PREFACIO| Un lugar para morir

601 Words
Otoño. Victoria, Canadá. . . La brisa nocturna, gélida y vigorosa, golpeaba entre los malogrados ventanales de aquel galpón abandonado cerca del muelle… un lugar nefasto para pasar tus últimos minutos de vida, y, sin embargo, el escenario ideal para un baño de sangre. Su interior, normalmente silencioso, había sido invadido por los sollozos incesantes de la mujer que estaba tirada en el piso, con su espalda apoyada de los neumáticos del Jeep al que se arrepentía de haber subido esa noche. Sus manos seguían temblorosas, su cuerpo estaba perdiendo calor de forma drástica, con la poca ropa que llevaba apenas alcanzaba a cubrirse los hombros, y los nervios hacían que su cuerpo se sacudiera sin cesar. Sabía que tenía que reaccionar, una débil voz en el fondo de su cabeza se lo decía, repitiendo que debía hacer algo, pero no encontraba fuerzas para levantarse… La pelea le había robado toda su energía. Su pánico volvió a dispararse cuando la gran mancha roja, que se extendía lentamente sobre el suelo desde hacía ya unos minutos, empezó a acercarse a sus pies. Chilló y flexionó más sus piernas, tratando de alejarse; no quería la sangre de Stephen sobre su piel. Se sintió abrumada ante la magnitud de lo que estaba viendo, era mucha más sangre de la que había visto en su vida. Miró entonces hacia donde se encontraba el hombre cuyo cuerpo se drenaba sin control alguno. Yacía inmóvil, pálido, y con el rostro casi desfigurado. Ella comprendió que las esperanzas de que él sobreviviera se esfumaban segundo a segundo, y con esa muerte, se esfumaba también su futuro, de eso no tenía dudas… Todo había acabado para ella. A su derecha, dos figuras masculinas se mantenían de pie una frente a la otra. Retándose entre sí. Ambos respiraban con dificultad por la adrenalina, ante la emoción que parecía a punto de partirles en dos. Nunca imaginaron acabar de esa forma, jamás vislumbraron que pudiera llegar el día en que tuvieran que enfrentarse, y, aun así, el más delgado de los dos no mostraba debilidad, no titubeaba… No bajaría su arma para dejar de apuntar a la cabeza de su compañero. —Apártate —gruñó su oponente entre dientes. —Los demás vienen en camino. No puedes escapar, y no te dejaré ir esta vez —murmuró, con la mandíbula tensa. —Sabes que me iré. Siempre salgo de los aprietos… Ya me conoces —respondió el hombre, al que la infortunada situación no le había quitado lo cínico. —No, ese es el maldito punto. Ya no te conozco. Lo hice una vez, pero este pedazo de mierda que tengo en frente no es el Cameron que conocí. —Miró en dirección de la mujer que aún lloriqueaba junto al cuerpo de su hermano—. Esa puta manchada te ha cambiado, no puedo entender que echaras todo a la borda por ella. Dirigió entonces el cañón del arma hacia ella, deseando, como nunca había deseado nada, acabar con su existencia que tantas desgracias había traído a las Sombras. Colérico, en un movimiento rápido y ágil, Cameron sacó la Beretta que escondía a su espalda y apuntó a la cabeza de su mejor amigo. El hombre por quien, en el pasado, hubiese dado su vida sin dudarlo, y que ahora era solo el último obstáculo para alcanzar su salvación… y la de Mag. —No, Bruce… Jamás podrás comprender lo que soy capaz de hacer por ella... —Sin titubear, retrajo el martillo del arma y tensó su dedo sobre el gatillo—. Pero voy a darte una idea.
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