UNA HUELLA EN EL SOFA

1569 Words
No hubo respuesta, el se mantuvo viéndola, se alejo lo más que pudo, el método evasivo fue ponerse el cinturón de seguridad. —Esta de más que lo hagas. Ambos sucumbimos. Lo deseaba tanto como tú.—Palpitaciones, eso le produjo escucharlo. —Usted ama a la señora Danna, me lo confesó ayer.—Hablaba sin verlo a la cara. Así le era más fácil. Mantuvo su atención visual en la pared divisoria del estacionamiento. —No dije eso. Solo exprése que ella me importa. Esa es la verdad. No cambies mis palabras, Rosita. —Odio que me cambié el nombre.—Desvio el sentido de la conversación, con esa confesión. Fue intencional. No deseaba hablar de sentimientos ni atracción, ella en si era innundada por variados calores cada vez que lo tenía cerca. Temblores en lugares imnombrables. —Ok, Rosita. —Su voz sonó algo divertida, lo vió de reojo mordisquear un dedo enguantado. Pasear su lujuria por la extención de su figura, hasta reposar toda sobre sus pechos, luego prosiguió.—Tendras que acostumbrarte, me gusta llamarte así. Además tienes la culpa. —Como usted diga señor Recio. Mejor arranque.—Le acababa de dar una orden a su jefe. Este no lo tomo a mal. En el trayecto no volvieron hablar, aunque tenía muchas interrogantes. Estás crecieron al llegar al parqueo de la empresa. A su salida del coche, este la tomo de la mano. Cuando levantó la vista gracias a la sorpresa, el señor Camell paso cerca de ellos, le hizo una reverencia al ogro y siguió de largo. Entendía de que se trataba. La estaban utilizando. —Ya entiendo porque dijo que yo era su novia en el restaurante. Desea usarme de tapadera, para que nadie sospeche de que está con una mujer casada. —¡Calla!.—Le tapo la boca. Al instante se safo, no tenía intenciones de tener un contacto tan cercano con el. —Es la verdad. —Retrocedio dos pasos, para poder respirar mejor.—Cuando su socio venga le diré que no somos novios. Se giró y avanzó hasta el ascensor. Los pasos fuertes del toro, no la siguieron. Tomo el elevador. Cuando estuvo en su oficina, se tiró en el sillón. Estaba de muy mal humor. No pensaba ser el instrumento para tapar su bajeza, así mismo se lo diria si se atrevía a usarla. El toro estaba cerca, sintió el retumbe de sus pasos contra el piso bien lustrado. Su figura hermética se le revelo. —Ven a mi oficina.—No se aparto de la puerta, la esperaba. ¡Andando!.—Se levantó, le pasó por el lado. Fue la primera en entrar a la oficina, seguida de el con su imponente estampa de troglodita. Se quedó de pie, toqueteado el fino mármol con la punta de sus zapatos de segunda mano. El se quitó el saco y lo tendió sobre el espaldar de su sillón. Despacio se le acercó. —Deja de hacer eso Ro-si-ta.—Estrujo su nombre. Mal indicio, el acercamiento le daba mala espina. Aquieto la punta de su pie para ver si se detenía. No lo hizo. —Mas le vale mantener una distancia prudente señor Recio, soy una simple secretaria. No pienso cubrir sus bajezas. —¿Cuánto quieres?. —Esta loco, no tengo precio señor. Mi dignidad vale más que su fortuna.—Levanto el rostro, no le temía. —Debes tenerlo y pronto sabré. ¿Cuánto?.—La poca distancia volvió a poner en peligro sus sentidos, la respiración, empezó a dificultarsele. —Por el momento debo castigarte Rosita. Igual como lo hice en el ascensor. —¿Quítate el vestido?.—Ya imaginaba el castigo, fue retrocediendo, sin medir la diferencia de sus pasos. En su torpeza de no mirar hacia atrás, cayó en uno de los sofás más grandes. Este se le lanzo seguido, su cuerpo estaba atrapado. La olfateó como un animal salvaje. El solo vapor del contacto la puso a burbujear. —Señor esto debe parar. —Apenas le salían las palabras. Más con un corazón desbordado en latidos agitados. —Haremos cosas de novio, así no dirás que no lo somos.— Tiró los brazos que se resistían ante su pecho, en conjunto con sus defensas. El no la dejaría escapar tan fácil. Debía admitir que no deseaba huir. Miro a los lados, mientras este le quitaba los botones delanteros de su vestido. La liberación fue casi al instante. El frío aire que circulaba por la habitación, endureció sus pezones. Tuvo intenciones de empujarlo, patearlo, pero algo más no la dejaba, anhelaba ese contacto. —Eres una traviesa, no te pusiste sostén.