Capítulo Dieciocho: Recorrido.

2077 Words
Eugenia respiraba irregularmente detrás de la puerta hasta que se dio cuenta de que los sonidos ya no se escuchaban, y es que pudo solo calmarse tras haber pasado una hora y no escuchar nada más. El sueño la venció cuando estaba sentada todavía a los pies de la puerta, por lo que tras dar un fuerte cabeceo, decidió pasarse a la cama, la cual no era en extremo cómoda, pero cumplía su función, eso decía su madre cuando algo no le gustaba del todo, y ahora la comprendía. Extrañaba de sobremanera a su familia, pero esta tenía su destino hecho por su cuenta, cada quien tenía su propia vida, y en eso no se podía entrometer. Su crianza no fue la más feliz del mundo, de eso estaba más que segura, pero había algo de lo que tenía plena consciencia, y eso era nada más y nada menos que a pesar de todo, su madre la quería un mundo, como ella lo hacía con sus hijos, por mucho que las circunstancias la hayan obligado a actuar de determinada manera. No había manera en el mundo en la que ella no pudiera expresar cuánto amaba a sus hijos, especialmente desde que estos partieron de casa y la dejaron subsistiendo por sus propios medios, no porque extrañara que la ayudaran en las labores del hogar y del campo, sino porque se dio cuenta de que su familia sería la única que estaría para ella cuando fuera mayor, además de que ellos siempre la quisieron demasiado, a pesar de su mal carácter en veces. En eso y más pensó hasta quedarse dormida.  Cuando despertó horas después, vio por la pequeña ventanilla de la parte trasera de la habitación que ya era de día, pero no quería levantarse aún de allí, ya que el agotamiento era mucho, y sentía que sus rodillas no daban para estar mucho tiempo de pie, pero tenía que hacer el esfuerzo. Se levantó y pasó a arreglar su peinado, el cual no estaba en orden para nada, así que tuvo que deshacerlo y volverlo a crear. Eso hacía todas las mañanas tras pasar un peine por las hebras de su cabello y encontrarlo en buenas condiciones para enfrentar al día y lo que se le viniera encima. No supo de dónde tomó las fuerzas para correr tan velozmente y adentrarse en esa habitación, pero agradecía a su Dios tan querido por haberlo hecho posible, ya que de otro modo, habría estado perdida. Tomó la llave de la habitación y entonces llevó sus cosas junto a sí. Haría el check-out en ese mismo momento, ya que no quería toparse de nuevo con Victoria y su combo extraño. Caminó fuera de la pieza, asegurándose de que nadie la veía, y es que los demás inquilinos por el momento estaban durmiendo todavía, esto debido a la hora, ya que casi nadie que se hospedara en un hostal podría trabajar temprano, era casi una ley. Se dirigió a la taquilla principal tras bajar las escaleras a la planta baja en todo sigilo, y cuando divisó a la chica que se hacía cargo del lugar, sintió mucho alivio, ya que la había ayudado de algún modo. ─Buen día, quisiera marcar mi habitación como usada. Me voy ya─ fue lo que le dijo a ella, cosa que no le extrañó en absoluto a la contraria. ─Buen día, señora ¿No desea quedarse para el desayuno? Está incluido en el precio─ formuló con amabilidad, como si nada hubiera sucedido. ─¿Podría dámelo para comer en el camino? Es que voy con retraso─ le respondió hábilmente la mayor. ─Sí, por supuesto, solo debe esperar unos pocos minutos mientras lo preparan ¿Está bien?