Capítulo 5

2200 Words
—¡Desde lejos se veía que implorábamos ayuda, estaban muy cerca de nosotros, cientos de personas fueron comidas por los demonios y ellos no hicieron nada! —gritó Mailk—. ¡Mis padres hubieran aceptado la ayuda, pero Intelex nunca apareció! Peter se despertó y lo observó con la boca entreabierta, después la cerró y se sentó al lado de su hermana. Mailk soltó el llanto con fuerza mientras todos lo observaban en silencio. —Mailk… —intentó hablar Christal. —Déjalo, solo quiere desahogarse —pidió Margaret.   Christal se hizo bolita mientras apretaba los ojos con fuerza, por su mente pasaba una y otra vez la imagen de la discusión que tuvo con sus padres. No podía soportar lo que había pasado, quería morirse. Se levantó del piso y comenzó a caminar sin rumbo fijo. —¡Christal! —gritó su abuela. —Yo la seguiré de lejos —Peter se levantó del suelo. Christal soltó el llanto mientras seguía un camino bajo la luz de la luna. Se tiró en una pequeña montaña de arena y soltó un grito. De alguna manera sentía que la muerte de sus padres era su culpa, la última vez que hablaron fue cuando la regañaron por haberse escapado. —Christal —llamó su hermano Peter detrás de ella. Se sentó a su lado. —Lo siento, soy una persona horrible —dijo ella—. Debí ayudarlos. —No es tu culpa, nunca pensamos que algo así pasaría —explicó el niño. —Pero ya no tenemos papás —soltó ella en un sollozo. Peter la abrazó. —Tenemos a la abuela y yo te tengo a ti —susurró el niño. Christal soltó el llanto mientras era consolada por su pequeño hermano. A veces sentía que Peter era más maduro que ella, sabía controlarse en situaciones complejas. —Solo me quedas tú, no te mueras —pidió el niño. Minutos después llegó Rossy con los demás a donde estaban los hermanos, se sentaron a su lado y comenzaron a mirar el panorama nocturno sin saber qué pensar. —Estamos en la nada —dijo Rossy pasados unos minutos. —Debemos de seguir, llegar al puente y quedarnos en la ciudad —explicó Fernando. —No, en la ciudad hay muchos Intelex, busquemos una aldea —pidió Mailk. —En la ciudad nunca nos atacarán los demonios, allí nos darán trabajo y casa. Los Intelex nos protegerán —replicó Margaret mientras observaba a Mailk—. No dejes que un enojo te siegue, Mailk, es lo mejor para todos. —No, no llevaremos a Peter a una ciudad y la más cercana es muy grande, no, no iremos allí —protestó la abuela. —¿Por qué se llevarían a Peter? —preguntó Christal. —Ellos se llevan a un centro de entrenamiento a los niños que son mitad humanos y mitad Intelex —dijo Peter bastante serio. —Espera, ¿qué? —inquirió Fernando impactado. La abuela pensó antes de hablar y se acomodó en su puesto. —Peter no es del todo humano. Los Intelex reconocerían a Peter con solo verlo de lejos. No pueden apartarnos de nosotros, Christal y yo somos lo único que le queda. Así que no podemos acercarnos a las ciudades grandes. Intelex no es una opción para nosotros. —Siempre me pregunté el porqué de su piel tan pálida —soltó Rossy reparando hasta lo más mínimo del niño. Christal fruncía el entrecejo mientras observaba fijamente a su abuela, abría su boca, intentando buscar las palabras correctas para formular su pregunta, pero no sucedía. —¿Cómo? Mi mamá… —Volteó a ver a su hermano. Siempre le pareció que Peter se comportaba demasiado avanzado para su edad, a veces se expresaba como un adulto y se comportaba muchas veces de forma extraña, pero siempre creyó que era superdotado. Christal no quiso tocar el tema después. Por su mente pasaba imágenes de su madre teniendo alguna relación afectiva con algún extraterrestre, engañando a su padre. Y eso era demasiado incómodo: dañaba por completo la imagen que tenía de su difunta madre. . . . La noche fue larga y el sueño de pocos minutos que lograban tener por momentos eran interrumpidos por imágenes de la masacre humana de sus seres queridos.   