Capítulo Diecinueve: Caramelos y el joven Magomedov.

2067 Words
En lo que respectaba al embarazo de Caterina, esta supo ocultarlo bastante bien por algunos días, en especial luego de ingerir ese remedio para la tos que en realidad producía muchos efectos secundarios dañinos para la delicada salud de una mujer en su primer trimestre de gestación. Llevaba ya cinco tomas y nada que sangraba, por eso, se empezó a preocupar un poco, pero trató en gran medida de no dejar ninguna pista sobre su estado actual, ya que sería demasiado peligroso. Ni siquiera el médico había podido descubrir tal cosa al estar cien por ciento dedicado a su hija, la cual se hallaba recuperándose de la bendita enfermedad. La carta que le había enviado la reina a su marido causó mucho revuelo en su mente, no podía dejar que nadie se enterara de que realmente había ocultado una información tan importante para sí misma, pero esta misiva le sería de utilidad en muchas ocasiones, por lo que la guardó con llave dentro de un pequeño cofre bajo su cama matrimonial, donde era más que obvio que el hombre no husmearía. Ahora, con el robo a la residencia, más de una familia quedaba en el aire con solo pensar en lo que podría suceder si volvían a confiar en la poca seguridad que se respiraba en las calles, y aunque jamás pensaron que algo como eso tendría cabida en un lugar tan protegido por Dios como lo era esa residencia bien acomodada. Pasaron un momento muy feo tratando de mantener la calma mientras los ladrones robaban dentro de todas las propiedades sin escatimar en objetos de valor que se llevaran, dinero y lo que les fuera posible y solo porque sí. Los hombres quisieron salir y enfrentarse a quienes querían hacer de su destino uno terrible por quitarles parte de lo que habían erigido con esfuerzo, pero las mujeres, algunas con hijos pequeños, no los dejaron hacer nada, empezando por Fernando, quien aunque tenía aura de héroe, también tenía a una pequeña niña apenas recuperando la salud como para que tuviera esos repentinos actos de locura. Los señores no tenían por qué encargarse de asuntos como esos, los cuales le pertenecían a la guardia que custodiaba las calles, quienes tenían acceso a armas y a doctrinas militares de calidad para enfrentar tales problemas. Estos contaban con uniformes azul marino oscuro con algunas líneas amarillo claro para distinguirlos de los demás ciudadanos. La mayoría le temía a estos hombres, pero no todos, por lo que todavía existían personas que robaban allí solo porque sí. Una cosa era entrar en una tienda de caramelos como la que tenían a dos cuadras y robar dos dulces, y otra muy distinta entrar en una residencia de gente con las maneras para entonces arrebatarles sus pertenencias más preciadas, eso tenía que ser premeditado por cualquier lado que se le mirase. Todos los presentes en la cocina de los Martin se hallaban en extremo ansiosos por saber lo que ocurriría a continuación, pero ninguno hacía nada más allá aparte del mismo señor Martin, quien todavía portaba su arma de fuego bien cargada apuntando hacia las posibles entradas de la cocina, que eran dos. En medio de toda esa tensión, escucharon un ruido fuerte en la sala del señor Martin, así que todos guardaron silencio como pudieron, a la espera de lo que pudiera pasar, solo que momentos después, quien se presentó allí fue uno de los oficiales, quienes advertía que debían evacuar el edificio, ya que se estaba incendiando. La mirada de confusión en los rostros de los grandes señores lo dijo todo y más, por lo que tuvieron que desalojar aquello sin mayor miramiento, aunque toda su vida se hallara en ese gran edificio. Las mujeres comenzaron a llorar y por ende los hijos, de desesperación, claro está. El equipo de los oficiales militares les hizo saber que los bomberos iban en camino, así que no debían temer demasiado, sino agradecer que no fuera más grave la situación. Caterina era una mujer fría y sin escrúpulos, a la cual sinceramente no le interesaba mucho lo que sucediera o no con esa propiedad, ni siquiera si dentro se encontraba gente, pues ella solo pensaba en sí misma y en nadie más. De repente su marido y su hija podrían entrar en la ecuación, pero no era lo habitual, ya que esto representaba demasiada responsabilidad. No podía mantener con vida costara lo que costara a tres personas, pero sí a una sola, por eso debía acabar con su embarazo, aquello no estaba dentro de sus planes, y no se dejaría arruinar la vida de nuevo por un mocoso que creyera ser dueño no solo de su propio futuro, sino de la fortuna que ahora ella poseía por estar junto a Fernando. Era tan duro el camino que se había forjado para llegar hasta allí que no permitiría que nada arruinara su perfecta felicidad, o lo que aparentaba como tal. Cada día se ajustaba un poco más el corset para así producir un ligero fallo en los órganos y en la distribución de la sangre en su cuerpo, quería genuinamente hacer que ese cigoto se destruyera, ya que si se convertía en feto, estaba perdida. Cuando pudiera de nuevo tener en manos aquel jarabe, se bebería el doble de la dosis recomendada, sin importarle mucho qué le sucediera después, ella no era mujer de flaquear, por mucho que así se le viera por lucir delicada. Si las mujeres de la comunidad se enteraran de lo que estaba haciendo, de seguro la odiarían y ni siquiera le permitirían el paso a la iglesia, pero eso poco importaba cuando tenía la certeza de volver a controlar a todo a su alrededor. Cualquier cosa que se saliera de sus planes, no estaba bien visto de ninguna manera, por eso decidió que todo lo que se encontrara en su poder cambiar, eso era lo que estaría bien y por ende no trataría de hacer nada más, pero si algo no estaba dentro de estas condiciones, entonces tenía que sacar la artillería pesada, que constaba de mentiras y todo lo que se necesitara