Capítulo Once: Enfermedad.

2009 Words
Cuando Camille tenía todo el equipaje listo, su madre llegó a verificar su estado, pero lo cierto era que la niña no se sentía bien, estaba muy débil, y cuando Meliza la revisó, notó que tenía una fiebre muy alta, y sus ojos lucían muy rojos en la parte inferior, algo no estaba bien con ella. Le advirtió de esto a la señora de la casa mientras el patrón no estaba, de modo que la mujer se vio algo afectada por la noticia, ella misma comprobó que fuera así antes de siquiera aceptar la realidad. Camille no podría ver a la reina si se encontraba en aquellas condiciones, pues podría contagiarlos a todos, esos eran signos claros del virus que estaba dando. La fiebre amarilla no era algo que pudiera tomarse a la ligera, de todos modos, pero ellas jamás divulgarían tal cosa ante los demás vecinos, por muy peligroso que fuera, ya que aquella enfermedad era tomada en cuenta como proveniente de gente sin recursos para vivir en condiciones aptas. Sería una humillación decir que la niña de los La Sallei tenía una enfermedad como esa, pero Caterina sabía que podía deberse al hecho de que el médico a veces hacía las revisiones de personas de todo tipo en su despacho, como hacía con Meliza, dándole algunas clases particulares, y aunque era un riesgo para todos, a ese hombre nada le importaba más que sanar a los enfermos. Nada malo había sucedido hasta ese momento, pero entonces venía a ocurrir tal cosa cuando menos se necesitaba, en el momento menos indicado, así que ese mismo día comenzaron ambas mujeres a tratar a la niña con un montón de infusiones y menjunjes para que se recuperara. No funcionó demasiado, pues la pequeña vomitó sin remedio alguno, sintiéndose débil a más no poder. Las ojeras comenzaban a aparecer, de modo que Meliza se preocupó mucho, dándole mucha agua para que no se deshidratara, ya que tenía en cuenta que los infantes eran bastante frágiles a esa edad, cualquier situación podía afectarles mucho más de lo usual. De inmediato hicieron que tomara reposo en cama, sobre todo porque se pondría mucho más débil si seguía por ahí como alma en pena, y la ropa que llevaba tampoco era muy cómoda que se dijera. Caterina no era una madre devota, pero en momentos como ese, tenía que hacer posible que ella se recuperara de la mejor manera posible, tenía un compromiso con la reina, aunque no hubiera sido aprobado este. Meliza iba de aquí para allá haciendo miles de cosas en la casa, no solo limpiando y cocinando, sino también ayudando a la pequeña a sentirse mejor, lo cual era un trabajo agotador, sin saber cuándo podría tener tiempo libre para hablar con su hermano sobre la llegada de su madre al pueblo, algo que ya era sabido por ambos. La llegada de ella lo cambiaría todo, ya que podría acompañarlos a hacer lo necesario para recuperar a la pequeña recién nacida de los brazos de las monjas. A pesar de que Meliza se haya esforzado por hacer que su niña estuviera consigo, eso era mucho más difícil de lo que cualquiera podría imaginar. Allí, atendiendo a la hija de otras personas se sentía triste, tan llena de culpa por haber abandonado a su bebé, pero no podía hacer otra cosa mientras estuviera obteniendo ingresos de lo que hacía. No se quejaba para nada de lo que ganaba, ni tampoco del trato de su patrón hacia ella, pero de alguna manera, comenzaba a crecer un sentimiento diferente en su corazón, cada mirada que compartía con el médico le daba a entender que quizá podría haber algo más que solo eso, una relación cuadrada y formal. A Meliza le generaba mucha ilusión que un hombre como él se fijara aunque fuera por segundos en alguien como ella, quien había pasado por tanto a pesar de no tener edad madura. Mientras bajaba la fiebre de la niña, pensaba en cómo sería su vida si aceptara ser pareja a escondidas de un médico de renombre como él. Cerraba sus ojos y los veía corriendo por el campo llenos de felicidad, claro que esas solo eran ilusiones. Apenas llevaba ahí unas cuantas semanas, no podía permitirse hacerse mayores ilusiones con alguien de su nivel, pero soñar era gratis, por eso, aunque hubiera sufrido mucho a manos de una bestia, sabía reconocer las caricias de un verdadero caballero. Ni siquiera a su hermano o a su madre diría tal secreto, era algo que se llevaría a la tumba, pues el que sucediera sería casi imposible. Al mediodía llegó el hombre de la casa, y fue ahí cuando su rostro se desfiguró al ver a su niña en ese estado, de inmediato se dispuso a atenderla de la mejor manera, pidiéndole a Meliza que por favor saliera de allí y le permitiera hacer su trabajo. Ella se sintió un tanto dejada de lado, pero mucho no podía hacer al saberse poco útil en una situación como esa, pero en serio quería ayudar, pues la niña no merecía que le ocurriera nada malo. Tenía el corazón en la garganta, pidiéndole al cielo que por favor le devolviera la salud a Camille, quien era un alma buena e inocente, llena de vida y personalidad. Durante los días que llevaba al servicio de esa familia, pudo notar la manera de ser de cada uno de los que conformaban el hogar, y es que la hija del matrimonio tenía una manía de ser siempre el centro de atención, pero no de una mala forma, en realidad lo hacía porque resaltaba en lo que hiciera. La pequeña era prodigio y sobresalía en lo que intentara, incluida la elocuencia y la astucia de una persona mucho mayor a la edad que tenía. Sus profesores y tutores le tenían un gran aprecio y además estaba dos grados adelantada para su edad, cosa que hacía que los demás le tuvieran envidia, otros