Para Caterina, la señora de la casa y la esposa de Fernando La Sallei, los deberes como devota eran tan importantes como los propios modales que pudiera tener una dama.
Su casa siempre fue ejemplo de lo que debiera ser una familia de alta alcurnia, e incluso de pequeña, sus padres le inculcaron que sus dotes estaban dados a ser grande.
Debía reconocer que nadie allí sabía que sus padres no tenían dinero, que solo eran unos sirvientes a los cuales los duques les tenían aprecio, de modo que tuvieron la bondad de hacerle ese gran favor a su hija para que surgiera de la mejor manera, ya que en cuanto a esposas, lo único que importaba era que ella supiera su lugar y pudiera actuar de la mejor manera ante los nobles.
Pasar de la vida pobre a una llena de lujos le costó un poco al principio, y era cierto que desde muy pequeña había tenido un ego muy grande, pero llegar allí le abrió los ojos, pero cuando se embarazó de Camille, supo que debía cambiar su actitud, o nadie la tomaría en serio, comenzando por su marido, quien demostraba día con día que podía ser muy distraído.
Ella mantuvo por muchos años en secreto que estaba enamorada perdidamente del hijo de los La Sallei, pero cualquiera que tuviera al menos dos dedos de frente podía darse cuenta de que en realidad lo que sentía por ese chico era mucho más que respeto por él ser mayor.
Al ser la hija de empleados domésticos, su destino era casi siempre ayudarles con sus quehaceres, a pesar de que no le gustaba ni una pizca, por eso prefería ir a mirar las tiendas mientras ellos tenían grandes responsabilidades en una casa como la de los duques.
A ella verdaderamente no le importaba lo que el resto pudiera pensar sobre ella mientras pudiera vivir la fantasía de un día ser una gran señora.
Al llegar a la adolescencia, hizo lo posible por verse como una chica de alta sociedad, a pesar de no vestir las mejores ropas ni usar los mejores productos del mercado. Jamás pasaría por la vergüenza de tener que dar a conocer sus orígenes mientras estuviera fuera de casa, que era un pequeño cuarto de servicio en el granero de la casa de los duques, la cual era inmensa, pero ella prefería estar en pleno centro, en pleno apogeo de la ciudad, como si esto pudiera darle algún tipo de reconocimiento, solo quería que alguien reconociera su belleza y la llevara lejos, soñaba con eso cada noche y le pedía al universo que por favor la librara de un destino tan horrible como lo era servir a los demás.
A pesar de que sus padres le otorgaron todo el cariño que tenían dentro de sí, para ella no era suficiente, quería más, como si con estar viva no fuera suficiente.
Para Caterina, quien incluso tenía un nombre bonito, la vida consistía en hacer lo posible por salir de ese lugar y negar por completo sus orígenes.
En su tierna infancia, solía ser una niña cariñosa, pero eso fue cambiando con el pasar de los años al comprender la dura realidad que atravesaban, y su problema era que no se conformaba con lo que vivía a diario, como la mayor parte de la población hacía.
Una buena noche llegó desesperada del centro de la ciudad, tras haber visto tienda tras tienda y haber mostrado sus atributos a los hombres mayores y adinerados para que pudieran sacarla de allí, pero no logró que ninguno le diera siquiera una mirada. Incluso haber aprendido a cantar con varios artistas callejeros no hacía mucho más que los demás le tuvieran lástima y le lanzaran unas cuantas monedas al suelo.
Ella las llevaba a casa con toda la vergüenza del mundo, porque lo único que quería poder decir era que había conseguido que uno de los grandes hombre había pedido su mano en matrimonio. Sus progenitores estaban contentos con que se ganara la vida por sí misma a tan corta edad como cantante, pero no tenían idea de sus deseos hasta esa noche, en la cual no paraba de llorar.
Les gritó a la cara que eran unos muertos de hambre, unas ratas que morirían al servicio de los zorros más poderosos, y que no era justo para nadie mantenerse allí, conviviendo entre la miseria viviendo justo al lado de tanta riqueza y prosperidad.
Aquel gesto lo escuchó la madre de Fernando, sabiendo que la chica tenía un gran enamoramiento hacia el chico, así que decidió hacer algo, esto debido a que ella no era mala en lo absoluto, solo quería surgir, y sabía que lo tendría muy difícil.
Llegado el momento, le comentó a su hijo que si quería podía ser médico, solo si aceptaba la condición que ella le daría, que consistía en contraer nupcias con la hija de los servicios más queridos, la jovial Caterina.
Fernando quedó perplejo ante la posibilidad de ver sus sueños hechos realidad, así que de inmediato aceptó, dejando a su madre con la boca abierta en su totalidad, ya que no pensó que aceptara tal cosa solo por tener realizado su sueño de ser médico.
Ella entonces vio que su hijo no mentía en cuanto a tener una verdadera pasión, un área que quería desenvolver para ayudar a los demás a sanar, y es que se le daba muy bien retener tanta información útil de los libros que leía, y a pesar de haber empezado a aprender a esa edad con un médico ya mayor y experimentado, esto no le parecía suficiente, quería cursar aquello en la universidad, solo que sus próximos deberes como duque no se lo permitirían, así que le estaba dando una escapatoria, ya que si él no quería aceptar el puesto y era hijo único, entonces podría tener su propia descendencia para que esta se encargara de la responsabilidad, pero lo importante era obtener de una vez el matrimonio.
Para la familia real siempre fue importante que el matrimonio fuera tomado en serio, de modo que una vez que Fernando se casó con Caterina, no tuvieron problema en aceptarlos como una sociedad que se haría cargo de las responsabilidades futuras, pero así ya podían esperar.
