Caterina bebió la séptima toma del jarabe para la tos y entonces en medio de la noche le tocó levantarse para ir al aseo, pues tenía fuertes retortijones de estómago, sin embargo, estaba feliz, pues sabía lo que seguía a continuación, el acto de la naturaleza en su más grande esplendor.
Se sentía terrible físicamente, pero por dentro brincaba en una pata, como había oído decir a su madre años atrás cuando intentaba hacer ver que algo le alegraba en demasía, pero eso solo significaba que por fin se libraría de la carga de ser madre una vez más, algo que no le deseaba a nadie que quisiera tener aunque fuera un poco de independencia y relevancia por sí misma.
Las madres casi nunca tenían privacidad ni tampoco eran entendidas como seres individuales. por eso y muchos otros motivos, la mujer de ojos azul claro no quería tener nada que ver con expandir la familia, suficiente tenía ya con Camille, que no hacía otra cosa que exigir atención, cosa que la irritaba demasiado, puesto que no la dejaba hacer muchas de las cosas que realmente quería.
A pesar de gozar de algo de privilegio al ser quien era, reunir a las señoras que fuera necesario en su casa y a veces hacer reuniones sociales de todo tipo, nada de eso le satisfacía tanto como hacer que los demás se interesaran en ella, que le dieran miles de cumplidos como si fuera parte de la familia real.
A ella le hacía ilusión ser una duquesa, pero a su esposo siempre aburrido y correcto, esto no le llamaba la atención, pues prefería solo ser un médico cualquiera en un pueblo igual o más aburrido.
Las personas de allí no merecían tanto reconocimiento a su parecer, y es que no comprendía cómo alguien de su categoría podía interesarse tanto en los más necesitados, era algo impensable.
Estuvo en el servicio al menos diez minutos antes de comenzar a sangrar fuertemente, por lo que se asustó un momento, pero trató de tranquilizarse y pensar que todo estaría bien, que nada malo le sucedería.
Era el momento perfecto para hacerse la víctima, comenzó a llorar desconsoladamente y llamó a su esposo, como si lamentara mucho la situación, haciendo que Fernando abriera la puerta con desesperación luego de un par de minutos. Al verla llena de sangre se asustó mucho, así que comenzó a auxiliarla como pudo, buscando sus herramientas de médico para prestarle atención a su esposa.
Lo cierto era que Caterina no era tonta, necesitaría atención médica sí o sí luego de lo que sucediera, lo haría pasar por un accidente, y de paso haría recaer la culpa en el mismo hombre que intentaba ayudarla por las peleas que estaban teniendo últimamente.
Se apoyó en su esposo cuando este la tomó en sus brazos para llevarla a la cama.
─¿Qué es lo que ocurre, querida? Es demasiado sangrado para ser tu periodo...─ comentó bastante asustado y pálido el médico.
─Yo... Te lo quería decir, iba a ser una s-sorpresa...─ dijo ella, comenzando a llorar, por eso su voz se entrecortaba de a poco.
─Calma, mantén la respiración en orden, todo está bien, estás a salvo, pero necesito saber qué ocurre─ quiso saber el hombre, aún confuso sobre lo que estaba sucediendo, pero ya podía hacerse a una idea, solo que esperaba estar equivocado.
─Yo... Estoy encinta...─ terminó por confesar, con lágrimas pesadas cayendo por los costados de su rostro ─O al menos lo estaba... Quería decírtelo en un par de días, pero jamás pensé que esto sería posible, lo siento mucho─.
Ella solo se lamentaba mientras el sangrado no se detenía, solo hasta que una masa de tejido rojo muy pequeña salió junto a la sangre que expulsaba la zona íntima de la mujer, por lo que se entendía como un aborto espontáneo en su mayor esplendor.
