La reina ese día amaneció con un presentimiento que no llevaría nada bueno, por ello, se comunicó de inmediato por medio de una carta hasta la casa del hijo de los duques de La Sallei, quien tenía una hermosa niña de cinco años, por lo que pensó en algo.
Aquella niña debería llevar una buena educación para que pudiera recibir el título en caso de que su padre no lo quisiera, ya que no desearía que ninguna otra familia tuviera ese título, no las hallaba lo suficientemente serias ni buenas en lo que hacían como para ofrecer estar al servicio del rey.
Ese era un trabajo digno de una familia respetable con gentes de bien, como lo era los que ya habían elegido hacía años.
Una de las doncellas de la reina le preguntó si colocaba otra cosa en la misiva que les llegaría al edificio de la calle Pintos, pero entonces la mujer pensó en algo más y le dijo que lo anexara a aquel sobre que sería enviado y sellado con la cera real, un azul bastante llamativo con detalles en dorado.
Sabían que el médico escondía su identidad a más no poder, y por ellos no había problema hasta que no se diera el tiempo de la coronación, el cual sería una vez que tuviera lugar la muerte de los antiguos duques o su renuncia ante la corona, siendo lo último algo imposible conociéndoles.
Tenían tiempo suficiente como para saber a quién querrían que estuviera luego del poder actual, por eso las ideas y el tiempo no estaban tan cerradas.
Todavía les quedaba tiempo para educar a alguien que pudiera tomar el control sin ningún tipo de miramientos. Cuando la hija de Fernando pudiera alcanzar la mayoría de edad, la casarían con alguien más de la nobleza, preferiblemente elegido por la corona para que así pudieran continuar con el legado que querían mantener.
Aunque ella como reina dio a luz a tres hijos, sabía que solo uno se merecía el título de rey, sobre todo porque su actitud era la más correcta, siempre impecable, no dejaría que todo se volviera un desastre, a diferencia de sus hermanos, quienes no se tomaban nada en serio.
Lo que respectaba a los deberes reales no podía ser tomado a la ligera, por esa razón, quienes pertenecían a la familia elegida de ese territorio, tenían que saber llevar las responsabilidades que se les otorgaba con el título.
Una vez que la mujer de servicio le hubo hecho el sello a la misiva, salió de la habitación con decisión a entregarla al chico de los recados que toda casa respetable debía tener.
El carruaje salió con este chico directo a donde la carta debía ser entregada, el cual sería un trabajo arduo y perfecto para ellos, ya que los asuntos de la reina eran confidenciales y nadie más podía llevar o ver esa información, eso sería terrible para todos, o eso les habían inculcado a los trabajadores de la casa real.
Llegar hasta ahí no era tarea sencilla, en realidad todos los filtros que tenían para escoger eran tan estrechos que lograr estar entre esas paredes era casi impensable.
Muchos de los empleados domésticos los escogía la propia reina, quien debía saber diferenciar entre las buenas y malas intenciones de la gente, cosa que no siempre era fácil, pues esconder las intenciones era algo propio de las personas más necesitadas, y se habían dado sus casos en donde salía burlada la familia real, así que buscaban en lo posible que no se repitiera, pero era difícil saber a simple vista.
El chico de los recados tenía aquella carta en la mano, y aunque la curiosidad lo invadía por completo, no hizo nada por leer lo que ese papel contenía, eso no era de su incumbencia para nada, pero si tenía la oportunidad de escuchar algo acerca de lo que ahí ponía, podía empezar a sentirse importante al conocer algún que otro secreto sobre la familia más grande del territorio en general.
Mucho le había tomado entonces no abrir el sobre, pero lo logró hasta llegar al lugar indicado para entregarlo, el cual era un edificio de once pisos bastante elegante, muy sobrio pero lleno de lujos desde el suelo hasta los balcones, siendo que allí solo habitaban gentes nobles.
