Yo no la empujé

1731 Words
En el almacén de ropa más exclusivo de la ciudad de Florencia, Ricardo Sandoval caminaba a pasos grandes en busca de Mariana Solís. Al estar cerca del tercer piso escuchó unos gritos provenir y después el sonido de algo pesado caer de las escaleras. Con el ceño fruncido y las manos en un puño, corrió a ver lo que sucedía. Lo que encontró fue a ella inconsciente tirada en el suelo y junto a Mariana, su esposa, Jessica Montalvo con algo de conciencia, quien no pudo sostenerla la mirada por lo que había provocado. Los ojos sombríos y penetrantes de Ricardo denotaban gran furia, era claro que acusaba a Jessica de lo sucedido, la mujer era un peligro. Tomó a Mariana en brazos y antes de alejarse amenazó con dureza que sus ojos en cualquier momento iban a matarla. No le importó el estado de Jessica que bien pudo estar mal herida y con algunas fracturas en el cuerpo. . - Ruega para que nada malo le pase a ella o al bebé o esta vez si vas a lamentarlo. Dejó de verla con desprecio y desesperado fue en busca de su vehículo para ir al hospital, dejando en el suelo y a su suerte a Jessica completamente sola. La pobre de Jessica se levantó como pudo. Parte de su cuerpo dolía como nunca que al dar unos pasos sintió como si caminara sobre espinas y vidrios regados. Cuando descubrió una verdad muy importante y que dejarían de verla como una desalmada Marina apareció y de un momento a otro ambas rodaron por las escaleras. Débilmente empezó a cojear por la intensidad provocada. Se había lastimado el pie derecho y el brazo no podía estirarlo. También sentía un pulsante dolor en las costillas, necesitaba ir a un hospital a que la atendiesen, pero que importaba su salud ¿A quien podía importarle la esposa de Sandoval cuando todos la acusaban a ella de villana por meterse en la felicidad de la pareja y de acabar con la vida de un patriarca? - Señora. – se acercó el conserje del establecimiento. – apóyese en mi, la llevaré a su casa. Jessica asintió por la generosidad del buen hombre. Tomó su hombro y con su ayuda empezó a moverse. De tanto personal que Ricardo tenía a su disposición ninguno se atrevió a ayudarla ni siquiera lo intentaron. Ser la señora Sandoval no decía nada. Todos ahí la señalaron y juzgaron por un mal entendido que por desgracia nadie vio más que cuando rodaron por las escaleras, toda ahí la juzgaban mal. No se dio cuenta que su libro de poemas se le había caído. En ese momento lo único que quería era ser atendida. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . - ¿Debes de estar feliz ahora?. – preguntó Ricardo con fuerza en sus palabras que parecían dagas atravesar en en el delgado cuerpo de Jessica. – El bebé de Mariana se debate entre la vida y la muerte. Si algo le llega a pasar a mi hijo conocerás lo que es ser un desalmado. - amenazó. - Maldita sea la hora en que me casé contigo. Sólo me has traído desgracia tras desgracia. - Yo no la empujé. - dijo a su favor buscando algo de empatía en los ojos de Ricardo. Jessica trató de todas las formas posibles de explicarle que no hizo nada, pero Ricardo no entendía razones. Estaba cegado por lo que vio y eso era a Mariana rodar por las escaleras al igual que ella. Jessica no tuvo la oportunidad de ir a un hospital, bastó que una de las empleadas entregara una pomada donde ella mismo fue quien se untó en las zonas donde estaba lastimada. No era de mucha ayuda, el dolor estaba ahí, pero trataba de disimularlo ante él. Para iniciar una vida de recién casados vivía en una verdadera pesadilla. Ricardo la odiaba, la detestaba y ahora seguro la quería muerta. - ¡Basta! – levantó la voz, sentía como la sangre recorría y su cuerpo estaba por derramar candela. Buscó una cajetilla entre los bolsillos del pantalón, tomó un cigarro lo prendió al llevarlo a los labios y dijo. – sabias que ella iba a tener un hijo mío y de venganza atentaste con la vida de ambos. Pensé que sólo eras ambiciosa, pero te juzgué mal, eres una mujer malvada y sin corazón. No te importó el hecho de envenenar a mi padre, sino ahora también terminas con la de un inocente. Eres la peor de todas que trato de no matarte. – se acercó e intentó estrangularla, pero se detuvo al obligar a controlarse. - No la empujé. – insistió. Ricardo harto de su insolencia la tomó del brazo que estaba lastimado con fuerza que por poco lo rompía. Ella sintió como el hueso dejó escapar un leve sonido, la estaba lastimando y aunque quiso detenerlo prefirió no hacerlo. Fue jalonada por él a la mira del personal en todo el trayecto, fue humillada de la peor forma y obligada a moverse