─ quiso asegurarse la muchacha, sonriendo abiertamente. Eugenia no tenía idea de cómo alguien podía sonreír así de grande, pero no la juzgaría, solo asintió y esperó en una banca situada allí en la recepción. Después de todo, sería tonto de su parte irse sin desayunar pudiendo hacerlo allí. No era que le quedara demasiado camino por recorrer, pero no quería pagarle a ningún joven para que la llevara en su carreta, ya que eso sería exponerla a que la vieran, y ser nueva en un pueblo no significaba nada bueno, menos a su edad. Prefería caminar aunque le tomara un par de horas. Según su cálculo estimado, estaría allí casi llegando el mediodía, pero eso no le generaba mayor ruido en la mente, pues varias veces ya había estado en esa precaria situación, solo que ella amaba caminar. Sus rodillas aguantarían, de eso estaba segura. Una vez que le prepararon aquel desayuno, la muchacha se lo entregó en un humilde trapo, pero no arrugó la cara, sino que por el contrario, agradeció aquello y se marchó de ese hostal tan amigable en apariencia. Cuando estaba a punto de colocar un pie fuera del recinto, vio que fuera se hallaba Victoria con un vestido diferente que quién sabe de dónde habrá sacado, pero era casi igual a los que tenía en los baúles que le quitaron. Parece ser que las personas de dinero nunca dejan de tenerlo, así se queden en medio de la nada y ninguna persona le reconozca. Se le veía por encima lo mucho de lujos a lo que estaba acostumbrada, y lo cierto era que también se quejaba por todo, algo digno de una mujer de sus alcurnias. Estar acompañada por su prometido la hacía sentirse a salvo, pero dejarse llevar por la confianza que ponía la gente en un hombre era demasiado, según la mayor. Quiso pasar desapercibida tras caminar rápido, para así no ser percibida por la ya nombrada, pero como si esta tuviera mirada de águila, la reconoció de inmediato y la gritó por su nombre, diciéndole uno y miles de improperios por haberle quitado su habitación. Intentó correr hacia ella, pero los hombres la detuvieron, como si tuviera algún brote psicótico y fuera muy importante mantenerla en un solo lugar. La madre de Meliza se quedó en su lugar con el corazón acelerado, y es que no podía comprender su comportamiento tan errático y lleno de inmadurez. Una vez más se alejó de ella, evitando las miradas que algunos señores le daban por la manera en la que Victoria gritaba, como si ella fuera una asesina en serie que necesitara ser juzgada de inmediato. Agradeció al universo que la chica no haya hecho nada más en su contra, o que no se lo hubieran permitido, mejor dicho, porque de ser así, terminaría en el calabozo sin tener siquiera la oportunidad de decir "esta boca es mía". Los pobres nada tenían que hacer frente a la acusación de una persona adinerada, por eso se sintió con suerte aquel día, huyendo de allí cual criminal. No sabía muy bien el camino, pero preguntó en varias oportunidades en dónde podría quedar aquel lugar que le habían descrito en la carta. Ella confiaba mucho en sus hijos y su palabra, ya que eran demasiado honestos, así que de eso no podía quejarse. Varias personas reconocieron el nombre cuando escucharon el nombre de la célebre calle, ya que era una de las más famosas por ser donde habitaban los ricos del pueblo, y de todos modos, no había demasiado trecho hasta allí, pero sí que era forzado caminar de una sola vez hasta ahí. Lo ideal sería alquilar un coche, pero ningún plebeyo podía hacer tal cosa, y de todos modos, Eugenia se rehusaba a tener que humillarse de tal manera, aunque tuviera la posibilidad de pagar por aquello. Nadie le creería aunque mostrara la cantidad de dinero en su mano, ni siquiera pagando por adelantado, ya que sería extraño ver a una campesina bajar de un vehículo así. No le importó demasiado esto que pensó y se dedicó a continuar con su recorrido. Los rayos del sol empezaban a salir, y aunque hacía un poco de brisa, no llegaba a hacerr frío, ya que la temporada del año estaba cambiando, aunque no duraría mucho, pues los inviernos eran inclementes como ninguno. Sonrió sin mostrar los dientes al paisaje que le acompañaba, ya que se veía muy hermoso. El sol pintaba el cielo en diferentes tonalidades, las cuales parecían dar un brillo especial aquel día, que no