Cuando la paz se restauró en el edificio en el cual ahora residía Marina y también la familia a la que atendía, fue tan solo dos días después.
Para esa tarde, se enteró por parte de su hermano de que su madre ya había llegado al pueblo, por lo que dejó cualquier obligación que estuviera haciendo en ese instante y corrió desde su pequeña habitación compartida en el ático hasta la pensión en la que se hospedaba su hermano, solo para volver a ver ese rostro de su infancia que extrañó por tanto tiempo.
Cuando pudo abrazarla, se sintió un poco más plena, menos en peligro.
La mujer se hallaba al igual de feliz que su hija, prácticamente con lágrimas en sus ojos, estaba más que satisfecha de haber podido tenerlos a ellos como hijos.
Le dijo lo hermosa que estaba a pesar de todo lo malo que pudo haber pasado con su esposo.
─Solo espero que ese desgraciado esté descansando en paz─ fue lo que dijo la mayor de todos, haciendo que su hija se sorprendiera de tal declaración.
─Madre, por favor, no debemos desear un destino tan horrible a ningún ser humano, por muy malvado que este sea... Sigue siendo el padre de mi niña─ se defendió la chica de tez morena.
─Tienes razón, Marina, pero no podemos dejarlo tampoco como un héroe ante ella ni ante nadie─ continuó su discurso Eugenia, sin importarle mucho si alguien la escuchaba.
Henrich pidió que por favor bajaran la voz, ya que cualquiera los podría escuchar y entonces avisar a la casera de que algo sucedía, y nadie podía saber que habían dos mujeres en su habitación.
Solo así fue posible que Eugenia mantuviera su carácter al margen, pero no por mucho tiempo, pues le pidió a Meliza que le contara la historia de cómo habían sucedido los hechos el día en el cual decidió que era suficiente, que a Nadín no la tocarían.
Ella fue contando parte por parte, y aunque trató de hacer a su madre callar ante las partes sensibles del relato, lo cierto fue que no se logró de una buena manera, así que enseguida se escucharon unos toques en la puerta de la pieza de Henrich, quien se vio pálido en ese mismo momento.
Abrió con lentitud la puerta, pero esta solo dejó ver a una joven en un bonito vestido en tono verde pino, ella le sonrió íntima a Henrich y este pudo calmarse un poco.
─Deberían mantenerse un poco más calladas, puedo escucharles desde mi pieza, pero pueden estar tranquilos, no le avisaré a nadie─ fue lo que dijo y entonces se marchó de allí con la misma elegancia con la que llegó.
Las mujeres se miraron entre sí, frunciendo un poco el ceño.
─¿Quién es esa mujer tan hermosa, hijo? Parece que se han hecho amigos─ comentó Eugenia un tanto curiosa sobre el asunto.
─No es nadie, madre, solo una compañera de pensión. A veces nos topamos por los pasillos, eso es todo─ dijo Henrich, bastante colorado, sin ser capaz de hablar nada más que eso sobre el tema, casi empezando a tartamudear.
Era sumamente extraño ver a un chico tan decidido en la vida así de nervioso por una chica, pero ellas no lo juzgarían por nada del mundo, ya que eso sería muy injusto de su parte.
Marina soltó una carcajada sin poder contenerse, ya que le parecía muy gracioso el giro que estaba tomando la historia, jamás pensó ver a su hermano enamorado, mucho menos de alguien de su pensión, algo que sonaba tan prohibido y peligroso como lo era.
Henrich dispersó el tema de inmediato, sin querer hablar más de ello, así que tanto su hermana mayor como su madre tuvieron que dejarlo allí, por muy tentador que fuera seguir indagando en la vida amorosa de un chico como él, a quien nunca le habían interesado mucho las mujeres, sino el trabajo.
Sabía que ellas eran una gran fuente de distracción, lo que lo hacía un hombre inteligente y de cierto modo superior al resto de cabezas de chorlito que solo pensaban con la entrepierna y nada más.