Una vez que el médico intentó calmarla por todos los medios posibles, fue en busca de algunos implementos que pudiera utilizar para detener la hemorragia y mantener los niveles de Caterina en orden, que no sucediera nada más allá de solo un sangrado provocado por la pérdida de un hijo en un primer trimestre delicado.
El estrés al que fue sometida durante esos pocos días sumado a lo que acontecía día con día en la residencia era para dejar a cualquiera en un estado similar o peor, no la culpaba en absoluto por ello.
Perder a un hijo no era tema cualquiera, en realidad tenía su historia detrás, por ejemplo, que en los últimos tres meses el trato no fuera bueno hacia la mujer, que esta se sintiera rechazada, estresada, molesta o desprotegida, cualquiera de ellas podía llevar a la circunstancia que estaban atravesando como matrimonio, porque ya no era solo ella, eran ambos.
Escuchó cómo los pasos de Camille rondaban por la sala de estar, rumbo a la habitación que la pareja compartía, de modo que antes de que pudiera ver cualquier cosa fuera de lo común, decidió cerrar la puerta e ir con ella a ver qué era lo que quería.
─Mi niña ¿Qué buscas a estas horas por aquí?─ preguntó con amabilidad Fernando, mientras se acercaba a la pequeña, y aunque sus ropas estuvieran llenas de un poco de sangre, no era nada que Camille no hubiera visto antes, porque era inevitable debido a su profesión.
─Yo solo escuché a madre quejarse y vine a ver si estaba bien ¿Ella está bien, padre?─ formuló la menor, con cara de preocupación, como si fuera alguien mayor en vez de una infante.
─Sí, tu madre está bien, solo ha tenido un par de jaquecas, así que es mejor que no la fastidiemos hasta mañana ¿Te parece?─ le pidió él, esperando que la niña fuera lo suficientemente noble como para dejar a su mamá descansar.
─Claro, será mejor que descanse y se reponga... Pero ¿Quién me llevará a la habitación? Allá está muy oscuro y temo que el monstruo del ropero salga de su escondite...─ se quejó ella, casi llorando al ver el pasillo que daba a su habitación, la que estaba del lado contrario a la de sus padres.
─Oh, cariño, yo te acompaño, pero te aseguro que no hay ningún monstruo en el ropero─ dijo el hombre, tomando la mano de su pequeña para acompañarla de vuelta a su recámara, la cual estaba adornada por tonos pasteles, en especial blanco, dorado y azul cielo.
─¿Está seguro, padre? Es que me parece que cada vez que estoy a punto de dormir, él me vigila desde la oscuridad del ropero─ expresó ella, con un tono lleno de entero terror.
Fernando sonrió sin que ella se diera cuenta, pero sabía que allí no podía haber más que solo sus vestidos colgados.
─Claro que lo estoy, es más, veremos justo ahora si hay algo o no─ dijo él, y entonces, al entrar en la habitación, con ayuda de la lámpara de aceite, alumbró las puertas del mueble de madera.
Este contenía la ropa de la niña, la que Meliza había vuelto a colocar en su lugar una vez que se lo hubo pedido, y al recordar que Caterina quería llevarla lejos de él, un agujero se le formaba en el estómago, uno que le hacía perder la estabilidad mental.
Él abrió las dos puertas, una por una mientras sostenía la lámpara, y lo que vieron los ojitos de Camille solo fueron algunas ropas que ella misma vestía día con día, por lo que repentinamente se sentía tonta y señaló al vestido n***o que a veces le hacía usar su madre, y no entendía muy bien por qué.
─Ese no me gusta, es el que suelo ver, y en mis pesadillas, un gran perro me dice que debo usarlo, y su voz da mucho miedo, padre...─comentó ella, bajando su mirada, porque en serio no quería seguir viendo aquello que tanto la tenía asustada.
─Bien, entonces le diré a Meliza que lo guarde en otro lugar, pero estaré contigo hasta que te duermas ¿Sí?─ quiso ofrecer él, porque no podía esperar demasiado, aunque el sangrado de Caterina estuviera un poco más bajo control, eso no significaba que estuviera bien del todo.