Observó a una que otra sirvienta saliendo y entrando por una puerta secreta a un lado del edificio, así que decidió preguntar a una dónde quedaba el edificio que buscaba, y ella le contestó con una sonrisa que era ese mismo.
Preguntó entonces por la familia La Sallei, así que esta le comentó cómo llegar hasta ese piso, el cual no estaba tan cerca de los pisos bajos, por lo que sus piernas llegaron algo cansadas arriba, pero no se quejó en absoluto.
Cuando llegó hasta el piso, tocó casi con desesperación para que supieran que llevaba prisa, ya que a la reina siempre le gustaba que entregara todo a tiempo, incluso si no se trataba de algo urgente, la persona debía recibir aquello con premura, fuera lo que fuera.
El chico hacía todo lo que estuviera en su mano para que los pedidos de la familia real llegaran a tiempo en las mejores condiciones, aunque el trayecto fuera difícil. Mientras tanto siempre dejaban a otros varios chicos que se encargaran de atender a los reyes en cuanto quisieran y pidieran sus bocas reales, las que importaban más que cualquier otra, por tonto que sonara.
Cuando tocó la puerta, quien abrió fue el servicio, quien era una chica de tez morena y cabellos lisos hermosos, pero el chico no iba allí para fijarse en el físico de las mujeres, por lo que de inmediato preguntó.
─¿Es esta la casa de los La Sallei? Me urge entregarle algo al señor─ fue lo que dijo, casi sin aliento por haber subido tan rápido todos esos escalones matadores.
─Sí, es esta la casa ¿Qué desea hacerle llegar a mi patrón?─ quiso saber ella, con el rostro serio, pues este denotaba cierta preocupación por la manera en la que el chico se anunció.
─Es una misiva, viene por parte de la familia real y es urgente, soy el asistente de la reina─ comentó el chico, tratando de arreglar sus ropas, las cuales sintió un tanto ridículas estando frente a la chica.
─Vale, entonces puede dejarla conmigo, el señor no se encuentra, pero apenas tenga la oportunidad, se la haré llegar─ confió la servicio, pero el hombre negó de inmediato con la cabeza.
─No importa lo que haga falta, si es esperar, lo haré, pero es un asunto confidencial que no puedo dejar a manos de un tercero, sea quien sea─ aclaró el más alto, teniendo el sobre en su mano como si sostenerlo fuera sostener sus propios latidos del corazón.
─Entiendo ¿Quiere pasar? El médico tardará todavía más de lo usual, ha salido a atender un parto─ le dejó saber la chica, atendiéndolo lo mejor que pudo.
Una vez que llegaron hasta la sala de estar, ella le dijo que podía sentarse en el sofá a esperarlo, pero que si quería algún tipo de comida para pasar el trago amargo. El de la casa real asintió y pidió un vaso con agua, muy feliz por la atención, ya que jamás le habían tratado tan bien al tratarse de un simple mensajero.
Le agradaba la manera en la cual la mujer se desenvolvía, cosa que no era propia de casi ningún servicio, quienes hacían las cosas, casi como si fueran autómatas, o alguna especie de ser en trance en vez de una persona con sentimientos y preocupaciones.
Más de una vez se sintió desolado dentro de las paredes del palacio, que aunque era muy bello, no lo era del todo cuando se trataba de querer sentir empatía por parte de los demás en su vida, en especial los jefes que solían tratarle.
Nunca pensaban en ellos como personas, solo se limitaban a darles órdenes y ya.
Cuando Meliza le entregó el vaso con agua al chico, además le llevó un poco de leche y galletas para que no estuviera tan solo mientras esperaba, ya que sabía que el camino debía ser largo, sobre todo por cómo lucía el chico.
Él sonrió abiertamente al ver la bandeja con distintos dulces allí dispuestos, como si fuera un gran señor y mereciera toda la buena atención del mundo.
─Muchas gracias, no se hubiera molestado─ comenzó él, pero lo agradecía inmensamente.
