Eugenia, la madre de la empleada doméstica de los La Sallei y también la esposa de Don Alejo, se hallaba sin encontrar la calma en medio del viaje en tren, estaba desesperada por llegar al destino, pero este parecía no querer llegar de ninguna manera.
El tren se había retrasado todo lo que daba y no había manera en el mundo en que llegaran, y sumado a ello, el calor que hacía se intensificaba con cada minuto que pasaba y todo lo que alguna vez creyó posible se derrumbaba frente a sus narices. Su fuerza de voluntad se le escapaba de los dedos con facilidad.
Tras hacer una última parada, el tren dejó de moverse, y entonces apareció uno de los hombres que trabajaban en cabina, haciendo ver que hasta ahí llegarían por problemas en el mismo transporte, unas cuantas fallas que debían de arreglar lo antes posible, así que pasaban a la evacuación de los pasajeros, quienes debieran esperar por otro tren.
Todos los presentes protestaron con toda la ira del mundo, pues era demasiado injusto que no previeran ese tipo de errores antes de poner en marcha un a máquina a vapor como esa, la cual no era fácil de manejar en ningún sentido.
No tuvieron otra opción más que obedecer al hombre en traje azul oscuro y caminar fuera del tren, dirigiéndose hasta otro andén en una estación desconocida.
Victoria también bajó acompañada del hombre gordinflón y su asistente, quien llevaba varios paquetes pesados en las manos y en donde pudiera, estos tres personajes se colocaron a un lado de la mujer mayor, como si así pudieran perturbarle la paz de alguna manera, y así era, porque no había nada más desagradable que saber que alguien tan horrible estaba a tan escasos centímetros.
La mujer respiró profundo para no dejarse llevar por las circunstancias, pues esa no era su forma de comportarse, a ella le agradaba sobre todo ser quien mantuviera la calma y llevara algo de esperanza a los demás, aunque fuera estricta y seria en la mayoría de los casos.
Si era así de vez en cuando era porque quería que todo saliera al pie de la letra, acorde a lo que tuvieran por hacer y además tenía muy en cuenta que mientras más se esforzaran en lograr lo que quisieran, más rápido se les darían las cosas.
Por mucho que intentara llevar su mirada lejos de los que estaban a su lado, la presencia de estos se sentía fuerte, incomodándola a más no poder, pidiéndole al universo que por favor la alejara de allí.
La rubia solamente se pasaba las manos por el cabello en un intento de arreglarse para pasar la ansiedad, ni siquiera se sentaría, ya que estaba harta de tener que no hacer nada. El calor era infernal y aunque buscara refugio en su abanico floral, este no lograba quitarle casi nada del fogaje que sentía, haciendo que se desesperara en demasía.
Comenzó a caminar de aquí para allá, haciendo que los demás la observaran como si estuviera loca. Aparte de que su vestimenta era demasiado reveladora, su actitud era tan rebelde como la de una adolescente.
Todos trataban de esperar con calma lo que fuera que el destino quisiera hacer con ellos, pero entonces se escucharon unos sonidos de herraduras chocar contra el suelo, lo que indicaba que habían varios caballos yendo directo hacia ellos, algo que no era muy común allí.
Voltearon hacia todos lados con bastante curiosidad sobre lo que sería aquel ruido, pero no lograron divisar nada, solo hasta que varios pasos resonaron en la tarima de madera que fuera la estación de tren.
Se trataba de varios hombres con máscaras color azabache brillante, las cuales les cubrían los ojos de la mejor manera para no ser descubiertos, llevaban armas y vestían al estilo pobre de la región en la que estaban, la cual no era para nada lujosa, sino todo lo contrario, parecía ser solo desierto por todos lados, un desastre total.
Nadie supo qué hacer, solo levantaron los brazos en señal de rendición y pidieron aunque fuera un poco de comprensión a su situación, pero a los extraños forajidos nada les importó, solamente comenzaron a retirar las pertenencias de las personas que pudieran para encontrar lo que estaban buscando, dinero detrás de todo eso.
Varias eran las bandas de ladronzuelos que por allí robaban, pero ninguno de los allí presentes pensó que podía sucederles algo parecido, pero la realidad no podía ser más distinta a lo que las imaginaciones pudieran contener en sí mismas.
Cuando le tocó el turno a Victoria de entregar sus pertenencias, esta rogó para que no le quitaran su carísima ropa de diseñador, y que en cambio tomaran todo el dinero en monedas y prendas que pudiera tener. Los hombres no le hicieron caso para nada y tomaron las primeras tres bolsas que se les viniera en gana, por lo que la chica no dejó de protestar como niña pequeña, haciendo que uno de ellos se molestara tanto que volteara su cabeza con toda la malicia y la apuntara directamente con el cañón del revólver.
─¡He dicho que se calle!─ le exigió lleno de ira, casi disparándole al mismo tiempo, por lo que ella se quedó sin habla, con los ojos un tanto llorosos, mientras que el hombre regordete que le acompañaba intentaba protegerla.
─No hace falta la violencia, es una señorita─ espetó el mayor de todos ahí, deseando que el ladrón lo escuchara y le hiciera caso, ya que aquella era una situación delicada.
El forajido no prestó mayor atención a lo que dijera el defensor de la mujer, solo bufó y la siguiente en recibir aquella amenaza fue la madre de Meliza, quien tragó grueso al recordar el sobre que contenía la última cuota a pagar al hombre con el que se había visto antes.
No quería llegar a donde su hija sin tener nada de dinero, pero esos extraños solo la miraron de arriba a abajo con la mayor de los desprecios y decidieron que solo le quitarían el broche que llevaba consigo en la camisa de baja calidad, la cual ya estaba muy roída por el tiempo, se le veía la miseria por encima, razón por la cual agradeció al universo y solo entregó lo pedido.