Camille asintió y entonces se dirigió rápido a su cama, donde se tapó con las sábanas que tenía a su disposición, así que su padre la siguió para darle apoyo emocional, lo cual sabía que era bastante necesario a su edad, porque los pequeños eran como esponjas, todo lo absorbían, razón de peso para apoyarles en vez de mantenerlos bajo una nube de infelicidad completa o de miedo.
Muchos padres decidían optar por la violencia como método principal para combatir los berrinches infantiles que solían tener los más pequeños, y ese era un grave error, pero él no era quien para decirle a nadie cómo actuar con sus propios hijos, por muy amigos que fueran.
Suspiró leve y comenzó a contarle un cuento sobre una princesa que podía volar y convertir a los demás en piezas de plata muy preciosa, cosa que era un don pero también una maldición, así que era usada por todos y todas en la aldea donde hacía vida.
Cuando iba a la mitad de la historia, pudo ver cómo los ojos de su hija se cerraron por completo y su estado era de paz inmensa, por lo que sonrió le acarició los sedosos cabellos, queriendo mantenerla así de pacífica por siempre, que no creciera tanto, porque en serio le asustaba lo que podría deparar el futuro para ella.
Siempre había querido que Camille se desenvolviera en la vida como quisiera, que cumpliera sus sueños, que fuera capaz de enfrentar sus miedos, justo como hacía unos minutos, en los cuales le había señalado su terror más crudo, pero con una cara de valentía que pocos tenían.
Sabía que ella era como ninguna, su hija había salido a él en casi todos los sentidos, pero se parecía mucho a su madre también en lo físico, eso no podía negarse, hasta un ciego lo vería.
La dejó una vez que se aseguró de que dormía plácidamente en su cama, por lo que se dirigió de vuelta a la habitación que compartía con la mujer que acababa de perder un hijo suyo. No podía creer que tal cosa hubiera sucedido sin él enterarse siquiera de que ella estaba en estado.
Pasó una mano por su rostro, dejándola reposar en sus ojos antes de entrar a la pieza, pues estaba muy cansado, su profesión casi no le permitía descansar, ya que cuando no estaba atendiendo pacientes, usaba ese tiempo para leer sobre las novedades en cuanto a la medicina en sí, entre otras cosas que le pudieran ser de utilidad en la vida.
No muchas personas de las que conocía hacían tales cosas, por lo que sabía que pertenecía a una minoría.
A la hora de volver con su esposa, esta reposaba su cabeza en el almohadón de la cama, se veía pálida y llena de dolor, así que la anestesió un poco mientras comenzó a trabajar de nuevo en su zona íntima, sobre todo para que no quedara ninguna infección allí, lo que era muy fácil de obtenerse al estar tan vulnerable, eso lo sabía por muchos artículos y ensayos que había leído, autoría de varios científicos famosos.
Al asegurarse de que todo estuviera bajo control, ella solo estaba bajo los efectos de la anestesia, le quedaba despertar y describirle lo que sentía para él poder estar un poco más conforme con su trabajo, a pesar de estar triste por haber perdido a un hijo.
Era un hombre que siempre había querido tener una familia numerosa, pero dadas las circunstancias, creía que alguno de los dos no era demasiado fértil, y en tal caso, tampoco hablaban mucho el uno con el otro, cosa que los separaba un mundo.
Se preguntó si eso que ocurrió se debió a su actitud con la mujer, y de ser así, se sentiría muy mal, ya que ella quería darle la sorpresa de que volverían a ser padres.
De repente recordó que estuvo a punto de besar a la chica de servicio, quien era tan hermosa, tan radiante, inteligente y llena de energía que lo había dejado sin palabras desde el primer momento.
¿Acaso estaba mal sentir ese tipo de cosas por alguien que no era su esposa?