La muchacha solo le sonrió de vuelta y le dijo que perdiera cuidado, pero entonces, en medio de la oración, apareció la señora de la casa, con una mirada fría se congeló en medio de su andar al ver a un hombre instalado en su sala comiendo galletas.
─Pero ¿Qué diantres es esto? ¿Caridad?─ preguntó con cinismo ─¿Qué hace este pordiosero en mi casa, Meliza?─preguntó directo hacia la sirvienta, quien se quedó en su lugar como una estatua, mirando hacia el suelo en cuanto escuchó su nombre.
En cambio, el mensajero solo dejó las galletas a un lado con vergüenza y se limpió la boca con la servilleta de tela ahí dispuesta.
Se levantó del sillón y se dirigió a la mujer en vestido de encaje.
─Disculpe, mi señora, no ha sido adrede. Soy el mensajero de la reina, he venido a entregarle algo al señor. Dispense por irrumpir así en su morada─ se defendió él, haciendo una leve reverencia sin mirar los ojos de la mujer.
La de cabellos claros entonces se quedó pensando en qué le habría querido decir aquel chico, pensando en si podría ser verdad que viniera de palacio.
─¿Qué es eso que quiere la reina con tanta premura?─ formuló la mujer en cuestión.
─Entregarle una misiva al señor La Sallei─ respondió el chico con nerviosismo.
─Bien, entonces puede dejarla conmigo, no se preocupe, le haré llegar eso con gusto─ fue lo que dijo la señora, quien acababa de llegar de paseo, y no esperó a la sirvienta para que la recibiera.
El mensajero no hallaba ni qué decirle, así que Meliza habló por él, comprendiendo su situación, pues ella no le temía a la mujer.
─Según es un asunto confidencial, mi señora, por eso debe esperar aquí, es orden estricta de la reina─ dijo Meliza, casi sin temor a nada.
─¿Por qué sigues replicándome, mocosa insolente? He dicho que me entregue la misiva, soy la señora de La Sallei, estoy en mi derecho de saber sobre las andanzas de mi marido, pero si quiere, no leeré la misiva hasta que él llegue─ ofreció la de cabellos peinados a la perfección, haciendo que el mensajero se quedara sin palabras, y la chica del servicio igual.
─Bien, pero que sepa que sigue siendo confidencial... Es de vital importancia que se la entregue─ insistió el encargado de los mensajes.
La señora asintió, esperando que el chico le diera el sobre, como si tuviera algún tipo de problema o algo parecido.
Una vez que el sobre llegó a manos de la esposa del médico, esta sonrió sin sentirlo de verdad y miró al joven como esperando que se fuera, así que se sintió tan incómodo que tuvo que hacerlo. Se despidió de manera formal de ambas mujeres y pasó a que la servicio lo acompañara hasta la salida.
Meliza regresó luego de unos segundos a la sala y encontró que la mujer ya había abierto el sobre y se encontraba leyéndolo en el balcón con suma tranquilidad, algo que hizo que la sangre en sus venas se revolucionara por completo.
¿Cómo podía tener el descaro de siquiera desobedecer a las órdenes de la mismísima reina?
Aún así, no podía decirle nada, ya que era su jefa, en cambio, esta le ordenó que le llevara una bandeja similar al balcón, e igual a su hija en su habitación cuando llegara de la escuela.
La señorita Camille estudiaba hasta las cuatro de la tarde en un colegio católico y muy refinado de aquel gran pueblo, de modo que se comportaba siempre a la altura, era todo un amor.
La sirvienta asintió e hizo lo pedido, comenzando a preparar un postre fresco para cuando llegara el señor a la casa, ya que debía estar cansado luego de asistir tantas horas a diferentes personas, porque tenía claro que él no atendía solo a uno cada vez que viajaba, y en aquella ocasión no debía ser distinto.
Solo quería que llegara pronto para comunicarle sobre la bendita misiva de la casa real.