre le molestaba demasiado tener que ser parte de un ducado. Ellos querían que él tomara las riendas de lo que sería en un futuro los compromisos con la corona, pero era un rebelde de siempre, por lo que quería ceder su título a cualquier otro ser respetable de alta sociedad, que fuera capaz de oler las faldas del rey a como diera lugar.  Ese destino no era para él, no para un hombre decidido que ya tenía un destino. Si los demás en su vecindario se enteran de tal cosa, entonces no se separarían de sus pies, como si mereciera algo más solo por tener un título otorgado por la corona. La reina misma había solicitado su presencia varias veces para convencerlo de que tomara la oferta de su esposo, pero no quería, eso sería rebajarse a seguir las órdenes de alguien más, cosa que jamás pasaría a hacer mientras tuviera elección. Ser médico era mucho mejor que tener que firmar sentencias de muerte y servir de detective privado e incluso tutor de los hijos del rey, quien estaba loco como una cabra. Para guiar a esa familia hacía falta más que solo educación, por eso y muchas cosas más, elegiría a la medicina por encima de cualquier otra cosa, ya que así al menos tendría algo de autonomía. Al pensar en eso, su cabeza daba miles de vueltas, pero como lo único que quería en la vida era ayudar a los más necesitados, sanar a los enfermos, entonces su deber era concentrarse en lo que respectaba a sus obligaciones en el momento. La mujer le miró desde su lecho con los ojos más turbios y llenos de tensión que había visto jamás, pero aún así, tenía la humildad como para tomar su mano entre las propias y rogarle que salvara a la criatura, incluso si ella no salía adelante, así quisiera darlo en adopción. Allí se dio cuenta de que la razón principal por la que lo estaba dejando no era porque quisiera, sino porque no tenía los recursos suficientes como para mantener una boca más en un lugar tan recóndito y lleno de miseria. El doctor La Sallei tenía en sus hombros la responsabilidad no solo de hacer que una criatura naciera, sino que además debería dejarlo en algún sitio donde su futuro fuera prometedor, y la ayudaría en todo lo que pudiera, pero no podía prometerle nada a una mujer moribunda. Por el momento, comenzó con el procedimiento, haciendo que la mujer dejara de pujar, aunque se le vinieran las ganas y estuviera ya dilatada. El bebé iba con el cordón alrededor del cuello, por eso tuvo que introducir su mano dentro de la mujer para palpar al feto y liberarlo con unas cuantas vueltas de su destino terrible. Una vez que pudo tener al recién nacido en los brazos, sonrió para este con alegría, al ver que continuaba con vida, y que su madre todavía tenía un pulso fuerte. Cortó el cordón con ayuda del padre del bebé, y entonces hizo lo necesario para que el pequeño respirara. Las mujeres de la casa lo ayudaron a atender al nuevo integrante de la familia, y lo cierto fue que una vez nacido, ellos no querían dejarlo ir. El médico tuvo que hacer de tripas corazones para poder llevarse a aquella criatura, sabiendo que allí no tendría un futuro bueno, por mucho que lo intentaran, y llevar a un pequeño al mundo a pasar trabajo no era algo bueno. Cuando su trabajo allí estuvo hecho, se marchó con el corazón en un puño, teniendo a un bebé allí en los brazos entre varias cobijas. Sentía que lo que hacía no estaba bien, pero su obligación como médico y como profesional iba más allá de cualquier cosa. El deber llamaba cuando menos se lo esperaba, y ahora le tocaba ir hacia la casa de la mujer pudiente a atender otro parto más. Le dolía la cabeza, pero allí no podía descansar, ya que tenía que estar alerta por la responsabilidad que tenía entre manos, literalmente. Apenas llegó a la casa en donde atendería a la mujer, en la entrada le recibieron varias mujeres del servicio que se veían preocupadas por su señora. El médico les encargó a la criatura, diciendo que nadie podía saber de su existencia mientras él estuviera allí, y así lo hicieron. La vida no siempre era fácil, en realidad, las pruebas más difíciles las ponía día con día, solo quedaba enfrentarlas.
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