Pronto, cuando salió el sol volvieron a caminar, pero cuando llegó la tarde se encontraron con la huella que hizo Rossy. Todos se sintieron con los ánimos abajo, esos días que pasaron con hambre y cansancio fueron en vano: no habían avanzado nada. Estaban perdidos. Nadie se quejó, sabían que, si lo hacían, terminarían manifestando lo que los demás pensaban: iban a morir. —Vamos a tomar camino por ese pequeño bosque, vayamos por allí, tal vez encontremos un poco de comida y la salida a este laberinto —sugirió la abuela—. Bájame niño, puedo caminar, debes estar muy agotado. Si sigues así te vas a desmayar —le dijo a Fernando. Así fue como se adentraron a un pequeño bosque, Rossy y Christal ya se sentían mareadas por la falta de alimento, el agua se acabó y empezaban a creer que morirían atrapados allí. Pero al estar casi saliendo del pequeño bosque se encontraron con su salvación: un árbol y estaba lleno de manzanas, había como unas treinta, algunas verdes y otras maduras. Era un milagro, corrieron a él y empezaron a comerlas. Por lo menos ya pasarían vivos ese día. Al salir del bosque empezó a llover, pudieron llenar algunos potes con agua y siguieron el viaje. Afortunadamente, pronto vieron lugares nuevos. Encontraron una choza abandonada, trataron de buscar algo de comida allí y para su buena suerte, parecía que no hace mucho que la dejaron de habitar, así que encontraron algunas verduras que estaban un poco buenas, agua y el intento de un fogón con algunos carbones. Hicieron una especie de caldo, aunque a cada uno le tocó una porción pequeña. —No sabe mal, con esto recuperaremos las fuerzas —dijo Margaret, intentando alentar al grupo. —¿Quién habrá vivido aquí? —preguntó Fernando. —Quién sabe —dijo Mailk. —Oigan, llevemos esa olla por si encontramos algo de comida más adelante —aconsejó la abuela mientras terminaba de comer su caldo. —Y los platos también —aconsejó Mailk. —Ahora nos hemos vuelto ladrones —bufó Peter entre una risita. —No, aquí ya no vive nadie —explicó Rossy. —Parece que va a llover, esperemos aquí para recoger un poco de agua —aconsejó Christal, entrando a la choza. Allí pasaron la noche. Era bueno estar en un lugar seco y caliente. Así fue como pudieron dormir, la manta la habían puesto a secar antes, por eso pudieron abrigarse. Al día siguiente cortaron en partes la última manzana que les quedaba, trataron de buscar más comida, pero no había nada. Debían seguir. Ese día no encontraron nada para comer, tuvieron que pasar por un lugar bastante seco y sin vida. Christal empezaba a fantasear con algo de carne, tenía ya una semana sin llenar por completo su estómago. Empezaba a caer la noche y Fernando corrió hasta una zarza y se agachó, soltando gritos de alegría: —¡Miren! ¡Son moras! —gritó—. Son moras, y hay muchas. —Es cierto —respondió la abuela al repararlas, sabía que había unas que eran venenosas, pero esas eran comestibles. —Gracias al cielo. Ya estaba sintiendo que me iba a desmayar —dijo Rossy, tomó varias y llenó su boca. Después todos quedaron sentados allí, mirando un panorama muy seco. —Parece que hemos llegado a un lugar donde muy poco llueve, así que pronto quedaremos sin agua —informó Maik—. Debemos tratar de no acabar la que tenemos  —Si nos quedamos sin agua pronto moriremos deshidratados —dijo Christal—. Este camino nunca lo había visto, no vamos a llegar nunca a la aldea vecina, debemos estar muy lejos de lo que una vez conocimos. —Seamos francos, sabemos que vamos a morir dentro de poco, por más que caminamos no llegamos a ningún lado —confesó Rossy, quebrándose—. Estamos perdidos, esta es nuestra segunda semana y ya nos vemos muy flacos, nuestros cuerpos no van a poder más para el final de la semana. Si a lo mucho comemos día por medio un bocado de cualquier cosa —comenzó a llorar. —A la abuela las piernas se le están hinchando, y Peter dice que ya no puede caminar —dijo Mailk con voz triste. —¡Dejen de ser negativos, ya…! —Margaret le dio un golpe en la cabeza a los muchachos y la abuela soltó la carcajada, pero sus ojos se veían rojos por las lágrimas. —Dejen ya de hablar babosadas, ya estamos llegando —regañó la anciana—. Conozco estos lugares. Cuando era niña, una vez caminé por