A pesar de que el broche se lo hubo regalado su esposo, el sobre contenía mucho más dinero de lo que este costara, así que no había problema alguno con dejarlo ir, por mucho que fuera especial para ella, era eso o su vida.
Varias veces le ocurrió que la robaron y la dejaron en la calle sin un solo artículo para apoyarse, pero eso solo ocurría cuando salía con su esposo a buscar materia prima, y en ese caso, por lo menos siempre les dejaron la mula y la carreta, por lo que llegar de nuevo a su casa no era un reto muy grande, pero sí una hazaña, al llegar con vida.
Sus hijos nunca presenciaron tales actos de violencia, sobre todo porque ella prefería que se quedaran en casa leyendo o aprendiendo a cocinar que estando a la deriva como ellos mismos quedaban cada vez que la mercancía era llevada lejos de sí, con tanto esfuerzo que la compraban.
Dentro de lo malo, estaba que los chicos aprendieron a confiar en los demás, y ese era un rasgo que no mucha gente tenía a disposición, así que Eugenia se sentía más que orgullosa de los descendientes que la representarían cuando muriera.
Pensar en sus hijos era lo único que le brindaba paz, incluso en momentos como aquel en donde Dios parecía tomarse un descanso de proteger a su pueblo, dejando que cosas como esas ocurrieran a diestra y siniestra.
Tras haber robado a quienes pudieron, los hombres se retiraron de la misma manera en la que lograron entrar, y lo único bueno era que habían dejado intactas a las personas allí presentes y además, Eugenia seguía teniendo el dinero que tanto esfuerzo le había costado reunir, todo por parecer una pobre miserable.
Luego decían que serlo no servía para nada, pero vaya que le había salvado el pellejo en aquella ocasión. Respiró aliviada cuando los forajidos se fueron de ese lugar, haciendo resonar de nuevo las herraduras en el suelo de arena caliente como era ese.
Escuchó de repente cómo una mujer sollozaba a su lado, y luego cayó en cuenta de que era la mismísima Victoria, por lo que no pudo evitar la sorpresa, es mujer cada vez la dejaba más y más extrañada, ya que su manera de ser resaltaba en cualquier lugar, y no de buena manera. Alejo no se casó con ella porque creía que tenía problemas mentales, pero eso nunca se lo dijo de frente, ya que de ser así, no sería posible que muriera por sus huesos.
La tenía tan engañada como siempre, haciendo que le daría la oportunidad alguna vez, y ella le creía porque no tenía ninguna otra opción, de todos modos. Sentía algo de pena por esa mujer que no se daba cuenta de lo fácil que era de manipular, pero ese no era su problema, ahora solo la tenía a su lado llorando a moco suelto, como si se le hubiera muerto un familiar.
La mayor de las dos frunció el ceño y volteó hacia ella, incapaz de creer que en serio lloraba así porque se habían llevado gran parte de las prendas de vestir que llevaba en las maletas, por eso cuando la miró directamente, esta solo pudo intentar tapar su rostro con un pañuelo color beige muy bonito que se veía fino en extremo, tan falso como ella, pero daba la impresión de lo contrario.
Resulta ser que tras aquel sufrimiento, se encontraba nada más y nada menos que un rostro demasiado afectado, y no porque estuviera llorando con sentimiento, sino porque el maquillaje que tenía en su rostro se había transferido casi por completo a la tela en frente de sí, dejando ver un rostro de una mujer mucho mayor a lo que aparentaba con esas pinturas en la piel.
La boca de Eugenia se abrió en señal de sorpresa, ya que nunca había visto algo parecido, la mujer no tenía ni siquiera pestañas o cejas como aparentaba, el tono de su piel no era uniforme y sus labios se hallaban cuarteados, sumado a eso, también la piel tenía muchos pliegues en distintas áreas importantes, por eso quedó casi sin poder creerlo.
Quiso preguntarle si estaba bien, pero no parecía ser la pregunta adecuada en momentos como ese, ya que sentía que si lo decía, de repente perdería los nervios y comenzaría la guerra oficial. Quería llegar al menos con cabellos a donde vivía su hija, y hablar no le aseguraba una larga vida estando al lado de una persona tan emocionalmente inestable.
Quiso reír, pero la risa no le salía, fingirla sería un completo desastre, así que prefirió quedarse callada hasta que por fin llegó el equipo de trabajadores de los ferrocarriles, quienes les informaron que estaba por llegar el tren donde abordarían pronto.
Las personas se alegraron junto con ella, pero no lo demostraría, en cambio, Victoria seguía armando su mal número de teatro, por lo que la miraban como si tuviera tres cabezas, e incluso varias mujeres murmuraban detrás de sus espaldas lo horrible que se veía una dama en tal posición, y también hablaban sobre su apariencia, la cual ya no era tan buena como al principio.
El señor regordete trataba de ayudarla como podía y su asistente intentaba que los demás no pudieran ver su rostro sin maquillaje, lo cual ya sería algo muy humillante, pero nada de lo que hicieran podía enmendar lo que había ocurrido.
Así fue como vio a la chica entrar a rastras al vagón que les tocaba de nuevo, siendo que no paraba de llorar y gritar barbaridades que nadie entendía más que ella. Quienes la acompañaban no podían más con la vergüenza de compartir algo con ella, pero era en parte su responsabilidad, de modo que no podían hacer nada.
Ahora el viaje se había retrasado mucho más, y la salud mental de más de uno estaba alterada, sin embargo, Eugenia no perdía la esperanza de llegar lo más pronto posible a su destino, ya que su nieta era en lo único que podía pensar aparte de sus propios hijos, eso era lo único que importaba.