debería tener nada especial, pero para ella era muy feliz, puesto que vería de nuevo a sus dos hijos, y además, conocería a su nieta. Por mucho que intentó convencer a su yerno de ir a conocer a la bebé de la que tanto le hablaba Marina en las cartas, este se opuso de tal manera que casi le prohíbe escribirle de nuevo, así que zanjaron el tema allí, solamente mandando alguna que otra postal que les habían tomado como familia. Todas las llevaba con ella, eran su más grande tesoro, y no por el hacendado que aparecía allí, sino por las hermosas chicas que estaban junto a él. Debía reconocer que su nieta tenía muchos rasgos de él, pero también de su propia hija, así que no se quejaba en cuanto a los milagros de la genética, pues esta siempre sabía qué hacer y cómo. Ella misma tenía un gran parecido con su padre, en vez de con su madre, la cual era toda una belleza, cosa con la que no cumplía su progenitor, pero no se quejaría. Su rostro, por ende, no era muy agraciado, pero los de sus hijos sí que lo eran, no porque fueran suyos, sino porque de verdad lo creía, los genes a veces se saltaban una generación, y fue lo que sucedió con la belleza de su madre, no le tocó a ella, pero sí a su hija, quien a pesar de ser morena deslumbraba a cualquiera que la mirase. Por más de una vez se tuvo que detener su caminata y sentarse en alguna banca, porque sus pies ya no daban para más. Sentía el sudor en su frente y el sol que ya se había hecho mucho más fuerte pegaba directo en su rostro sin piedad. No quería insolarse, por eso tomó alguna de las prendas de su pequeño equipaje y se la colocó alrededor del cuello y la cara, para que la protegieran de todo tipo de daño fuerte, que era lo que menos necesitaba en aquel momento. Una vez que se sentó en la banca de un parque, empezó a comer el desayuno que le prepararan en el hostal, el cual consistía en un par de panes pequeños tostados en la plancha con un poco de mantequilla y ajo por encima, un poco de perejil y un pedazo de chorizo. Agradeció esa comida, pues estaba demasiado buena, o simplemente llevaba hambre atrasada, como dirían en la comunidad donde nació. Muchas personas de allí eran muy mal habladas, pero nadie podía corregir tanto analfabetismo funcional. Casi nadie allí sabía hacer nada con las letras que enseñaban en las escuelas, muy pocos eran los que se interesaban en hacer algo realmente productivo con lo que se aprendía en el estudio, ya fuera básico o especializado. Una vez que aprendían a hacer alguna labor en el campo, era muy difícil sacarlos de allí, como si fuera a lo único a lo que pudieran dedicarse por el resto de la vida. Eran, en cambio, celosos con los demás, ya que enseñar lo que tanto les había costado aprender no era una opción viable, les quitarían sus profesiones y entonces quedarían en la calle por culpa de su propia ignorancia. Puede que para muchos aquello sonara como un disparate, pero no lo era en lo más mínimo, porque estas personas defendían tener sentimientos y deseos propios, familias a las cuales alimentar, y es que no escatimaban tampoco en cuántos hijos tener. La mayoría de los campesinos tenían que labrarse un futuro por su cuenta, ya que solamente sembrar no pagaba las deudas que dejaran nueve hijos al mismo tiempo en un ambiente en el cual no pudieran tener acceso a muchas comodidades. Eugenia tragó saliva con fuerza y se dio cuenta de que tenía mucha sed, así que pasó hacia una pequeña fuente de agua limpia, lo sabía porque había visto a varias doncellas recogerla de allí en cubetas. Se acercó para beber un poco del vital líquido, y entonces se mareó un poco, pero unos brazos fuertes la tomaron por la cintura para que no se cayera. Al voltear para ver de quién se trataba, pudo vislumbrar el rostro de Henrich, su hijo.
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