aquí con mi papá. Estamos a tres días de llegar a una aldea grande. Sobreviviremos; es mejor que la aldea que teníamos al lado de la nuestra. Aquello hizo que todos tuvieran un poco de paz. Podían amarrarse a un hilo de esperanza y eso en la situación en la que se encontraban era suficiente y reconfortante. Se quedaron dormidos allí, después de hablar sobre cómo podría ser una aldea grande, porque los jóvenes y Margaret nunca habían conocido una, así que les emocionaba la idea. Después, cuando llegó el amanecer, comieron un poco de las moras y llevaron varias para el camino: dejaron a la zarza sin frutos. En el camino se les acabó el agua, fue lo que empeoró las cosas. Llegó el día siguiente, parecía ser las diez de la mañana, ya no se veía la tierra muy seca y como se sentían deshidratados se refugiaron debajo de un pequeño árbol que estaba a mitad del camino. —Ya no puedo caminar —soltó Peter y abrazó a su abuela. —Vamos a quedarnos por hoy aquí —recomendó Margaret—. Yo también me siento muy cansada, no hemos comido nada, podríamos desmayarnos si estamos con ese sol caminando. —Rossy, vamos a ver si encontramos algo para comer por aquí, mira. —Señaló Christal un prado un poco seco que estaba frente a ella—. Me parece que por allí podríamos encontrar algo. —Tienes razón, vamos a ver si encontramos algo de fruta —aceptó Rossy. Las dos chicas se fueron, Mailk quería acompañarlas, pero alguien debía de cuidar a las mujeres, si algo pasaba, él iría a comunicarles. Fernando fue en su lugar. Se alejaron bastante, a veces se encontraban con árboles, pero ninguno tenía frutos. —Es una pena, no encontramos nada. Parece que ahora sí vamos a morir, Christal —Rossy soltó el llanto—. Ya mi madre no puede caminar, se va a morir y después lo haremos nosotras. Esto es horrible, ¿por qué nos sucede esto? —Se agachó y empezó a llorar a cántaros. Christal también empezaba a llorar, pero lo hacía en silencio. Fernando rodó su miraba por todos lados, desesperado. Entonces, le pareció escuchar el sonido del agua. —¡Rossy, Christal, me pareció escuchar agua, parece que estamos cerca de alguna quebrada! —informó el joven con rapidez. Las chicas enseguida alzaron la mirada y agudizaron sus oídos. Cuando pudieron escuchar el sonido, todos corrieron hasta donde los guiaba el sonido. Así fue como pronto encontraron la tierra un tanto húmeda, bastantes árboles y agua. Era una pequeña quebrada, en algunas partes estaba escasa de agua, pero en otras se estancaba y al bajar hacía ese sonido que ellas habían escuchado. Inspeccionaron que el agua no tuviera radiación con objetos y cuando notaron que era un lugar seguro, comenzaron a tomar agua hasta saciarse. Después llenaron unos recipientes que habían llevado y recorrieron el lugar hasta que encontraron fruta. Eran mangos y naranjas, también había algunas mandarinas. Emocionadas, empezaron a comer, después llenaron una bolsa con ellas, había muchas, tantas, que podrían volver para llenar otra bolsa: estaban salvados. Así fue como llegaron a donde estaban los demás y dieron la buena noticia. Todos fueron con ellos y tomaron agua hasta saciarse y comieron las frutas. Descansaron ese día allí, no querían marcharse, deseaban quedarse en ese lugar otro día más y recuperar las fuerzas. —Este lugar es perfecto para vivir —dijo Rossy llena de ansiedad—. Si seguimos buscando podríamos encontrar más comida, donde hay agua existe vida, así que podríamos encontrar algún animal y más frutas. —Pero está solo, mira que más atrás la choza estaba abandonada —objetó Mailk—. Y eso que era un lugar donde llueve mucho, algo debe pasar con estas tierras. —Es cierto, no es un lugar radioactivo, ¿no es extraño que no haya ninguna aldea por aquí? —cuestionó Fernando. —El clima es inestable, mira que hace unos días estábamos en un lugar húmedo, después todo estaba seco y ahora está templado —explicó Margaret. —Podría haber demonios rondando estas tierras —advirtió la abuela. El silencio reinó entre el grupo.      
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