Pasaron a hablar sobre lo que harían para recuperar a Nadín, quien de seguro extrañaría estar en los brazos de su madre, tanto como ella había extrañado tenerla junto a su corazón. A pesar de que nadie allí sospechaba siquiera que ella podía ser mamá, sabía que era algo que no podía ocultar por mucho tiempo, en especial si seguía fijándose en el médico y en su manera tan amable de ser.
Sentía que ese hombre podía sacarle toda la información que quisiera y ella estaría muy de acuerdo.
No podía criticar mucho a su hermano por haberse fijado en una mujer como esa cuando ella no estaba en una situación muy diferente respecto de sus sentimientos, lo cual le causaba cierta inseguridad y también mucha ansiedad por lo que pudiera ocurrir si su mujer se enteraba de lo que estuvo a punto de pasar en la puerta de su propia casa.
No supo nunca si él de verdad quiso besarla, pero se sintió como si fuera algo mutuo, y no cualquier sentimiento como la lujuria, era una conexión, una química que ambos parecieron sentir desde el primer segundo de estar juntos, de conocerse y sentirse que ambos eran en cierto modo iguales.
Era un poco extraño pensar que un doctor en medicina, hijo de duques, y una mujer que había sido maltratada, la cual no tenía ni dónde caerse muerta pudieran compartir algunos rasgos que los hicieran similares y saberse parte el uno del otro, pero a veces la vida era injusta, hacía ver lo que no podías tener justo al frente de ti y no lograr alcanzarlo, por fuerte que corrieras.
Ella no quiso seguir pensando en lo patética que estaba siendo su vida en ese momento, por lo que trató de alivianar el ambiente diciendo cuánto se alegraba de volver a ver a su madre.
─Lo único que sí debo contarles es que me crucé con la desagradable de Victoria Alquati─ comentó la mujer escuetamente, sin querer siquiera pronunciar bien su apellido ─Venía para este mismo pueblo ¿Qué tan mala suerte podemos tener? De seguro quiere pasar a ver luego a Alejo ¿Qué haremos si es así?─.
─Vaya, creí que se encontraba en otro continente muy bien casada─ dijo Marina, pero de inmediato su rostro palideció al pensar en que podría ir a ver a quien fuera el supuesto amor de su vida.
No sabía el estado de ese hombre, si estaba bien o por el contrario, ya se había sabido de su muerte, pero pensó que aquello no le atormentaría sino hasta mucho tiempo después, no pocas semanas luego.
Tragó saliva, ya que si él estaba con vida, entonces su infierno en la tierra no había terminado todavía. Quiso dejar de pensar en aquello, pero no podía cuando su madre había asegurado tal cosa, una pesadilla por completo que se hiciera realidad eso. Solo era cuestión de tiempo para que esa mujer fuera a visitar a ese hombre, y lo que más le preocupaba era que pudiera verle allí, y no con él, eso sería aún más sospechoso.
─No lo sé, madre, pero algo se tiene que hacer para evitar que ella llegue hasta allá. Si se la vuelve a encontrar puede decirle que nos hemos mudado lejos de este país... Así al menos se generará en ella la duda de si valía la pena llegar hasta allí para enterarse de tal cosa─ dio la idea la mayor de los hermanos Racines.
─Pero ¿Qué tal si me pregunta una dirección exacta? Es un plan que puede tener muchas fallas, ya que si yo se lo digo, solo hará que comience a sospechar y quiera averiguar por sí misma qué es lo que ocurre, y ese sería nuestro fin─ expresó con miedo la madre de ambos, casi temblando, algo extraño de ver en ella.
