Christal estaba en una cabaña escarbando en la tierra desesperadamente, escuchó un sonido horroroso que se aferró a sus oídos. Su piel se erizó por completo: era un demonio oscuro que sabía que estaba allí. Pero necesitaba llevarle algo de comer a su hermano, de lo contrario, morirían de hambre.
Hace semanas atrás los embajadores regalaron compras en los pueblos apartados de la capital que no querían emigrar a los puntos confiables del planeta que habían sido reconstruidos. Ella vivía en aquella choza unas semanas atrás, pero llegaron los demonios y fue casi imposible huir de aquel lugar.
Christal encontró la canasta forrada de plástico que accidentalmente quedó enterrada, la tomó rápidamente y la envolvió en una tela gris que llevaba consigo y después la amarró a su espalda dejando la canasta en la parte de atrás de su cuerpo.
Salió corriendo de la cabaña y se encontró con un ancho camino: el clima estaba frio, las nubes eran negras y fuertes vientos estaban soplando. Se avecinaba una enorme tormenta, por eso los demonios sabían que tendrían un festín de almas humanas.
Tenía que cruzar un bosque para poder llegar hasta la ciudad vecina donde la estaba esperando un pequeño grupo de amigos que cuidaban a su hermano menor. Ellos emigrarían hasta las zonas seguras del mundo y allí firmarían una petición para que el grupo Intelex los protegiera en sus ciudades.
Christal corría por un enorme prado y frente a ella estaba el bosque que debía cruzar. De repente, una fuerte ventisca la derribó haciendo que diera varias vueltas por el piso. Soltó un quejido de dolor y se retorció. Su respiración estaba agitada, era casi imposible llegar viva; sus amigos querían acompañarla, aunque la joven se negó rotundamente, sabía lo peligroso que era ir hasta allí, si iba a morir, que fuera sola.
Se levantó y volvió a correr. Llegó hasta el inicio del bosque, todo lo que pisaban sus pies era barro, se le hacía imposible correr allí, tenía que pisar con cuidado. Volvió a escuchar aquel sonido proveniente del demonio, era como un llanto desgarrador: la voz de la muerte acercándose a ella.
—Mi Dios, en ti confío, protégeme con tu preciosa sangre, mi alma sólo pertenece a ti —empezó a rezar Christal. Sus amigos se lo prohibían, era como avisar a los demonios donde estaba. Pero sus padres se lo enseñaron, según, si moría, su alma no podría ser comida por los demonios.
Se apoyaba en los troncos de los árboles para poder caminar. Pronto encontró una pequeña colina hecha con roca, empezó a subirla y una de sus piernas resbaló por el lodo, haciéndose una herida en su rodilla. Christal dejó salir un pequeño grito de dolor y su piel se erizó por completo: los gritos de dolor llamaban a los demonios.
Tomó una gran bocanada de aire. Debía calmarse y seguir. Subió hasta la colina, allí había una pequeña trocha que se empinaba hasta llegar a una enorme montaña que la llevaría a un pueblo vecino que ahora estaba despoblado.
Empezó a correr y llegó hasta la cima: todo en aquel lugar estaba muerto, sólo plantas secas y un enorme hedor a sangre. Frente a ella la enorme vista del lugar desierto y en ruinas que antes era un pueblo prospero donde nacieron sus abuelos se alzaba en completa agonía, fue acabado por completo por el clima del planeta y los demonios.
Empezó a bajar cuidadosamente por una pequeña roca que dejaba ver un enorme vacío y después se encontró con el camino que la llevaría hasta aquel pueblo fantasma. Por un momento miró el cielo n***o que dejó salir un trueno.
—Debo llegar pronto —se dijo.
Empezó a correr hasta llegar al inicio del pueblo, era como visitar un cementerio, ahí fácilmente la encontraría aquel demonio, pasar por las calles que a los lados tenía casas abandonadas, algunas sin techo, otras con partes destruidas; el sólo mirarlas la llenaba de espanto total. Eso era lo que más temía, si se asustaba y dejaba salir gritos de su garganta el demonio la encontraría fácilmente.
