Christal, trece años de edad:
El día que nació su hermano Peter, Christal estaba a las afueras de su cabaña esperando a que acabara el parto de su madre y logró ver el cielo lleno de estrellas. Desde pequeña se sintió conectada con el espacio exterior y si lograba cerrar los ojos, podía imaginarse viajando en una nave por fuera del planeta.
Esa noche logró ver una nave de Intelex posarse cerca de la aldea, así que se acercó al exterior de la aldea para poder observar desde la lejanía a los extraterrestres. Se escondió detrás de un árbol para ver a un grupo de ellos que inspeccionaban el terreno con unas máquinas cuadradas que flotaban encima de la tierra.
Algunos hablaban un idioma que Christal no logró entender y usaban un uniforme gris que la dejó anonadada.
Estaba con la boca abierta, deseando ser algún día uno de ellos. Era su pequeño secreto, el cual nunca le contaría a nadie: quería pertenecer al grupo Intelex.
Pero, al volver a la aldea y tener a su nuevo hermano en brazos, supo que nunca podría pertenecer al grupo Intelex, su sueño estaba más que lejos de ser una realidad. Ahora tenía un hermano y debía protegerlo, ser un ejemplo para él y enseñarle a defenderse en el planeta, donde los débiles nunca lograrían sobrevivir.
Desde esa noche, Christal dejó de ser niña y se convirtió en adulta.
—¿Cómo se llama? —le preguntó a su mamá.
—Peter, es nuestro pequeño Peter —respondió la mujer desde la cama donde descansaba.
—Nuestro pequeño Peter —esbozó Christal y le dio un beso al bebé en la frente.
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Christal, diecinueve años de edad:
Christal se levantó de la roca en la que estaba sentada, observando frente a ella el mar furioso y gris en el que, si llegaba a caer, moriría enseguida. Aquella agua estaba tan contaminada que cualquier ser vivo moriría con solo tocarla. Pero a Christal le gustaba eso: sentirse al borde de la muerte, donde la adrenalina corría con más fuerza por el cuerpo. Además, por encima de los mares siempre estaban sobrevolando las naves de Intelex y ella las lograba ver desde la lejanía.
Christal comenzó a caminar por una larga carretera y después se adentró en una zona boscosa, donde los gigantescos árboles hacían bastante oscuro el lugar. La joven llevaba en una de sus manos una bolsa hecha con retazos de tela vieja, en su interior había algunas verduras que arrancó de una reserva natural construida por los aldeanos en un terreno no contaminado por químicos.
No cualquiera podía adentrarse al bosque a buscar alimento, era demasiado peligroso y solo los jóvenes entrenados como Christal podían salir libremente de la aldea. Desde los cinco años fue entrenada en defensa personal y reconocimiento de aguas y alimentos no venenosos.
Ella había comenzado a enseñarle a su hermano Peter desde que cumplió los cinco años a que reconociera algunos alimentos venenosos o radiactivos, así que en un par de años lo tendría cerca de ella, caminado por los alrededores de la aldea para conseguir comida.
Pronto llegó a un lugar donde estaban construidas unas casas de piedra y un material n***o parecido al plástico. Se dirigió a una casa ubicada en una esquina, entró y encontró a un señor de tes morena, ojos verdes y cabello liso, sentado en un sillón, leyendo un libro con pasta de cuero.
—¿Dónde está mi mamá? —le preguntó al señor.
—En la cocina —contestó el hombre.
Christal comenzó a caminar hacia el fondo de la pequeña cabaña. Había una señora de tes blanca, cabello rizado de color rojizo y ojos negros, picando ágilmente unas verduras y después las echó en un plato de madera.
—Mamá, ya traje lo que faltaba —informó la joven.
—Oh… Te estabas demorando mucho —soltó la señora, comenzando a sacar las verduras de la bolsa de tela.
—Es que, cuando estaba en la reserva, vi una nave de los Intelex —informó Christal. La mujer volteó con rapidez a ver a la chica.
—¿Volviste a quedarte mirando el océano? ¡Sabes lo peligroso que es ese lugar! —Trató de calmarse y miró a todas partes, para ver si alguno las estaba escuchando—. No puedes volver a ese lugar, Christal, es peligroso, si los de Intelex te ven, van a llevarte con ellos y comenzarán a hacer experimentos contigo. Sabes que ellos son los que crean a los demonios. ¿Cuántas veces debo repetírtelo?