─No deberían preocuparse tanto por esas menudeces, si me permiten decir. Es muy difícil que alguien las inculpe de algo que bien pudo ocurrir por accidente, o que bien pudo haber cometido otra persona. Aún si Marina tuviera que dar declaraciones ante un juez de lo ocurrido, creo que le concederían la inocencia, así que por favor, dejemos de pensar en lo peor. Cuando eso pase veremos qué hacer, pero por ahora solo queda agradecer que estamos juntos y con vida─ dijo harto de todo el más alto.
Este caminaba de un lado al otro en la habitación, algo que estresaba a las dos mujeres restantes, pero no le dirían nada, sobre todo porque ellas se encontraban igual, en un estado de extrema presión.
Ambas asintieron, dándole la razón, pues lo cierto era que siempre encontraban la manera de salir adelante, sin importar mucho qué pensaran los demás o en cuáles líos pudieran meterse solo por defender su inocencia ante las injusticias.
Más de una vez les había tocado ser parte de la defensa en vez de quienes eran atacados, pero ahora que les tocaba el turno, no podían agachar la cabeza. Si Marina había actuado de esa manera había sido únicamente por defensa propia, no porque disfrutara de asesinar o de maltratar a los demás. Era un acto de valentía defenderse, solo que no lo hizo por ella, sino por su querida niña recién nacida, la cual merecía tener una vida pacífica y llena de amor, no con violencia por doquier, como estaba destinada solo con saber que debían quedarse ahí por siempre a merced de un hombre tan violento y lleno de miles de defectos.
No era una persona que actuara con justicia, mucho menos con amabilidad, y ese sería un destino desgraciado para su hija si ella en algún momento llegara a faltarle, pues temía en lo más profundo de su ser no despertar más de las palizas que le brindaba el dichoso hombre.
No era porque hiciera algo mal, de hecho solo se debía a que estaba molesto con la vida que llevaba, y no es que esto fuera culpa de Marina, pero así lo hacía ver él, como si todo lo que le saliera mal no fuera culpa de su actitud de ogro sino de la ineptitud de su mujer.
Era de cobardes no admitir tener la culpa de ciertas cosas, pero ella no era quién para enseñarle tal cosa, sobre todo porque no era un gran señor como lo era él y las únicas personas a las que respetaba.
Su hermano no pudo hacer que ese compromiso no se diera, y le pidió que no se metiera en esto, ya que solo entorpecería las cosas, sin embargo, el día de la boda, Henrich lloró en el hombro de su hermana mayor, sin querer que se fuera así de casa, ya que la extrañaría mucho, y sabía que perdería toda clase de libertad apenas pusiera un pie dentro de la casa en la que vivirían de ahí en más.
Estaba sumamente triste por la partida de la única persona que comprendía todo por lo que había pasado, incluyendo a los malos tratos que tuvo casi siempre su madre para con ellos, que siendo o no a propósito, les había dejado marcados.
Esa era una de las ordenes de la mujer, que debía contraer nupcias con ese hombre de dinero si quería prosperar en la vida y ayudarse a sí misma a salir del barro en el que los había dejado su padre.
A pesar de que no siempre fueron una familia infeliz, aún podían recordar los maltratos que obtuvieron por parte de su madre cuando el hombre de la casa falleció de esa terrible enfermedad, la cual hasta el momento no tenía cura cierta.
Su madre debía quedarse ahí con Henrich sin que nadie se enterara hasta que pudieran conseguirle un buen lugar donde quedarse y una labor para llevar a cabo.
Ellos allí siguieron conversando hasta que se hizo la hora en la cual Marina debía volver al ático para no perder el hilo de lo que sus compañeras de trabajo hacían. La familia La Sallei le dio el permiso para salir cuando ella lo pidió, ya que pocas veces hacía tal cosa, así que no había problema por ausentarse una hora.
Eso lo agradecía al hombre de la casa, quien siempre se comportó con ella de una manera excelente. En eso pensaba mientras sus pies subían las escaleras de servicio hasta el ático, como si de repente estuviera flotando, sobre todo del cansancio que llevaba.