En su memoria reproducía imágenes de sus padres, amigos, su hermano Peter y su abuela. Esto la ayudaba a calmarse, pero después se vio en un callejón sin salida, al concentrarse en sus pensamientos hizo que se desconectara del mundo y corriera sin rumbo alguno.
—No puede ser. ¡No, no, no, no, no…! —empezó a alterarse y miró a todos lados.
El viento sopló haciendo un gran bullicio en aquel callejón que la llenó de espanto. De la nada se escuchó el lloro de aquel demonio que la buscaba.
—Cálmate Christal, tienes que buscar la salida —se dijo. Respiró profundo y empezó a correr para salir de aquel callejón.
Pudo ver la salida del pueblo: frente a ella estaba una enorme carretera desquebrajada que tenía a sus lados mucho monte. Ahí estaba su motocicleta, eso la llenó de alivio, podría llegar hasta donde estaba su hermano.
Rápidamente se subió en ella, la encendió y se fue. Se había asegurado de llenar el tanque de la gasolina por completo, ya que era un viaje largo. Si su planeta tuviera satélites podría comunicarse con sus amigos y decirles que estaba bien, pero eso ahora era imposible; o al menos para los humanos fuera de las zonas seguras.
Todo marchó bien por un momento, pero la carretera tenía que pasar cerca al mar, ese era un gran impedimento, en el mar los demonios tenían gran poder y si no la mataba aquel ser seguramente lo haría el mar. Había enormes vientos azotando aquel sitio y ella debía cruzarlo.
Cuando empezó a ver partes de una playa supo que debía bajar la velocidad, la carretera estaba bastante pegada al mar y las olas muchas veces subían a ella.
Podía ver el agua turbia, era como un enorme monstruo que abría su boca con ganas de tragarse a Christal. No podía separar sus ojos grises de aquel espectáculo que daba el turbulento océano. Pero al ser más empinada la carretera y mostrarle un paisaje aún más majestuoso pudo ver una nave triangular que estaba flotando bastante adentrada al turbulento mar. Christal detuvo la motocicleta y su boca se abrió en gran manera. Los Intelex estaban allí, era la primera vez que veía una de sus naves principales: era enorme, en la parte de abajo, en el centro de ésta, había una luz azul que cubría por completo un demonio. Esos eran los gritos que Christal no dejaba de oír, de ahí provenían los enormes vientos que azotaban el lugar. Intelex estaba destruyendo a un demonio.
Aunque sus allegados siempre le habían dicho que la organización Intelex era mala y quería apoderarse del mundo, para Christal, el que ellos solo se preocuparan por destruir los nidos de los demonios oscuros y crear espacios habitables para los humanos, era signo de que únicamente querían el bien para la humanidad y el resto de extraterrestres que convivían en aquel planeta.
Christal quedó anonada al ver el semejante poder que tenía aquella r**a. Ellos podían destruir a los demonios de su mundo; al ver a aquel ser sintió un enorme miedo, era largo, n***o oscuro, como la muerte; parecía tener un manto n***o y desgarrado, su boca se abría en gran manera y no tenía ojos.
Por un momento el demonio soltaba sus gritos y forcejeaba con la luz en dirección a ella, haciendo fuerza para que lo soltaran. La piel de Christal estaba de gallina y sus piernas temblaban como gelatina: si Intelex quisiese, soltaría el demonio para que se la comiera y ella no podría hacer nada. Llegó a visualizarse siendo partida por la mitad por la enorme boca del demonio y aquello hizo que sus ojos se llenaran de lágrimas, haciendo que quedara inmóvil.
Pero una cadena negra enrolló al demonio y después él y la luz azul desaparecieron dejando todo el lugar con el silencio del furioso mar: Intelex no se preocupaba por la existencia de Christal, eran seres tan superiores que una chica frente al mar era una más de los aldeanos que vivían fuera de las zonas seguras.
Christal reflexionó y llegó a la conclusión de que ellos tal vez ni supieran que ella estaba allí. Aquella nave oscura era tan grande que seguramente estaba llena de muchos extraterrestres andando de un lado a otro buscando demonios colosales a los cuales pulverizar.