Esperar por herederos era la parte más divertida para los de la alta sociedad, así que apenas ella contrajo nupcias con el que fuera su amor desde pequeña, quedó embarazada de su primera niña, y esa mañana, al despertar en su piso de lujo, se dio cuenta de que algo no era común.
Su periodo no se había presentado en los últimos tres meses, y aunque no era muy regular en su ciclo, se dio cuenta de que había llegado otra fecha probable más y nada había sucedido, la sangre no bajaba. Se planteó la posibilidad de estar embarazada por segunda vez, y es que no recordaba la última vez que había intimado con su esposo, pues este no la tocaba con la frecuencia que hicieran otros, en realidad, mucho más le importaban sus pacientes que lo que pudiera sentir su propia esposa.
Una lágrima rodó por su mejilla, cayendo pesada en el suelo, donde se marcó en la alfombra del suelo de la habitación, a pasos cortos entró al baño, y entonces lloró un rato a solas y en silencio, sin poder soportar el hecho de tener que traer a otro hijo al mundo, eso era demasiado para ella, quien no quería tener más responsabilidades de ese tipo. Tener un hijo más de seguro dañaría su figura y la dejaría como una mujer cualquiera.
Su temor a envejecer y a la fealdad era real, no podía ocultarse por mucho que se quisiera, ya que era difícil, pero hacía lo posible por pretender ser normal, aparentar ser feliz y perfecta aunque su vida y sus emociones vivieran en constante declive.
Palpó su estómago, y supo que había algo extraño en él, que crecía una criatura dentro de ella, por lo que no hubo más remedio que ordenar que le llevaran un elixir para poder abortar, no deseaba ser madre nuevamente.
Jamás se había odiado tanto, y es que durante el embarazo de Camille, ella sufrió una depresión muy aguda, no quería pasar por eso de nuevo, pues sería una completa desgracia.
Hablar aquello con un médico era impensable, mucho más cuando su propio esposo lo era, él no accedería a dejar que perdiera un hijo suyo, mucho menos por las razones que le diría, y ella no quería verse vulnerable de ningún modo.
Ser mujer no era cosa sencilla, mucho menos cuando se tenía que cargar con una responsabilidad tal, ella era la única de las que vivían en ese edificio que tenía la destreza de manejarse a su gusto por donde le fuera posible, incluso si tenía que llegar a los extremos para conseguir lo que deseaba.
Tendría que ser ella misma la que se encargara de hacer posible un aborto sin que su marido se diera cuenta, sobre todo porque no permitiría que el ducado se quedara sin otra opción a escoger entre los nobles que pudieran llevar un título como ese, que pesaba tanto a los ojos de todos.
Caterina tampoco quería designarle responsabilidades a ningún ser que no tuviera consciencia de sus propios pensamientos y acciones, y esto tampoco era muy bien visto en aquellas épocas en donde un barril de mantequilla tenía más valor que la opinión de muchas mujeres en cuanto a lo que quisieran hacer con su vida.
Había que tener valor para enfrentarse de tal manera no solo a los maridos, sino a la vida en general, y esa mujer de ojos azules como el hielo, si algo le sobraba era carácter, por eso los retos que se le vinieran encima no representaban nada, no la afectarían, o eso le gustaba pensar.
Se arregló esa mañana con el vestido que le dejara arreglado Meliza la noche anterior, así que hizo lo posible por arreglarse. Su marido no había pasado la noche en casa y ahí en su despacho seguía la carta que le mandara la reina, así que en un acto de desesperación recordó lo que decía, aferrándose a la promesa de que su propia hija pudiera ser la futura duquesa de La Sallei si contraía matrimonio con uno de los descendientes de la mismísima reina, y siendo así, ya no tendría que preocuparse por darle más posibilidades de escoger a la familia real, ya mucho esfuerzo había hecho por llevar a fin un embarazo exitoso, a pesar de casi perder la cabeza en el intento.
La nota decía claramente que el rey no estaba enterado, pero que su esposa quería darle una buena crianza a su hija desde la tierna edad que poseía para que esta pudiera tener un futuro brillante desde esos momentos, ya que tenía la creencia de que si alguien era criado de una forma en específico, entonces solo haría tal cosa para el resto de la vida, incluso si tuviera algún que otro hobby.
Aunque Caterina no creyera mucho en eso que decía la reina, era inevitable aprovechar esa oportunidad que le estaba otorgando, así que ya estaba preparando el equipaje de su niña para que se fuera a vivir en la casa real, de esta manera, aseguraban que viviera bien toda la vida.
Sabía que el médico se negaría por completo a eso de no tener a su hija cerca, pero los deseos de la familia más rica del territorio debían ser escuchados y acatados al pie de la letras, eso era innegable, de modo que su decisión no era tomada sin ninguna base, no podría culparla por querer que su hija surgiera.
Por mucho que se arregló esa mañana, no encontró la manera de hacer su tocado sin la ayuda de Meliza, simplemente no le salía por nada del mundo y se estaba estresando, le pidió también que terminara de preparar el equipaje de la menor, aunque ella no sabía con cuáles fines era esto, creyó que se irían de viaje.
Todo estaba saliendo a la perfección, incluyendo el paseo que diera para poder llegar hasta el farmacéutico y pedirle una dosis alta de un remedio para la tos, que tenía por efecto secundario poco conocido provocar la pérdida de embarazos en primera etapa, ya que tenía componentes muy fuertes.