Christal hizo completo silencio, dejó la bolsa encima de un mesón hecho de piedra.
—Lo siento, no volverá a suceder —mintió, ella y su mamá sabían bien que primero se moriría antes que dejar de observar las naves—. Solo quería decirte que ellos estaban destruyendo un demonio que estaba cerca de la aldea.
—Bueno, eso espero, no quiero escuchar otra vez que te acercaste al mar.
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—No creo que los Intelex sean malos —dijo Christal a su amiga Rossy cuando caminaban en medio del bosque—. ¿Realmente todos creen que ellos no saben que nos encontramos aquí? Con esas máquinas tan avanzadas que tienen, pueden localizarnos en un instante. Además, cada vez que vienen por uno de nosotros, ¿por qué simplemente no nos llevan a todos y ya? Sé que no crearon a los demonios para que nos destruyan. Los he visto muchas veces protegiendo la aldea. Pienso… que nos dejan a nuestra merced porque tampoco es que les importemos mucho. Imagínate, unas razas extraterrestres avanzadas, en un planeta devastado con una humanidad al borde de la extinción, ¿crees que les va a interesar si nosotros estamos en cierto lugar?
Rossy quedó pensante, observando la hierba que nacía cerca de un árbol.
—Pero, cuando nos han visitado siempre nos preguntan si alguno quiere ser adoptado por Intelex —comentó.
Rossy añoraba por un día ser adoptada por Intelex. Compartía la misma obsesión de ver naves y hablar por horas sobre lo nuevo que habían aprendido de las diferentes razas que creaban al grupo Intelex.
—Bueno, sí —repuso Christal—. Pero creo que a ellos solo les interesa un grupo selecto, los que no piensan que vienen a invadir nuestro planeta. O sea, no les interesan todos como tal, pero tampoco es que no les importemos, sino, no estarían aquí ayudando a reconstruir el planeta.
Rossy volteó a verla con rostro serio y dubitativo, haciendo que Christal se ruborizara por completo.
Siguieron caminando a paso lento por el bosque, sintiendo el frío abrazarlas y enchinarle la piel.
—Mi mamá los defiende mucho —comentó Rossy—, me dice que si algún día me ataca un demonio y veo que hay un extraterrestre cerca, me dijo que corra hacia él y le pida que me proteja, que seguramente lo hará. Aunque, yo lo que haría es decirle que me lleve con él. Algo así como un amor no humano, esa es mi fantasía —Rossy soltó una risita traviesa.
—Debe de ser lindo tener una aventura amorosa con alguien, pero que sea diferente a ti. No como el tonto de Fernando, me saca de quicio —soltó Christal.
—No debiste meterte nunca con él. Menos mal ya lo dejaste —Rossy se cruzó de brazos.
—Sí, ni me gustaba, no sé el por qué estaba con él —Christal comenzó a caminar de un lado a otro mientras revolvía su cabello castaño oscuro rizado.
—Oye —llamó su amiga pelirroja.
—¿Qué? —Christal rodó su mirada para ver a Rossy.
—¿Sabes que mañana habrá una lluvia de meteoritos? —Rossy lanzó una piedra a un montículo de hierba.
—Había escuchado de ella, pero no sabía que sería mañana.
—Sí, es mañana. Lástima que desde la aldea no se pueda ver bien.
—¿Te gustaría ir a la colina de la aldea vecina a verla? —sugirió Christal.
—No, sabes que es peligroso, a esa hora salen muchos demonios oscuros —se opuso Rossy.
—Ay, el año pasado fuimos, ¿por qué este no?
—Porque el año pasado casi nos mata uno —Rossy se cruzó de brazos—. ¿Cómo es que no aprendes, Christal?
—Vamos, vamos, quiero ir a verlos. Así nos divertimos un rato imaginando que estamos en Intelex —Christal estaba muy dispuesta a hacerlo.
—O en la gran ciudad viviendo con ellos —Rossy soltó un suspiro.
—¡Sí…! —Rossy se emocionó.
—¿Entonces, vas?
—No, no puedo ir.
—Ay, pero…
—No es solo por eso, es que mañana debo tejer unas canastas con mi mamá, todas las noches nos acostamos tarde tejiendo —explicó la chica—. Así que es imposible.
—Oh, bueno, está bien.
—¿Irás sola?
—No, ¿así qué gracia? —arguyó Christal. Aunque lo decía para que Rossy no se asustara, pero ella no se perdería semejante espectáculo nocturno, además, sabía cuidarse y no permitiría que un Oscuro se la comiera.