La boca de Christal se abrió más cuando vio despegar a la nave en un parpadeo hasta lo alto del cielo. Su mente quedó noqueada con aquel espectáculo y su vista anclada en el inmenso cielo que había tomado un color violeta pálido con matices rosados y algunas estrellas, lograban verse junto con una enorme línea plateada.
—¿Qué es esa línea? —se preguntó a sí misma.
¿Lo había dejado la nave al marcharse? Pero no veía signos de que aquella línea que cada vez se hacía más grande fuera a desaparecer, no parecía humo y mucho menos creada con nubes, era todo lo opuesto a ello y lo comparó a como se veía la luna al brillar: así se parecía aquella línea recta que comenzaba a cruzar la mitad de todo el cielo.
Llevó una mano hasta su pecho al sentir un fuerte cansancio invadir todo su cuerpo. ¿Tanto fue su impresión que la dejó sin energía?
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Pudo llegar hasta el punto de concentración donde estaban muchas personas, entre ellas su grupo de amigos y su hermano menor Peter de cinco años.
—¡Peter! —gritó Christal bajándose de la moto y corriendo hasta donde estaba su pequeño hermano llorando, se agachó y lo abrazó fuertemente.
—¡Pensaba que habías muerto! —soltó el niño entre sollozos.
—Estoy bien, pollito, estoy bien —susurró la joven.
Sus amigos corrieron hasta ella.
—Menos mal estás bien —soltó su mejor amiga, Rossy. Dejó salir un suspiro.
—¿Cómo estás? —preguntó Eduar, agachándose frente a ella y observando su rostro.
—Estoy bien, no se preocupen —dijo Christal al ver la grande preocupación de sus amigos.
—¿Christal?, ¡Christal! —escuchó entre un tumulto de personas que estaban a los lejos de ellos.
Era un muchacho de unos dieciséis años de edad: alto, de piel morena, su cabello era engajado y algunos le caían en la frente; traía su ropa bastante desgastada; se veía triste
—Estaba asustado, creía que habías muerto —soltó al estar cerca de ellos.
—Mailk, tranquilo, estoy bien. —Se reincorporó y lo abrazó—. Tranquilo, estoy aquí, no me pasó nada —decía para calmarlo.
Mailk se había criado al lado de la casa de Christal, su familia murió dejándolo completamente solo, se volvió bastante apegado a Christal, para él ella y su hermano era la única familia que ahora tenía. El joven estaba llorando de los nervios, la había pasado mal.
Rossy era pelirroja, su rostro estaba lleno de pecas, era bajita, mucho más que Christal y a las dos las llamaban “zapatos talla s” por lo pequeñas que eran, no medían más de 1. 65 cm. Aunque para ellas eso era un punto intermedio que las hacía ver tiernas.
Eduar era quien tenía a su familia sana y salva, él creció en aquel lugar. Su padre era comandante del ejército y lo había entrenado bien para poder ayudar a otras personas y fue en esos días que conoció a Rossy llorando a punto de caerse por un peñasco al huir de un demonio, ella le contó que con unos amigos estaban tratando de llegar a un punto seguro de la Tierra para poder salvarse y obviamente él le ofreció su ayuda.
Eduar era bastante alto, corpulento, su piel era bronceada, ojos negros y cabello n***o, aunque su padre tenía la piel bastante oscura, pero su madre era rubia.
Christal por su parte era blanca, de cabello castaño oscuro y ojos grises al igual que su hermano menor, quien compartía el mismo físico, ella tenía diecinueve años de edad al igual que Rossy y Eduar tenía veinte años.
—Fue muy imprudente de tu parte el ir sola, Christal, pudiste morir —regañó Eduar.
—Pero estoy bien, traje comida para todos, mientras viajemos no tenemos que preocuparnos por la comida —explicó Christal.