para obtener lo que deseara. Si bien, mucha gente le tenía miedo, a ella no le afectaba en ningún punto esto, en realidad le encantaba que fuera de esa manera, ya que así obtenía reconocimiento y respeto por parte de quienes fueran en gran medida parte de la comunidad o de los más cercanos a ella. Era una mujer inteligente y refinada, de eso no había duda, y se aprovechaba de muchos de sus atributos para conseguir lo que se proponía, ni siquiera le importaba si su marido se enteraba de que mentía compulsivamente para hacer a los demás creer en lo que ella quisiera. Quizá se estuviera dando cuenta, pero por ella jamás diría una sola palabra, puesto que esto sería el fin de su matrimonio, y todo porque sabía que Fernando era una persona que se las daba de justo y de correcto, pero un médico nunca era del todo ético, a veces le tocaba tomar decisiones que no estaban a su alcance, jugaba a ser Dios, y si él podía, entonces ¿Por qué ella no? Una vez que se encontraban frente a aquel edificio, lograron divisar cómo se llevaban a varios sujetos con la cara cubierta debido a que nadie merecía ver sus horribles rostros de criminales, ya que de ellos, ninguno se arrepentía de lo que sucediera momentos antes. Las mujeres gritaban que eran unos desgraciados y que debería darles vergüenza, pero nunca les respondieron, en cambio solo comenzaron a reírse, y allí estuvieron, fuera del edificio hasta que los bomberos se dignaran a aparecer, por lo que el dueño de la venta de caramelos les pidió que se refugiaran dentro del local para que la gente no murmurara a su alrededor, ya que estar así de afectados y vulnerables no debía ser nada agradable.  Cada quien agradeció a su manera la hospitalidad del joven de apellido Magomedov, quien era de origen extranjero, con un acento bastante marcado y siempre dispuesto a ayudar a los demás, era un chico muy amable, y desde que su madre muriera de tuberculosis hacía pocos años, él regentaba el negocio que con tanto esfuerzo le costara a ella y a su padre construir décadas atrás, y es que este estaba tan mayor que prefirió que su hijo tomara el puesto principal. Sabía hacer los caramelos y distintas presentaciones de dulces como su madre desde que tenía memoria, pues no salía de la cocina un solo momento y se mantenía de curioso ayudándola en lo que podía, ella lo amaba y viceversa, eran muy unidos, al igual que con su padre, quien hizo realidad el sueño de la mujer. La historia de los Magomedov a cualquiera enternecía, y es que además de ser los dueños de ese pequeño negocio, también eran vecinos en uno de los edificios aledaños al de los afectados por el hurto y el incendio. El chico de cabellos claros como diente de león, compró un piso que se desocupara tiempo atrás con mucho esfuerzo, ya que era lo que siempre había anhelado su padre, y él de vez en cuando también se encontraba soñando entre suaves sábanas de seda. Antes tampoco eran pobres, pero no llegaban a ser de clase alta como los que vivían allí, por eso les costó, pero lograron hacerse con ese hermoso piso que no dejarían por nada del mundo, al menos no estaba en sus planes hacer tal cosa. Les ofreció un poco de tarta y varios caramelos de distinto sabor a los más pequeños, ya que estaban también tensos, incluyendo a Camille, quien hacía lo posible para no ponerse nerviosa, pero era casi imposible al ver las caras de preocupación en el rostro de Meliza y de su padre. El ambiente era muy pesado, sin embargo, se hacía lo que se podía para no entrar en pánico. Ninguno quiso tarta, en cambio, pidieron un poco de té de manzanilla, y el dueño del local no tuvo reparos en darles tal cosa en vez de los dulces. Una vez que cada uno tenía una taza de la bebida caliente en sus manos, todo fue un poco más manejable, la situación bajó de estrés considerablemente. Allí estuvieron al menos dos horas hasta que el equipo de apaga fuegos les avisó que el edificio ya estaba en condiciones, pero que uno de los pisos había sido gravemente afectado en la cocina, donde se originó el incendio por medio del fogón y una tela. Los hombres preguntaron en dónde estaba ese daño, así que les dijeron que era en el primer piso. La familia que allí vivía comenzó a quebrarse poco a poco, sin poder ser consolada por nadie. Lo único que les pudieron decir con certeza fue que aquello era reparable, y no había afectado el techo ni el suelo de mala manera, así que todavía había esperanzas en el aire, algo que era difícil de mantener en situaciones como esa, en las cuales nadie sabía qué ocurriría. Caterina estaba aburrida de todo aquello, casi bostezando, ya que sabía que eso solo era un circo más provocado entre los guardias de seguridad y los ladrones, mucho era si los bomberos no estaban en ese mismo paquete también, por lo que se le hacía un tanto imposible preocuparse. Esto lo notaban casi todos, pero no dirían nada, como casi siempre, que ocultaban sus verdaderos sentimientos de los demás por temor a ser juzgados o peor, ser afectados por algo así. Les informaron que podrían volver pasada al menos media hora, pero les dieron la suficiente valentía y calma para enfrentar aquello. Lo bueno era que estaban completamente sanos y no había heridos graves en todo el edificio. Sustos como esos eran pocos en una época tan antigua, sin embargo, habían sus cuantas sorpresas, pero Caterina era una de las que no podía esperar para llegar a casa y por fin dar por finalizado su embarazo no deseado. Le dolía la cabeza y todo el cuerpo, pero no daría su brazo a torcer, ella lucharía hasta el último segundo para obtener lo que quería. Herir a sus seres queridos nunca fue un obstáculo para ella, y lo demostraría en más de una ocasión. Ese, era solo el principio de una larga cadena de muertes que sucederían a su alrededor sin explicación alguna.
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