Rossy y Christal se conocían desde niñas, compartían la misma fascinación por conocer el mundo y vivir con los extraterrestres. Desde muy pequeñas se escapaban de la aldea para recorrer las cercanías y ver de lejos las naves de Intelex. Para lo que muchos podría ser tenebroso, a las chicas les parecía fascinante.
Al día siguiente, la aldea fue todo un caso desde la mañana. Todos reforzaban sus cabañas en un intento desesperado para protegerse de los Oscuros. Aunque todos sabían que lo único que los podría proteger sería un bunker, pero el más cercano sería ocupado por la aldea que lo construyó. Ellos siempre estaban planeando crear el suyo, pero nunca lo hacían.
Al llegar la tarde, todos se encerraron en sus chozas. Sus padres se durmieron temprano; sabían que, si lograban dormirse, podrían estar más a salvo, porque toda la aldea estaría en silencio y así no atraerían a los demonios con sus gritos.
Christal logró escaparse de su cabaña desde un agujero subterráneo que había en el interior de la cabaña, construido para casos de emergencia, este agujero estaba conectado con el exterior de la cabaña, así que podía escapar por allí gateando.
Al salir de la aldea, corrió emocionada por el bosque y llegó completamente sudada a donde se encontraba una piedra gigante. Al comenzar a subirla, empezó una gran lluvia de estrellas fugases a inundar el cielo. La joven desplegó una enorme sonrisa mientras apreciaba el espectáculo.
Al llegar a la punta, notó que alguien apreciaba el crepúsculo sentado sobre la piedra, pero no era su amiga Rossy, se trataba de un hombre.
—Disculpa… —llamó la joven.
El extraño hombre rodó su mirada hacia ella.
Christal notó que estaba vestido con una camisa de mangas largas color gis, la tela era algo extraña, parecía impermeable, pero a la vez de algodón, tenía un pantalón n***o algo ceñido al cuerpo. Su apariencia se veía un tanto extraña: cabello violeta oscuro, casi llegando a n***o, al igual que sus cejas y pestañas, pero con una piel sumamente blanca, algo que era extraño, los humanos ya no tenían ese tipo de color por el cruce de las razas. Pero como la diversidad era tan grande, creyó que seguramente era un cruce que ella nunca había visto.
—Hola, llegaste a tiempo —saludó el joven, tenía una voz algo gruesa.
—¿A tiempo? —preguntó Christal.
—El espectáculo encima de nosotros —explicó el joven.
—Ah… sí, pero, ¿no te parece peligroso? —inquirió la joven mientras se acercaba a él y se sentaba a su lado con cautela.
—No es para nada peligroso —el hombre rodó la mirada a Christal y la observó fijamente.
Christal comenzó a entender que él era un extraterrestre, le parecía tan evidente por su apariencia y actitud.
—¿Por qué tan seguro? Un meteorito nos podría caer en este momento y matarnos —refutó Christal mientras observaba aquellos ojos violeta claros con impresión.
—Te puedo asegurar que ninguno de ellos te destruirá si estás a mi lado —respondió con seguridad el joven.
Christal se ruborizó por completo al escuchar esas palabras. Rodó la mirada a aquel atardecer que finalizaba lleno de muchas luces fugaces.
—¿No eres de aquí? Conozco a casi todos, nunca te había visto —dijo Christal.
—Yo sí te vi —respondió el joven, Christal rodó la mirada a él extrañada—. Ayer, estabas cerca del mar con una bolsa de verduras apreciando el mar. Quería acercarme y saludarte, pero te adentraste al bosque.
—¿Cómo sabías lo que llevaba en la bosa? —inquirió descompuesta—. Además… ¿cómo me viste? ¿Qué hacías cerca del mar? Es peligroso —soltó Christal.
—Lo mismo te pregunto, si caes al agua morirás al instante.
—Bueno, no me gusta estar en el mismo lugar siempre, además, nací aquí, conozco a la perfección el bosque y sé dónde están los peligros —Christal dejó salir una sonrisa mientras volvía a mirar el espectáculo en el cielo—. Tu ropa parece un uniforme, ¿estás en algún centro de rescate?
—Sí, comencé una misión cerca de aquí, estaré por un tiempo por estos alrededores —respondió.
—¿Cómo te llamas? Todavía no nos hemos presentado. Eso es muy raro —soltó Christal, dejando salir una pequeña risita emocionada.
—Eduil —respondió el joven.