—¡Aquí hay comida! —gritó Eduar, estaba bastante alterado por lo que pudiera pasarle a todos—. Sabes que es muy peligroso el salir. Dentro de poco esta zona va a ser destruida por un terremoto y si no nos damos prisa, moriremos. ¿Sabes lo que eso significa, Christal? —Trató de calmarse—. No nos hemos ido porque te estábamos esperando, tu abuela no ha dejado de preguntar por ti.
—Lo siento, Eduar, no sabía que esto pasaría —soltó consternada y comenzando a sentir su corazón palpitar con fuerza—. Perdón, es que debes entenderme, perdí a mis padres hace dos semanas, mi hermano no había comido nada y queremos irnos muy lejos de este planeta. Este mundo me ha quitado lo que yo más amo y quiero darle a mi abuela y a mi hermano una vida tranquila, no me importa si es en un mundo que no conocemos o en una zona segura —explicó Christal.
—¡Ellos son otra r**a, los van a tratar mal! —gritó Eduar—. ¿Qué cosas piensas? Nunca los van a sacar de este maldito chiquero de planeta y mucho menos le darán un lugar en una zona segura.
—¡Claro que no, ellos son buenos! Me salvaron la vida hace unos minutos —replicó Christal desesperada.
Todos quedaron observándola confundida.
—Había un demonio en el bosque, pensaba que iba a morir, pero una nave de Intelex capturó al demonio en la playa. Cuando yo recién iba a buscar la comida sentí esa presencia maligna mirándome, estaba muy asustada, escuchaba sus llantos y en realidad creía que no alcanzaría a llegar con vida, si esa nave no hubiera estado ahí en ese momento yo no estaría ahora contando esto. Si son malos, ¿qué hacen capturando a demonios malignos en nuestro mundo? —Miró fijamente a Eduar—. Por favor, entiende, lo hicieron porque saben que estaba cerca de una zona donde había muchos humanos. Ahora que me cuentas que debemos irnos lejos de aquí creo que lo hicieron porque saben que debemos desplazarnos y sería muy peligroso si hay demonios merodeando alrededor nuestro.
Eduar no fue capaz de decir palabra alguna.
—Es cierto, hace unas horas llegó una nave aquí —explicó Mailk—. Se bajaron unos hombres y hablaron con el padre de Eduar, después el señor salió y dio el aviso de que pronto habría un temblor y que debíamos desplazarnos a la zona segura más cerca.
—Eran guapos —soltó Rossy con una sonrisa desplegada.
Christal soltó una risita por el comentario de su amiga, pero la borró al ver que los demás la observaban con rostro serio, así como también a Rossy.
—Bien, ahora que estamos todos, debemos irnos —informó Eduar.
Christal dejó salir un suspiro de alivio, ese chico tenía un temperamento demasiado fuerte. Pero en cierta parte le conmovía, se preocupaba por ellos, sabía que aquellos chicos ingenuos estaban a la deriva buscando un lugar donde refugiarse.
—¿Dónde está mi abuela? —preguntó Christal a Rossy.
—Está descansando en una carpa —respondió su amiga—. Le dije que tú estabas ayudando con la evacuación, ya le di comida y le pedí que descansara hasta que tú fueras a recogerla para irnos.
—Gracias al cielo, voy a verla, ¿dónde está? —soltó Christal con bastante alivio.
—Vamos, te llevo —dijo Rossy caminando hasta una de las carpas que estaban cerca de ellas.
Vieron que algo andaba mal, unos enfermeros estaban saliendo de la carpa. A la mente de Christal llegó lo peor y su corazón dio un vuelco.
—¿Qué sucede? —le preguntó a un enfermero—. ¿Qué le sucede a mi abuela?
—Lo siento mucho, —respondió el hombre con rostro triste— tu abuela murió por causas naturales.
—No, no… —Sacudió la cabeza—. No… pero si ella ahorita había comido, me lo dijeron, yo la dejé bien cuando me fui.
Entró rápidamente a la carpa y vio a una señora de edad bastante avanzada reposando en una cama como si durmiera tranquilamente, tenía una sonrisa diminuta desplegada en su rostro, su cabello era totalmente blanco y sus manos se encontraban entrelazadas como acostumbraba a hacerlo.