en esas condiciones. La llevó fuera de la mansión, la miró a los ojos y le ordenó. - Inclínate. - No me puedes hacer esto. - respondió perpleja. - yo no la empujé, no lo hice. Ricardo frunció el ceño. Con sus manos en el hombro de Jessica obligó a que se inclinara aún en contra de ella. Su pobre cuerpo tras recibir un golpe por las escaleras cayó fácilmente de rodillas en el césped. - No te pondrás de pie hasta que el sol salga y estés lista a hablar de lo sucedido. - habló de golpe que las balas se sentían blandas para venir de él. Miró para los hombres y les ordenó. - si está mujer llega a desobedecer, la amarran. Se dio la vuelta y caminó de regreso a la mansión. Jessica con su mirada en el suelo y sintiéndose más humillada que antes se quedó en silencio. Ella sabías que no hizo nada en aquel almacén, no había de que hablar. Unas grandes gotas empezaron a caer del cielo, ni siquiera podía levantar la mirada porque dolía. Los hombres que vigilaban se dieron cuenta de la gran tormenta que estaba por venir. Cubrieron sus cabezas con las capuchas y fueron a buscar refugio, vigilando de lejos a Jessica. Por un momento llegaron a tener pena por ella. Iba a pasar la noche de rodillas y bajó agua. Que mal se iba a sentir mañana de salud. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . La lluvia duró toda la noche y no paró hasta que el sol salió. Jessica soportó sueño, dolor y frío. Las rodillas estaban enrojecidas y su piel estaba más blanca de lo normal. Sintió que alguien se acercaba, no levantó la mirada. - ¿Ahora tu mente recuerda cuando la empujaste? - preguntó Ricardo, quien sostenía una sombrilla en sus manos para que la humedad brisa no cayera sobre él. - Yo no la empujé. - respondió firme a su palabra. Ricardo la rodeó. El castigo no hizo que hablara, todo lo contrario, insistía que ella no lo hizo. Miró al hombre que los acompañaba y ordenó. - Llévala a la habitación. - Si, señor. El hombre la tomó del brazo hasta obligar que ella se colocara de pie. Jessica sentía como su cuerpo y hasta piel estaba por romperse. No dejó salir ninguna muestra de dolor y se obligó a caminar. Ricardo fue tras ellos. Cuando el hombre la dejó en la entrada como se lo había ordenado Ricardo se marchó. Jessica quedó como estatua frente a él y con la mirada en dirección del suelo. Sí Ricardo no le decía nada, era porque eran malas noticias. Caminó hasta acercarse y tomarla del mentón para que lo vea. - El bebé de Mariana no sobrevivió. - habló de golpe. - En el hospital hay una mujer destrozada porque no pude ser madre. - empezó a sostenerla con fuerza hasta lastimarla. - ¿Cómo crees ella se siente en estos momentos? ¿Si quiera te lo imaginas? Jessica no respondió. Quería quejarse por la fuerza aplicada, pero prefirió no hacerlo. - Yo no la empujé. - mantuvo su palabra. Ricardo miró el delicado cuello de Jessica, quería tomarlo y hacerlo añicos por la gran soberbia que tenía la mujer. Decidió no hacerlo y en su lugar la tiró de golpe sobre la cama. - Te odio con todas mis fuerzas, Jessica que estoy tratando de no matarte. – habló en lo más alto, respiró profundo, los estribos estaban por irse. - Si pensabas que con esto iba a dejar a Mariana te equivocaste. – habló con gran coraje que se sentía como en sus voz viajaba grandes torbellinos. Dejó de mirarla con desprecio absoluto y salió de la habitación arrasando con todo, pero sin antes dejarla encerrada bajo llave. – Que no le den ni agua ni comida a esta mujer. – ordenó a todos los empleados. – en 24 horas ella no probará bocado y tampoco va a relacionarse con nadie, no le darán atención. – después de dar la orden salió a grandes y pesados pasos del lugar. Jessica soportaba las lágrimas y el nudo en la garganta, pero al final le fue difícil que se desboronó mientras abrazaba una almohada. No le importaba no comer, el frío que sentía, el dolor que viajaba en sus huesos o que la encerraran, lo que le dolía más era saber que ante él, Jessica era la culpable. Todos ahí la trataba de tonta por aferrarse a algo que jamás iba a tener que ni siquira respetaban sus órdenes desde que Ricardo ordenó que no se la atendiera en venganza desde lo sucedido en la cena. Ella era como un perrito valdero que vivía ahí, solo eso. Podrá ser la señora de la casa, pero era ingenua y terca o sólo tenía una gran corazón. Se quedó en completo silencio mientras trataba de abrigarse con aquellas sábanas delgadas. Ahora tiene que esperar hasta el día siguiente y obligarse a resistir para tener las fuerzas que seguramente iba a necesitar.
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