—Pellizco unos de sus pezones. Se le erizo la piel. —Déjame, no es correcto lo que estamos haciendo. —Claro que sí, eres mi novia Rosita. —Introdujo uno de sus pezones en su boca, cerro sus ojos, ante la alucinante sensación, el cosquilleo se sintió en otra parte. Una caliente, que ya había ardía por el. Introdujo sus manos en su espesa cabellera, incitándolo a seguir la exploración. —Taurus. —El elevó su vista al escucharla, se veían mientras el retozaba con sus pezones, uno por uno los introducía en su boca.—¡Uhhh!. El siguió un camino de besos, por su cuello, se retorció, su cuerpo parecía reconocer sus caricias, ella en si habia perdido el control. Abrió la boca para recibir su lengua, con la succión dulce, no fue el beso tierno del carro, este fue más salvaje, abrió sus piernas sin importar el decoró. El aprovecho y la tocó en esa parte tan íntima. —Estas húmeda Rosita.—Le susurró con un ligero receso de lenguas, después volvió a mordisquear su labio inferior.—Te delatas sola, si deseas ser mi novia, Rosita.—Palabras y otros mordiscos más. Lo acaricio por encima de la tela de encaje. La invasión seguía, se levantó un poco, dejando sus labios huérfanos de su contacto feroz. Las caricias se concentraron en su entrepiernas. Las tiras finas de su tangas se fueron deslizando, sus manos enguantadas hicieron ese trabajo con maestría. Cuando se irguió para intentar detener la locura. Lo vió entrarla en su bolsillo. Intento cerrar las piernas. —No. Necesito verlo. —El era más fuerte que ella. Todo en su actuar, su aura autoritaria la debilitaba, sentía que estaba perdida.—Tienes un coño hermoso. ¡Ábrete más!. Déjame probarlo. —¡OMG!—Su lengua la toco en ese punto, como a un pequeño timbre para encender aún más sus sensores, se abrió más para recibir el placer. —¡Ah!.—Deseaba más. Froto su cabello para que siguiera la exploración. Sus sacudidas fueron palpables, pronto algo nuevo, una mágica oleada vibratoria la sacudió. Se deshizo en su boca. Sus fuerzas se vieron muertas. Apenas supo lo que el hacía después de apartar la boca de su femineidad. —Me toca a mí, Rosita.—Entre el delirio y el fuego que la consumía busco su figura. Se manipulaba algo enorme. Trago en seco al ver la magnitud de su virilidad. —¡Señor, yo, yo no!.—El parecía sordo, sus ojos le brillaron de forma extraña. Abrió más sus piernas, la jaló hacia el. Algo duro se posó en la entrada. Tembló, a la espera de sentir una fuerte puntada. ¡Riiin, riiin!. ¡Riiin, riiin!. El Detuvo su intención. Pensó que se habría libraría. Intento levantarse. Este no lo permitió, empujó con fuerza, cerro los ojos al sentir como la desgarraba por dentro. Sus labios y sus caricias se posaron en los suyos, la ternura no limitó el dolor. Ni la lentitud de la invasión. —¡Abrete más!. —Obedeció, ya habían llegado lejos.—Su lengua volvió a entrar en su boca, a pesar de sentirse partida en dos mitades, disfruto esa cercania, la complicidad de sus labios.—Empezaras a disfrutarlo. El se empezó a mover despacio, el placer lo empezó a sentir, la mezcla era confusa pero deliciosa. Se relajo y dejo que se moviera en su interior sin reparos. Cuando los movimientos fueron más feroces, clavo las uñas en sus glúteos. —¡Ay!. ¡Ahhh Taurus!.¡Ahhh!.—Explotaba, pero de gozo. Una fuerte sacudida la extremecio, se sintió saciada por un instante. A el, lo sintió correrse en su interior. —Eres más deliciosa de lo que pensé, Rosita Mía. —La beso, ella temblaba debajo de el. —Siento como si nuestros cuerpos ya se conocieran. Abrió los ojos para entrar en interacción con ellos, vió que el los tenía cerrados, estaba inmerso en su sentir. Hasta que el hechizo se rompió, se levantó y le dió la espalda. —Esto fue un error.—No dió crédito a lo que dijo. Sin duda el estaba loco y ella había sido una fácil.—No volverá a pasar. La vergüenza que sentía solo la comprendió su dignidad, al menos la poca que le quedaba. Se levantó del sofá. Había dejado una gran mancha de sangre. Casi llora, pero se contuvo. Se levantó a duras penas. Abotono la parte superior de su vestido. No levantó el rostro supo que el había ido al baño por el ruido de la puerta. Aprovecho su ausencia para irse, como el bien había dicho, eso no volvería a pasar. Así sería. Ella renunciaba.
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