admiración, pero siempre tenían algo que decir sobre ella. Los comentarios nunca faltaban en cuanto a hacer ver lo que ella era o no, pero no se quejaba, ya que le gustaba que le prestaran esa atención, era alguien que disfrutaba mucho cuando la elogiaban, pero no dejaba de ser tierna e inteligente. La misma Meliza siempre tenía una palabra de aliento para la pequeña, quien desde el primer momento se hizo su amiga del alma, comenzaron a tomar el té juntas por la tarde y a jugar con muñecas de porcelana de último diseño, algo que las dejaba a las dos en éxtasis, ya que los distintos vestidos y accesorios que venían con ellas eran cada vez más innovadores. Durante mucho tiempo, la morena quiso para ella misma un par de muñecas, pero su madre le hizo saber cuando cumplió los doce años, que no era posible comprar lo que ella quisiera. En ese momento a ella le afectó demasiado lo que ocurrió, comenzando a llorar por los rincones sintiéndose inútil, todo hasta que su madre le dijo que si quería algo, entonces que se lo ganara con esfuerzo. A corta edad, Meliza empezó a ayudar a sus padres en el negocio de alfarería y cerámica que tenían, una tienda artesanal que los turistas visitaban a menudo, solo que la pequeña llevó entonces mercancía en un bolso hasta varios puntos del pueblo, en eso se la pasaba hasta que vendía todo lo que se llevara. Sus padres se sentían orgullosos de ella, sin embargo, lo que vendría no sería más sencillo para la familia. Tras la muerte del cabecilla en su grupo familiar, todo comenzó a ir en declive, ya que él trabajaba la cerámica, mientras que su madre se encargaba de las velas de distintos tipos de cera y aromas. Tuvieron que migrar al nicho de la comida, y así fue que comenzaron a vender dulces artesanales, entre esos galletas de mantequilla y dulces con chocolate por encima. La gente se interesaba mucho en lo que era la producción del cacao en sus distintas presentaciones, de modo que la variedad entre los productos que llegaban todos los días eran mayores. Ese fue un buen negocio hasta que se enteraron de que su padre los dejó endeudados a más no poder. Resulta que para comprar mercancía y materia prima, le pedía prestado a un rico hacendado quien no tenía problema en darle dinero porque eran muy buenos amigos, sin embargo, nunca le pagó lo prometido, así que un buen día llegó un cobrador al pequeño local fuera de la humilde casa. Este se presentó y dijo de quién se trataba, y a raíz de esto, los problemas se hicieron cada vez más grandes al tener ahí al lado un cobrador todos los días, casi hace que queden en la ruina y pasen hambre. El esfuerzo que hacían todos era gigante. Henrich salía a vender la mercancía a otros puntos de interés distintos a los de Meliza, así que ambos cubrían una gran zona en la cual la gente compraba sin poner ni un solo pero. A pesar de hacer un gran esfuerzo, en algún punto las ventas bajaron y no les quedó de otra que abandonar su casa y vivir bajo un puente de madera cercano al centro del pueblo, donde había una familia más en situación de calle. La casa la dieron como forma de p**o, y es que aunque pensaron haber saldado las cuentas, esto no estuvo más lejos de la realidad, ya que la deuda había aumentado con el tiempo, y lo que les tocaba pagar a partir de allí eran simplemente intereses. La madre de ambos chicos se encontraba desesperada por completo, sin hallar calma en nada de lo que veía, ninguna opción era suficiente para ganar esa cantidad de dinero, fue por eso que dio a Meliza en matrimonio con ese hombre dueño de un buen negocio de vinos, ya que nada le haría falta con él, o eso pensó ya que pudieron verificar su identidad ante los registros de haciendas. Don Alejo casi siempre tuvo la mirada puesta sobre la inocente Marina, sin embargo, esta lo evitaba por respeto y pavor de lo que pudiera acontecer en algún momento de la vida si llegaba a ponerle las manos encima, como se veía que quería hacerle. El asco que sentía por ese hombre no era normal, por esto creyó que su mundo se desmoronaba a medida en que no veía más escapatoria que casarse con un hombre de buena posición, aunque no quisiera en lo absoluto. Su mundo se vino abajo una vez que este le dio el dinero exacto par que comprara un vestido de novia que le gustó para ella, así que ni siquiera el buen juicio tenía disponible para elegir lo que quería y lo que no en su camino. Justo así, con el corazón en un puño se sintió al ver al médico tan distante con ella, dejándola de lado a como diera lugar para salvar a su propia hija. Rezó para que nada malo le sucediera a él por estar atendiendo a su propia hija con fiebre amarilla, aunque de seguro que no le importaría caer él enfermo. Para Meliza, su patrón era un hombre muy especial que merecía salud y mucho éxito en lo que hiciera, por esta razón se ofreció a ayudarlo una vez más, por lo que este no tuvo otra opción que aceptar. Juntos hacían un buen equipo en contra de la muerte y lo que pudiera causar alguna enfermedad con tanto alcance como esa. Una vez más demostró serle de utilidad ayudándolo a conseguir uno que otro fármaco o pañuelo, agua, lo que fuera que le sirviera. Asimismo, observaba qué era lo que tenía que hacerse en un caso similar, aprendiendo en vivo cómo podría actuar ante una persona enferma como la pequeña. No era muy díficil, pero requería precisión y calma por completo, cosa que no todo el mundo tenía, pero ella agradecía que sí. Nadie descansaría en esa casa hasta ver que Camille recuperara la vitalidad.
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