Al cerrar la puerta de la entrada, al despacho de Taurus Recio, hizo un gran esfuerzo para caminar, le dolía, había sido casi una matanza. Arrastró sus pies hasta llegar a su escritorio. Tomo su cartera y se dispuso a ir al baño.
Fue un gran esfuerzo el actuar con normalidad, al atravesar el pasillo antes del tocador, era visible para algunos robots que trabajaban en ese nivel. No miro a los lados. Se enfoco en caminar con prisa hasta su objetivo.
Ya dentro vió el desastre, el vuelo más bajo de su vestido estaba manchado de sangre. Una odisea la limpieza, en ese instante se vió en el amplio espejo, su rostro vencido, el cabello en desparpajo, el olor de ese hombre estaba en su piel.
Algunas lágrimas se escaparon de sus ojos, las dejo caer, hacia juego con el agua que caía del grifo e intentaba limpiar los residuos de su inocencia.
Al ver que el agua en conjunto con el jabón de tocador diluyó la sangre, lo exprimió y dejo que la tela cayera. Lo siguiente fue organizar su cabellera.
Salió del baño un poco más animada, en verdad logro sentirse mejor al salir de esa empresa. Al sentir la brisa levantar un poco la falda de su vestido, recordo que no llevaba pantaletas. Maldito toro/ogro. Con suerte no volvería a verlo nunca más.
Fue una tarde soleada, con hojas volando gracias al revuelo de la brisa. En las aceras cercanas a la casa que vivía no fue distinto, las hojas otoñales estaban por todas partes. En cierto punto, unos metros antes de su casa, una figura conocida le robó un suspiro, era Marcus y su buen ver. El chico del cual había estado enamorada toda su vida, lavaba su coche frente al garaje. El se percató de su presencia y la saludo desde la distancia, le devolvió el saludo apenada, el estaba prohibido, era el novio de una gran amiga.
Se moriría si el supiera todos los suspiros que le había robado por largos años.
Le quitó su atención y volvió a concentrarse en el camino, hasta atravesar el hermoso jardín de su hogar. Lo diviso con pesar. Acababa de renunciar, no técnicamente, pero no volvería más a esa empresa despues de ese suceso.
El resto de su tarde hasta casi entrada la noche, apenas se limitó a ducharse e intentar expulsar los fluidos extraños que Taurus Recio había dejado dentro de ella, luego, pasar algunas horas revisando el material de su tesis.
Le daría más tiempo para avanzar. Cuando apago su computadora fue directo al espejo. Solo tres días le habían bastado a ese hombre para desflorarla. Miro su propia vergüenza, la piel que aún cosquilleaba debajo de su pijama.
Le había encantado tenerlo dentro. Esa mezcla de dolor y placer fue alucinante. Su cuerpo tomo la guía de todo. Su sentido común colapso al son de sentir el roce de su boca en contacto con sus pechos.
En definitiva estaba loca. Lo mejor fue huir. Pensó.
Al hacer la cena, hablar con su amiga Patricia, le dió un poco de lucidez a su mente. Se mantuvo así hasta que su madre aprovecho los cortes comerciales, mientras veían su telenovela favorita. procedió a interrogarla
—¿Por qué no me esperaste, para venir juntas?.—Mucho había tardado, mamá gallina.
No podía decirle que la causa se debía al honrado Taurus Recio. Que nunca según ella había mirado con poco decoro a una mujer en la empresa.
—Me sentí muy mal. Es más aprovecharé el día de mañana para visitar el médico.—Mentia pero debía zafarse.
—Entonces pediré permiso para ir contigo.
—Tranquila mamá, fue solo un leve ardor en la cicatriz vieja. Ya el jefe está al tanto, me dió el tiempo que necesite para atender mi situación.—Su mamá parecía asombrada.
—¡Waooo!. Vez lo que te dije, tiene un aspecto rudo, pero en el fondo es una alma de Dios.
—Si, tienes razón mamá. Antes de acostarme le voy a rezar a ese santo.—Casi se atraganta con la tostada que engullía. No pudo evitar la risa. El sarcasmo era algo nuevo para ella. Ese en especial, fue natural.
—Te pasas, Mía.
—Solo un poco.—Eso si era verdad, ese ogro la había cambiado en un instante. De santo no tenía nada.
Esa noche se acostó más tarde de lo normal. No tenía intenciones de trabajar, ya podía imaginar la reacción de su jefe, cuando no la encontrará a la mañana siguiente en su puesto de trabajo. Durmió delicioso, por lo que despertó de buen ánimo, le preparo el almuerzo a su madre y luego se sentó en uno de los banquillos de su jardín para verla partir, mientras saboreaba un rico café bien cargado.
Desde las hermosas flores, hasta los lindos colibrí que se posaban cerca de los pistilos, los capturó con una sonrisa.
A pesar de lo ocurrido, de todos los problemas económicos, estaba feliz. Era algo que no sabía cómo explicar, más era la verdad.
Con ese buen ánimo, entro a la casa nuevamente. No visitaría ningún médico, su única ocupación fue ver telenovelas. Los besos apasionados de Taurus Recio los rememoraba en cada uno de los que veía en la pantalla del televisor.
¡Riiin, riiin!. ¡Riiin, riiin!. Su móvil, empezó a sonar. Al comprobar que era un número desconocido no tomo la llamada. Siguió sonando, el que llamaba debía ser un desquiciado, casi la deja sin batería. Texteo a su mamá para saber como estaba, al comprobar que se encontraba bien. Prosiguió apagar su móvil.
Temía que fueran de su jefe. Saco ese pensar, el debía estar buscando su sustituta.
A media tarde se volvió a duchar, se cambió la piyama por una bata de color rosa, con vuelos y estampados de copos de nieves. En esa oportunidad fue el timbre de la puerta el que sonó.
—¡Ahhh!, ahora quien será.—Exclamó en voz alta. Antes de entrar a su boca una chupetina de sabor a fresa.
Miro su atuendo, estaba bien cubierta, sus lindas pantuflas también. Fue directo abrirla, algo hipnotizada por el sabor dulce de la chupetina.
El timbre siguió sonando. Apresuro los pasos. El descuido de no ver quien era antes de abrir le jugo una mala pasada.
Su cuerpo se erizo al comprobar quien estaba detrás de la puerta.
—Hola Rosita.