Christal se acercó al cuerpo sin poder creerlo, sintió la sensación de que, si la sacudía un poco como acostumbraba a hacerlo, lograría despertarla. Se agachó frente a ella y así lo hizo, pero no pasó nada, la anciana seguía imperita como la había encontrado.
La mandíbula de Christal comenzó a temblar y sus ojos se llenaban de lágrimas, pero sacudía la cabeza forzándose a no poder creerlo. Se echó sobre el suelo para sentarse y llevó las manos a su cabeza e inspiró hondo.
Como era característico de la chica, trató de rebuscar en su mente algo positivo de aquella muerte. Su padre le había enseñado a hacerlo, así no le deprimiría tanto la catástrofe en la que había nacido. Pero esta vez no encontró nada: no había nada bueno de ver a su abuela muerta frente a ella, solo le recordaba que con ella eran tres seres queridos cercanos muertos en un mismo mes.
Escuchó que alguien entraba por la entrada de la carpa, así que volteó a ver, suplicando que no fuera su hermano, porque no sería capaz de permanecer entera frente a él y explicarle que todo estaba bien, que aún la seguía teniendo a ella. Para su fortuna, era una enfermera que la observó con rostro de lástima.
—Murió mientras dormía, para ella no fue doloroso en lo absoluto —informó mientras seguía en la entrada de la carpa—. Lo siento mucho, querida.
—Abuela… —soltó Christal, se acercó al cuerpo de la anciana, la abrazó y soltó el llanto, dejándose derrumbar por completo.
En ese momento entró su hermanito Peter y observó desde lejos como su hermana lloraba a gritos. A su corta edad ya había presenciado varias muertes y se hacía la idea de que muchas más llegarían, pero siempre su hermana se mostraba fuerte frente a él, así que sintió un gran miedo cuando la vio derrotada, soltando tantos gritos mientras se aferraba a la ropa de la anciana fallecida.
—¡NO, ¿POR QUÉ ME DEJASTE SOLA?! —se lamentaba Christal mientras cerraba con fuerza los ojos—. ¡¿POR QUÉ ME ESTÁN DEJANDO SOLA?!
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Después de unas horas Christal veía como enterraban a su abuela, no podían hacer más, tenían que partir pronto o todos morirían.
—Tu abuela te amaba mucho, Christal, ahora debes ser fuerte para poder cuidar a tu hermanito —dijo la madre de Rossy frente a ella, le dio un fuerte abrazo—. Sé que es difícil, pero debe soportarlo por tu hermano.
—Christal, entiendo que estás pasando por un momento bastante trágico —comentó el padre de Eduar a su lado mientras veía a las mujeres abrazarse—. Pero sabes que debemos partir. Los últimos camiones se irán pronto y debemos irnos.
—Lo sé, pero, por favor, dejen que me despida de mi abuela por unos segundos —pidió la muchacha entre las lágrimas.
El grupo que la acompañaba se apartó a excepción de su hermano Peter que no soltaba la mano de la chica. Los dos quedaron observando la tumba de la señora que parecía más un hueco hecho en la arena húmeda que una tumba digna de alguien que marcó tanto la vida de aquellos dos niños.
—Mi abuela antes me dijo algo —soltó el niño de repente, interrumpiendo el silencio.
—¿Qué? —Christal bajó la mirada hasta él con curiosidad.
—Me dijo que debía hacerte caso en todo. —El niño alzó la mirada hasta ella—. Y me dijo que te dijera que debíamos irnos de las zonas no seguras, que nos fuéramos con los seres que vienen en las naves. Quiere que nos vayamos con ellos.
—¿Eso te dijo la abuela? —preguntó Christal, agachándose frente a él.
—Sí, eso fue lo que me dijo y después se durmió —finalizó el niño.
Si esa era la última voluntad de su abuela, Christal haría todo lo posible para cumplirla. Con más razón ahora debía irse e informar que quería ser adoptada por Intelex.
Aquella anciana en toda su vida no gustó de los extraterrestres y si ella hizo aquella confesión antes de marcharse a la otra vida, era porque conocía la magnitud de la devastación por la que estaban pasando.